lunes, 30 de septiembre de 2013

Homilía de Santa Teresa del Niño Jesús, 1 de octubre 2013



SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS, 1 de octubre de 2013
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 51-56

Hoy, en el Evangelio, contemplamos cómo Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?’. Pero volviéndose, les reprendió» (Lc 9,54-55). Son defectos de los Apóstoles, que el Señor corrige.

            Cuenta la historia de un aguador de la India que, en los extremos de un palo que colgaba en sus espaldas, llevaba dos vasijas: una era perfecta y la otra estaba agrietada, y perdía agua. Ésta —triste— miraba a la otra tan perfecta, y avergonzada un día dijo al amo que se sentía miserable porque a causa de sus grietas le daba sólo la mitad del agua que podía ganar con su venta. El trajinante le contestó: —Cuando volvamos a casa mira las flores que crecen a lo largo del camino. Y se fijó: eran flores bellísimas, pero viendo que volvía a perder la mitad del agua, repitió: —No sirvo, lo hago todo mal. El cargador le respondió: — ¿Te has fijado en que las flores sólo crecen a tu lado del camino? Yo ya conocía tus fisuras y quise sacar a relucir el lado positivo de ellas, sembrando semilla de flores por donde pasas y regándolas puedo recoger estas flores para el altar de la Virgen María. Si no fueses como eres, no habría sido posible crear esta belleza.

Todos, de alguna manera, somos vasijas agrietadas, pero Dios conoce bien a sus hijos y nos da la posibilidad de aprovechar las fisuras-defectos para alguna cosa buena. Y así el apóstol Juan —que hoy quiere destruir esa aldea de Samaría—, con la corrección del Señor se convierte en el apóstol del amor en sus cartas. No se desanimó con las correcciones, sino que aprovechó el lado positivo de su carácter fogoso —el apasionamiento— para ponerlo al servicio del amor. Que nosotros también sepamos aprovechar las correcciones, las contrariedades —sufrimiento, fracaso, limitaciones— para “comenzar y recomenzar” y ser dóciles al Espíritu Santo.

Y uno es dócil al Espíritu Santo tanto en las grandes cosas, como en los pequeños detalles –los cuales son los más abundantes y frecuentes-. Santa Teresa del Niño Jesús o de Lisieux era una auténtica maestra en descubrir la dulzura de la presencia divina en las pequeñas cosas cotidianas. Teresita se contaba a sí misma entre las almas pequeñas y decía cosas con tanta hondura como estas: «Yo soy un alma minúscula, que sólo puede ofrecer pequeñeces a nuestro Señor»

Santa Teresa del Niño Jesús nos enseña un camino para llegar a Dios: la sencillez de alma. Hacer por amor a Dios nuestras labores de todos los días. Tener detalles de amor con los que nos rodean. Esta es la “grandeza” de Santa Teresita. Decía: «Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra». El secreto es reconocer nuestra pequeñez ante Dios, nuestro Padre. Tener una actitud de niño al amar a Dios, es decir, amarlo con simplicidad, con confianza absoluta, con humildad sirviendo a los demás. Esto es a lo que ella llama su “caminito”. Es el camino de la infancia espiritual, un camino de confianza y entrega absoluta a Dios.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Homilía del domingo XXVI del tiempo ordinario, ciclo c


HOMILÍA DEL DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

PROFECÍA DE AMÓS 6, 1a. 4-7; SALMO 145;

LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 6, 11-16;

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 16, 19-31

           
            Hace poco hemos empezado el curso escolar y pastoral. Nos tenemos que amoldar a unos horarios, a unas clases, a unas actividades. Y uno intenta estar a la altura. Las tareas cotidianas nos absorben ya que exigen toda nuestra atención. Es como si nos estuvieran marcando las pautas a hacer a lo largo de la jornada. Sin embargo no somos máquinas ni computadoras que hacen las cosas en serie porque previamente han sido programadas. Nosotros, todo lo que hacemos, tiene una marca distintiva, unas peculiaridades especiales.

            Santa Teresa de Jesús, que nos asombra por su capacidad de descubrir a Dios en medio de lo cotidiano, ya decía a sus monjas «Entended que, si es en la cocina, también entre los pucheros anda el Señor». Una de sus notas distintivas era realizar su actividad con esa alegría que únicamente puede proporcionar Dios, sabiéndose amada y correspondiendo a ese amor. En cambio a nosotros nos pueden los afanes y preocupaciones de la vida y nuestra fe queda como ‘domesticada’, ‘recluida’, con ese miedo escénico que paraliza. Los santos nos enseñan que no debemos de tener miedo a la hora de mostrarnos como cristianos porque el Señor nunca abandona a sus hijos.  

            Ahora bien, si tú eres cristiano ¿qué nota distintiva vas dejando en las diversas tareas que realizas? ¿Dónde queda esa particular impronta de tu fe?    

            Vamos a atender la catequesis que nos ha ofrecido el rico Epulón. Por lo visto, este hombre creía en Dios, pero no quería saber nada de Dios. Epulón se había amoldado a sus comodidades, a sus seguridades, a su dinero, a su estatus social y no se planteaba nada más. Es más, toda su existencia giraba en torno a sí. Los demás le interesaban en la medida en que él pudiese sacar provecho.

            Nosotros podemos tener un gran peligro: entrar en una dinámica de disfrute personal olvidándonos de los hermanos que sufren. Recordemos lo que nos ha dicho el profeta Amós –en la primera de las lecturas- que las riquezas de este mundo son efímeras, y quien se entrega a ellas con un absoluto está labrando su propia perdición. Por eso San Pablo en su carta a su discípulo Timoteo nos recuerda cómo ha de comportarse un “hombre de Dios” y enumera las cualidades que deben adornarlo: justicia, piedad, fe, amor, paciencia, delicadeza. Son cualidades propias de quien no viven entregados a los vicios, sino en la tensión de un combate, el combate de ser fieles a Cristo porque se desea ofrecer su testimonio de vida anunciando al Señor.  

            He empezado diciendo que cada cual va dejando su impronta personal, su marca distintiva en las cosas que va haciendo. No nos amoldemos a los criterios de este mundo, prestemos atención a las orientaciones que nos ofrece la Palabra de Dios para que sea Ella y no nuestros intereses quienes muevan nuestras vidas.

 
        

jueves, 19 de septiembre de 2013

Homilía del domingo XXV del tiempo ordinario, ciclo c


HOMILÍA DEL DOMINGO XXV  DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

AMÓS 8, 4-7; SALMO 112; PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 2, 1-8;

SAN LUCAS 16, 1-13

 

            Todos formamos un único rebaño cuyo único pastor es Cristo. Él está en medio de nosotros y nos deja sentir su presencia por medio de su Palabra y de los sacramentos. El mundo pretende atraparnos con sus particulares ‘redes’. El mundo nos quiere reclutar para ‘su causa’ y ‘su causa’ excluye a Dios, borra a Jesucristo del mapa. Además, el Demonio que es el padre de la mentira y maestro del engaño, pretende –y se vuelca en todo su empeño- en que nuestro modo de actuar, de sentir y de pensar sea antievangélico. Todo lo tergiversa, todo lo confunde porque pretende que seas sus esclavos y no discípulos de Jesucristo. Hay que reconocer que el Demonio se ‘frota las manos’ y se lo ‘pasa como un enano’ cuando constata que los que decimos que somos seguidores de Jesús nos movemos con las reglas de juego que el maligno nos ha ido –poco a poco- inculcando.

            Sin embargo las palabras de Jesús, aun siendo muy claras y tajantes, nosotros no terminamos de verlas tan claras. Hay algo dentro de nosotros que nos dice que ese es el auténtico camino pero ‘nos hacemos los locos’ como sino oyésemos esa seria advertencia del Señor. Y es más, somos tan creativos a la hora de auto-engañarnos que nos tratamos de convencer que podemos poner nuestro corazón en el acaparar bienes y prestigio y a la vez servir al Señor con todo el corazón. ¿Dónde tenemos nuestro corazón apegado a los bienes o al lado del Señor?

            El profeta Amós –en la primera de las lecturas- se puso a denunciar los pecados sociales de su pueblo. El corazón de Amós estaba al lado de Dios y cuando uno está con Dios adquiere esa sabiduría para conducirse y conducir a los demás a la salvación. Por eso el profeta Amós no tenía pelos en la lengua para denunciar los abusos de aquellos que se enriquecían a costa del sufrimiento de los pobres. Además les echaba en cara cómo su culto era hipócrita y falso. ¿Cómo se atrevían a ofrecer a Dios el grano cuando habían exprimido al pobre y generado sufrimiento y miseria a mucha gente?

            Ponemos los telediarios y nos dan noticias de corrupción, de robar dinero destinado a fines sociales, de sueldos desorbitados de algunos que viven a costa de la política y del trapicheo, de la cantidad de dinero negro que aún está oculto, de las familias que son desahuciadas de sus hogares por no poder pagar la hipoteca al banco… Hagamos un ejercicio de imaginación: Supongan ustedes que tuviéramos un peculiar televisión en nuestra alma donde pudiésemos escuchar y ver las noticias que nosotros mismos hemos generado: los ratos que hemos robado a nuestra familia por estar mandando mensajes o hablando con el teléfono móvil; las veces que hemos preferido ‘ir a nuestra bola’ para conseguir tal o cual cosa en vez de acompañar y mostrarnos cercanos a esa persona; el suspirar por comprar ese coche o ese mueble o esa prenda de ropa en vez de preocuparte por la amistad de alguien que te necesita; derrochar el dinero en un objeto de lujo en vez de ayudar a paliar las necesidades básicas de algunos hermanos; tirar al cubo de la basura tanta comida sin plantearnos un consumo más moderado pensando en los que no pueden comer ese día… cada cual ‘sabe donde cojea’. ¿Se dan cuanta ustedes como el demonio se lo pasa en grande disfrutando de nuestras constantes infidelidades a Dios? Pues incomodemos al Demonio –cortémosle su perversa diversión- sirviendo únicamente al mismo Dios, sin hacer trampas ni reservándonos nada. NUESTRA VIDA ES CRISTO.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Homilía del domingo XXIV del Tiempo Ordinario ciclo c


HOMILÍA del domingo XXIV del tiempo ordinario, ciclo c

ÉXODO 32, 7-11. 13-14; SALMO 50; APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 1, 12-17; SAN LUCAS 15, 1-32

 

            Dios tiene un aguante y una paciencia infinita con cada uno de los presentes. Y de hecho ese aguante y esa paciencia es para nosotros ese ‘balón de oxígeno’ o esa ‘tabla de salvación’ para poder salir hacia delante. Y ¿por qué digo que Dios tiene un aguante y una paciencia infinita? Porque nosotros también nos comportamos –de un modo insensato, necio y tan desagradecido- como el pueblo judío más salir de la esclavitud de Egipto. El Señor dice a Moisés: «Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado». Dense cuenta de ese adverbio temporal que emplea Dios: ‘Pronto’. O sea, no se han esforzado por mantenerse fieles; muy poco tiempo les ha durado la actitud agradecida; enseguida se han cansado en ese esfuerzo en el amor.        

El pueblo judío se había dejado hipnotizar por el pecado, dominar por los placeres, seducir por lo cómodo, dejarse llevar por lo que ‘les pedía el cuerpo’. Dios les había señalado el camino y había designado a Moisés para que les acaudillase. Dios se había tomado muchas molestias con ellos, y ellos respondieron con indiferencia y dejándose seducir por las cosas mundanas.

El camino que conduce a la perdición es muy amplio, en donde todo está permitido, todo se presenta como bueno y muy apetitoso. Y en este contexto la persona ‘se relaja’, se ‘va dejando’, se ‘va estropeando’, se acostumbra a la oscuridad que genera el pecado y no añora la luz de la gracia salvadora. Como si fuera una enorme tela de araña nos va envolviendo, nos va sometiendo, sujetando e impidiendo disfrutar de la verdad que es Cristo, porque la mentira y toda la dinámica perversa que conlleva conquista, daña y se hace  dueña y señora de nuestra mente y de nuestro corazón.

La suerte que tenemos los cristianos es que Dios nos sigue señalando el camino en su Hijo Jesucristo, y además, Dios sigue enviando a hombres y a mujeres que llenos del Espíritu del Señor para que ellos ayuden a sus hermanos, los hombres, para que puedan conocer, seguir y amar a Dios. San Pablo es uno de esos grandes hombres de los cuales Dios se fio totalmente de él. Sin embargo no olvidemos que al principio Pablo de Tarso era un perseguidor de los cristianos, era un tosco pedazo de roca sin tallar. En un principio estaba totalmente cerrado a Jesucristo, es más, no quería ni oír hablar de Él. Llega Cristo a su vida, le toca en el corazón y Pablo se derrite como un cubito de hielo a pleno sol en agosto. Y desde lo más íntimo de Pablo empieza a brotar constantemente un canto de alabanza y de profundo agradecimiento a Jesucristo porque se ha dado cuenta de la infinita paciencia y misericordia que Dios ha derrochado con él. Cuando Pablo estaba persiguiendo a los cristianos, Dios estaba ejercitando su misericordia con él; cuando estaba maquinando contra la enseñanza de Jesucristo, Dios le estaba mirando con ternura y gran paciencia. Pablo se dejó conquistar por el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús y entró a formar parte como embajador de Dios ante los hombres.

Sin embargo ni nosotros ni nadie puede bajar la guardia en ese trato de amistar con el Señor. No sea que nos suceda como el hijo mayor de la parábola. Sí, ese que se había quedado con su padre cuando el hijo menor se había ido de la casa paterna. No sea que ‘PRONTO’ nos cansemos de estar con el Señor y aunque estemos físicamente cerca de Él, oigamos su Palabra todos los días, le comulguemos con mucha frecuencia…sin embargo nuestro corazón puede encontrarse a años luz de distancia del corazón de Cristo. Nosotros hemos sido encendidos por Dios y nos ha constituido en sus mensajeros, en sus lámparas para que ayudemos a nuestros hermanos a descubrir al que da la vida y nos sostiene con su misericordia.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Homilía del domingo ordinario XXIII, ciclo c


DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

SABIDURÍA 9, 13-18; SALMO 89; SAN PABLO A FILEMÓN 9b-10.12-17; SAN LUCAS 14, 25-33

 

            Nosotros somos discípulos de Jesucristo. Nuestros ojos están fijos en Él, en su palabra, en su presencia misteriosa en los sacramentos, en el silencio e interioridad de la oración personal. Y cuanto más tiempo estemos a su lado, cuanto más momentos estemos en su presencia y nos dejemos orientar por su Palabra iremos descubriendo la sabiduría que se sienta junto al trono de Dios; aquella que nos aconseja para nuestro bien, aquella que es un aliento en nuestras preocupaciones y penas.

            Poco a poco, siempre que seamos dóciles a la acción de Dios y vayamos dejando que el Señor sea realmente el Señor de nuestras vida iremos pensando como piensa Dios. Los hombres nos enzarzamos en tonterías y ponemos en ellas todas nuestras energías creyendo que nos jugamos todo en esas cosas. Nuestras pretensiones y anhelos nos embotan la mente y nos hacen vivir angustiados llegando a pensar que somos totalmente imprescindibles y que nuestra forma de actuar es intocable al ser inmejorable. Creemos que tenemos controladas las situaciones y resulta que nos autoengañamos porque nuestra mente piensa de modo equivocado, con los criterios humanos pero no con los divinos. El libro de la Sabiduría ya nos lo dice: «Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano». ¡Quien pudiera pensar como Dios!

            Hoy San Pablo da una gran lección a Filemón. Le muestra el modo de pensar de Dios para que fuese descubriendo la novedad del amor de Dios. San Pablo está siendo asistido por la sabiduría procedente del Trono de Dios y ese modo de actuar 'rompe todos los moldes', es una constante novedad. En una sociedad en la que los esclavos fugitivos son crucificados, recomienda a Filemón que trate a Onésimo (esclavo fugitivo) como a un hermano, como si se tratase del mismo Pablo. Y lo hace con una frase memorable: «Si yo le quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano. Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo». Pablo piensa como Cristo y eso sorprende a todo el mundo. Seguramente que a Filemón 'el cuerpo le pedía' otra cosa desde azotarle sin piedad hasta la crucifixión para ese esclavo fugitivo. Sin embargo y gracias al testimonio de San Pablo, Filemón aprende a hacer aquellas cosas que agradan a Dios. Se dan cuenta ustedes la cantidad de veces que estamos 'dando esquinazo' a la sabiduría divina prefiriendo 'hacer las cosas a nuestro modo'. Por ejemplo, Jesucristo nos ilumina acerca de los bienes y de los afectos humanos, ofrece su aportación sabia al respecto. Cuando uno está trasfigurado por la luz de Evangelio sabe ir discerniendo las cosas y se va sabiendo situar en las diversas situaciones y circunstancias.

            ¿Se dan cuenta ustedes de la gran diferencia abismal que se da entre nuestro modo de actuar y el modo de actuar de Jesucristo? Tenemos una labor a ir realizando: conformar nuestra existencia como discípulos del Señor Jesús.