DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b
Cada vez que me acerco a leer a San Pablo me brota un sentimiento de felicidad. Escuchen esta expresión salida de su pluma: «Hermanos: Ahora estáis en Cristo». Quiere decir que el mundo futuro ha comenzado. Que no somos fruto ni del azar ni de la casualidad. Que en medio de todo el ajetreo, de la indiferencia del mundo, de la hostilidad de esta cultura, de la soledad de nuestras preocupaciones, de ser conciente de las propias limitaciones, uno adquiere la certeza de saber que todo tiene sentido con Cristo.
Es como si se tratase de un gran puzzle con piezas de colores muy similares. Uno no sabe dónde encajarlas ni el lugar que las corresponde en el mural. Simplemente va poco a poco y con paciencia haciéndolo, sabiendo que todas y cada una de las piezas forman parte de un bello retrato. Así es nuestra vida, un gran puzzle donde Dios es el gran director de nuestra historia.
Las preocupaciones, los ajetreos, los quebraderos de cabeza, los hijos, el marido o la mujer, el estudio, el trabajo, la parroquia, los feligreses y los problemas familiares hacen que la serenidad se eche de menos en nuestra vida. Es como si, bajo el sofocante calor del sol, andando por las dunas del desierto nos aplanase, nos faltara el aliento y la ilusión primera se fuera sofocando. Por eso Cristo, que nos conoce demasiado de bien, nos hace esta invitación: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco». Jesucristo es como ese oasis que te permite regenerar tu alma, refrescar las ilusiones y cargar de alegría para afrontar los desafíos tan duros. ¡Con Cristo todo lo podemos!
Y sobre todo hermanos, tenemos que afinar el oído para escucharle, porque constantemente nos está enseñando. Es cierto que ahora no nos enseña como antes, cuando estuvo por aquí sentado en una barca ni en lo alto de un monte ni comiendo como convidado en una casa… ahora nos enseña en el silencio de la oración y con la Palabra de Dios. El Señor nos quiere nutrir con su palabra y calentar nuestra alma con su presencia.
San Pablo nos deja una idea importante. Nos cuenta que gracias a la sangre derramada por Cristo en la cruz, ahora estamos cerca los que antes estábamos lejos. Hagamos un ejercicio de imaginación: Supongan ustedes dos montañeros. Uno de ellos ha sufrido un accidente al caerse por un terraplén, está herido. Es el montañista sano el que tiene que ir tirando con cuerdas y poleas de su compañero para poderlo rescatar. El accidentando depende totalmente de su compañero, de su habilidad, de su destreza y de su fuerza. Nosotros no estábamos heridos, sino moribundos. Con nuestras propias fuerzas no podíamos hacer nada. Éramos como esos coches cuyas ruedas están constantemente patinando en el barro sin poder mover avanzar los neumáticos. Sin embargo Jesucristo nos ha rescatado de la muerte, nos ha sacado ‘del pozo del sin sentido’, nos ha sanado las heridas profundas ocasionadas por el pecado. Y recordemos que el precio que Jesucristo ha pagado por cada uno de nosotros ha sido extremadamente algo: su sangre… hemos sido comprados a precio de su sangre. Somos propiedad de Cristo. Dejemos que el timón de nuestra existencia sea llevado por tan gran Señor.