DOMINGO QUINTO DE PASCUA, ciclo c HECHOS DE LOS APÓSTOLES 14, 21b-27;
SALMO 144; APOCALIPSIS 21, 1-5a;
SAN JUAN 13, 31-33a.34-35
En la actualidad nos cuesta
identificarnos con un estilo de vida cristiano. Resulta más fácil y socialmente
está mejor aceptado que cada cual conduzca su vida como considere uno mismo.
Muchas veces hemos oído eso de «es mi vida y con mi vida yo hago lo que me de
la gana» y como uno –a veces- no tiene esa palabra oportuna que nace del
discernimiento del encuentro con Cristo… pues se termina uno callando sin poder
ser testigo de Jesús en ese momento delicado. Realmente cuando yo escucho eso
de «es mi vida y con mi vida yo hago lo que me de la gana» no percibo que sean
palabras de una rebeldía consistente, sino un grito pidiendo ayuda que se lanza
al aire. Todos somos responsables, los unos de los otros. Con mi
comportamiento, con tu comportamiento… estamos
trabajando para que ese hermano descubra quién es Cristo y para que una
vez descubierto se deje curar las heridas ocasionadas por el pecado y de este
modo se pueda salvar. Del mismo modo ese hermano –con su oración y con su
apostolado- me enriquece a mí en mi vida cristiana, te enriquece a ti en tu
vida cristiana, para avanzar jubilosos al encuentro con Cristo vivo y presente
ahora mismo en esta Asamblea.
Nos cuenta el libro de los Hechos de
los Apóstoles cómo Pablo y Bernabé, de regreso a Antioquia, visitan las
comunidades recién fundadas exhortándoles a permanecer firmes y a no sucumbir
en las tribulaciones. Pero esas comunidades acudían a escuchar la Palabra de Dios, estaban
deseosos de conocer cosas de Jesús y de celebrar la Eucaristía porque sentían una profunda necesidad, una imperiosa
necesidad. Como reza el salmo 62 «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi
alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca,
agostada, sin agua». Ellos se sentían necesitados de Dios, no querían verse
privados ni un momento de la riqueza que Dios les aporta a sus personas y
ponían todos los medios a su disposición para alimentarse de Cristo, robustecer
su alma y gozar diariamente de la presencia de Dios en sus vidas. Tal es así,
que el nombre de Cristo era frecuentemente pronunciado en los hogares
cristianos, los niños recibían antes de acostarse la bendición de Dios por
medio de sus padres y hablaban de Jesús
con la confianza como
si fuese uno más de su propia familia. ¡Se dan cuenta ustedes de cómo
deberíamos de estar, con qué alegría pascual deberíamos de estar disfrutando y
gozando y en cambio cómo nos encontramos realmente!
Los cristianos y la Iglesia entera, en respeto
y libertad, estamos convocados por Cristo a crear una sociedad alternativa, con
los principios y valores que broten del Evangelio. No se pretende ni atacar, ni mucho menos
enemistarnos con la sociedad ya existente, sino
de enriquecerla, ennoblecerla, mejorar sus creencias y valores, así como
dignificar la
convivencia entre los ciudadanos. Nunca la Iglesia y mucho menos
nosotros los cristianos podemos permanecer pasivos ante las lagunas o
perversiones que aparecen de hecho, como consecuencia del pecado, en nuestra
cultura y en nuestros hogares. El amor es muy creativo. Tenemos una tarea dada
por Jesús: «Os doy un mandamiento nuevo:
que os améis unos a otros como yo os he amado, amaos también entre vosotros». Pues la tarea es tan compleja como
apasionante: desde la misma realidad que tenemos –los padres con niños
pequeños, los matrimonios con adolescentes, con hijos estudiando, los jóvenes
que van descubriendo el amor, los matrimonios maduros, los solteros y viudos,
todos- desde esa misma realidad ordenar la vida según Cristo siendo creativos,
sin temor a los conflictos e incomodidades. Las parroquias serán dinámicas y
vivas en la medida en que los cristianos que pertenezcamos a ellas vayamos
despertando de este particular letargo y vayamos exigiendo un nuevo modo de
entender el estilo de vida cristiano que responda a buscar ese encuentro con
Cristo Vivo y presente.