sábado, 7 de agosto de 2010

¿Qué es lo esencial?

Domingo XIX del tiempo ordinario, 8 de agosto de 2010

El corazón del hombre se puede llegar a asemejar a un potente imán que atrae, con cierta impetuosidad, ciertas cosas hacia si. Tantas pueden ser las cosas atraídas que todo él puede quedar totalmente cubierto y aplastado por infinitud de deseos, de ilusiones, de posesiones o de frustraciones. Un corazón así no puede, casi, ni latir. Vivirá con gran ansiedad, desasosegado y con una sensación de un profundo vacío, ya que nada ni nadie en este mundo puede llegar a colmar el ansia de felicidad que genera el corazón humano.


Cuando uno empieza a ser conciente que somos peregrinos hacia el Cielo, y que todos nosotros tenemos una ‘fecha de caducidad’ en nuestra estancia terrena; es cuando uno empieza a prescindir de algunas de sus apegadas cosas para centrarse en lo esencial. Y ustedes me pueden preguntar: ¿y qué es lo esencial?, ¿cómo yo se discernir lo que es esencial de lo que es secundario?. El Pueblo Judío sí lo sabía, de hecho así nos lo comunica en el libro de la Sabiduría: El pueblo esperaba la salvación de los inocentes y estar ante la presencia de Dios era todo un alto honor. Para el pueblo judío lo esencial era VIVIR EN LA PRESENCIA DE DIOS y gozar de su presencia.

Y en la segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, ¿qué cosa es lo esencial?, ¿de qué cosa no podemos prescindir y es tan necesaria como el aire que respiramos o el agua que bebemos?. Lo esencial es: ANSIAR LA PATRIA DEL CIELO, vivir en la ciudad que Dios nos tiene preparada.


Como se pueden dar cuenta, tanto en la primera, en el salmo responsorial como en la segunda de las lecturas uno se encuentra con un común denominador: Ese potente imán, que es el corazón del hombre, para gozar de auténtica felicidad, sólo ha de atraer hacia si una única cosa: EL DESEO DE VIVIR EN LA PRESENCIA DE DIOS.

Ese deseo de vivir en la presencia de Dios lleva en sí mismo EL amar a los demás hermanos con la intensidad que Dios nos indica. Amar a Dios y vivir en la presencia de Dios conlleva amar, perdonar, disculpar a los demás. Sin embargo me podéis decir: «Es que si yo perdono a los demás lo que me hacen terminaré pasando por ‘tonto’ ante la gente». Muchas veces, lo que piensen los demás, está de más. Lo importante es que Dios, al ver nuestras acciones se pueda sentir orgullosos de nosotros.


Tal y como nos dice el Evangelio, nosotros somos los administradores que el Señor nos ha puesto al frente de muchas responsabilidades para hacer lo que Dios quiere y estar dispuestos a ponerlo por obra. Dios desea que nosotros, que como administradores que somos, tengamos en nuestro corazón una única pretensión: vivir en la presencia de Dios cumpliendo con el deber de amar al hermano.

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