domingo, 6 de mayo de 2018

Homilía del Domingo VI del Tiempo Pascual, ciclo b


DOMINGO VI DEL TIEMPO PASCUAL, ciclo b
            Resulta sorprendente cuando uno escucha las conversaciones de algunas personas. Los unos preocupados por el dinero que gastan y de lo poco que ganan. Los otros que organizan su día y dejan otras cosas muy importantes para poder ver la retrasmisión del partido de fútbol en la televisión o el poder jugar con los amigos. Les hay también de los que están desando que llegue el fin de semana o las vacaciones para desconectar de todo y desinhibirse haciendo cosas que no les llevan a ningún buen puerto. También están los quejosos, a los que yo llamo ‘el enanito gruñón’ que siempre están refunfuñando porque las cosas no salen como ellos desean y lo terminan descargando y pagando con aquellos que le rodean. Cada cual tiene algo sobre lo que va girando su vida y todo su quehacer. La vida de estos hombres se asemeja a un pájaro que entra en una sala, de un par de vueltas y desaparece por la ventana por donde anteriormente había entrado. La vida vivida así no tiene sentido; es la vaciedad.
            Hoy se nos relata cómo a uno de esos hombres le ha cambiado totalmente la vida. El potente despertador de la Palabra de Dios le ha hecho espabilar. Ese hombre tiene un nombre, Cornelio. Cornelio está convencido que el mensaje que Pedro le va a comunicar es de capital importancia para su vida y la de su familia. Para muchos cristianos de hoy por hoy, de los que nos encontramos por la calle, o incluso de los que acuden a los actos litúrgicos, no han llegado a descubrir la capital importancia del mensaje de Cristo para su vida. Se dicen cristianos pero viven en realidad como paganos. Se han amoldado a los criterios de este mundo y piden ayuda a Dios para que sus cosas sean como ellos desean que sean. Por lo tanto no cabe la lucha interna ni ese deseo que le mueve a uno a buscar la voluntad de Dios para poderla así realizar.
Cornelio al escuchar y acoger el mensaje de Pedro se dio cuenta de que todas las dificultades que tenía, que aquello que le impedía amar de verdad a su esposa y a sus hijos, que aquel apego al dinero que tenía, que aquellos afectos desordenados que le estaban torturando, que todo aquello que le había hecho pasar noches sin dormir se puede superar confiando y poniendo toda su vida en las manos de Cristo Jesús, el Señor. Se dio cuenta de cómo la venganza solo crea insatisfacción cuando se realiza y de cómo el perdón genera paz en el alma. Se dio cuenta de cómo trabajando con alma, corazón y vida en esta tierra, mirando hacia lo alto para poder discernir sobre cuál es la voluntad de Dios y suplicar la fuerza de lo alto y teniendo los brazos tendidos para ayudar a todos los hombres, sus hermanos, era cómo él y los suyos podían ser rescatados por el amor de Dios. Esto es la cruz, bien incrustada en la tierra, mirando hacia lo alto y con ese tronco horizontal que abarca a toda la humanidad en el abrazo fraterno del Padre Dios. Cornelio, como padre de familia, se pondría de rodillas en su casa, ante sus hijos para rezar a Dios, a lo que sus propios hijos reconocerían que su propio padre reconocía a una autoridad divina y que le obedecía porque le amaba. Cornelio dejaría de tratar ásperamente a su esposa, para tratarla como una igual, como alguien puesta en su camino para amarla con todo su corazón para así amar a Cristo y santificarse en el amor. Cornelio dejaría de ponerse nervioso cuando se aproximaba la hora de irse a tomar unos vinos y así el poder frecuentar tanto esas tabernas donde acababa más cargado de la cuenta de alcohol para olvidarse de sus problemas y hacer lo que le daba la gana tratando bruscamente con aquellos con los que se relacionaba. Cornelio dejaría de lado su comodidad, el estar tumbado en el sofá o el realizar sus  manías/rutinas para ayudar a sus hijos en los deberes, para llevarles a la escuela, para hacer la compra y ayudar en las tareas del hogar, empezaría a ir muriendo a sí mismo y a su propia comodidad para que los otros puedan vivir. Cornelio descubriría que esos hijos que tiene con su esposa no son de su propiedad, sino que son un cometido que Dios le ha otorgado para que les eduque, les ame y les forme como futuros cristianos. Cornelio sabía de la capital importancia que tenía aquellas palabras de Pedro (PRIMERA LECTURA, Hechos de los Apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48).
            Por eso en la epístola de San Juan (SEGUNDA LECTURA, 1º carta del Apóstol San Juan 4, 7-10) nos dice que «en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él». Esto es precisamente lo que Cornelio y toda su familia descubrieron, el vivir por medio de Cristo poniendo a Cristo en el centro de todas sus aspiraciones. De ahí que «el Señor revela a las naciones su justicia» (SALMO RESPONSORIAL, Sal. 97, 1. 2-3ab. 3cd-4).
            De ahí que el Señor Jesús nos pide que permanezcamos en su amor, porque Él mismo sabe que no es fácil, que es una continua lucha, pero que contamos con su espíritu. Es como si uno estuviera en el centro de un gran campo de futbol donde en las gradas de la izquierda estuviera a rebosar de gente que te gritara que hicieras con tu vida lo que te venga en gana, que para eso es tuya. Mientras que en las gradas de la derecha solamente estuviera Cristo mirándote con ternura y con infinito amor. Esa mirada con infinito amor de Jesucristo es la que nos da las fuerzas para poderle ser fiel y así permanecer en su amor. (EVANGELIO, San Juan 15, 9-17).



Palencia, 6 de mayo de 2018

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