sábado, 20 de agosto de 2011

XXI DEL TIEMPO ORDINARIO, 21 de agosto de 2011

Todos a lo largo de la vida estamos tomando decisiones que nos van definiendo en nuestro modo de ser y de pensar. Esas decisiones las vamos adoptando conforme a unos criterios, de acuerdo a una escala de valores. Si para una persona es importante la naturaleza intentará preservar el medio ambiente, inculcará en sus hijos y amigos el valor de respetar a los animales y los diferentes ecosistemas… entre otras cosas.

Los cristianos sabemos quien puede saciar nuestra sed y nuestra hambre de plenitud. Sabemos que nuestro objetivo es terminar nuestra carrera para llegar a la Patria Celestial. Todas nuestras decisiones van orientadas para ser santos y gozar de la presencia de Dios en la eternidad. Jesucristo que conoce nuestra frágil condición y endeble perseverancia se ha tomado la molestia de acompañarnos y de mostrarse muy cercano, así como disponible para cualquier cosa. Y del mismo modo que cualquiera de ustedes van conociéndose entre sí por el trato frecuente, por las conversaciones y comentarios que se hacen, también cada uno de nosotros debería de ir descubriendo quien es Cristo para cada uno.

Todos estamos consagrados a Dios, somos propiedad de Dios, nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y nuestra vida ha de ser un continuo canto de acción de gracias al Creador. Si somos propiedad de Dios todas nuestras decisiones han de ir encauzadas para tenerle cerca. Es cierto que son insondables las decisiones de Dios y que son irrastreables sus caminos, pero lo que sí tenemos en claro es que todo lo que Dios ha planeado para nosotros es para nuestro bien.

Nuestras decisiones nos han de ayudar a vivir las 24 horas en la presencia divina. La oración, la Eucaristía, la confesión frecuente, la lectura de la Palabra de Dios, la reflexión, el ofrecimiento de obras, el apostolado, el trabajo ofrecido, los sacrificios ocasionados, las alegrías y penas experimentadas, las jornadas vividas son los diferentes instrumentos que el mismo Cristo emplea para ir formando nuestro corazón a semejanza del suyo. Cuando uno entra en esta apasionante dinámica va descubriendo quien es Jesucristo y lo que Dios le aporta en su vida. Es aquí pues, cuando el Señor se acerca a tu ser y te pregunta: Amigo, ¿que piensas de mí?, ¿quién dices que soy yo?, ¿que experiencia tienes de mí? Algunos ya adultos le podrán decir, mira, para mí eres el «Jesusito de mi vida, eres niño como yo….», a lo que Jesucristo te podría decir perfectamente: «Amigo, no te has enterado de nada». Otros le podrían decir a Jesús que Él es “un amarga placeres”, un amargado de la vida que no deja que cada cual viva su vida como le diera en gana, a lo que Jesucristo le podría contestar: «Amigo, aún no has descubierto el amor y me preocupa muy en serio tu salvación ya que estás muy mareado y descentrado».

También habrá personas, como nuestro querido san Pedro, que le dirán: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo», «tú eres Aquel por el que merece la pena luchar y soportar los dolores, eres la plenitud que sacia nuestra indigencia; eres la respuesta a todos nuestros interrogantes; eres el amigo que nos rescatarás de la muerte para conducirnos al gozo en la eternidad».

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