DOMINGO
XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c
LECTURA DEL LIBRO
SEGUNDO DE LOS REYES 5, 14-17; SALMO 97; LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A
TIMOTEO 2, 8-13; LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN
SAN LUCAS 17, 11-19
En
una de las guardias como Capellán del hospital me llamaron por el busca porque
un señor, de mediana edad que estaba enfermo, quería conversar. Durante el
transcurso de ese diálogo me comentó cómo le había sorprendido gratamente un
compañero de trabajo, del cual, en el pasado, tenía una imagen muy negativa. Trabaja
en un despacho de abogados. Para él, antes, era una persona seria y distante.
De hecho siempre evitaba tomar el café con él o iniciar un diálogo aunque fuese
de un tema muy banal. Resultó que
durante la noche empezó a tener un lumbago e hizo todo lo posible por acudir a
su puesto de trabajo. Y aunque no se quejaba del dolor agudo, su rostro
delataba su sufrimiento. Y aunque eran unos cuantos en ese bufete de abogados
solamente uno se interesó por él. Con su propio coche le llevó a Urgencias del
hospital, le acompañó hasta que le llamaron. Le hicieron una ecografía y se
quedó esperando para no dejarlo solo. Llamó a su familia para informarlos y
terminaron dejándole en observación unas cuantas horas. Llegó su familia y se encargaron
de él. Al día siguiente al no acudir al trabajo le telefoneó preocupándose por
su estado de salud. Y este enfermo me comentaba lo mal que lo estaba pasando
por haberse comportado de un modo tan injusto con él en el pasado. Le estaba
muy agradecido y este hecho había marcado un antes y un después en la relación
con este compañero.
Lo
mismo nos pasa con Dios. Él nos da la oportunidad de poder vivir otro día, nos
proporciona la vitalidad para afrontar la jornada, nos pone en el camino a
personas que nos aman y nos odian, nos suministra la valentía para encararnos
ante los desafíos y nos regala los talentos para que los pongamos en juego y
así podernos ganar el sustento diario. Cuando uno va despertando de su
particular ‘letargo espiritual’ y va descubriendo los incontables detalles de
amor que Dios derrocha con cada uno es entonces, y solo entonces, cuando uno lo
pasa mal por haberse comportado de un modo tan injusto con el Señor en el
pasado.
En
todo este contexto, Naamán el Sirio –en la primera de las lecturas-, no sólo
dice «Ahora reconozco que no hay Dios en
toda la tierra más que el de Israel», sino que además manifiesta la firme
voluntad de ofrecer únicamente holocaustos y sacrificios sólo al Dios de
Israel. Naamán desea manifestar su
agradecimiento a Dios teniéndole
muy presente durante toda su vida para que todo el mundo sepa el
desbordante amor que Dios le ha manifestado.
Sin
embargo resulta que San Pablo en la segunda carta a Timoteo da unos cuantos
pasos más adelante y le dice y nos dice: «Haz
memoria de Jesucristo». Dicho con otras palabras, «Acuérdate de Jesucristo», o sea «une tú corazón al de Cristo», aproxima tu corazón a Cristo. Permite que toda tu existencia sea calentada por
la presencia de Jesucristo, que Él sane tus heridas y te instruya en sus
sendas. Nosotros damos gracias a Dios anunciándolo a nuestros hermanos con
nuestro comportamiento.
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