ASCENSIÓN DEL SEÑOR A LOS CIELOS, ciclo c, 2013
Hermanos, cada uno de nosotros
necesitamos saber quienes somos; saber en qué mundo vivimos y cuáles han de ser
los criterios y objetivos con los cuales podernos relacionar. Y de lo que nos percatamos a nuestro alrededor no nos
habla precisamente de Cristo.
El viernes, muchas calles de la
capital palentina nos hablaba de alcohol, de vomitonas, de basura ocasionada
por un gran botellón. Muchos jóvenes hicieron novillos con la excusa de
reunirse para beber en grupo. Y los vasos de plástico, las botellas de alcohol
y todo tipo de bolsas con residuos esparcidos por el suelo nos hablaban con
gran claridad. Claro, ahora alguno podría estar pensando: «Ya están los curas
prohibiendo cosas, no me extraña que los jóvenes no vengan a Misa». A lo que yo
respondería que «ni yo ni nadie prohibimos las cosas», lo que ocurre es que
estas cosas suceden porque no han
descubierto aún el amor de Dios. Tan pronto como uno descubre eso –el
amor de Dios- todo adquiere un sentido nuevo porque uno empieza a nacer del Espíritu de Dios.
Somos Hijos de Dios y no podemos
permitir movernos bajo los criterios de la carne. Es cierto que aquel que dice
SÍ A CRISTO se adentra en una gran batalla interior, en una lucha sin cuartel
donde no se puede bajar la guardia porque ya nos lo avisa el Apóstol San Pedro «El Diablo, vuestro enemigo, ronda como león
rugiente buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe» (1 Pe 5,8).
Esa fe en Cristo, ese fiarnos
totalmente de Cristo, ese asentar nuestra vida en Cristo se ha de traducir en
una cultura cristiana. En el momento en que el hombre descubre quien es
realmente y reconoce todas las cosas que le son aportadas por Cristo ya no hará
falta que te digan «no hagas eso» porque uno mismo lo evitará por considerarlo
dañino, perjudicial para él y para los demás.
En el campo de la fe y de la vida
cristianos somos como niños, inexpertos y despistados, coqueteando con las
cosas del mundo y arrinconar las del espíritu. San Pablo –cuando escribe a los
Efesios- es muy claro: «Que el Dios del
Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la Gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación
para conocerlo», y continúa «Ilumine
los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cual es la esperanza a la que
os llama, cuál es la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cual
es la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos». Atención,
se nos dice que la sabiduría de Dios ilumine los ojos de nuestro corazón… y mi
pregunta es ¿para qué?. Pues muy sencillo hermanos, para que empecemos a nacer
del Espíritu de Dios y así se nos pueda caer las escamas de los ojos y podamos
plantear otros modelos de conducta distintos que sí respondan a lo el hombre
realmente ansía encontrar.
Desde el momento en que la fe dice
al hombre quién es él y cómo ha de comenzar a ser humano, la fe crea cultura,
es cultura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario