sábado, 11 de junio de 2016

Homilía del Domingo XI del Tiempo Ordinario, ciclo C

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo C                12 de junio de 2016
            En las lecturas de hoy, el Señor nos muestra los efectos corrosivos del pecado. Todo parece empezar con un 'tu tranquilo, que yo controlo', 'todos lo hemos hecho o lo hacemos' o el famoso 'yo sé lo que me hago'. O sea, el anzuelo está puesto en la caña de pescar y la caña ya está dispuesta  para capturar a su presa. Y como somos tan poco inteligentes empezamos a tontear con el anzuelo hasta que lo mordemos. Resulta curioso, somos más frágiles que unas vasijas de barro y nos creemos más resistentes que el mejor de los aceros. La soberbia nos impide reconocer y ser coherentes con nuestra propia realidad. ¿Conocen a alguien que se le ocurra emplear como martillo una pieza fina de porcelana? Pues hermanos, nosotros lo hacemos con nuestra vida.
            En la  primera de las lecturas nos encontramos al rey David que está siendo que está siendo severamente reprendido por el profeta Natán. Nos cuenta la Sagrada Escritura (2 Sm 12,1) que «el Señor envió al profeta Natán, que se presentó a David (…)». Es Dios quien envía a su profeta para buscar la conversión del rey David, para que reconozca su pecado, pida perdón y haga penitencia de reparación. Y hoy y  aquí el Señor nos envía su Palabra para que veamos cada cual cómo camina en su vida cristiana. Nos cuenta la Sagrada Escritura que «David, una tarde, después de la siesta, paseando por la terraza del palacio vio a una mujer muy hermosa que se estaba bañando». ¿Acaso la mirada de David hacia esa mujer se caracterizaba por la pureza y el pudor? Parece que no, porque el rey haciendo uso de su poder mandó que se informasen acerca de ella y que se lo dijeran. Si el rey David ante el pecado concreto de desear poseer a esa mujer con la mirada se hubiera tenido la respuesta pronta al arrepentimiento, y ese arrepentimiento hubiese tenido un propósito de enmienda, ese pecado hubiera sido una cosa puntual y el fuego hubiera quedado sofocado sin causar daño. Sin embargo David no obró conforme a la ley de Dios. David mordió de lleno el anzuelo puesto por Satanás, porque el pecado crea facilidad para el pecado. Al no reaccionar ante el pecado se ha generado un vicio, una proclividad hacia el pecado. Por eso es tan importante que cuando uno va a confesarse se diga -sin caer en la conciencia escrupulosa- si ese pecado se ha caído una vez o las veces que hayan sido. No es lo mismo que un pecado haya sido puntual o que haya sido repetido llegando, incluso, a crear un vicio.
            El hombre en su conciencia tiene una serie de fronteras morales, donde uno se propone seriamente el 'no caer en ese error', 'no quiero nunca pasar esa frontera'. Pero cuando alguien rompe una frontera moral que él mismo se había prometido que 'eso yo no lo haré nunca', pero que acaba cayendo. Ante esto tenemos dos alternativas: el arrepentimiento pronto y profundo; pero también una segunda alternativa, la de la auto-decepción y se termine auto-justificando y lejos de ser humilde y acaba cayendo en una repetición de ese pecado. Esto puede provocar que una serie de fronteras morales que nos habíamos puesto acaben hechas añicos, y todo queda en un ideal de papel de fumar, en papel mojado. Esto conlleva una voluntad debilitada, una prontitud al pecado, una inclinación más acentuada para pecar. Si uno se queda caído en medio del fango y lo ve como algo normal. Es más, se da el caso que cuando uno cae en un determinado pecado, le duele, pero se dice que una vez que 'se ha metido ya la pata' que mas da una vez o mil, o sea 'de perdidos al río'. Ya uno piensa, ¡qué más da cinco que quinientos!, una vez que uno está sucio, ¡qué más da!, como si uno tuviera 'barra libre' para seguir pecando hasta que uno vaya a la 'lavadora'. Y esta reacción es absolutamente nefasta. Y esto delata que uno no tiene un verdadero dolor de los pecados, porque no es lo mismo 'abofetear a una persona' una vez que cinco o quinientas veces. En el fondo es un orgullo herido por haber fallado y no hay dolor por los pecados cometidos. Y el pecado crea facilidad para el pecado.
            David manda a  unos a que se la trajeran, y cuando llegó se acostó con Betsabé, sabiendo que era una mujer casada. Lo curioso es que ni siquiera se tomó la molestia de invitarla a cenar, a dar un paseo o irla conociendo poco a poco, él 'entró a saco'. Y con el pecado pasa como con el agua que cae por las laderas de los montes o montañas que van creando pequeños surcos y cada vez que llueve el agua corre por allí. El pecado debilita la voluntad y nubla el entendimiento. Su proceder ha quedado tan dañado por el pecado que se deja llevar por su dañina dinámica: David intenta ocultar su pecado al acostarse con Betsabé, ella queda embarazada,
por eso David intenta varias veces que Urías vaya a su casa -incluso le llega a emborrachar y le envía regalos- para que se acostase con su esposa y crea que el niño sea suyo. Pero Urías no acude a su casa ni tiene relaciones conyugales con su esposa, luego las cosas se le complican demasiado a David. Y como, aún así, no se ha arrepentido ni ha reparado el daño que su pecado ha ocasionado, él sigue endureciendo su corazón y cegando su entendimiento y envía a Urías -que era el que le estaba ahora molestando- a primera línea de batalla donde tiene una muerte segura. Si el rey David hubiese tenido una respuesta pronto de arrepentimiento a su pecado…, no hubiera cometido adulterio con Betsabé, no hubiera tenido un hijo con una mujer casada, no se hubiera roto la cabeza pensando cómo engañar a Urías para que creyese que ese hijo era suyo, no hubiera causado escándalo por su conducta y no sería responsable directo de la muerte de un hombre inocente.
            David se auto-justificó en su pecado, hizo añicos algunas de sus barreras morales que se había propuesto jamás atravesar; no se arrepintió inmediatamente por el mal ocasionado, sino que convivió con él y se quedó postrado en medio de fango empezando a entender como normal cosas y comportamientos que antes no hubiera dudado ni un segundo en rechazar de plano.
            En cambio en el Evangelio encontramos a una mujer con una reputación bastante mala que nos muestra la otra alternativa. David optó por auto-justificarse, en cambio esta mujer pecadora ha elegido el arrepentimiento pronto y profundo. Y por eso ella salió perdonada de ese encuentro con Jesús y se convirtió en una cristiana, en una mujer nueva.

            En cambio los que estaban allí viendo la escena de esa mujer ungiendo los pies de Jesús se dedicaban a hacer juicios negativos contra esa mujer y contra Jesús al permitir que le tocase los pies. Jesús les invita a que reflexionen y conozcan cuál es el pecado capital que les está gobernando  y así descubran la causa de ese juicio, porque del mismo modo que uno si tiene fiebre es porque algo no va bien en el organismo, que ellos se examinen porque proceden de un modo que está tan lejos del amor de Dios. 

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