HOMILÍA DEL DOMINGO
PRIMERO DEL TIEMPO DE CUARESMA, ciclo b
Me encuentro con personas –algunas
de ellas bautizadas- que despotrican con modos muy diversos contra la Iglesia.
Da la impresión de que se crecen criticando a los curas, a las monjas, por la
riqueza que tiene la iglesia, por los casos de escándalos que se hayan podido
dar en ella, o incluso los hay de los que han debido de vivir durante la época
medieval del tribunal de la Santa Inquisición porque hablan mucho de ella.
Yo lo único que puedo decir que
gracias a que estoy embarcado en el barco de la Iglesia me puedo encontrar con
Cristo. Formo parte de la tripulación de este gran barco que lleva surcando los
mares de la historia durante más de dos mil años. Que tal vez pueda dar la
impresión de que esté surcando algunos mares turbulentos o donde el oleaje sea
muy peligroso donde uno crea que se vaya a la deriva con el temor de encallar
contra alguna roca o un iceberg. Y uno puede tener cierto miedo y tener una
lista de temores. Salta un escándalo en la Iglesia por un obispo o un
presbítero o un religioso o religiosa que ha cometido un pecado notorio y un
delito imputable y parece que todo se va a derrumbar. Se destapa algunos lujos
de algunos obispos o cardenales que viven sin coherencia con lo que ellos
mismos predican y los medios de comunicación social se hacen eco enseguida. Parece
que en las bodegas del barco de la Iglesia se van inundando de agua corriendo
grande riesgo su propia flotación. Sin embargo la fuerza de la gracia de Dios
es más potente que el propio mal azuzado por Satanás.
Dios
ha establecido con nosotros una alianza de amor que no permitirá que el mal nos
devaste (PRIMERA LECTURA, Gén 9, 8-15). Ya no
harán falta sacrificios de animales ni el derramamiento de la sangre para
sellar una alianza, la cual era constantemente vulnerada por los hombres
abusando de la paciencia de Dios. Y esa alianza se sellará de modo definitivo
en la cruz de Cristo, en su sangre: «Tomad y bebed todos de él, porque esto es el
cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por
vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados».
El
Señor conoce de nuestra profunda debilidad y del alto riesgo que tenemos de
serle infiel, de ahí que desee su Espíritu Santo morar en el alma de cada uno
para ayudarnos y fortalecernos desde dentro en esa lucha contra el mal. Ya nos lo
dice la primera carta del apóstol San Pedro «Cristo sufrió su pasión (…) por
los pecados (…) para conducirnos a Dios» (SEGUNDA
LECTURA, 1 Pe 3,18-22).
El mismo Moisés fue ayudado por Aarón y Jur sosteniéndole
los brazos en alto en aquella batalla de Israel contra Amalec (Ex 17, 8-16). Y
gracias a esa ayuda que recibió Moisés, Josué derrotó a Amalec y a su pueblo a
filo de espada. Es el mismo Jesucristo el que sostiene tus brazos alzados para
que puedas salir vencedor del combate. ¿Cómo afrontar el combate de la muerte
de un ser querido o la propia muerte, o el combate de la enfermedad con todas
la limitaciones y sufrimientos que lleva inherente, o el combate de esa
situación de desempleo, de ruina económica, de penurias por no poder tener
seguridad y de vivir con miedo, de drogadicción, de alcoholismo, de ludopatía,
o el desgaste notable por el paso de los años, etc.? ¿Cómo puede uno afrontar
todo esto si no se está en la barca de la Iglesia? Si no estás embarcado,
mueres ahogado. Recordemos la historia de tres judíos piadosos llamados Sidrac,
Misac y Abdénago cuando se negaron a adorar a aquella estatua de oro de unos
treinta metros de alta y tres de ancha que colocó el rey Nabucodonosor en Babilonia
para que la adoraran (Daniel 3, 1-97). ¿Acaso murieron abrasados en aquel horno
encendido donde fueron arrojados? Y eso que los criados del rey que los habían
arrojado no paraban de avivar el horno con nafta, pez, estopa y sarmientos,
llegando a elevarse la llama más de veinte metros por encima del horno,
abrasando a los caldeos que se hallaban alrededor del horno. Sidrac,
Misac y Abdénago salieron ilesos de aquel horno. Nosotros si estamos dentro del
barco de la Iglesia saldremos vencedores del tormento y la muerte no podrá
tener dominio sobre nosotros.
Ese “arca” (tebah) es como una
cesta, como la cesta en la que un día Moisés será salvado de las aguas. Tú y
yo, todos nosotros, hemos adquirido la tarjeta de embarque en esta gran arca
que es la Iglesia a través del bautismo, y que en palabras de San Pedro es el
bautismo «el que actualmente nos está salvando». Y en este barco que es
la Iglesia nos mantenemos a salvo ya que, tal y como dice el Salmo Responsorial
«el
Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores» (SALMO RESPONSORIAL, Sal 24, 4-5a. 6-7cd. 8-9).
El demonio nos tentará en nuestra
debilidad y caeremos y él nos acusará contantemente por ese pecado. Me acuerdo
aún de una anécdota de la que fui testigo. Un chico había sido infiel a su
chica y esto a este chico le había estado torturando largamente. Este chico se
desahogó con uno de sus mejores amigos. Transcurrió el tiempo y esa amistad se
tornó en enemistad. Y este antiguo amigo y actual enemigo quiso hacer daño a
esa pareja de novios y amenazó al chico que había sido infiel con contarle a su
novia lo de aquella infidelidad. Lo que no sabía este acusador que el propio
chico se lo confesó a su chica y que ella se lo había perdonado y olvidado.
Cuando el enemigo cumplió su amenaza, la chica le contestó: «Eso ya lo sabía
desde hace mucho tiempo, ¿y para esto me molestas?». El otro, el acusador, se
quedó totalmente descuadrado y avergonzado. A Cristo le encontramos en el
desierto (EVANGELIO, Mc, 1, 12-15), allí sin
seguridades, sin comodidades, con hambre y sed, cansancio y ampollas en los
pies y en el cuerpo por los estragos que ocasiona tanta exposición a los rayos
solares, etc., y allí se prepara para
fortalecerse para hacer frente a las pruebas y tentaciones del Demonio. Cristo
nos quiere llevar al desierto para que nuestra alma se desnude ante Él, para
que no le ocultemos nada, para mostrarnos tal y como somos y sentimos y
pensamos. Si nosotros contamos las cosas a Cristo, si le decimos todos nuestros
secretos y pecados…al Demonio no le dejaremos que lleve a cabo su tarea de
denunciar nuestro pecado ante el mismo Dios. A lo más, el Demonio hará el ridículo
más absoluto.
Palencia,
ESPAÑA, 18 de febrero de 2018