LA SANTÍSIMA TRINIDAD, Ciclo B
Dios ha elegido a un pueblo de entre
los pueblos para hacer con ellos una alianza de amor. El pueblo pasa revista a
los grandes acontecimientos que ellos han vivido, gozado o padecido,
acontecimientos que les ha ido dando una identidad, una historia, una nota de
excelencia frente a dos demás pueblos. Y se dan cuenta de si el Señor no
hubiera estado de su parte ni siquiera serían un borroso recuerdo. El pueblo
cuando pasa por el corazón y por la memoria todo lo vivido es cuando ellos
proclaman ‘el credo’. No van a decir si la voz de Dios es aguda, si es alto o
delgado, si tiene panza o está musculoso... en primer lugar porque Dios es Dios
y nosotros sólo criaturas con una mente y un amor limitado. El ‘credo que ellos
hacen’ es resultado de lo que ellos han descubierto en los avatares de su
existencia.
Este pueblo elegido en su particular
‘credo’ tiene en su haber aquellos acontecimientos históricos que quisieron
recorrerlos al margen de Dios. Esta situación se asemeja a una persona que al
andar pisa mal desgastando antes una determinada parte del zapato que el del
resto, ya sea el tacón, la puntera o la suela del calzado. O de aquel que a
causa del dolor de una rodilla tiende a dejar caer todo el peso en la otra
rodilla, terminando dañando la buena y la propia cadera. O ese padre o madre de
familia que intenta estar muy entretenido fuera de casa –con reuniones, en el
trabajo, con sus amigos, en sus hobbies o entretenimientos- para estar poco
tiempo en casa porque ahí ni se encuentra querido ni aceptado. Y sin embargo en
todos los acontecimientos Dios se manifiesta. Dice Moisés al pueblo israelita: «¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la
voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?» (PRIMERA LECTURA Deuteronomio 4, 32-34. 39-40).El
fuego es lo que quema, lo que purifica, lo que genera dolor para que nos
podamos sanar. Dios nos habla también en medio de ese fuego.
Hacemos nuestras las palabras del Salmo Responsorial «nosotros guardamos al Señor: Él es nuestro
auxilio y escudo» (Sal. 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22
R) Y le aguardamos porque en este mundo nadie realmente nos auxilia y porque
los escudos que aquí se nos proporcionan son de pésima calidad, cualquier
flecha los puede atravesar.
Si
estamos resguardados en Cristo, ahí escondidos con Él en ese diálogo con aquel
que sabemos que nos ama, bebiendo de la fuente de agua viva de su Sabiduría
para tener el don del discernimiento para afrontar como cristianos la vida. En
el Libro de la Vida, la Santa Madre Teresa de Jesús para animarnos a la oración
y estar escondidos con Cristo en Dios nos dice: «Mas esto del Señor (que sabe
su Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto), que me ha en ello de
ayudar» (V 18,8). La oración es la golosina del alma, es el oxígeno en
los pulmones, en la sangre de nuestras venas, es la caricia de Dios en nuestra
alma. Dice Santa Teresa de Jesús: «Queda el alma de esta oración y unión con
grandísima ternura, de manera que se querría deshacer, no de pena, sino de unas
lágrimas gozosas. Hállase bañada de ellas sin sentirlo, ni saber cuándo ni cómo
las lloró; mas dale gran deleite ver aplacado aquel ímpetu de fuego con agua
que le hace más crecer» (V. 19,1).
En
la vida cristiana nos debería de suceder lo que nos dice el apóstol San Pablo «ese
Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde» porque nos
dejamos llevar por el Espíritu de Dios (SEGUNDA LECTURA San Pablo a los Romanos
8, 14-17). Hace unos días veía por la calle a una niña que tenía un berrinche
en medio de la calle y no quería acompañar a su madre. Su madre la tuvo que
coger por el brazo para llevarla a la fuerza. ¿Nos pasa lo mismo con el
Espíritu de Dios? ¿Nuestro espíritu también da berrinches por la calle como esa
niña o nos fiamos de las insinuaciones que Él nos proporciona en el alma por
medio de la oración?
Yo
no he visto a Cristo, pero sé que todo lo que Dios ha dicho lo ha cumplido, y
esta es mi esperanza, sabiendo que Cristo está presente porque Él mismo lo
prometió: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo» (EVANGELIO San Mateo 28, 16-20).
27
de mayo de 2018
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