HOMILÍA DEL MIÉRCOLES DE CENIZA
Ciclo C. 06/03/2019
Nosotros somos los que
cumplimos con Dios. Del mismo modo que yo cumplo con mi trabajo siendo puntual,
haciendo las cosas con diligencia y sabiendo estar y luego desconecto del
trabajo para irme a mi casita, pues lo mismo con las cosas de Dios. Venimos a las
celebraciones, preparamos la liturgia, nos confesamos de vez en cuando,
comulgamos… somos los que cumplimos, por
lo tanto Dios tiene que estar muy orgulloso de nosotros.
Entonces, si yo me encuentro a
gusto y cumplo con Dios, ¿por qué la Iglesia me llama con urgencia a la
conversión?, ¿por qué la Palabra nos dice que toquemos las trompetas, que
rasguemos los corazones y no los vestidos y que proclamemos ayunos y todas esas
cosas? (LECTURA PRIMERA Jl 2, 12-18).
Lo que puede suceder es que uno se ha acostumbrado a un tipo de
relación con Dios –al más bajo nivel- en
la que uno cumple con Él y a la vez uno se siente seguro porque así Él no te
puede echar en cara nada –es el famoso «no se admiten ruegos ni preguntas». Es como el típico estudiante de secundaria que está en
clase sin dar guerra, que pasa desapercibido por el profesor, que cumple con lo
mínimo y no da problemas. Pero este tipo de relación con Dios ni te seduce ni seduces, viviendo
insatisfecho y poniendo tu corazón en otras cosas, llámese la seguridad de
tener una pensión o un puesto de trabajo indefinido, una casa o unas tierras, unos
amigos donde uno se refugia y consuela al estar casi todos parecidos, o unos
afectos desordenados que eclipsan lo que Dios espera de ti, viviendo amargados
y fingiendo ser feliz. Y nosotros, con
el propósito de quedarnos siempre de pie decimos como Pedro: «Ya
ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mc 10, 28-31).
Pues puede ser que en un determinado momento sí que hayamos dejado todo o algo
que nos condicionase mucho para seguir a Cristo, pero tal vez ahora estemos más sobrecargados de cosas que antes.
Y como tenemos la mentalidad de creer que la
etapa de desprendernos de cosas ya pasó, porque creemos que está
superada, vivimos en un constante engaño.
San Pablo cuando escribe a la Comunidad de
Corinto nos dice: «Actuamos como enviados
de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre
de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (SEGUNDA LECTURA 2Cor 5, 20-6,2). Vamos a ver, yo me reconcilio con
alguien con el que estoy enfrentado o tengo algo contra él. Y que sepamos no
estamos a mal con Dios, sin embargo algo raro pasa porque la Palabra nos está llamando la atención y la
Palabra nunca miente, por lo tanto ¿qué estoy yo haciendo de mal para
tener que pedir perdón a Dios? Si uno lo que hace es moverse en la rutina, hacer
las labores de casa, cuidar de la familia, ir al trabajo, ver la televisión,
salir con los amigos para distraerse… ¿qué cosas hago mal si uno no hace nada
de especial?
Cuando uno tiene las cosas seguras –el
trabajo, la pensión, la salud, la familia, las posesiones…-, menos se piensa con los criterios de Dios, uno
más se justifica y menos se tienen en cuenta a los hermanos. Y lo
curioso de todo esto es que uno se cree que las cosas sí que funcionan y salen
adelante con normalidad. Ya nos avisa la Palabra de esto: «Guárdate de olvidar al Señor, tu Dios, no observando sus preceptos, sus
mandatos y sus decretos que yo te mando hoy. No sea que, cuando comas hasta
saciarte, cuando edifiques casas hermosas y las habites, cuando críen tus reses
y ovejas, aumenten tu plata y tu oro, y abundes en todo, se engría tu corazóny
olvides al Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de la
esclavitud (..)» (Dt 8, 11-14). Uno
piensa menos con los criterios de Dios y uno tiene menos en cuenta a los
hermanos. Y esto tiene muchas concreciones que pueden empezar desde la
calidad de la acogida al hermano, pasando por no preocuparte por él y
conformarte con verle o llamarle ‘de Pascuas a Ramos’; por no aceptar una
palabra desde la fe para iluminar esa vida; por mostrarte indiferente ocultando
así una envidia que corroe por dentro hasta ser como una silla más que ocupa un espacio
que con la misma agilidad sigilosa aparece como desaparece de la asamblea celebrativa.
Cada cual sabe dónde «le aprieta el zapato». Ahora nos damos cuenta cómo el pecado personal hace daño a la
Comunidad porque hemos desviado la mirada del Señor, Nuestro Dios.
Dios quiere que volvamos a Él
teniendo ratos de intimidad con Él. Nos dice la Palabra: «Tú,
en cambio cuando hagas limosna (…), tú cuando ores (…), tú cuando ayunes,
cierra la puerta (…), [haz limosna, ora, ayuna] y tu Padre que ve en lo
secreto, te lo recompensará» (EVANGELIO Mt, 6, 1-6. 16-18).
Estemos con Jesucristo, dejemos
que su amor nos cale por dentro y sólo así podremos ser «hijos
de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda
la lluvia a justos e injustos» (Mt 5, 45).
1 comentario:
Hay momentos en mi vida que he estado más o menos en unión con Cristo. Pero estoy pasando por momentos de mucha frialdad dado a la incomprensión, el no ver tan claro a Dios en la forma o en la confesión. También es verdad que de mí no sale rezar por mi cuenta porque realmente no se hacerlo ¿Eso es que no creo realmente? ¿Qué debo hacer? Muchas gracias por las homilías, ayudan mucho.
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