sábado, 11 de octubre de 2014

Homilía del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, ciclo a


HOMILÍA DEL DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a

LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 25, 6-10a
SALMO 22
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS FILIPENSES 4, 12-14. 19-20
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 22, 1-14

            No hace mucho pregunté a unos muchachos de confirmación -vísperas de la celebración- de por qué deseaban recibir el sacramento. Y si lo llego a saber ni se me pasa por la cabeza el preguntárselo. La impresión que me dieron es que estaban totalmente atontados, pero tanto ellos como aquellos que se han encargado de su educación en la fe. Además en este caso era un grupo muy reducido. O sea, que el resto ni siquiera se habían planteado esto de las catequesis. Dense cuenta, este grupo reducido que había asistido a las catequesis deberían de marcar una diferencia respecto a los que no habían acudido pero tanto unos como los otros 'no se habían enterado de la fiesta'. Muchos niños y niñas llegan al día de su Primera Comunión y su principal ilusión son el vestido y los regalos. Y al siguiente domingo se produce la 'gran estampida' ya que si te quieres acordar de ellos tienes que sacar el álbum de las fotos. Estudiantes que son alumnos de colegios privados o concertados de la Iglesia y que se divierten del mismo modo que los demás, que hacen lo que no deben y dicen lo que no piensan. Presbíteros y personas consagradas que descuidan su vida espiritual porque desean invertir su tiempo en 'cosas que sean productiva y que se vean'. Evidentemente aquí hay algo que falla. Vamos a ver: A un niño pequeño al principio se le pone en un triciclo -y el padre tirando con una cuerda para que se mueva-, y poco a poco va aprendiendo. Después en una bicicleta pequeña con patines. Cuando el niño va adquiriendo equilibrio y seguridad se van quitando esos patines y se hace con otra bicicleta más grande hasta que termina por manejarlo con soltura. Sin embargo no olvidemos que siempre ha habido una persona que le ha ido enseñando y ayudando en todo este itinerario de aprendizaje para montar en la bicicleta. A lo que a mí me da la sensación que pocos son los que se dejan acompañar y menos los que se complican acompañando en la fe creyendo que ya tienen demasiado con lo que hacen.

            Pero vamos a ver, ¿lo nuestro no es crear una cultura nueva? Es preciso tener una experiencia profunda e intensa de Dios para interpretar toda la vida dejándonos guiar de esa presencia divina. Un arquitecto y todo su equipo elaboran los planos para construir los edificios y a partir de esos planos se levanta la construcción. Jesucristo tiene para ti un plano, una vocación. Tan pronto como uno entra en contacto con lo divino se percata de la densa niebla que le impide caminar y avanzar en ese proyecto divino: Es el pecado. Y tanto tú como yo estamos urgidos a levantar el edificio de nuestro ser teniendo tanto en la retina como en el corazón ese plan personal de Dios para cada uno.

            El albañil, llueva, nieve, con niebla, ya granice, así con el sol asfixiante de agosto, o en las heladas de pleno invierno se afana colocando ladrillos y haciendo la masa. Un estudiante cristiano, que por ser fiel a Cristo, se va posicionando -aún sin darse cuenta- ante una serie de cuestiones, que su opinión difiere a la opinión reinante; que su mirada se está dejando educar por Cristo y su forma de actuar deja traslucir la existencia de lo trascendente; cuando no va buscando lo que todos buscan sino que se afana por encontrar el tesoro escondido; es entonces cuando siente en sus huesos el frío del desprecio de algunos de sus compañeros; soportando el aguacero de las críticas burlonas de los que se creen que gozan más de la vida; atravesando los bancos de niebla de la indiferencia de los que se ponen a sí mismos sus propias reglas y normas de conducta moral. Lo mismo que el albañil, lo nuestro es construir, unos edificios de ladrillo y otros cristianos santos para Dios. Quien dice estudiante, dice padre o madre de familia, religioso y consagrado, presbítero o cual sea la vocación dada por Dios. Lo nuestro es caminar con Jesucristo, tal modo que con nuestras palabras, gestos, silencios, trabajos y pensamientos le vayamos irradiando, dejando la esencia del perfume de su presencia allá por donde estemos. Y atención que esto lo hacemos no precisamente en un ambiente favorable para la fe. Nos escribe San Pablo contándonos su experiencia: «Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta».

            Es cierto que el pueblo judío había sufrido el exilio de Babilonia y que mencionado exilio ya había quedado atrás, pero aún estaban sin estar cicatrizadas las heridas espirituales ocasionadas en el pueblo. ¿Qué heridas eran esas? El haberse ido tras otras creencias; el haberse relajado en la vida espiritual; el no haber tenido presente las tradiciones de los antiguos; el hacer propio usos y costumbres paganas que desdecían y atentaban contra su propia fe; el creerse dueños y señores de sus vidas desplazando a Dios e incluso negando su existencia. Todo esto genera heridas de gran gravedad. A lo que el profeta Isaías nos asegura que solamente en ese banquete preparado por el Señor será donde se crearán las condiciones necesarias para la eliminación de la muerte y de sus tradicionales compañeros como son el dolor y las lágrimas. Daos cuenta de cuántas personas, en vez de acudir a Cristo que es el médico de las almas, acuden a ídolos condenándose a la desazón incesante que va torturando cada vez más hasta la muerte total del ser.

            Pero les hay también que se llaman a sí mismos 'cristianos', que acuden al banquete preparado por el Señor, que son miembros del Pueblo Santo de Dios pero «no llevan el traje de boda». Se dicen -creyéndose la misma mentira- que soy cristiano pero 'yo vivo mi vida como a mi conveniencia', 'mis hijos han hecho la primera comunión, se han confirmado y ahora viven en pareja, ya se sabe, es lo normal ahora en estos tiempos', 'yo estoy viviendo en pareja sin pasar por el Altar y estoy tan feliz', 'cuando salgo de fiesta pierdo el control bebiendo y gastando el dinero que me da la gana para pasármelo genial y hago lo que me apetece', además 'cada cual es dueño de su vida' y yo estoy muy bien como estoy. 'Yo soy cofrade de la Virgen de mi pueblo pero no me interesa ni las misas ni esas cosas de los curas ni de las monjas'; yo soy párroco de mi parroquia y no quiero que en mi parroquia nadie me diga lo que tengo que hacer ni cómo lo tengo que hacer, la parroquia está a mi servicio y aquí se hace sólo lo que yo digo y no quiero ni movimientos ni cosas raras de esas'. Piensan 'yo no quiero cambiar nada en mi vida', estoy en la Iglesia porque me bautizaron y por planteamientos sociales, culturales...pero una cosa es la fe y otra lo que yo a mí me apetezca hacer con mi vida. A esos el Señor les reprende echándoles del banquete porque las obras de la caridad deben de acompañar SIEMPRE a la fe.

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