DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, ciclo c, 2013 LECTURA DEL
LIBRO DE LOS PROVERBIOS 8, 22-31; SALMO 8; LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS
ROMANOS 5, 1-5; SAN JUAN 16,
12-15
En nuestra vida hay cosas que «nos
tiran del corazón», que nos atraen porque nos resultan interesantes y buenas
para nosotros. Si uno guarda con mil candados su corazón o lo tiene embarrado
por las miserias humanas no será capaz de descubrir la riqueza que Cristo le
aporta. La Sabiduría de Dios está al alcance de los hombres y uno la va
adquiriendo en la medida en que va teniendo trato de amistad con el Señor. Les
voy a poner un ejemplo, aún sabiendo las limitaciones que conllevan. Supongan
que están acampados, en tiendas o en caravanas en medio del bosque en una noche
cerrada sin luna y sin farolas. Para salir al exterior precisan de una linterna
para poder saber por dónde andar. La luz de la linterna únicamente alumbra
hacia una dirección, la dirección que uno desee, o bien sea hacia la derecha, a
la izquierda, arriba o abajo. Pero en el momento en que los rayos de la luz de
la linterna se posan en un sitio determinado uno puede darse cuenta de lo que
hay porque lo podemos ver. O bien ese tronco medio partido por el rayo. Si
movemos la linterna veremos a esa lechuza que se esconde entre las ramas y un
poco más arriba a las ardillas que saltan de árbol en árbol. Es la luz de la
linterna la que me permite poder descubrir aquellas cosas que la oscuridad me
impedía poder disfrutar.
La sabiduría de Dios es como esa
linterna que me permite iluminar las diversas facetas de la vida. Dios es luz y
todos aquellos que somos de Dios somos hijos de la luz. Nuestra existencia está
sumida en una noche cerrada y llegamos a creer que Dios no tiene nada que
aportar ni a mi estudio, ni a la relación de pareja, ni a los matrimonios, ni a
los hogares, ni a la vida del pueblo o de la parroquia. Nuestros ojos se han
acostumbrado a la oscuridad, somos «como topos». Más Cristo que nos ha liberado
del dominio de las tinieblas y nos ha comprado a precio de su sangre desea
ofrecernos su sabiduría para ir alumbrando las diversas facetas de nuestra
vida. Lo curioso de todo esto es que cuando uno no tiene experiencia de algo,
ya sea de una amistad o de una experiencia trascendente, uno no lo echa de
menos, precisamente porque no lo ha saboreado anteriormente. Me pueden
preguntar, ¿y cómo puede iluminar Cristo –por ejemplo- mi vida familiar o mi
vida conyugal? Primero es tomar en la mano la linterna, o sea, estar en
disposición de humildad ante Dios para rogarle que te asista con la sabiduría que
reside en su persona. Implica ponerse en camino, implica renuncia a muchas
cosas de este mundo para llenarnos de Dios; implica ser dócil ante la Palabra
de Dios y acudir con frecuencia a los sacramentos para minar la vida espiritual.
Ni yo ni nadie puede plantar una semilla hoy esperando que salga mañana, todo
tiene su tiempo. Cuando uno desea ser iluminado por la sabiduría procedente de
lo alto se va percatando –poco a poco- como el que está detrás de todo esto es
Dios. Es entonces cuando le vas descubriendo presente, adquieres una relación
con Él, le empiezas a sentir cercano y jamás desearás separarte de su
presencia. De tal modo que tu vida ya no te pertenece, sino que le pertenece a
Él y toda la existencia personal gira en torno a Él adquiriendo un sentido de
plenitud que nada ni nadie en esta tierra nos puede proporcionar. Es así como
Dios nos irá comunicando, a través de su Espíritu Santo, la verdad plena. Así
sea.