LA EPIFANÍA
DEL SEÑOR,
6 de enero 2018
Nuestra
vida entera está marcada principalmente por nuestros amores, por las personas
concretas a quienes amamos, y entre ellas, nosotros contamos con Dios, que como
es Dios, marca de manera singular y total todos los recovecos de nuestra
existencia.
San
Juan de la Cruz dice: «Hay almas que se revuelcan
en el cieno, como los animales que se revuelcan en él, y otras que vuelan, como
las aves que en el aire se purifican y limpian» (Dichos de amor y luz, 98). Nuestras vidas están
marcadas por nuestros amores, pero hay amores que no son tales, sino focos de
infecciones. El corazón tiende a buscar lo fácil, evitando el sacrificio y la
renuncia, descuidando el amor auténtico, valioso y primero.
Conozco
a matrimonios que ambos viven en lugares distanciados con la excusa de tener un
futuro mejor, ganar más dinero para pagar la casa y buscar una mayor promoción
en su puesto de trabajo para así tener un estatus social que beneficiara a su
familia… se han ido temporadas fuera de su hogar y el uno se ha terminado encaprichando
con una y la otra ha ido buscando fuera lo que el otro ausente no le estaba
dando. A simple vista ¿quién podría decir que este acto altruista y de amor por
su familia iba a ser el detonante de su propia destrucción? O ¿qué decir de ese
cura que se le ve muy entregado a sus feligreses, que hace muchas cosas por los
demás pero que se abandona a alguna feligresa, al alcohol o a alguna adicción por
no dejarse amar por Dios en medio de su soledad? O ¿qué decir de esa persona
ilustre, seria, adinerada, respetada, de
misa diaria, entrada en años que en vez de asumir las limitaciones de la edad y
no verse como un pobrecillo arrinconado en una residencia de ancianos convence con
la promesa de su dinero a una jovencita sin recursos para tenerla como compañía
y desahogo de sus bajas pasiones? Realmente hay almas que se revuelcan en el
cieno. Nuestra alma está marcada principalmente por nuestros amores.
Pero
hay ‘otras almas que vuelan, como las aves que en el aire se purifican y
limpian’. Los Magos de Oriente buscaban a Jesús para adorarle, reconociéndole
así como Dios. Los Magos de Oriente eran de estos que vuelan, que se purifican
y se limpian porque han descubierto el gozo de vivir en la Verdad, de sentirse
capaces de amar porque reciben previamente el amor de Dios; de acoger porque previamente
están siendo acogidos por Dios; de mostrar con los hechos lo que es realmente
lo importante en sus vidas. De tal forma que allá donde reinaba la oscuridad en
sus vidas –por desórdenes en el afecto, por apego al dinero, por la lucha
encarnizada por sobresalir y destacar sobre los demás, por la búsqueda del
confort y de la comodidad, por la pereza instalada y acomodada donde ‘nadie te
puede decirte nada’…- donde todo este caos es iluminado por Cristo y Él nos va
mostrando como cuando uno lucha contra eso, uno es más feliz porque tiene muy
de cerca a Dios. Y la oscuridad abunda, puede ser el abuso del alcohol que te
impide hablar con tus seres queridos porque uno ‘va cargadito’, puede ser el
juego con la que uno malgasta el dinero para poder comprar la comida y pagar
las factura y que genera que no haya pan sobre la mesa; el aislarse ante la
televisión para no dialogar con nadie…y en muchos más momentos donde la
oscuridad tiende a prevalecer. Pero cuando Cristo nos ilumina, como aquella
estrella a los Magos de Oriente, donde había silencio se convierte en
conversación; donde había rencores en reconciliación; donde había soledad en
compañía; donde había egoísmo en desprendimiento; donde había mis intereses
primero en el otro que sea el primero… todo cambia, todo mejora, todo reverdece
y todo, con Cristo, resucita.
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