María se puso en camino y fue
aprisa a la montaña..." (Lc 1, 39)
Resuenan en nuestro corazón las palabras
del evangelista san Lucas: ”En cuanto
oyó Isabel el saludo de María, (...)
quedó llena de Espíritu Santo" (Lc 1,
41). El encuentro entre la Virgen y su prima
Isabel es una especie de "pequeño
Pentecostés".
Hermanos, recordemos que SOMOS TEMPLO DEL
ESPÍRITU SANTO: Somos sacerdotes, profetas y reyes. Somos sacerdotes, porque nuestra vida es una constante ofrenda ofrecida a
Dios; somos profetas, porque en ese
contacto con lo divino somos testigos de Cristo haciendo que su Palabra sea
nuestro motor en el existir; somos reyes,
porque somos hijos de Dios y herederos del Reino.
En la narración evangélica, la Visitación sigue inmediatamente a la
Anunciación: la Virgen santísima,
que lleva en su seno al Hijo
concebido por obra del Espíritu Santo,
irradia en torno a sí gracia y gozo espiritual. La presencia del Espíritu
en ella hace saltar de gozo al hijo de Isabel, Juan, destinado a preparar el camino
del Hijo de Dios hecho hombre.
Donde está María, allí está Cristo; y donde
está Cristo, allí está su Espíritu
Santo, que procede del Padre y
de él en el misterio sacrosanto de la vida
trinitaria. Los Hechos de los Apóstoles subrayan con
razón la presencia orante de María en el Cenáculo,
junto con los Apóstoles reunidos en
espera de recibir el "poder desde lo
alto". María es modelo de la
oración constante. Mucho tenemos todos que aprender de la Virgen María, y
el primero yo. Su actuar estaba constantemente orientado por la oración. Del
mismo modo que su Hijo Jesucristo oraba al Padre así la Virgen María nos da
ejemplo para que recemos a Dios y que nuestro actuar no sea movido por
motivaciones impropias de un cristiano, sino ese actuar sea motivado por las
inspiraciones del Espíritu Santo.
El "sí" de la Virgen,
"fiat", atrae sobre la humanidad
el don de Dios: como en la
Anunciación, también en Pentecostés.
Así sigue sucediendo en el camino de la Iglesia.
Reunidos en oración con María, invoquemos una abundante efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia entera, para que, con velas
desplegadas, reme mar adentro.
Todos los días del año son como esa
Visitación que hizo la Virgen a su prima Santa Isabel, salvo que esa
visitación, en Cristo, ha alcanzado un nivel muy sublime, muy elevado: ahora el
que nos visita es Cristo Jesús, y lo hace diariamente y cada uno de nosotros
somos sus anfitriones. Cada Eucaristía, cada confesión, cada vez que es
proclamada la Palabra de Dios es Cristo el que viene. Y cada oportunidad que
desaprovechamos no acogiéndole son momentos de gracia que desperdiciamos.
Muchas veces, en la soledad de mi oración me viene a la memoria este texto
evangélico que de bello uno se enternece:
«Jesús partió se retiró al país de Tiro y
de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a
gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente
atormentada por un demonio». Pero él no
le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor,
atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».
Jesús
respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de
Israel». Pero la mujer fue a postrarse
ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!».
Jesús
le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los
cachorros».
Ella
respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la
mesa de sus dueños!». Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe!
¡Que se cumpla tu deseo!». Y en ese momento su hija quedó curada». (Mt
15,21-28)
Hermanos, no desaprovechemos las
ocasiones de estar con el Señor. ¡Comámonos no sólo todo el pan sino incluso
las magajas que caen de la mesa de nuestro Señor. Él es nuestro escudo y
fortaleza. ¿De dónde me vendrá el auxilio?¡El auxilio me viene del Señor que
hizo el cielo y la tierra!
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