PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO Ciclo c
El Papa Benedicto XVI decía a los
jóvenes que «quien se entrega a Jesucristo no pierde nada, sino que lo encuentra
todo». Hace pocos días visitando las habitaciones del hospital me
encontré con unas catequistas de confirmación. Las mujeres estaban desazonadas
porque los chicos no les hacían ni caso y los padres aún menos. Querer que vivan como cristianos aquellos
que no creen o creen mal es golpear en hierro frío. Primero tiene que despertar a la fe. Si este
presbítero a esta altura de la película viene diciendo que entre todos los
presentes casi ni recolectamos un gramo de fe, tal vez alguno se pueda molestar
conmigo. De todos modos Jesucristo ya nos decía «porque yo os aseguro que si tenéis fe como un grano de mostaza, diríais
a ese monte: ’Desplázate de aquí a allá’, y se desplazará» (Mt 17, 20). Ahora
bien, cuando un cristiano empieza a despertar en la fe tiene que comenzar a
sentir que hay cosas que empiezan a sobrar en su vida. Si una persona va
paseando por la calle bajo el justiciero sol de pleno mes de agosto con un
abrigo y con bufanda alguna tuerca le falta. Es decir, uno caerá en la cuenta de
que empieza a tener fe cuando se empieza a despegar de muchas cosas. De todos
modos, hay que ser muy ingenio para llegar a pensar que esos niños de primera comunión
o esos chicos de confirmación vayan a
vivir como cristianos si ni se plantean personalmente el hecho de despertar a
la fe. Seamos claros, es una pérdida miserable de tiempo y de energías. De
hecho muchas parroquias podrán tener mucho dinero, pero poquita vida cristiana.
Digo esto porque de haber vida cristiana se notaría, tal y como se nota un
incendio en medio de un bosque en plena noche. Y si no hay incendio no hay
calor, ni fuego ni nada de nada. ¿Cómo van a vivir en cristiano un matrimonio
si no tienen referentes? ¿Cómo van a descubrir lo que supone ser cristiano en
el noviazgo sino tienen a quienes poder consultar a aquellos que lo han vivido
teniendo a Cristo en todo el medio? ¿Cómo van a trasmitir la fe a los hijos si
ellos mismos no valoran ni la fe, ni la pertenencia a la Iglesia y entienden su
ser cristianos como una sucesión de actos públicos socialmente reconocidos que
se han de hacer cuando o bien sea necesario o bien uno ‘lo sienta’? Es que
realmente no me extraña que estemos tan mal si los propios presbíteros tenemos
tan poco celo por la salvación de la almas.
Dice San Pablo a los de Tesalónica: «Habéis aprendido de nosotros como proceder para agradar a Dios». Cuando uno despierta a la fe descubre lo
que es el amor, empieza diferenciar entre las cosas que vienen
de Dios y lo que viene de Satanás. Y una vez que el cristiano está
encendido en el amor a Cristo es entonces cuando entra en escena la moral cristiana
como algo comprensible y deseable.
Si a uno le
empiezas a decir que no haga eso ni aquello otro, y lo que está pensando que ni
se le ocurra, te terminará cogiendo una rabia que ni te lo puedes llegar a
imaginar. Dios no dejaría de ser ‘alguien’ que ‘nos corta el rollo en todo
momento’ y la Iglesia es la madrastra malvada que atosiga al personal y de la
que uno se desea liberar lo antes posible.
Cristo es
consciente de nuestra gravísima mediocridad y de la escasa evangelización que
estamos llevando a cabo, ya que se sigue pensando que las cosas tal y como
están, aunque estén mal pues se deja pasar. Sin embargo el Señor nos dice: «levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». Es decir, la liberación se acerca, pero
¿estaremos levantados y alzados? ¿Estemos levantados ante Dios o escondidos
entre los arbustos tal y como lo estaban Adán y Eva tras saberse desnudos?