sábado, 27 de abril de 2013

Homilía del Quinto Domingo de Pascua, ciclo c




DOMINGO QUINTO DE PASCUA, ciclo c HECHOS DE LOS APÓSTOLES 14, 21b-27; SALMO 144; APOCALIPSIS 21, 1-5a; SAN JUAN 13, 31-33a.34-35

            En la actualidad nos cuesta identificarnos con un estilo de vida cristiano. Resulta más fácil y socialmente está mejor aceptado que cada cual conduzca su vida como considere uno mismo. Muchas veces hemos oído eso de «es mi vida y con mi vida yo hago lo que me de la gana» y como uno –a veces- no tiene esa palabra oportuna que nace del discernimiento del encuentro con Cristo… pues se termina uno callando sin poder ser testigo de Jesús en ese momento delicado. Realmente cuando yo escucho eso de «es mi vida y con mi vida yo hago lo que me de la gana» no percibo que sean palabras de una rebeldía consistente, sino un grito pidiendo ayuda que se lanza al aire. Todos somos responsables, los unos de los otros. Con mi comportamiento, con tu comportamiento… estamos trabajando para que ese hermano descubra quién es Cristo y para que una vez descubierto se deje curar las heridas ocasionadas por el pecado y de este modo se pueda salvar. Del mismo modo ese hermano –con su oración y con su apostolado- me enriquece a mí en mi vida cristiana, te enriquece a ti en tu vida cristiana, para avanzar jubilosos al encuentro con Cristo vivo y presente ahora mismo en esta Asamblea.
            Nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles cómo Pablo y Bernabé, de regreso a Antioquia, visitan las comunidades recién fundadas exhortándoles a permanecer firmes y a no sucumbir en las tribulaciones. Pero esas comunidades acudían a escuchar la Palabra de Dios, estaban deseosos de conocer cosas de Jesús y de celebrar la Eucaristía porque sentían una profunda necesidad, una imperiosa necesidad. Como reza el salmo 62  «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua». Ellos se sentían necesitados de Dios, no querían verse privados ni un momento de la riqueza que Dios les aporta a sus personas y ponían todos los medios a su disposición para alimentarse de Cristo, robustecer su alma y gozar diariamente de la presencia de Dios en sus vidas. Tal es así, que el nombre de Cristo era frecuentemente pronunciado en los hogares cristianos, los niños recibían antes de acostarse la bendición de Dios por medio de sus padres y hablaban de Jesús con la confianza como si fuese uno más de su propia familia. ¡Se dan cuenta ustedes de cómo deberíamos de estar, con qué alegría pascual deberíamos de estar disfrutando y gozando y en cambio cómo nos encontramos realmente!
            Los cristianos y la Iglesia entera, en respeto y libertad, estamos convocados por Cristo a crear una sociedad alternativa, con los principios y valores que broten del Evangelio.  No se pretende ni atacar, ni mucho menos enemistarnos con la sociedad ya existente, sino de enriquecerla, ennoblecerla, mejorar sus creencias y valores, así como dignificar la convivencia entre los ciudadanos. Nunca la Iglesia y mucho menos nosotros los cristianos podemos permanecer pasivos ante las lagunas o perversiones que aparecen de hecho, como consecuencia del pecado, en nuestra cultura y en nuestros hogares. El amor es muy creativo. Tenemos una tarea dada por Jesús: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado, amaos también entre vosotros».  Pues la tarea es tan compleja como apasionante: desde la misma realidad que tenemos –los padres con niños pequeños, los matrimonios con adolescentes, con hijos estudiando, los jóvenes que van descubriendo el amor, los matrimonios maduros, los solteros y viudos, todos- desde esa misma realidad ordenar la vida según Cristo siendo creativos, sin temor a los conflictos e incomodidades. Las parroquias serán dinámicas y vivas en la medida en que los cristianos que pertenezcamos a ellas vayamos despertando de este particular letargo y vayamos exigiendo un nuevo modo de entender el estilo de vida cristiano que responda a buscar ese encuentro con Cristo Vivo y presente.  

sábado, 20 de abril de 2013

Homilía del Domingo Cuarto de Pascua, ciclo c


DOMINGO CUARTO DE PASCUA, ciclo c HECHOS DE LOS APÓSTOLES 13,14.43-52; SALMO 99; APOCALIPSIS 7, 9.14b-17; SAN JUAN 10, 27-30

            Todos conocemos –ya sea por los informativos, reportajes o por nuestros viajes- de la existencia de altos niveles de contaminación atmosférica en las ciudades. Los focos industriales, las calefacciones y los coches son –entre otros- fuentes que ocasionan dicha contaminación. Y la contaminación no solo genera un grave perjuicio que produce un serio riesgo para nuestra salud sino que también daña la calidad de vida, queda lastimada toda la naturaleza en su conjunto. Hermanos, todos nosotros, en nuestra vida cristiana sufrimos otra contaminación atmosférica que nos está gravemente dañando. Y lo peor es que acostumbrándonos a permanecer cada uno en mencionada contaminación espiritual nos estamos empobreciendo y entorpeciendo a aquellos que deseen tener a Cristo más de cerca.
            Jesucristo nos dice: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen». ¿Cómo será la voz de Cristo? ¿Cómo reconocer su voz entre tantas voces? Porque resulta curioso, nuestro corazón se inclina hacia el mal. Parece que tuviese cierta inclinación hacia el pecado y es el pecado el que nos impide oír la voz de Cristo. Pablo y Bernabé ya exhortaban a los judíos y a los creyentes que fueran fieles a la gracia de Dios. Es más, Cristo te dice a ti: ¡Sé fiel a la gracia que yo te doy! San Pablo y San Bernabé ya sabían que el nivel de contaminación ocasionado por el pecado era altísimo, pero aún así les dicen: ¡SED FIELES A CRISTO!
            Hace no mucho –estando por Pamplona- hice a una amistad un regalo especial. Y yo deseé que ese regalo fuera acompañado con una ‘peculiar’ catequesis. A mi amistad le comenté que tenía un serio problema porque el regalo en cuestión pesa tanto que dudo que los amortiguadores de mi coche lo pudiesen soportar. Y que lo más probable es que precisase de ayuda para pódelo cargar y descargar, eso sí,  teniendo suerte que el ascensor de su bloque de viviendas pudiese soportar el peso del regalo. Esto causo una gran extrañeza y se preguntaba qué sería lo que yo le iba a entregar. Dejé de pasar un poco de tiempo y me presento en su casa con una pequeña caja con un crucifijo para que se lo colgase al cuello. Cuando lo vio se quedó con una cara difícil de definir diciéndome: ¿Esto es lo que pesaba tanto? Ha ido trascurriendo el tiempo y esa amistad que en un principio se encontraba fría en su fe está empezando a descubrir a la persona de Cristo en la parroquia y en las Comunidades Neocatecumenales y a día de hoy me dice: « ¡Que razón tenías!¡cómo pesa ese regalo!,  ¡menos mal que es Cristo quien me ayuda a llevarlo!».
            Rodeados en esa esa densa contaminación de pecado estamos llamados a dar culto a Dios, día y noche, tal y como nos dice el libro del Apocalipsis. Y continúa diciéndonos el libro del Apocalipsis: «Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas».
            He empezado esta homilía diciendo que los focos de contaminación atmosférica son las fábricas, las calefacciones, los coches… entre otros. Ahora les digo que los focos de contaminación espiritual son aquellas cosas que deseamos aún sabiendo que nos aleja de Dios. Los primeros cristianos acudían a oír la Palabra de Dios, y eran dóciles a las inspiraciones de la Palabra. La Palabra de Dios es fuente de salvación. Les invito a hacer caso a San Pablo cuando escribe a los Romanos: «despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Portémonos con dignidad, como quien viven en pleno día» (Rom 13, 12-13).

martes, 16 de abril de 2013

Homilía de un difunto en Valle de Cerrato


FUNERAL DE GERARDO MANCHÓN MONTOYA

            Hermanos, con pena despedimos a nuestro hermano Gerardo. Nuestra fe nos asegura que nos volveremos a reunir con él cuando todos resucitemos de entre los muertos. Lo que nos sucede es que, como las cosas las queremos como algo inmediato, ¡ya!, pues nos impacientamos e incluso llegamos a dudar o nuestra fe tiende a tambalear.

            Sin embargo hermanos, ¡todos sabemos de quién nos hemos fiado!. Nos fiamos totalmente de Jesucristo, el cual murió por nuestros pecados, con su sangre compró para Dios nuestra salvación, resucitó de entre los muertos y ahora está en la diestra de Dios Padre Todopoderoso. Nuestra vida y nuestra muerte adquiere sentido pleno en Él. Éramos como ovejas sin pastor, descarriadas, desorientadas, perdidas, mas Él –movido por profundo amor- , vino hasta nosotros, caminó con nosotros y nos condujo por el camino de la salvación para que todos seamos un único rebaño con un único pastor conducidos hacia la Gloria. Nuestro destino es vivir. La muerte ya no tiene dominio ni sobre Cristo ni sobre nosotros. Cierto es que nuestros cuerpos mortales tienen caducidad y que los años pesan a todos y la enfermedad terminan minando a la persona en su salud; pero nosotros sabemos que este cuerpo que hoy enterramos en debilidad será resucitado. ¿Cómo será eso?, pues yo no lo sé, simplemente me fío de Dios. ¿Cómo puede la mente de una criatura entender la grandeza del conocimiento del Creador? Dios es Dios y su poder supera todo tipo de entendimiento. Y tenemos el gran gozo de tener a Dios de nuestra parte, por lo tanto su poder todopoderoso nos protege, nos ampara y nos ayuda asegurándonos que nuestra persona nunca será olvidada ni arrinconada porque ya nos ha reservado un lugar precioso en el Cielo. De nosotros depende que mencionado lugar reservado lo podamos ocupar o dejarlo vacante o libre.

            Hoy nuestro hermano Gerardo se estará reuniendo con su esposa Julia. ¡Qué bello es el matrimonio, hermanos!. El esposo amando a la esposa y la esposa amando al esposo y sin reservas… está amando al mismo Jesucristo y está permitiendo que el mismo Todopoderoso esté en el centro de ese hogar. Amándonos como Dios nos ama nos santificamos porque nuestra meta en esta tierra es ser santos como Él es santo y lo seremos en la medida en que dejemos que Cristo sea el centro de nuestra existencia.

            Cuando la muerte se hace próxima parece que nuestra fe y nuestras convicciones se adentrasen en una profunda niebla que nos impidiese ver con la nitidez con  la que solíamos ver las cosas de la fe. Sin embargo no teman: Cristo es el mismo ayer y hoy  y siempre, de tal modo que aquel o aquellos que le seamos fieles nunca nos abandonará sino que siempre nos abrazará, tal y como abraza una madre al hijo nacido de sus entrañas. Porque nosotros hemos nacido de Dios, de Dios hemos salido y a Él retornaremos. Hoy le ha tocado el turno de retornar a la casa del Padre a nuestro hermano Gerardo. Lanzamos una súplica al Dios misericordioso para que le acoja en el Cielo y desde allí pueda hablar de nosotros a los santos que acompañan en séquito al mismo Creador. Dale Señor el descanso eterno… y brille para él la luz perpetua. Que su alma y las almas de todos los fieles difuntos descanse en paz. Amén.

 

El cardenal Vallini hace el envío en Roma el día 6 de abril

El Papa Francisco bendice la Misión del Camino Neocatecumenal

domingo, 14 de abril de 2013

Homilía del Domingo Tercero de Pascua, ciclo c



DOMINGO III DE PASCUA, ciclo c, HECHOS DE LOS APÓSTOLES 5, 27 b-32. 40b-41; SALMO 29 ; APOCALIPSIS 5, 11-14; SAN JUAN 21. 1-19

            Realmente hermanos, la alegría que da el saber que todo –alegrías, tristezas, enfermedades y disgustos- va a terminar bien. Me genera serenidad y gozo espiritual saber que soy y somos propiedad de Dios. La vida no es mía, es de Cristo que por mí murió y recitó y que Dios Padre le ha constituido Señor, Kyrios, de vivos y muertos. Ya no vivo para mí, sino por aquel que nos compró nuestra salvación al precio de su sangre.

            San Juan al escribir la Apocalipsis desea levantar y afianzar la moral de los cristianos ante las duras persecuciones tan violentas contra la Iglesia. Estaban siendo diezmados y en esas circunstancias tan sangrientas el Espíritu Santo inspira a San Juan para escribir el Apocalipsis y así revelar a todos el gran regalo que Dios concede a los que le son fieles. Hoy San Juan nos relata un texto bellísimo. Es como si plasmase en un gran lienzo aquello a lo que estamos llamados a ser. Con esa bella pintura nos anticipa aquello que nos espera. Los ángeles, los miles y millares de personas, los ancianos, la corte celestial y el trono en donde está sentado Dios. Nosotros conocemos a Dios porque viendo a Jesucristo ya conocemos al Padre y al Santo Espíritu. Y cuando uno sabe –con certeza y sin la más mínima duda- que es eso lo que nos espera –el abrazo tierno y misericordioso de Dios- no hay nada que pueda separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Ni la desnudez, ni el hambre, ni la muerte, ni la persecución, ni el sufrimiento por anunciarle…nada nos separará del amor de Dios. Por eso los Apóstoles estamos contentos de ser castigados por anunciar a Jesucristo, ya que de ese modo dieron testimonio de su amor por Él.

            Sin embargo la salvación no es para unos pocos. No se trata de un ‘coto’ cerrado. La salvación es universal y todos están llamados a poder gozar contemplando el rostro de Dios. Pero ¿cómo van a creer si nadie les anuncia?¿cómo van a amar a Jesucristo si nadie se les presenta? Nuestra vida está llamada a ser aroma de Cristo, para que aquellos que nos vean puedan conocer al Señor. Como la vela que se consume ante el Sagrario así nuestra vida se ha de consumir ante la presencia de Jesucristo para que el mundo pueda creer y los hombres anden por las sendas del Evangelio que conduce a la Vida Eterna. Por eso cuando Jesús –sin que los apóstoles supieran en ese momento que era Jesús- les mandó que volviesen a lanzar la red a la derecha de la barca para pescar llegaron a capturar tantos peces que casi no podían sacarlos y la red no se rompió. Lo nuestro es hacer apostolado, es ser evangelizadores, es llevar a las máximas almas ante la presencia de Jesucristo. Para que cuando llegue el tiempo –y el que lo dispone es Dios- podamos leer una nueva reedición del Apocalipsis donde esté escrito: «Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles; eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y entre ellos Iván, Sheila, Patricia, María, Juan Carlos, Sandra, Ángel, Felisa, Sebastiana -la vecina del quinto-, Jacinto -el vendedor de la prensa-, tú y yo …etc., que decían con voz potente: -- Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza». Y en ese ‘particular lienzo’ que nos ha pintado San Juan en su texto podamos estar todos allí disfrutando gozosos en la Gloria.

            Los cazadores cuando van a cazar liebres con los perros saben que todos sus animales van corriendo tras la presa. Las dificultades aparecen porque la liebre se lo pone complicado a los perros ya que cualquier matorral o escondrijo se bueno para poder despistarlos. Pasado un tiempo la mayoría de los perros desisten y se olvidan de perseguir a la liebre. Únicamente unos pocos perros la persiguen y consiguen alcanzarla. Esos pocos perros han sido los que habían visto a la presa, el resto sólo seguían a la manada. Nosotros hemos visto a Cristo y tenemos experiencia de Él –en la Eucaristía, en los demás sacramentos, en la Palabra Divina y Revelada- por eso no desistimos en seguir tras sus pasos.

            Mientras tanto hagamos caso a la invitación que nos hace el Señor y esa invitación es: ¡Sígueme!


 

domingo, 7 de abril de 2013

FAMILIAS MISIONERAS Semana Santa 2013 en Cevico de la Torre



Homilía del Segundo Domingo de Pascua, ciclo c



DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA, ciclo c
            Hermanos, les voy a decir una cosa con toda la claridad: aquellos que no han experimentado el rechazo por parte de la gente por seguir al Maestro aún no han sido testigos de Cristo en el mundo. Vivir como cristiano y ser rechazado por este mundo son cosas que van de la mano. Nosotros estamos en el mundo pero no pertenecemos al mundo; somos propiedad de Uno que por nosotros murió y por nosotros resucitó. Hemos nacido del espíritu y aunque tenemos carne estamos destinados a alzar la mirada hacia los bienes de allá arriba donde está sentado Jesucristo a la diestra de Dios Padre.
            En la segunda lectura nos encontramos a San Juan desterrado en la isla de Patmos por anunciar a Jesucristo. San Juan al conocer al Señor ha descubierto una experiencia tan bella que le ha enriquecido de tal modo que se alegra de estar desterrado y sufriendo tribulación por el Señor, porque está tan enamorado y agradecido a Cristo que todo, absolutamente todo, adquiere pleno sentido en Él. Hoy por hoy, el hecho de llevar una cruz colgada al pecho en un instituto o tener como marca páginas de un libro una estampita religiosa es causa suficiente para que te vean como ‘bicho raro’. El hecho de no salir de fiesta para beber y beber simplemente porque uno no quiere que la imagen de Dios en él no se emborrone y dañarse con el abuso del alcohol es causa más que suficiente para que te marginen y se rían de ti a la cara porque ya eres ‘raro’. El hecho de ponerse en camino para seguir descubriendo lo que Jesucristo desea de uno ya genera, de por sí, una ruptura con hábitos y modos de entender la vida que –aunque antes `se daba de patadas con nuestra fe’- uno lo entendía como normal sin serlo. Lo curioso de todo esto es que como la inercia del pecado tiene tanta fuerza aquel que hace una opción seria por Cristo tiene que estar siempre vigilante y en alerta bien aferrado a la cruz del Maestro y con los ojos llorosos por sufrir en sus propias carnes la incomprensión y el rechazo de aquellos que antes consideraba de ‘los cercanos’. Estoy convencido que estas personas –que van experimentando en sus carnes este particular ‘destierro’ - se sentirán identificados con la vivencia de San Juan en la isla de Patmos. Lo curioso de todo esto es que, cuando uno adquiere ese don de estar cerca de Dios no lo desea dejar, porque descubre una luz tan potente en su vida de la que no desea verse privado en ningún instante de su existencia. Descubre como Cristo te ha puesto en movimiento para regenerarte internamente, para salvarte y te va mostrando su cariño a la vez que te va forjando el carácter para permanecer, con mayor entereza, en la Verdad, en el amor, en la plenitud.
            Hermanos, los Hechos de los Apóstoles nos cuenta cómo la gente sacaba a los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra por lo menos, cayera sobre alguno de ellos. Nosotros tenemos algo más grandioso que la sombra de Pedro, gozamos de la Palabra de Dios que como agua empapa la tierra, la hace fecunda para que posteriormente pueda dar el fruto deseado. La Palabra de Dios, junto con los sacramentos, son nuestros alimentos para fortalecer nuestras rodillas vacilantes y para alzar nuestra mirada sabiendo que la fuerza viene de lo alto. Que la paz de Jesucristo recaiga sobre nosotros.