HOMILÍA DEL DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO,
ciclo a
LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 25, 6-10a
SALMO 22LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS FILIPENSES 4, 12-14. 19-20
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 22, 1-14
No hace mucho pregunté a unos
muchachos de confirmación -vísperas de la celebración- de por qué deseaban
recibir el sacramento. Y si lo llego a saber ni se me pasa por la cabeza el
preguntárselo. La impresión que me dieron es que estaban totalmente atontados, pero tanto ellos como aquellos que se han
encargado de su educación en la fe. Además en este caso era un grupo muy
reducido. O sea, que el resto ni siquiera se habían planteado esto de las catequesis.
Dense cuenta, este grupo reducido que había asistido a las catequesis deberían de marcar una diferencia
respecto a los que no habían acudido pero tanto unos como los otros 'no se
habían enterado de la fiesta'. Muchos niños y niñas llegan al día de su Primera
Comunión y su principal ilusión son el vestido y los regalos. Y al siguiente
domingo se produce la 'gran estampida' ya
que si te quieres acordar de ellos tienes que sacar el álbum de las fotos. Estudiantes
que son alumnos de colegios privados o concertados de la Iglesia y que se
divierten del mismo modo que los demás, que
hacen lo que no deben y dicen lo que no piensan. Presbíteros y personas
consagradas que descuidan su vida
espiritual porque desean invertir su tiempo en 'cosas que sean productiva y
que se vean'. Evidentemente aquí hay algo que falla. Vamos a ver: A un niño
pequeño al principio se le pone en un triciclo -y el padre tirando con una
cuerda para que se mueva-, y poco a poco va aprendiendo. Después en una
bicicleta pequeña con patines. Cuando el niño va adquiriendo equilibrio y
seguridad se van quitando esos patines y se hace con otra bicicleta más grande
hasta que termina por manejarlo con soltura. Sin embargo no olvidemos que siempre ha habido una persona que le ha ido enseñando y ayudando en
todo este itinerario de aprendizaje para montar en la bicicleta. A
lo que a mí me da la sensación que pocos
son los que se dejan acompañar y menos
los que se complican acompañando en la fe creyendo que ya tienen demasiado
con lo que hacen.
Pero vamos a ver, ¿lo nuestro no
es crear una cultura nueva? Es preciso tener una experiencia
profunda e intensa de Dios para interpretar toda la vida dejándonos guiar de esa presencia divina. Un arquitecto y todo su
equipo elaboran los planos para construir los edificios y a partir de esos
planos se levanta la construcción. Jesucristo tiene para ti un plano, una
vocación. Tan pronto como uno entra en contacto con lo divino se percata de la
densa niebla que le impide caminar y avanzar en ese proyecto divino: Es el
pecado. Y tanto tú como yo estamos urgidos a levantar el edificio de nuestro
ser teniendo tanto en la retina como en el corazón ese plan personal de Dios
para cada uno.
El albañil, llueva, nieve, con
niebla, ya granice, así con el sol asfixiante de agosto, o en las heladas de
pleno invierno se afana colocando ladrillos y haciendo la masa. Un estudiante
cristiano, que
por ser fiel a Cristo,
se va posicionando -aún sin darse cuenta- ante una serie de cuestiones, que su
opinión difiere a la opinión reinante; que su mirada se está dejando educar por
Cristo y su forma de actuar deja traslucir la existencia de lo trascendente;
cuando no va buscando lo que todos buscan sino que se afana por encontrar el
tesoro escondido; es entonces cuando siente
en sus huesos el frío del desprecio de algunos de sus compañeros; soportando el aguacero de las críticas burlonas
de los que se creen que gozan más de la vida; atravesando los bancos de niebla de la indiferencia de los que se
ponen a sí mismos sus propias reglas y normas de conducta moral. Lo mismo que
el albañil, lo nuestro es construir, unos edificios de ladrillo y otros
cristianos santos para Dios. Quien dice estudiante, dice padre o madre de
familia, religioso y consagrado, presbítero o cual sea la vocación dada por
Dios. Lo
nuestro es caminar con Jesucristo, tal modo que con nuestras
palabras, gestos, silencios, trabajos y pensamientos le vayamos irradiando, dejando la esencia del perfume de su
presencia allá por donde estemos. Y atención que esto lo hacemos no
precisamente en un ambiente favorable para la fe. Nos escribe San Pablo
contándonos su experiencia: «Estoy
entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la
privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta».
Es cierto que el pueblo judío había
sufrido el exilio de Babilonia y que mencionado exilio ya había quedado atrás,
pero aún estaban sin estar cicatrizadas las heridas espirituales ocasionadas en
el pueblo. ¿Qué heridas eran esas? El haberse ido tras otras creencias; el
haberse relajado en la vida espiritual; el no haber tenido presente las
tradiciones de los antiguos; el hacer propio usos y costumbres paganas que
desdecían y atentaban contra su propia fe; el creerse dueños y señores de sus
vidas desplazando a Dios e incluso negando su existencia. Todo esto genera
heridas de gran gravedad. A lo que el profeta Isaías nos asegura que solamente en ese banquete preparado por el
Señor será donde se crearán las condiciones necesarias para la eliminación de
la muerte y de sus tradicionales compañeros como son el dolor y las lágrimas. Daos cuenta de cuántas personas, en vez de
acudir a Cristo
que es el médico de las almas, acuden a ídolos condenándose a la
desazón incesante que va torturando cada vez más hasta la muerte total del ser.
Pero les hay también que se llaman a
sí mismos 'cristianos', que acuden al banquete preparado por el Señor, que son
miembros del Pueblo Santo de Dios pero «no
llevan el traje de boda». Se dicen -creyéndose la misma mentira- que soy
cristiano pero 'yo vivo mi vida como a mi conveniencia', 'mis hijos han hecho
la primera comunión, se han confirmado y ahora viven en pareja, ya se sabe, es
lo normal ahora en estos tiempos', 'yo estoy viviendo en pareja sin pasar por
el Altar y estoy tan feliz', 'cuando salgo de fiesta pierdo el control bebiendo
y gastando el dinero que me da la gana para pasármelo genial y hago lo que me
apetece', además 'cada cual es dueño de su vida' y yo estoy muy bien como estoy.
'Yo soy cofrade de la Virgen de mi pueblo pero no me interesa ni las misas ni
esas cosas de los curas ni de las monjas'; yo soy párroco de mi parroquia y no
quiero que en mi parroquia nadie me diga lo que tengo que hacer ni cómo lo tengo
que hacer, la parroquia está a mi servicio y aquí se hace sólo lo que yo digo y
no quiero ni movimientos ni cosas raras de esas'. Piensan 'yo no quiero cambiar
nada en mi vida', estoy en la Iglesia porque me bautizaron y por planteamientos
sociales, culturales...pero una cosa es
la fe y otra lo que yo a mí me apetezca hacer con mi vida. A esos el Señor
les reprende echándoles del banquete porque las obras de la caridad deben de acompañar SIEMPRE a la fe.
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