sábado, 2 de mayo de 2020

Homilía de San José Obrero, 1 de mayo de 2020



San José Obrero, 1 de mayo de 2020
            El Señor hoy nos pide que nosotros colaboremos con Él. Nos quiere como sus colaboradores. Dios ha creado todo a partir de la nada y quiere que nosotros seamos colaboradores en su creación. Cuando a uno le contratan en una empresa importante o cuentan con uno para llevar a cabo un proyecto de gran envergadura los motivos de alegría son muchos. Pues bien, Dios quiere contar con tu colaboración personal, a pesar de nuestras importantes limitaciones. ¿Quién de nosotros contrataría a una persona si no estuviera lo suficientemente preparado o especializado para esa tarea? He podido ver en las mesas de algunos despachos una pila de Curriculum Vitae y desgraciadamente no siempre la capacitación y la vocación para una tarea determinada suele ser el criterio de selección, sino el enchufismo. Pues bien, Dios quiere contar con nuestra colaboración no porque seamos los más guapos, los más inteligentes, los más preparados o los más enchufados o desenchufados, sino que Él quiere contar contigo porque quiere tenerte a su lado. Él no te necesita, pero tu presencia le agrada y se alegra de ti y contigo. Es más, Dios cuenta contigo porque piensa en tu bien. Y esto no lo digo yo, lo dice San Agustín: «Dios que te creo sin ti, no te salvará sin ti».
            San José enseño a su hijo a trabajar con sus manos. De hecho, la gente de Galilea exclamaba: «¿No es éste el hijo del carpintero?» (Mt 13, 55). «¿No es éste el artesano, el hijo de María?» (Mc 6, 3). Artesano o carpintero se trata de un mismo oficio; un hombre que trabaja con sus manos en la madera y probablemente también en el hierro o en la piedra: un ebanista, un herrero, un albañil, alguien que se ocupa en las faenas de la construcción. Además, en aquel entonces la mayoría de los carpinteros en Galilea eran asalariados itinerantes, que no realizaban sus tareas mayoritariamente en su propio taller, sino que deambulaban por los pueblos y sus alrededores, atendiendo las necesidades de cada momento; arreglar una ventana, ajustar una puerta, levantar una pared. Seguramente que Jesús, junto con su padre San José, trabajara con otras personas para levantar una sinagoga, construir una casa y tuvieron que trabajar necesariamente con herreros, alfareros, curtidores y seguramente se tuvieron que relacionar con grupos sociales que laboraban con sus manos, tales como labradores y pescadores… de este modo Jesús, al lado de su padre San José fue convirtiéndose en un experto trabajador que sabe calcular las medidas y dimensiones de las cosas y estimar el trabajo que ello puede acarrear.
            Una vez que Jesús inició su vida pública, para explicar el misterio del Reino de Dios, utilizará la sabiduría adquirida a través de la realidad cotidiana: cómo hay que calcular la hondura de los cimientos a la hora de levantar una torre; del riesgo real de que te salte una brizna de viruta en el ojo; lo que sucede cuando se construye una casa sobre arena; del trabajo duro de los labradores y de cómo hay que ver la manera de ampliar los graneros cuando la cosecha supera todas las expectativas…
            San José ayudó a su hijo Jesús a adentrarse en la vida real, no sólo en la de su propia casa, sino también en la de sus vecinos. Por eso entiende de las faenas de la siembra, de la recolección de los frutos y de la vendimia, de cómo y cuándo se ha de pagar a los jornaleros al cabo del día o que se hacen los pecadores con los peces pequeños y gordos.
            San José ayudó a Jesús cómo la mano del hombre puede hacer milagros tales como transformar un retorcido tronco de olivo en una hermosa cuna.
            Es ahora cuando Jesús, una vez que ha conocido los entresijos de la vida cotidiana, nos enseña a nosotros a trabajar y desea contar contigo en esta labor. Y te puedes estar preguntando: ¿Cómo puedo yo estar colaborando con Jesucristo? ¿Cómo puedo colaborar con Dios? ¿qué he de hacer? Lo primero es alimentarnos de Cristo, ya que Él es el Pan de Vida. Si tú te alimentas de Cristo, con la Eucaristía y con la lectura frecuente de la Palabra de Dios, Cristo vivirá en ti y Él irá guiando tus pasos. Es que resulta que tú colaboras con Dios cuando te sientas a hacer los deberes con tus hijos; tú colaboras con Dios cuando tienes detalles de amor con tu esposa o tu esposo; tú colaboras con Dios cuando desempeñas tu labor profesional responsablemente; tú colaboras con Dios cuando vas con tu familia a la Iglesia; tú colaboras con Dios cuando seleccionas los programas de televisión que se ven en tu casa; tú colaboras con Dios educando a tus hijos y siendo ejemplo de buena conducta… Y Dios quiere contar con tú colaboración.
            Y lo mejor de todo es que Él mismo te capacita para ir más allá de tus propias fuerzas.




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