DOMINGO VI DEL TIEMPO
PASCUAL, ciclo b
Resulta sorprendente cuando uno
escucha las conversaciones de algunas personas. Los unos preocupados por el
dinero que gastan y de lo poco que ganan. Los otros que organizan su día y
dejan otras cosas muy importantes para poder ver la retrasmisión del partido de
fútbol en la televisión o el poder jugar con los amigos. Les hay también de los
que están desando que llegue el fin de semana o las vacaciones para desconectar
de todo y desinhibirse haciendo cosas que no les llevan a ningún buen puerto.
También están los quejosos, a los que yo llamo ‘el enanito gruñón’ que siempre
están refunfuñando porque las cosas no salen como ellos desean y lo terminan
descargando y pagando con aquellos que le rodean. Cada cual tiene algo sobre lo
que va girando su vida y todo su quehacer. La vida de estos hombres se asemeja
a un pájaro que entra en una sala, de un par de vueltas y desaparece por la
ventana por donde anteriormente había entrado. La vida vivida así no tiene
sentido; es la vaciedad.
Hoy se nos relata cómo a uno de esos
hombres le ha cambiado totalmente la vida. El potente despertador de la Palabra
de Dios le ha hecho espabilar. Ese hombre tiene un nombre, Cornelio. Cornelio
está convencido que el mensaje que Pedro le va a comunicar es de capital
importancia para su vida y la de su familia. Para muchos cristianos de hoy por
hoy, de los que nos encontramos por la calle, o incluso de los que acuden a los
actos litúrgicos, no han llegado a descubrir la capital importancia del mensaje
de Cristo para su vida. Se dicen cristianos pero viven en realidad como paganos.
Se han amoldado a los criterios de este mundo y piden ayuda a Dios para que sus
cosas sean como ellos desean que sean. Por lo tanto no cabe la lucha interna ni
ese deseo que le mueve a uno a buscar la voluntad de Dios para poderla así
realizar.
Cornelio al escuchar y acoger el mensaje de Pedro se
dio cuenta de que todas las dificultades que tenía, que aquello que le impedía
amar de verdad a su esposa y a sus hijos, que aquel apego al dinero que tenía,
que aquellos afectos desordenados que le estaban torturando, que todo aquello
que le había hecho pasar noches sin dormir se puede superar confiando y
poniendo toda su vida en las manos de Cristo Jesús, el Señor. Se dio cuenta de
cómo la venganza solo crea insatisfacción cuando se realiza y de cómo el perdón
genera paz en el alma. Se dio cuenta de cómo trabajando con alma, corazón y
vida en esta tierra, mirando hacia lo alto para poder discernir sobre cuál es
la voluntad de Dios y suplicar la fuerza de lo alto y teniendo los brazos
tendidos para ayudar a todos los hombres, sus hermanos, era cómo él y los suyos
podían ser rescatados por el amor de Dios. Esto es la cruz, bien incrustada en
la tierra, mirando hacia lo alto y con ese tronco horizontal que abarca a toda la
humanidad en el abrazo fraterno del Padre Dios. Cornelio, como padre de
familia, se pondría de rodillas en su casa, ante sus hijos para rezar a Dios, a
lo que sus propios hijos reconocerían que su propio padre reconocía a una
autoridad divina y que le obedecía porque le amaba. Cornelio dejaría de tratar
ásperamente a su esposa, para tratarla como una igual, como alguien puesta en
su camino para amarla con todo su corazón para así amar a Cristo y santificarse
en el amor. Cornelio dejaría de ponerse nervioso cuando se aproximaba la hora
de irse a tomar unos vinos y así el poder frecuentar tanto esas tabernas donde
acababa más cargado de la cuenta de alcohol para olvidarse de sus problemas y
hacer lo que le daba la gana tratando bruscamente con aquellos con los que se
relacionaba. Cornelio dejaría de lado su comodidad, el estar tumbado en el sofá
o el realizar sus manías/rutinas para
ayudar a sus hijos en los deberes, para llevarles a la escuela, para hacer la
compra y ayudar en las tareas del hogar, empezaría a ir muriendo a sí mismo y a
su propia comodidad para que los otros puedan vivir. Cornelio descubriría que
esos hijos que tiene con su esposa no son de su propiedad, sino que son un
cometido que Dios le ha otorgado para que les eduque, les ame y les forme como
futuros cristianos. Cornelio sabía de la capital importancia que tenía aquellas
palabras de Pedro (PRIMERA LECTURA, Hechos de los
Apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48).
Por eso en la epístola de San Juan (SEGUNDA LECTURA, 1º carta del Apóstol San Juan 4, 7-10)
nos dice que «en esto se
manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo
único, para que vivamos por medio de Él». Esto es
precisamente lo que Cornelio y toda su familia descubrieron, el vivir por medio
de Cristo poniendo a Cristo en el centro de todas sus aspiraciones. De ahí que
«el
Señor revela a las naciones su justicia» (SALMO
RESPONSORIAL, Sal. 97, 1. 2-3ab. 3cd-4).
De ahí que el Señor Jesús nos pide
que permanezcamos en su amor, porque Él mismo sabe que no es fácil, que es una
continua lucha, pero que contamos con su espíritu. Es como si uno estuviera en
el centro de un gran campo de futbol donde en las gradas de la izquierda
estuviera a rebosar de gente que te gritara que hicieras con tu vida lo que te
venga en gana, que para eso es tuya. Mientras que en las gradas de la derecha
solamente estuviera Cristo mirándote con ternura y con infinito amor. Esa
mirada con infinito amor de Jesucristo es la que nos da las fuerzas para
poderle ser fiel y así permanecer en su amor. (EVANGELIO,
San Juan 15, 9-17).
Palencia,
6 de mayo de 2018
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