Domingo Segundo
de Pascua
19 de abril de 2020
19 de abril de 2020
«Los
hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la
fracción del pan y en las oraciones» [Hch 2, 42-47]. Eso es lo que ahora estamos
haciendo –con grandes limitaciones- en medio de este estado de alarma por el
Covid-19, cada cual en su hogar. No podemos comer de un mismo pan y beber de un
mismo cáliz por esta situación extraordinaria y de dolor, pero un
signo de la salud de nuestra fe es el preocuparse de los hermanos en medio de
esta pandemia y podernos ver aunque sea por medio de una pantalla
pequeña del teléfono móvil es un motivo de alegría.
Esta primera lectura nos
habla de comunión; de cómo el Señor hace obras grandes en medio de ellos; que
no permitían que los hermanos pasaran necesidad y eso implicaba un despego de los bienes por amor al hermano y a Cristo;
de cómo partían el pan en las casas con todo lo que eso implica de poner la casa al servicio de los hermanos
y de cuidar la calidad de la acogida a
los hermanos en esas casas; y
además dice la lectura de los Hechos de los Apóstoles que «tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón»,
o sea relacionan directamente la celebración con el ágape, con la comida
compartida entre los hermanos y con los hermanos y alababan a Dios. Todas estas
cosas que acabo de enumerar son consecuencia directa de la resurrección del
Señor. De tal modo que el pecado personal y la falta de
fe en la resurrección del Señor acarrea que mencionados signos no se den o
pierdan mucha intensidad. El abrir la propia casa a los que no
son de la familia, el privarse de algo importante para que el hermano no pase
necesidad, el perseverar en la oración común y en la enseñanza de los pastores,
el cuidar la calidad de la acogida de los hermanos y de aquellos que se nos
acercan, así como el estar alabando a Dios aun en medio de la prueba… es algo totalmente contracultural que sólo se
puede sostener si estamos unidos a Cristo Resucitado.
Yo no sé cómo, pero Cristo
realmente ha resucitado. Ahora bien, si me piden indicios, pruebas,
huellas dactilares, una fotografía o algún objeto para poder extraer su ADN
resucitado… de eso no tengo nada.
Yo lo que sí que sé, porque me fío totalmente del testimonio de los Apóstoles,
de María Magdalena, de las mujeres, entre ellas la Madre de Jesús y Madre nuestra,
y hoy por el descubrimiento de Tomás de que Cristo había resucitado. Ya se lo decían los otros apóstoles a Tomás: «Hemos visto al Señor», y tuvo el Señor que
aparecerse a Tomás para decirle «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos;
trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente» [Jn 20, 19-31]. ¿Quién
le contó a Jesús la conversación de Tomás para que el mismo Jesús reprodujera
en su integridad esas palabras del apóstol? ¿Es que acaso Jesús estuvo durante
todo el tiempo constantemente entre ellos sin que ellos se enterasen? Puede ser
que se tratara de una presencia silenciosa pero muy real que habitaba en medio
de ellos, aun sin ellos enterarse, y que les iba alimentando espiritualmente de
un modo misterioso.
El
apóstol Tomás al principio no creyó el testimonio de sus hermanos en la fe.
Como tampoco creyeron al principio el testimonio de María Magdalena. Mirad, María Magdalena…También el Señor “fue fino”,
sabiendo que el testimonio de una mujer no era válido para testificar ante un
juicio o para tomar una declaración, va y le dice a una mujer que diga a los
Doce que se ha encontrado con Jesús Resucitado y que le ha dicho una serie de
cosas. El Señor empleó una pedagogía para
que descubriesen la certeza del hecho histórico de su resurrección, de
que era algo real, auténtico, que había sucedido, que no era una proyección de
su mente ni fruto o consecuencia de un trastorno de su mente. Si queremos sacarnos razones y argumentos para
no creer, lo conseguiremos y no creeremos en la resurrección. Tomás se
sacó una serie de argumentos, él quería ver y tocar para creer. Cuando a
nosotros las cosas no nos van bien o la zarza del dolor, el agobio, la
precariedad y de la enfermedad hacen su aparición podemos sentirnos solos, como
olvidados de los demás y del mismo Dios, dejándonos vencer por el desánimo y
enfriando nuestra relación personal con Él. De ahí la importancia de la
Comunidad Cristiana que te recuerda con alegría una y otra vez: «Hemos visto al Señor».
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