domingo, 5 de junio de 2016

Homilía del Domingo X del Tiempo Ordinario, ciclo C

HOMILÍA DEL DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo C

            Nosotros sabemos que toda revitalización en la vida espiritual tiene su eco en el comportamiento para con nuestros hermanos y hacia nuestra relación personal con el mismo Dios. Esta revitalización, de la que todos tenemos experiencia, es una especie de imagen que nos prefigura algo más sorprendente que nos esperará en la eterna gloria. Uno puede ir por la calle y escuchar la interpretación de una pieza musical con violín, alzar la mirada y ver muchos pisos alrededor y no saber de dónde procede tal música. Si no tocase ese violín no percibiríamos su sonido. La Palabra de Dios resucita nuestra vida pecaminosa y eso es gracias a que en la Gloria, el Todopoderoso, tocando su particular sinfonía musical, nos irradia de su vida.
            Nos podemos encontrar con cristianos que están convencidos de tener una vida espiritual lúcida, brillante y espectacular. Sin embargo si es examinada a la luz de la Palabra de Dios puede que nos encontremos con un gran suspenso. Cuando un cristiano hace la opción por la conversión, poco a poco se van manifestando los cambios en el modo de proceder, ya que esa conversión iniciada tiene sus repercusiones que afectan directamente en lo cotidiano. Los cristianos no podemos ser como los barcos con el ancla echada al fondo del mar. Estar en la Iglesia supone e implica el estar dispuesto a cambiar, a dejarte ilusionar por lo que el Señor te vaya a plantear, a abrirte a la novedad de su Palabra. Si un cristiano está en contacto con el Señor pero luego nada cambia en esa persona, ahí hay algo que no funciona. Puedo estar toda la vida asistiendo a los diversos cultos en la Iglesia y pasar totalmente de Jesucristo. Un esposo o una esposa pueden estar juntos casados durante muchísimos años y lo único que les una sea el que se han acostumbrado el uno a otro, que viven bajo el mismo techo, que tienen su dinero en una misma cartilla bancaria y que hay hijos en común. Pero ¿dónde queda el deseo de seguir amándose y descubrir las novedades que te pueda brindar la otra persona?¿dónde queda ese actualizar ese proyecto de vida y amor en el matrimonio? ¿dónde queda esa complicidad, esa ternura, ese diálogo que brota del amor de aquel que ama y es amado? ¿dónde ese deseo de sorprender y obtener una sonrisa de ese ser amado? Si en un día lluvioso llevo puesto un buen impermeable el agua me mojará realmente muy poco. Si yo no espero que Cristo me ofrezca su palabra de novedad para mi vida y deseo que todo siga como siempre, me estaré engañando creyendo que soy el mejor de todos. Sin embargo, cuando Cristo interviene y uno le deja intervenir, todo cambia. Esa es la experiencia de Pablo en la segunda de las lecturas. Pablo de Tarso reconoce que su vida antes de conocer a Cristo era un sin sentido. Cierto que en aquel entonces creía que estaba haciendo lo correcto, pero la luz de Cristo le abrió el entendimiento para aceptar al que es la verdad en persona: Jesucristo. De las cenizas de su vida pasada el Señor sopló y de donde no había vida, la creó y abundante.

            Ojala tengamos una experiencia fuerte de Cristo que nos impulse a amarle con todas nuestras fuerzas y que eso tenga su repercusión siempre a favor de nuestros hermanos.

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