DOMINGO XIV DEL TIEMPO
ORDINARIO, ciclo b, 5 de
julio de 2015
Lectura del Profeta Ezequiel 2, 2-5
Sal. 122, 1-2a. 2bcd. 3-4 R: Nuestros ojos están en el Señor, esperando
su misericordia
Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 12,
7-10
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 6, 1-6
Dios se queja de que seamos
testarudos y obstinados. Somos duros de cerviz y tardos en obedecer. Y a pesar
de ser como somos, Dios no nos abandona. Al pueblo no le van a faltar profetas
y testigos del Evangelio enviados de parte de Dios. El profeta Ezequiel fue
enviado al pueblo durante el destierro
de Babilonia. El pueblo empieza a relajarse bastante en las costumbres y
comienzan a perder la fe. Y en este contexto de olvido de Dios por parte del
pueblo es enviado Ezequiel para que
saque de esa crisis de fe al pueblo judío.
Nos dice el profeta Ezequiel que el
Espíritu "entro en él y le puso de pié". O sea, el Espíritu "le pone en pie". Dicho con
otras palabras: Dios le concede esa pasión
por rechazar el mal. El Espíritu le concede la VIRTUD de la fortaleza
para la misión. Estamos ante una virtud
que tiene como objeto el resistir y
hacer frente a los temores de la vida. El hombre está llamado a ser libre y
una de las cosas que nos impiden ser libres es tener miedos. No podemos estar
cohibidos por los miedos porque así no podemos disfrutar de la libertad. Dice
San Pablo: «¿Quién nos separará del amor
de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la
desnudez, el peligro, la espada?» (Rom 8,35) Esto ya es en sí un canto a la
fortaleza cristiana. Si Dios está conmigo, ¿a quién temeré? ¿Tal vez miedo a la
soledad?, es que unidos a Cristo jamás estaremos solos.
Acaso me pueda sentir débil, con pocas cualidades y eso hace que tenga
temores; pero es que precisamente nosotros no nos apoyamos en la propia fuerza,
nos apoyamos en la fuerza de Cristo; luego la fortaleza cristiana vence también
el temor a la propia incapacidad. Hay gente que dice que no puede vivir en cristiano determinadas circunstancias de la vida.
Es que resulta que detrás de ese 'no poder' hay una falta de fe y una falta de
fortaleza. Otros pueden tener miedo a
sentirse incomprendido, tengo miedo a la difamación, a que me queden solo y
por eso da pasos hacia atrás -o se ha quedado como petrificado- en su vida
cristiana. A lo que la fortaleza va contra ese temor ya que nos reafirma que
hemos de actuar en presencia de Dios, y es Dios quien me conoce interiormente y
el que me acompaña. Si Dios está conmigo ¿tal vez pueda temer a la pobreza, a
la escasez?, a lo que la fortaleza nos hace entender que Cristo es nuestro
tesoro y que unidos a Él no tenemos que temer. Otra de las cosas que podemos temer es la enfermedad. A lo que es
preciso de recordar que Dios no permite que seamos tentados por encima de
nuestras fuerzas; y que todo confluye para el bien de aquellos que confían en
el Señor. Incluso los propios pecados que nos hacen sufrir tanto forman parte
de la providencia de Dios para que seamos más humildes y para que una y otra
vez acudamos a la gracia de Cristo, ya que solamente en Él podemos y debemos
apoyarnos. La fortaleza nos ayuda a resistir y hacer frente a los temores de la
vida.
El profeta Ezequiel, cuando se
"puso en pie"- fruto de la fuerza en él del Espíritu del Señor- no se
dedicó a 'dar mamporros a diestro y a siniestro'. Tampoco consiste en el ser el
muy atrevido. Jesucristo cuando estaba en la sinagoga de su pueblo natal, aquel
sábano, no se dedicó a llamarles ciegos o necios por no reconocerle, ni tampoco
mandó que cayera fuego sobre aquellos conciudadanos tan desconfiados que no
creían en su persona. Cristo resistió aquellos gestos y palabras de rechazo por
parte de sus propios conciudadanos, resistió, aguantó aquel chaparrón. Es más importante el resistir que el atacar.
Dicen que no es mejor boxeador el que da muchos golpes, sino el que tiene
capacidad de encajarlos sin caerse al suelo. Fortaleza es la capacidad de resistencia sin venirse abajo. Hermanos,
es
más complicado resistir que atacar, porque atacamos cuando nos
sentimos fuertes, pero nos atacan las tentaciones y el desánimo cuando estamos
débiles, por eso resistir es más difícil que atacar. Es la capacidad de
aguantar la violencia del caparrón, manteniéndose uno firme, con la esperanza
de que ya escampará. Del mismo modo que cuando tengamos que dar testimonio de
nuestra fe en medio de la oposición, sabiendo que es el momento de la fidelidad
y de la fortaleza en medio de la prueba.
Dice San Pablo a los Corintios: «Muy a gusto presumo de mis debilidades,
porque así residirá en mí la fuerza de Cristo (...). Porque cuando soy débil,
entonces soy fuerte». San Pablo sabe
que si él va de fuerte, de sobrado por la vida, el Señor le va a constatar su
debilidad. Acordaros de ese Pedro tan seguro de sí mismo que decía: «Aunque todos te nieguen, yo no te negaré»
y el Señor muy consciente de que eso no es fortaleza, sino que es presunción le
dice: «¿A si?, esta noche me negarás tres veces». Ante Dios no cabe que presumamos,
no nos podemos vanagloriar.
Pero tanto el profeta Ezequiel, como
el apóstol San Pablo, como el mismo Jesucristo en el Evangelio tienen una cosa
muy importante en común: el permanecer ahí firmes, aguantando todo el chaparrón
que les ha caído encima, -que no es precisamente poco- para que la verdad se
vaya haciendo camino entre los hombres.
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