sábado, 27 de febrero de 2016

Homilía del Tercer Domingo de Cuaresma, ciclo c

DOMINGO TERCERO DE CUARESMA, ciclo c
            El Evangelio nos narra cómo «un hombre había plantado una higuera en su viña». Es que resulta que en las viñas en Palestina están también plantadas con árboles frutales. Nos imaginamos que este hombre tenía su huerto, por donde paseaba y supervisaba los trabajos del hortelano. A lo que el dueño de la viña muestra su desagrado por la higuera que él mismo había plantado: «Ya hace tres años que vengo en busca de higos a esta higuera, pero nunca los encuentro». Nos dice la Sagrada Escritura que al árbol se le había concedido tres años. Pero esto realmente no es así, porque el libro del Levítico (Lv 19,23) establece, en primer lugar, «tres años para el crecimiento y durante este tiempo no se podrá comer de sus frutos». «En el cuarto año todos sus frutos serán consagrados festivamente al Señor. Y da un paso más el libro del Levítico diciendo que «en el quinto año ya se puede comer del fruto y almacenar su producto».  Por lo tanto esta higuera en cuestión ya tenía seis añoS desde su plantación. Seis años sin dar fruto, sin 'dar palo al agua'. Y además no hay esperanza de que de fruto. Ante esto surge la sentencia del dueño de la viña: «Así que córtala, para que no ocupe terreno inútilmente».  Podríamos pensar qué radical es este dueño. Es una persona que no tiene compasión de la pobre higuera, incluso podríamos llegar a disculpar a la higuera diciendo; «Pobrecita que no puede dar frutos». De pobrecita nada porque ella no está dispuesta a dar un paso en su periodo de conversión a pesar de las numerosas insistencia del dueño de la viña.
            Además, es preciso saber que esa higuera, lejos de aportar o enriquecer el terreno, lo que hace es absorber especialmente mucho alimento, a las cepas que le rodean les quita las sustancias nutritiva de la tierra. Es que resulta que cuando una persona no se plantea ni se pone 'manos a la obra' para convertirse es un auténtico estorbo para los demás. Una persona en una comunidad que no está dispuesta a convertirse es como un carro con una rueda bloqueda/inmovilizada. Porque el pecado personal impide que la gracia de Dios actúe con la plenitud que debería de actuar. Es como esa higuera que no daba fruto.
            Un ejemplo: Un hermano ante el modo de comportarse su hermano le realiza una corrección fraterna. Por cierto una corrección fraterna que es fruto del escrute de la Palabra y de la oración ante el Señor. El que recibe la corrección le responde de malos modos y además empieza albergar en su corazón un odio contra ese hermano. ¿No creen ustedes que la gracia de Dios ha caído en saco roto? Jesucristo quiere de nosotros frutos de conversión. Esa persona que ha sido corregida debería de haber reaccionado de un modo distinto fruto de todo lo que el Señor le hubiera aportado a su vida personal. Si reacciona de un modo violento es tanto como no tener en cuenta las sugerencias e indicaciones que Dios ha tenido para con él. Por eso se toma tantas molestias con cada uno.
            Lo curioso de todo esto es un elemento novedoso que entra en la parábola. En ningún pasaje del Antiguo Testamento se menciona el abono de una viña. Y menos aún que se tratase de abonar a una modesta higuera. El hortelano va a hacer, por tanto, lo desacostumbrado, y todo para intentar por todos los medios que dé fruto esa higuera.  Los pueblos semitas valoraban muchísimo la vegetación, los árboles, las plantas, justamente por el tipo de clima que tenían. De ahí que cortar un árbol es una desgracia. La imagen del árbol seco, caído o quemado aparece con frecuencia en la biblia como figura del pecador castigado. Y Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y que viva.
            Sigue diciéndonos el Evangelio: «Si al año que viene no ha dado fruto, la cortarás». Por lo visto Jesús conocía una historia, la historia de Ahiqar. Cuenta esta narración una lección magistral: «Hijo mío, tú eres como un árbol que no daba frutos, aunque estaba junto al agua, y su amo se vio obligado a cortar. Y él le dijo: 'Trasplántame, y, si entonces doy fruto, córtame'. -Pero su amo le dijo: 'Cuando estabas junto al agua no diste fruto, ¿cómo vas a dar fruto cuando estés en otro lugar?». Vamos a ver, estás en la Iglesia, que es tanto como decir que te encuentras al borde de la acequia donde el agua es abundante. ¿Piensas que fuera de la Iglesia, donde la sequía es agresiva, acaso crees que darás fruto?
            Sin embargo Jesús le da una nueva conclusión: la petición no es rechazada, sino concedida. Dios nos ofrece un tiempo de conversión, un tiempo que tiene sus días y horas contados....nos ofrece una segunda posibilidad para salvarme. Es verdad que voy a encontrar mil y una razones para no convertirme...Es que si mi trabajo fuera distinto; es que si mi jefe fuera más comprensivo; es que si mi mujer me entendiera más; es que si mi marido me escuchase de una vez por todas; es que.... es que.... siempre con escusas para no convertirnos durante el tiempo de prologa que Dios nos proporciona por generosidad.
            Cuentan que...
            «En un pueblo oriental vivía en la montaña un anciano que era muy conocido por su sencillez y su sabiduría. Pero en el pueblo cercano vivía un joven malicioso y envidioso de aquel anciano.
            Un día acompañado de un par de amigos decidió ir al encuentro de aquel anciano para dejarlo en evidencia. Se compró un pájaro y fue al encuentro del anciano. Cuando estuvo frente a Él, le dijo:
            - Buen anciano, todo el mundo habla bien de ti; yo quiero ponerte a prueba a ver si lo que dicen de ti es cierto. Este pájaro que llevo en la mano ¿qué pasará con él, cuando la abra?; ¿volará o caerá muerto?. (Porque el joven pensaba, si dice que volará, aprieto la mano, lo ahogo y caerá muerto, por el contrario, si dice que morirá abriré la mano y saldrá volando; este viejo, pensaba, no tiene escapatoria).
            El buen anciano se dio cuenta enseguida del mal de aquel joven y empezó a mirarle fijamente a los ojos para que reflexionase, pero el joven insistía: ¿Volará o caerá muerto?
            Finalmente el anciano le clavo sus ojos en los de Él y le dijo: DE TI DEPENDE.
            Fue suficiente, aquellas palabras le llegaron al fondo del corazón, abrió la mano, salió el pájaro libre y regreso junto con sus amigos en silencio al pueblo; parece que la lección de aquel anciano había servido de mucho». DE TÍ DEPENDE APROVECHAR ESTE TIEMPO DE CONVERSIÓN.


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