HOMILÍA
DEL DOMINGO X DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo C
Nosotros sabemos que toda
revitalización en la vida espiritual tiene su eco en el comportamiento para con
nuestros hermanos y hacia nuestra relación personal con el mismo Dios. Esta
revitalización, de la que todos tenemos experiencia, es una especie de imagen
que nos prefigura algo más sorprendente que nos esperará en la eterna gloria.
Uno puede ir por la calle y escuchar la interpretación de una pieza musical con
violín, alzar la mirada y ver muchos pisos alrededor y no saber de dónde
procede tal música. Si no tocase ese violín no percibiríamos su sonido. La
Palabra de Dios resucita nuestra vida pecaminosa y eso es gracias a que en la
Gloria, el Todopoderoso, tocando su particular sinfonía musical, nos irradia de
su vida.
Nos podemos encontrar con cristianos
que están convencidos de tener una vida espiritual lúcida, brillante y
espectacular. Sin embargo si es examinada a la luz de la Palabra de Dios puede
que nos encontremos con un gran suspenso. Cuando un cristiano hace la opción
por la conversión, poco a poco se van manifestando los cambios en el modo de
proceder, ya que esa conversión iniciada tiene sus repercusiones que afectan
directamente en lo cotidiano. Los cristianos no podemos ser como los barcos con
el ancla echada al fondo del mar. Estar en la Iglesia supone e implica el estar
dispuesto a cambiar, a dejarte ilusionar por lo que el Señor te vaya a
plantear, a abrirte a la novedad de su Palabra. Si un cristiano está en
contacto con el Señor pero luego nada cambia en esa persona, ahí hay algo que
no funciona. Puedo estar toda la vida asistiendo a los diversos cultos en la
Iglesia y pasar totalmente de Jesucristo. Un esposo o una esposa pueden estar
juntos casados durante muchísimos años y lo único que les una sea el que se han
acostumbrado el uno a otro, que viven bajo el mismo techo, que tienen su dinero
en una misma cartilla bancaria y que hay hijos en común. Pero ¿dónde queda el
deseo de seguir amándose y descubrir las novedades que te pueda brindar la otra
persona?¿dónde queda ese actualizar ese proyecto de vida y amor en el
matrimonio? ¿dónde queda esa complicidad, esa ternura, ese diálogo que brota
del amor de aquel que ama y es amado? ¿dónde ese deseo de sorprender y obtener
una sonrisa de ese ser amado? Si en un día lluvioso llevo puesto un buen
impermeable el agua me mojará realmente muy poco. Si yo no espero que Cristo me
ofrezca su palabra de novedad para mi vida y deseo que todo siga como siempre,
me estaré engañando creyendo que soy el mejor de todos. Sin embargo, cuando
Cristo interviene y uno le deja intervenir, todo cambia. Esa es la experiencia
de Pablo en la segunda de las lecturas. Pablo de Tarso reconoce que su vida
antes de conocer a Cristo era un sin sentido. Cierto que en aquel entonces
creía que estaba haciendo lo correcto, pero la luz de Cristo le abrió el
entendimiento para aceptar al que es la verdad en persona: Jesucristo. De las
cenizas de su vida pasada el Señor sopló y de donde no había vida, la creó y
abundante.
Ojala tengamos una experiencia
fuerte de Cristo que nos impulse a amarle con todas nuestras fuerzas y que eso
tenga su repercusión siempre a favor de nuestros hermanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario