PENTECOSTÉS 2018, ciclo b
Cuando uno hace un corte trasversal
en el tronco de un árbol puede observar los diversos anillos de crecimiento.
Esos anillos nos hablan de su vida, del primer año de crecimiento, de las
épocas de lluvia y de sequía, las cicatrices ocasionadas por algún incendio.
Los árboles tienen memoria de lo experimentado y vivido.
Jesucristo resucitado, cuando se
hizo el encontradizo a esos dos discípulos desanimados y desalentados camino de
Emaús, hablando entre ellos de lo acontecido por aquel entonces en Jerusalén (cfr.
Lc 24, 13-35) les hizo una pregunta: «¿Qué
conversación es la que lleváis por el camino?». Jesucristo sabía
perfectamente lo que allí había acontecido, porque precisamente era Él el
principal implicado en los sucesos, pero Cristo deseaba que ellos le dijeran
cómo lo habían vivido. Que le mostrasen el fruto o resultado de lo sufrido, de
lo llorado, de las alegrías, de lo compartido y de lo rezado.
La vida personal y la vida
comunitaria tienen gran parecido a esos diversos anillos de crecimiento de los
árboles. Unos cristianos que rezan ya sea en soledad como en comunidad, que se
preocupan los unos de los otros porque les mueve el amor, cuando se van
acumulando experiencias pascuales en cada uno y en la misma comunidad, cuando
se da la comunión entre los hermanos… tanto ese cristiano como esa comunidad
cristiana hablan al mundo tal y como lo hace ese tronco cortado por la sierra.
Sin embargo nosotros no nos hacemos
a nosotros mismos, sino que es el «Señor y dador de vida» el que nos hace, aquel que «manda su luz desde el cielo», aquel que «infunde calor de vida en el hielo». Cristo nos dice: «Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Como dice
la Escritura, de lo más profundo de todo aquél que crea en mí brotarán ríos de
agua viva»
(Jn 7, 37-38). Por lo tanto Jesucristo nos está indicando que nos tenemos que
hidratar, que es necesario que bebamos de su agua. Porque ¿qué pasa si uno no
se hidrata del agua del Señor? Que muere deshidratado, que su matrimonio ‘hará
aguas por todas partes’; que ese noviazgo será muy mundano y allá casi ni
cuenta nada Dios; que uno no podrá llegar a descubrir cuál es la vocación que
el mismo Dios le tiene destinado, etc.
Pero también puede ser que uno se acerque al caño de
la fuente y en vez de beber empiece a jugar con el agua y a derramarlo por
todas partes. Esto de desperdiciar derramando el agua puede ocurrir a
cristianos que están físicamente dentro de la Iglesia, se han acostumbrado a
estar dentro pero no estando atentos a lo que el Espíritu de Dios quiere de
ellos. De otro modo ¿cómo se puede llegar a entender que un cristiano
‘practicante’ no pueda perdonar de corazón a un hermano y no rece por él? ¿Cómo
puede ser posible que un cristiano tenga apego al dinero y piense acumular
riquezas para uno mismo y no para Dios?
Una comunidad cristiana dirigida por el Espíritu Santo
es aquella que como resultado de todo lo vivido junto a Cristo Resucitado ha
descubierto que todo problema que no se tenga en cuenta la Palabra de Dios es
un problema sin resolver; ha descubierto que la indiferencia o el egoísmo
personal es algo que a uno le daña porque pierdes calidad en la relación con el
Señor; ha descubierto que con Dios todo se puede superar y ayuda a convertirnos
a Él porque todo forma parte de su historia de Salvación. Ha descubierto que la
comunidad no es algo, sino el encuentro con Alguien, con el Santo Espíritu del
Señor.
20 de mayo de 2018
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