domingo, 22 de agosto de 2010

Domingo XXI del tiempo ordinario

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO,

22 de agosto de 2010

Estamos ante un texto evangélico, que podríamos calificarle como ‘molesto’, o por lo menos, que ‘nos amonesta’. Jesucristo en el Evangelio nos habla de ‘una puerta estrecha’ y que nos ‘esforcemos en entrar por esa puerta estrecha’; que muchos van a intentar entrar y que no van a poder. El caso es que Jesús aquí nos habla de un modo un tanto duro. ¿Con estas palabras el Señor acaso pretende meternos ‘el miedo en el cuerpo’?, ¿por qué emplea este tipo de lenguaje?.

Jesucristo pretende que cada uno reflexione sobre su propia vida; que cada uno se convierta de sus malas conductas; que cesemos de obrar mal y que aprendamos a obrar bien. Y es muy claro, no tiene ‘ni trampa ni cartón’, no juega con nosotros, nos pone sobre la mesa, como si se tratasen de las cartas de una baraja, las consecuencias de aquellos que no estén dispuestos a convertir sus vidas y de orientar su corazón hacia Dios.

Cuando uno hace un examen de conciencia de su vida cristiana enseguida se puede dar cuenta de las numerosas incongruencias entre lo que el Señor quiere y nos pide y lo que nosotros estamos haciendo y de lo que estamos dispuestos a dar. Da la impresión de estar ante el puesto de un mercadillo de productos variados regateando el precio, incluso llegando a ofrecer una miseria. Con Jesucristo “no podemos regatear”. Jesucristo quiere que nos entreguemos todo por entero a Él. Jesucristo no quiere nuestras migajas, Él desea toda nuestra persona. Sin embargo una mujer casada me podría preguntar: ¿Cómo me puedo entregar por entero a Jesucristo si estoy casada?; pues amiga, precisamente amando a tu esposo estás amando a Jesucristo. Siendo esposa y entregándote sin reservas a tu esposo estás amando sin reservas al Señor de los señores.

He empezado diciendo que este evangelio puede ser calificado como ‘molesto’. Si uno entiende la vida cristiana como una sucesión de acontecimientos sociales, llámese bautizos, primeras comuniones, confirmaciones y bodas, y no participa de los sacramentos con frecuencia ni se preocupa de su propia formación cristiana… puede llegar a resultar molesto porque le pides a uno algo que no está dispuesto a dar. Esas personas son cristianas pero Jesucristo es el gran desconocido, es decir; “no se han enterado de la fiesta”.

Ser cristiano implica, entre otras cosas, el ir adquiriendo la mirada de Cristo, el ir descubriendo los sentimientos del corazón del Señor, el ir sintonizando con sus deseos y así ir edificando el Reino de Dios en esta tierra. Cuando recibimos el sacramento de la Confirmación nos alistamos como soldados de Cristo para luchar con Él con las únicas armas del testimonio anclado en el amor al Señor y al hermano. Jesucristo trastoca todos nuestros planes. Yo les lanzo una pregunta: ¿Y esto lo hace el Señor con el ánimo de ‘hacernos la puñeta’ o ‘para fastidiarnos’?. Jesucristo no nos quiere fastidiar. Es más, estas ideas ni siquiera se le habrán pasado por su cabeza, ya que nunca ha sido su intención. Jesucristo desea que saquemos todo lo mejor de nosotros mismos.

Cuando llega el tiempo de la recogida de las uvas, uno se esfuerza por vendimiar y así poder conseguir elaborar el máximo de vino con excelente calidad. Sin embargo, aquellos racimos que han quedado tirados entre las vides, en la tierra, no formarán parte de dicha cosecha ni servirán para elaborar el vino tan deseado. Simplemente se han dejado perder. Cristo no quiere que nosotros nos dejemos perder, sino que nuestra vida tenga pleno sentido y lo tendrá siempre que contemos con Él. Así sea.

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