domingo, 22 de julio de 2012

Homilía del domingo XVI del tiempo ordinario, ciclo b

DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b

Cada vez que me acerco a leer a San Pablo me brota un sentimiento de felicidad. Escuchen esta expresión salida de su pluma: «Hermanos: Ahora estáis en Cristo». Quiere decir que el mundo futuro ha comenzado. Que no somos fruto ni del azar ni de la casualidad. Que en medio de todo el ajetreo, de la indiferencia del mundo, de la hostilidad de esta cultura, de la soledad de nuestras preocupaciones, de ser conciente de las propias limitaciones, uno adquiere la certeza de saber que todo tiene sentido con Cristo.

Es como si se tratase de un gran puzzle con piezas de colores muy similares. Uno no sabe dónde encajarlas ni el lugar que las corresponde en el mural. Simplemente va poco a poco y con paciencia haciéndolo, sabiendo que todas y cada una de las piezas forman parte de un bello retrato. Así es nuestra vida, un gran puzzle donde Dios es el gran director de nuestra historia.

Las preocupaciones, los ajetreos, los quebraderos de cabeza, los hijos, el marido o la mujer, el estudio, el trabajo, la parroquia, los feligreses y los problemas familiares hacen que la serenidad se eche de menos en nuestra vida. Es como si, bajo el sofocante calor del sol, andando por las dunas del desierto nos aplanase, nos faltara el aliento y la ilusión primera se fuera sofocando. Por eso Cristo, que nos conoce demasiado de bien, nos hace esta invitación: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco». Jesucristo es como ese oasis que te permite regenerar tu alma, refrescar las ilusiones y cargar de alegría para afrontar los desafíos tan duros. ¡Con Cristo todo lo podemos!

Y sobre todo hermanos, tenemos que afinar el oído para escucharle, porque constantemente nos está enseñando. Es cierto que ahora no nos enseña como antes, cuando estuvo por aquí sentado en una barca ni en lo alto de un monte ni comiendo como convidado en una casa… ahora nos enseña en el silencio de la oración y con la Palabra de Dios. El Señor nos quiere nutrir con su palabra y calentar nuestra alma con su presencia.

San Pablo nos deja una idea importante. Nos cuenta que gracias a la sangre derramada por Cristo en la cruz, ahora estamos cerca los que antes estábamos lejos. Hagamos un ejercicio de imaginación: Supongan ustedes dos montañeros. Uno de ellos ha sufrido un accidente al caerse por un terraplén, está herido. Es el montañista sano el que tiene que ir tirando con cuerdas y poleas de su compañero para poderlo rescatar. El accidentando depende totalmente de su compañero, de su habilidad, de su destreza y de su fuerza. Nosotros no estábamos heridos, sino moribundos. Con nuestras propias fuerzas no podíamos hacer nada. Éramos como esos coches cuyas ruedas están constantemente patinando en el barro sin poder mover avanzar los neumáticos. Sin embargo Jesucristo nos ha rescatado de la muerte, nos ha sacado ‘del pozo del sin sentido’, nos ha sanado las heridas profundas ocasionadas por el pecado. Y recordemos que el precio que Jesucristo ha pagado por cada uno de nosotros ha sido extremadamente algo: su sangre… hemos sido comprados a precio de su sangre. Somos propiedad de Cristo. Dejemos que el timón de nuestra existencia sea llevado por tan gran Señor.

miércoles, 18 de julio de 2012

18 DE JULIO DE 2012 Residencia de Santa Eugenia de Cevico de la Torre

18 DE JULIO DE 2012

Residencia de Santa Eugenia de Cevico de la Torre

Estimada Amada, Pilar y demás componentes del equipo directivo de esta querida residencia, queridos ancianos y trabajadoras de esta importante institución, hermanos y hermanas todos en Cristo.

Es muy complejo condensar en cuatro líneas todo el agradecimiento de este pueblo ceviqueño hacia esta fundación benéfica. Realmente es un regalo bastante valioso. Como en todos los lugares nos encontramos con dificultades pero siempre son subsanadas encontrando el modo más acertado de atender a nuestros mayores.

Nuestro benefactor, don Pedro Monedero, tal y como nos lo recoge su testamento, quiso que de sus bienes y rentas se edificase una Casa de Beneficiencia en Cevico de la Torre. Que se tendrían en cuenta las dimensiones de mencionada casa para que pudieran contener a ochenta ancianos y que mencionados mayores tuviesen una capillita para las atenciones religiosas. Don Pedro Monedero ya manifestaba que estos lugares de cultos habían de ser preferentes. Y tiene mucha razón porque si quitamos a Dios del medio, si arrinconamos a Dios… ¿con qué nos quedamos? Nuestra sociedad sufre una gran anemia de fe. Si alguien eliminase la fe de su vida se quería reducido a un sin sentido. Cuando uno porta a Cristo en su alma el anciano que uno tiene delante lejos de ser una carga es un regalo de Dios porque amando a esa criatura estás amando al Creador.

D. Pedro Monedero podía haber empleado su dinero para otros fines distintos… porque realmente no tenía ninguna obligación. De hecho todos tenemos la experiencia de lo que cuesta dar dinero. Pero por amor optó dejar sus posesiones pensando en los pobres. Incluso pensó en las raciones de pan y legumbre tanto de los pobres como de los trabajadores y parientes pobres.

Cuando uno entra en esta capilla enseguida se percata de la claridad que entra por las vidrieras del techo. Los rayos solares atraviesan los cristales policromados para proporcionarnos esta luminosidad. Nuestra alma se debería de asemejar a estas cristaleras. El sol que es Cristo debe de incidir en nuestra alma para iluminar las realidades cotidianas con la luz de la fe. Y es más, de hecho Cristo se empeña día y noche en ofrecernos sus rayos… pero depende de nosotros el permitirlos pasar o cerrar su paso.

Cuando andamos por el terreno de lo religioso nos tenemos que descalzar, porque es una realidad que nos supera, que nos trasciende. Enseguida cuando alguna opinión es diferente o disgusta a algunas personas se levanta una gran polvoreda sin tener en cuenta el daño ocasionado por el escándalo. Todos nos necesitamos y todos podemos aportar pero para poderlo hacer es preciso hacer un discernimiento a la luz de la fe por medio de la oración serena y pausada. San Agustín decía esta máxima preciosa: «En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad».

Si don Pedro Monedero se hubiera dejado llevar por el desánimo, las críticas lanzadas contra su persona, las veces que le habrían llamado tonto por dejar el dinero a los pobres…ahora mismo el pueblo de Cevico no podría presumir de esta nuestra institución.

Dios es el Señor de la Historia, y todo lo que nos ocurre es un constante diálogo entre Él y cada uno de nosotros. Si eliminamos la fe de nuestra vida cotidiana todo se torna en hostil y reinará la constante crispación.

Don Pedro Monedero sabía que el mejor de los legados que podría dejar era una herencia totalmente impregnada de amor….aquí la tenemos y ahora la disfrutamos. Por eso, desde esta capilla le damos gracias a Dios por habernos colocado en el camino de la historia de este pueblo a tan importante benefactor.

sábado, 14 de julio de 2012

Homilia del domingo XV del tiempo ordinario, ciclo b

Domingo XV del tiempo ordinario, ciclo b

La Palabra de Dios siempre nos ofrece esa lucidez que procede de lo Alto para comprender nuestra propia realidad.

La primera de las lecturas tomada del profeta Amos es muy breve pero muy intensa. El profeta Amos lanza un mensaje al pueblo judío que no ha perdido actualidad a lo largo de los siglos. Él gozaba de una visión profética que le llevó a leer por dentro acontecimientos y situaciones que externamente solo hablaban de bienestar y prosperidad. Pero no valen estas situaciones, aparentemente benéficas, cuando todo está construido sobre el abandono de las más decisivas exigencias de la fe en el Señor. El profeta Amos nos dice que no puede haber religiosidad sin ética. Dicho con otras palabras: Sólo podremos ofrecer un culto agradable a Dios cuando nuestros comportamientos estén orientados en orden del bien. San Pablo lo dice empleando otras palabras: «Si alguno dice yo amo a Dios, y odia su hermano, es un mentiroso (1 Jn 4, 20a)». Cuando la ética no existe, cuando una persona obra al margen de lo que es bueno, la fe resulta algo vacío y el culto se convierte en una coartada sin eficacia. Porque hermanos, podremos engañar a las personas, sin embargo a Dios no se le puede engañar. Amos era muy claro, decía al pueblo judío lo siguiente: es cierto que el pueblo hebreo es el pueblo elegido por Dios para ser de su divina propiedad, pero a punto y seguido les recordaba la urgente responsabilidad que habían adquirido. Esto que nos enseña Amos es totalmente aplicable para cada uno de nosotros.

Muchos de los problemas que tenemos en nuestros pueblos es porque se ha generado una fractura entre el comportamiento y el culto agradable ante Dios. Es porque se ha generado un convencimiento de que no pasa nada cuando uno ‘despelleja al hermano’ y después acude, como si nada, al templo.

San Pablo en la carta a los Efesios, en la segunda de las lecturas, nos expone unas ideas bellísimas. He entresacado una: «Y nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria». Aquí San Pablo nos gradúa nuestra visión desenfocada. Primero: estamos esperando a Cristo, luego nuestra alma está siendo acondicionada para acogerle y ‘apenas llame poderle abrir’. Implica que toda la fuerza de nuestra obrar, pensar y decir está encaminada hacia el bien, más aún, hacia la santidad. ¿Cabe aquí las críticas, la crispación, la murmuración, el sembrar cizaña, el enfrentamiento, la amenaza y la división?, claramente que no caben. Y la segunda de las ideas: Del mismo modo que una lámpara sin el aceite no puede cumplir su cometido de alumbrar, tampoco un cristiano puede ofrecer un culto agradable a Dios sino está repleto del aceite de la caridad fraterna. Sólo daremos alabanza a Dios cuando se abandone determinados hábitos reinantes que dañan la fraternidad cristiana.

Y el Evangelio va en la misma línea. El objetivo de los cristianos es anunciar la buena nueva del Reino de Dios. Y en concreto, aplicándolo a los presbíteros, proponer y nunca imponer la Palabra de Dios, siempre respetando la libertad de las personas, ahora bien, si el nombre de Cristo no es escuchado ni amado estamos dispuestos a sacudirnos el polvo de los pies y marchar a otros lugares.

sábado, 7 de julio de 2012

Homilía XIV del tiempo ordinario, ciclo b

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

(Ez 2,2-5; 2ºCor 12,7-10;Marcos 6,1-6)

Hoy en el Evangelio nos hemos encontrado a Jesús en su tarea de enseñar de pueblo en pueblo. Cualquier oportunidad es aprovechada por Jesús para anunciar la buena nueva, ya sea en las sinagogas, en las plazas o en el campo. Jesús se encuentra con mucha oposición e incluso con personas que se llegan a reír de Él. Curiosamente cuando el Maestro va a las sinagogas es cuando más oposición e incredulidad se encuentra. Por ejemplo, hoy está en la sinagoga de Nazaret y la gente en vez de examinar su sublime doctrina y su conducta intachable, llegan a dudar de Él, murmuran y desconfían. Y hermanos lo que resulta más chocante de todo esto es que las personas que acudían a la sinagoga son los que podríamos llamar como “practicantes”, o sea que son “gente de asistir al culto”. Gente que en principio deberían de haber descubierto algo de todo esto de la fe.

Hermanos nosotros corremos el mismo riesgo que estos judíos paisanos de Jesús. El hecho de participar en la Eucaristía y de estar físicamente en este lugar santo nos exige a mantener una actitud constante de seria conversión. Es más, asistir a la Santa Misa y encontrarnos a Jesucristo, cara a cara, en la Sagrada Forma, y no dar pasos hacia la santidad es un auténtico escándalo. Dios no quiere ni sacrificios ni holocaustos ni que le digamos con los labios que le queremos mucho y que nos ‘comemos a besos a su Santísima Madre’…. porque esto son tonterías. Dios quiere que nuestra alma esté constantemente calentada y alimentada por su divina y suprema presencia. Y una consecuencia de esto es vivir teniendo en cuenta el perdón, la reconciliación, el amor y la comprensión.

Pero atención, porque el ejercicio de estar en sintonía con Dios, el hecho de poner en acción la vocación cristiana, el ponernos ‘manos a la obra’ para responder a lo Jesucristo quiere de nosotros es imposible con nuestras solas fuerzas. El Señor nos dice, con toda la claridad posible, que nosotros no podemos permanecer en pie delante de Él. Y menos aún, levantarnos para cumplir la misión que Dios nos encomienda, a no ser que recibamos la fuerza del espíritu divino.

En la primera lectura el profeta Ezequiel nos lo deja muy claro a todos. El hombre recupera su verticalidad, el hombre está en pie, el hombre actúa con dignidad y lucidez cristiana gracias a la fuerza de Dios que lo lanza a la acción. Y es más, que aunque luchemos por ser fieles a Cristo siempre tendremos alguna espina clavada entre la piel que con el dolor que nos genera nos recuerda que nuestros ojos han de estar clavados en el Señor esperando su misericordia. Y el Señor que es el médico de los cuerpos y de las almas nos sana con el sacramento de la reconciliación.

Jesús enseñaba de pueblo en pueblo, y ahora el Señor se nos ofrece para impartirnos clases particulares… sólo Él y tú. Y lo único que tienes que hacer para asistir a mencionadas clases es arrodillarte ante el Sagrario, tomar entre tus manos la Biblia, hacer silencio ante su divina presencia, acudir con arrepentimiento sincero al confesionario y acoger a Cristo que viene en la Eucaristía. Así sea.