sábado, 14 de noviembre de 2020

Homilía del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, ciclo A 15 de noviembre 2020

 Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, ciclo a

15/11/2020

[Mt 25, 14-30]

 

                Acaba de ser proclamado el evangelio de los talentos, y quizá la primera afirmación que se podría hacer es que en el designio de Dios no hay pobres. Les hay quien tiene cinco talentos, quienes tienen dos y quienes tienen un talento. Pero en el designio de Dios cada uno hemos tenido los suficientes talentos para ser felices y para aportar desde nuestros talentos al bien común de la sociedad. Para que nadie se sienta inferior a nadie, porque Dios hace las cosas bien hechas; ya que cada uno es como es y es único e irrepetible a los ojos de Dios.

                Pero es verdad, como decía la Madre Teresa de Calcuta que ‘la más terrible pobreza es la soledad y el no ser amado’. Por eso la pobreza se genera no porque uno tenga cinco talentos y el otro uno, sino que la pobreza nace por nuestra soledad, por habernos desligado de ese proyecto por el que Dios no nos ha querido autosuficientes de cada uno, sino que en ese proyecto de Dios nos ha querido interdependientes. En el designio de Dios los talentos se comparten y se ponen los unos al servicio de los otros, no se entierran, se producen al servicio de los demás.

                En el designio de Dios no existían los pobres; sin embargo, en el designio de Dios sí que existe la fragilidad. Unos son más frágiles que otros, pobres no, frágiles sí en el designio de Dios. Y la salud de una sociedad se puede medir perfectamente por cuáles son sus reacciones, cuáles son sus comportamientos ante la fragilidad. Es importante caer en la cuenta de cómo es el comportamiento de la sociedad ante la fragilidad y cómo es mi reacción ante la fragilidad que me rodea.

                Ya hace algo de tiempo, tal vez alguno de vosotros lo escuchasteis en algún medio de comunicación, un hombre con el síndrome de Down  estadounidense llamado Frank Sephens compareció ante una de las mesas de trabajo del Congreso de los Estados Unidos donde dio su testimonio. Fueron siete minutos de oro en el que él dio testimonio desde su fragilidad como personas con síndrome de Down ante el mundo. Porque en muchos lugares del mundo han dejado de existir, así como hay muchos que conciben que hay que acabar con la pobreza del mundo haciendo que los pobres no nazcan, pues desde esta situación de fragilidad hablaba este joven, sabiendo que cada vez tenía menos compañeros con síndrome de Down en este mundo. Y en este testimonio dijo una palabra importantísima. Él dijo: «Somos como el canario en la mina de carbón». Antiguamente se bajaba a las minas con un canario para poder detectar cuando había un escape de gas peligroso inflamable era bajar a la mina un canario metido en una jaula. De manera que cuando ese canario se comenzaba a marearse o se caía había que salir corriendo porque se estaba fraguando una explosión. Y ese canario era indicativo de lo que iba a ocurrir ahí. Pues este joven, ante el congreso de los Estados Unidos dijo esto: «Somos el canario en la mina de carbón». Es decir, si la fragilidad no es cuidada, si la fragilidad no es valorada, no es estimada, si la fragilidad cae, salgamos todos corriendo que los valores de esta sociedad están en una situación de colapso total.

                En la manera en que cuidamos de la fragilidad es un autorretrato, nos autorretratamos en el modo de posicionarnos ante la fragilidad. Y no solamente de la fragilidad tenemos un autorretrato, sino que también de la fragilidad nos enriquecemos. Necesitamos todos tener amistad con los pobres, porque los pobres nos evangelizan. Hay una cosa muy ilustrativa: en el Evangelio, en las dos versiones que hay de las bienaventuranzas -san Mateo y San Lucas-, en una se dice «bienaventurados los pobres de espíritu» y en otra se dice «bienaventurados los pobres». ¿En qué quedamos? ¿en los pobres de espíritu o en los pobres?, en las dos cosas, porque una se ilumina a la otra. Un cristiano está llamado a ser ‘un pobre de espíritu’, es decir a tener a Dios como tesoro en su vida. Un pobre de espíritu, un pobre de Yahvé, un cristiano es aquel que tiene a Dios como tesoro. Pero necesitamos tener amistad con los pobres para que te enseñen a rezar el Padre Nuestro. Es cierto que el Padre Nuestro lo hemos aprendido de pequeños, pero es para que cuando reces ‘dame el pan de cada día’, lo hagas con la plena conciencia de que Dios es tu tesoro, de que Dios es tu sustento y de que dependes totalmente de Él. Que no dependes de tus falsas seguridades; no dependes de tu cuenta corriente. Un pobre es alguien que te enseñe a rezar el Padre Nuestro, porque pobre de espíritu no se puede ser sin aprender de los pobres. No podemos apoyarnos falsamente en nuestras seguridades, no podemos auto-engañarnos por esa falsa seguridad del que se suele desprender del sentirnos seguros por tener una nómina, una pensión, unas tierras, unos pisos o una nutrida cuenta de ahorros.

                Dejémonos enseñar de cómo Dios es nuestro sustento último en el que se cimienta nuestra felicidad. La parábola de los talentos nos está recordando que hemos sido llamados no sólo a no hacer el mal, sino hacer el bien. El Señor nos ha redimido para que no enterremos los talentos, para que hagamos el bien, para que no hagamos pecados de omisión; sino que hagamos todo el bien que podamos hacer en esta vida.

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