domingo, 4 de febrero de 2018

Homilía del Quinto Domingo del Tiempo Ordinario,ciclo b

QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b

            Dios conoce nuestra debilidad y de nuestros pecados. De nuestra debilidad en cuanto a la enfermedad y a todo aquello que nos hace sufrir y del modo de cómo lo afrontamos. De hecho hoy la Palabra nos presenta a un Job de lo más pesimista. Está atravesando momentos muy duros de dolor y de prueba. Es más, Job está en medio de la prueba: un hombre de conducta intachable, que poseía siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, seiscientas asnas, gran cantidad de criados, y tenía a una esposa con siete hijos y tres hijas. Y de la noche a la mañana pierde todo cayendo en la más de las absolutas de las miserias. Y encima su salud se empezó a resquebrajar con una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla que le hacía sufrir lo que no está escrito. Job está en medio de esta gran prueba del dolor: Arruinado y enfermo.  
            Se podría pensar, que como uno cumple con Dios, que reza, que hace limosna, ayuna… pues como que Dios tiene la obligación de protegernos de estos males. Tratamos a Dios como una especie de seguro que garantice nuestro bienestar. De hecho hay gente que, ante una desgracia nos dice: ¿Dónde está tu Dios ahora? Mucho ir a Misa y ahora te has quedado en el paro, o ese hijo te ha salido drogadicto, o tu esposa o tu esposo se ha ido con otro, tienes que estar soportando a tu padre o a tu madre cuando tus hermanos se han desentendido de ellos… Es el momento de la prueba. Y el autor del libro de Job, que era un gran sabio, se asoma al mundo que nos rodea para observarlo en profundidad y recurre a tres oficios duros y difíciles: la vida como un servicio militar que lleva añeja una disciplina inhumana; el esclavo que trabaja de sol a sol en condiciones lamentables; y como el jornalero que aspira al final de la jornada para recibir el salario y descansar como en un oasis. De hecho muchos viven así y no son capaces de abrir los oídos a aquello que Dios les está diciendo para que se puedan salvar y vivir. El Demonio se ha obcecado/empeñado en que nosotros no aceptemos nuestra propia historia. El Demonio quiere que renegamos de la historia de salvación que Dios está haciendo con cada uno, argumentando que Dios no sabe lo que necesitamos y que Dios nos da lo que él quiere y no lo que nosotros queremos. Nos dice, ¿dónde está tu Dios ahora que tu esposa se ha ido con otro? ¿Por qué no buscas tu propia satisfacción, tu propio desahogo y te buscas a otra y retomas tu vida? ¿Es que acaso no tienes derecho a hacerlo? A lo que el Demonio se aprovecha de nuestra debilidad en medio de las adversidades para poder ‘sacar tajada’ y nosotros picamos el anzuelo con gran facilidad.
            Buscamos y buscamos mal porque deseamos que Jesucristo nos solucione nuestros problemas y que nos quiete esa cruz que tenemos sobre nuestras espaldas: esa hipoteca de la casa, esa enfermedad que nos atormenta, esa esposa o esposo infiel, esa adicción al alcohol o a las drogas, ese afán de tener y tener cosas que te roba todo el tiempo de estar con los tuyos y de cumplir con las demás obligaciones… cada cual tiene su propia cruz. Pedimos y pedimos mal porque deseamos que se nos quite esa cruz pesada sobre nuestras espaldas. Nos dice el Evangelio que «la población entera se agolpaba a la puerta». Se agolpaban a la puerta porque ellos querían quitarse del medio esa enfermedad, esa dolencia, esa marginación… El Demonio nos plantea hacer un chantaje a Dios para que cambie los planes de Dios para nosotros. El Demonio nos mal aconseja susurrándonos al oído que obliguemos a Dios a que cambie nuestra historia, que cambie aquellos planes que Él tiene para nosotros porque no queremos sufrir. El Demonio sabe que si aceptamos nuestra cruz nos vamos a salvar. Y el Demonio esto no lo va a permitir. Mas la Palabra nos exhorta con voz potente: «No tentarás al Señor tu Dios». No podemos obligar a Dios a cambiar nuestra historia en beneficio propio. El Diablo nos dice que Dios no nos quiere, y que el sufrimiento que tenemos es absurdo, que es un sinsentido que lo podemos evitar sin tener repercusiones ni efectos secundarios. Esto nos dice el padre de la mentira. El Diablo lo que no quiere es que descubramos la verdad. Y la verdad es que Dios ha permitido algo en tu vida para permitir un encuentro con Él. Los apóstoles decían a Jesús «todo el mundo te busca», pero buscaban mal. Muchos eran los que apretujaban a Jesús cuando iba por las calles y notó que una mujer le había tocado con gran fe el borde de su manto. Era aquella mujer que sufría hemorragias desde hacía doce años.  Ella aceptaba su historia y quería del Espíritu del Señor para poder llevar aquella cruz tan pesada. O que ciego sentado al borde del camino, Bartimeo, el hijo de Timeo, que al sentir que Jesucristo pasaba por allí empezó a gritar a pleno pulmón: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». A lo que el Señor se paró ante él y le preguntó que qué quería. ¿Qué le pediríamos nosotros al Señor? Le pediríamos su Espíritu Santo para tener el don  del discernimiento para poder aceptar el dolor y aceptar todo el sufrimiento de nuestra historia como un acontecimiento para nuestra salvación. Recordemos que el Señor es el único que sana los corazones destrozados, tal y como hemos rezado en el Salmo responsorial.

Jesucristo anda sobre las aguas del lago, en aquella noche oscura mientras los apóstoles estaban muy lejos de la orilla con su barca, sacudida por las olas. El mar, aquel lago que representa nuestro dolor, nuestras preocupaciones, nuestras pesadillas, todo el sufrimiento interno y externo, todo lo que nos genera muerte…y Jesús andando sobre todo ello, andando sobre el agua. Y andando de noche, cuando todos los espíritus del mal andan sueltos, cuando la maldad se incrementa y todos se aprovechan por la oscuridad. Jesús anda en medio de nuestra noche para velar por nosotros, para cuidarnos, para conducirnos ante el Padre, para convertir la noche en tiempo de salvación. Y se acerca andando a la barca, sobre el lago y en plena noche cerrada. Los apóstoles muertos de miedo porque creían ver un fantasma, porque esa situación de dolor les estaba superando, porque esa infidelidad conyugal ha herido casi mortalmente el matrimonio, porque ese hijo drogadicto está matando a disgustos a sus padres…todos muertos de miedo porque creían ver un fantasma. Mas el Señor nos dice: «No temáis, soy yo». Y Pedro le respondió: «Si eres tú, mándame ir hacia tí», a lo que el Señor le contestó: «Ven». A lo que cada uno de nosotros le decimos al Señor: En mitad de mi dolor, de mis preocupaciones, de mi enfermedad, de mi muerte, de mi pecado, de las preocupaciones y sufrimientos familiares y personales…en medio de nuestro mar… el Señor nos dice: «No temáis, soy yo». A lo que nosotros le suplicaremos: si eres tú Señor, mándanos ir hacia ti… porque contigo Señor, «la tiniebla se convierte en luz y lo escabroso en llano» (Is 42, 16). 

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