domingo, 20 de mayo de 2018

Homilía de Pentecostés 2018


PENTECOSTÉS 2018, ciclo b
            Cuando uno hace un corte trasversal en el tronco de un árbol puede observar los diversos anillos de crecimiento. Esos anillos nos hablan de su vida, del primer año de crecimiento, de las épocas de lluvia y de sequía, las cicatrices ocasionadas por algún incendio. Los árboles tienen memoria de lo experimentado y vivido.
            Jesucristo resucitado, cuando se hizo el encontradizo a esos dos discípulos desanimados y desalentados camino de Emaús, hablando entre ellos de lo acontecido por aquel entonces en Jerusalén (cfr. Lc 24, 13-35) les hizo una pregunta: «¿Qué conversación es la que lleváis por el camino?». Jesucristo sabía perfectamente lo que allí había acontecido, porque precisamente era Él el principal implicado en los sucesos, pero Cristo deseaba que ellos le dijeran cómo lo habían vivido. Que le mostrasen el fruto o resultado de lo sufrido, de lo llorado, de las alegrías, de lo compartido y de lo rezado.
            La vida personal y la vida comunitaria tienen gran parecido a esos diversos anillos de crecimiento de los árboles. Unos cristianos que rezan ya sea en soledad como en comunidad, que se preocupan los unos de los otros porque les mueve el amor, cuando se van acumulando experiencias pascuales en cada uno y en la misma comunidad, cuando se da la comunión entre los hermanos… tanto ese cristiano como esa comunidad cristiana hablan al mundo tal y como lo hace ese tronco cortado por la sierra.
            Sin embargo nosotros no nos hacemos a nosotros mismos, sino que es el «Señor y dador de vida» el que nos hace, aquel que «manda su luz desde el cielo», aquel que «infunde calor de vida en el hielo». Cristo nos dice: «Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Como dice la Escritura, de lo más profundo de todo aquél que crea en mí brotarán ríos de agua viva» (Jn 7, 37-38). Por lo tanto Jesucristo nos está indicando que nos tenemos que hidratar, que es necesario que bebamos de su agua. Porque ¿qué pasa si uno no se hidrata del agua del Señor? Que muere deshidratado, que su matrimonio ‘hará aguas por todas partes’; que ese noviazgo será muy mundano y allá casi ni cuenta nada Dios; que uno no podrá llegar a descubrir cuál es la vocación que el mismo Dios le tiene destinado, etc.
Pero también puede ser que uno se acerque al caño de la fuente y en vez de beber empiece a jugar con el agua y a derramarlo por todas partes. Esto de desperdiciar derramando el agua puede ocurrir a cristianos que están físicamente dentro de la Iglesia, se han acostumbrado a estar dentro pero no estando atentos a lo que el Espíritu de Dios quiere de ellos. De otro modo ¿cómo se puede llegar a entender que un cristiano ‘practicante’ no pueda perdonar de corazón a un hermano y no rece por él? ¿Cómo puede ser posible que un cristiano tenga apego al dinero y piense acumular riquezas para uno mismo y no para Dios?
Una comunidad cristiana dirigida por el Espíritu Santo es aquella que como resultado de todo lo vivido junto a Cristo Resucitado ha descubierto que todo problema que no se tenga en cuenta la Palabra de Dios es un problema sin resolver; ha descubierto que la indiferencia o el egoísmo personal es algo que a uno le daña porque pierdes calidad en la relación con el Señor; ha descubierto que con Dios todo se puede superar y ayuda a convertirnos a Él porque todo forma parte de su historia de Salvación. Ha descubierto que la comunidad no es algo, sino el encuentro con Alguien, con el Santo Espíritu del Señor.


20 de mayo de 2018

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