domingo, 29 de junio de 2014

Homilía de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo 2014


XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
29 DE JUNIO DE 2014

             Es espectacular ser consciente y disfrutar de la potente fuerza que tiene el Evangelio. Daos cuenta cómo Pedro estaba en la cárcel encerrado y bien atado; y si no era poco eso, además custodiado por un centinela. Y así, porque Dios lo desea, envía a un ángel que convierte ese lugar de humedad, oscuridad, de soledad y de tortura, lo convierte en un lugar de salvación, de luminosidad, de presencia patente de lo trascendente. Nos dice el libro de los Hechos de los Apóstoles que «de repente se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: --"Date prisa, levántate". -Las cadenas se le cayeron de las manos». Pero no sólo eso, sino que además, Pedro con el ángel del Señor, las puertas y portones se abren de par en par y ellos salen a la calle, ¡a la libertad!.

            Cada uno de nosotros estamos recluidos en nuestras particulares cavernas, sufriendo las numerosas heridas ocasionadas por la fricción de nuestra carne con los grilletes y cadenas que nos impiden vivir con la plenitud que nos ofrece el Espíritu del Señor. Cavernas que son prisiones oscuras y húmedas que ocasionan serias infecciones, e incluso la muerte del alma. Más llega el ángel, irrumpe Cristo en tu vida y todo queda iluminado. El Señor, por medio de su Palabra nos 'toca en el hombro, nos despierta de nuestro letargo -letargo ocasionado por nuestro pecado-, y las cadenas se nos caen de las manos ya que el Señor nos da otra oportunidad para que atravesemos los portones rompiendo con la vida del hombre viejo y nos adentremos en la dinámica que genera la vida en el Espíritu.

            Nos dice nuestra Santa Teresa de Jesús que «El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas». De tal manera que cualquiera de nosotros podemos decir que «yo vivo así porque he visto al Señor». Todos nosotros hemos llorando y hemos reído porque ser consecuentes con el mensaje de Jesucristo es muy duro y exigente. Y ese llanto, ese sufrimiento nos ha preparado para encontrarnos con el Señor. Recordemos las palabras de San Pablo «he combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe». Y sabe que le aguarda la corona merecida. Y continúa diciéndonos San Pablo que «el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje». San Pablo conoce de la fuerza que llevan en sí la Palabra de Dios. Y esa Palabra es tan clara e interpela personalmente a cada uno que "nos quita todo el maquillaje que tengamos ante Dios". Tendemos a disculparnos ante Dios, a echar las culpas a los demás sin querer reconocer la propia. Caminamos muy satisfechos de nosotros mismos creyendo que somos fieles a Dios cuando únicamente somos fieles al dios que nosotros nos hemos confeccionado. Es la fuerza del Evangelio quien desenmascara todos nuestros ídolos y falsas ilusiones y nos pone en claro la verdad de los hechos y la verdad de la propia vida. Recordemos que es el Espíritu Santo quien edifica el mismo templo, y lo hace calladamente. Nos edifica internamente sin armar alboroto. Él nos libra del mal  y nos salva conduciéndonos por los senderos que conducen a la Vida estando firmemente arraigados en Cristo Jesús, Nuestro Señor.

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