DOMINGO XI DEL TIEMPO
ORDINARIO, ciclo C
12 de junio de 2016
En las lecturas de hoy, el Señor nos
muestra los efectos corrosivos del pecado. Todo parece empezar con un 'tu tranquilo, que yo controlo', 'todos lo hemos hecho o lo hacemos' o el
famoso 'yo sé lo que me hago'. O sea,
el anzuelo está puesto en la caña de pescar y la caña ya está dispuesta para capturar a su presa. Y como somos tan
poco inteligentes empezamos a tontear con el anzuelo hasta que lo mordemos.
Resulta curioso, somos más frágiles que unas vasijas de barro y nos creemos más
resistentes que el mejor de los aceros. La soberbia nos impide reconocer y ser
coherentes con nuestra propia realidad. ¿Conocen a alguien que se le ocurra
emplear como martillo una pieza fina de porcelana? Pues hermanos, nosotros lo
hacemos con nuestra vida.
En la primera de las lecturas nos encontramos al
rey David que está siendo que está siendo severamente reprendido por el profeta
Natán. Nos cuenta la Sagrada Escritura (2 Sm 12,1) que «el Señor envió al profeta Natán, que se presentó a David (…)». Es
Dios quien envía a su profeta para buscar la conversión del rey David, para que
reconozca su pecado, pida perdón y haga penitencia de reparación. Y hoy y aquí el Señor nos envía su Palabra para que
veamos cada cual cómo camina en su vida cristiana. Nos cuenta la Sagrada
Escritura que «David, una tarde, después
de la siesta, paseando por la terraza del palacio vio a una mujer muy hermosa
que se estaba bañando». ¿Acaso la mirada de David hacia esa mujer se caracterizaba
por la pureza y el pudor? Parece que no, porque el rey haciendo uso de su poder
mandó que se informasen acerca de ella y que se lo dijeran. Si el rey David ante el pecado concreto de
desear poseer a esa mujer con la mirada se hubiera tenido la respuesta pronta
al arrepentimiento, y ese arrepentimiento hubiese tenido un propósito de
enmienda, ese pecado hubiera sido una
cosa puntual y el fuego hubiera quedado sofocado sin causar daño. Sin
embargo David no obró conforme a la ley de Dios. David mordió de lleno el
anzuelo puesto por Satanás, porque el
pecado crea facilidad para el pecado. Al no reaccionar ante el pecado se ha
generado un vicio, una proclividad hacia el pecado. Por eso es tan importante
que cuando uno va a confesarse se diga -sin caer en la conciencia escrupulosa-
si ese pecado se ha caído una vez o las veces que hayan sido. No es lo mismo
que un pecado haya sido puntual o que haya sido repetido llegando, incluso, a
crear un vicio.
El hombre en su conciencia tiene una serie de fronteras morales,
donde uno se propone seriamente el 'no caer en ese error', 'no quiero nunca
pasar esa frontera'. Pero cuando alguien rompe una frontera moral que él mismo
se había prometido que 'eso yo no lo haré nunca', pero que acaba cayendo. Ante
esto tenemos dos alternativas: el arrepentimiento pronto y profundo; pero
también una segunda alternativa, la de
la auto-decepción y se termine auto-justificando y lejos de ser humilde y
acaba cayendo en una repetición de ese pecado. Esto puede provocar que una
serie de fronteras morales que nos
habíamos puesto acaben hechas añicos, y todo queda en un ideal de papel de
fumar, en papel mojado. Esto conlleva una voluntad debilitada, una prontitud al
pecado, una inclinación más acentuada para pecar. Si uno se queda caído en
medio del fango y lo ve como algo normal. Es más, se da el caso que cuando uno
cae en un determinado pecado, le duele, pero se dice que una vez que 'se ha
metido ya la pata' que mas da una vez o mil, o sea 'de perdidos al río'. Ya uno
piensa, ¡qué más da cinco que quinientos!, una vez que uno está sucio, ¡qué más
da!, como si uno tuviera 'barra libre' para seguir pecando hasta que uno vaya a
la 'lavadora'. Y esta reacción es absolutamente nefasta. Y esto delata que uno
no tiene un verdadero dolor de los pecados, porque no es lo mismo 'abofetear a
una persona' una vez que cinco o quinientas veces. En el fondo es un orgullo
herido por haber fallado y no hay dolor por los pecados cometidos. Y el pecado
crea facilidad para el pecado.
David manda a unos a que se la trajeran, y cuando llegó se
acostó con Betsabé, sabiendo que era una mujer casada. Lo curioso es que ni
siquiera se tomó la molestia de invitarla a cenar, a dar un paseo o irla
conociendo poco a poco, él 'entró a saco'. Y con el pecado pasa como con el
agua que cae por las laderas de los montes o montañas que van creando pequeños
surcos y cada vez que llueve el agua corre por allí. El pecado debilita la
voluntad y nubla el entendimiento. Su proceder ha quedado tan dañado por el
pecado que se deja llevar por su dañina dinámica: David intenta ocultar su
pecado al acostarse con Betsabé, ella queda embarazada,
por
eso David intenta varias veces que Urías vaya a su casa -incluso le llega a
emborrachar y le envía regalos- para que se acostase con su esposa y crea que
el niño sea suyo. Pero Urías no acude a su casa ni tiene relaciones conyugales
con su esposa, luego las cosas se le complican demasiado a David. Y como, aún
así, no se ha arrepentido ni ha reparado el daño que su pecado ha ocasionado,
él sigue endureciendo su corazón y cegando su entendimiento y envía a Urías
-que era el que le estaba ahora molestando- a primera línea de batalla donde
tiene una muerte segura. Si el rey David
hubiese tenido una respuesta pronto de arrepentimiento a su pecado…, no
hubiera cometido adulterio con Betsabé, no hubiera tenido un hijo con una mujer
casada, no se hubiera roto la cabeza pensando cómo engañar a Urías para que
creyese que ese hijo era suyo, no hubiera causado escándalo por su conducta y
no sería responsable directo de la muerte de un hombre inocente.
David se auto-justificó en su pecado,
hizo añicos algunas de sus barreras morales que se había propuesto jamás
atravesar; no se arrepintió inmediatamente por el mal ocasionado, sino que
convivió con él y se quedó postrado en medio de fango empezando a entender como
normal cosas y comportamientos que antes no hubiera dudado ni un segundo en
rechazar de plano.
En cambio en el Evangelio encontramos
a una mujer con una reputación bastante mala que nos muestra la otra
alternativa. David optó por auto-justificarse, en cambio esta mujer pecadora ha
elegido el arrepentimiento pronto y
profundo. Y por eso ella salió perdonada de ese encuentro con Jesús y se
convirtió en una cristiana, en una mujer nueva.
En cambio los que estaban allí viendo
la escena de esa mujer ungiendo los pies de Jesús se dedicaban a hacer juicios negativos contra esa mujer y contra Jesús
al permitir que le tocase los pies. Jesús les invita a que reflexionen y conozcan cuál es el pecado capital que les está
gobernando y así descubran la causa
de ese juicio, porque del mismo modo que uno si tiene fiebre es porque algo no
va bien en el organismo, que ellos se examinen porque proceden de un modo que
está tan lejos del amor de Dios.
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