Cuando
proclamamos que «el Señor es mi pastor,
nada me falta», estamos proclamando un acto de fe, a la vez que
manifestamos tener una experiencia de Dios. El pastor, con su bastón nos
conduce, va abriendo camino a través del campo. Sin embargo, aún sabiendo por
la fe que el Señor está conmigo, que está en medio de nosotros, nos inquietamos porque también la fe se
oscurece y no entendemos el sentido de las cosas que nos suceden. Es cierto
que en los momentos duros suele quedarnos –a modo de residuo- un hilo de fe que
nos invita a creer que es Dios el que escribe nuestra historia de salvación,
pero debe de usar una tinta invisible o una pluma mágica porque no captamos el
sentido sobrenatural de lo que vivimos en el presente. Y al no entenderlo nos desazonamos.
Es que resulta que
teníamos puestos muchos proyectos en nuestro noviazgo y se ha roto y ahora me
encuentro solo, ¿cómo voy a superar esta ruptura que tanto dolor me está
generando? Uno lleva trabajando quince o veinte años en una empresa y, de la
noche a la mañana, se ve en la calle, en paro. Y ahora ¿qué hago con mi vida?
¿Cómo voy a hacer frente a las facturas y cómo voy a alimentar a mi familia?
Tengo ya mis treinta años y mi ilusión es ser madre y esposa, casarme con un
chico pero no lo encuentro y no quiero acabar soltera. Cada cual tiene sus
preocupaciones que le generan desazón. Con la fe uno sabe que Dios pretende
hacer con cada uno una historia de salvación, pero nos revelamos ante lo que
consideramos una injusticia o algo que es causa de dolor. Realmente hermanos,
lo que nos pasa no deja de ser ‘peculiar’: Afirmamos que creemos en Dios, que
Él es el único que tiene palabras de vida eterna, que ‘sólo Dios basta’, que
‘el Señor es mi pastor’, ¡que sí, que sabemos que Dios está haciendo con
nosotros una historia de salvación! –lo podemos saber como sabemos cualquier otro
tipo de conocimiento-, sin embargo... todos
quisiéramos meter la mano en el costado de Jesucristo como el apóstol Tomás para asegurar nuestra fe y no
hacerla depender ni de los sentimientos ni de la sensibilidad. Nos gustaría
sentir aún más intensamente su presencia. Para tener, de algún modo, la certeza
de saber que la mano del Todopoderoso está guiando nuestros pasos aunque
estemos totalmente desorientados.
Nuestra fe sostiene la vivencia de nuestra propia identidad. La fe no es algo de lo
que podamos prescindir o dejar en lugares relegados o apartados. Hace unos
días, llevando la Sagrada Comunión
a los enfermos en el hospital, entré en una habitación donde habían solicitado
comulgar y apenas entré la acompañante del enfermo me invitó a salir porque
estaban esperando al médico que pasara a hacer la visita. Y Jesucristo
Eucaristía y yo nos tuvimos que salir porque para ella era mucho más importante
la visita del médico que la visita y comunión de su Divino Salvador. ¿La fe
sostiene la vivencia y ser de esa mujer? Creo tener los suficientes indicios
que me inclinan a pensar que no. ¿Nuestras parroquias están sostenidas por la
vivencia de nuestra fe? ¿Nuestros hogares y nuestros matrimonios están
sostenidos por la vivencia de nuestra fe? ¿Nuestra Iglesia diocesana está
sostenida por la vivencia de nuestra fe en Cristo Resucitado? ¿Mi propia vida es sostenida por la fe?
Hermanos, por desgracia y con pena afirmo que Cristo no ocupa el lugar que le
corresponde.
La fe se muestra en la
vida, en la propia vida, con coherencia y radicalidad. La relación con Cristo
nos proporciona la serenidad y la lucidez suficiente para poder luchar por el
bien, la libertad y la justicia. La fe me da solidez y orientación en mi vida.
Yo no quiero cualquier noviazgo, yo quiero un noviazgo cristiano. Problema:
¿Cómo plantear a los jóvenes un noviazgo cristiano sino tienen referentes
cercanos para vivir esta bella etapa en cristiano? Yo quiero educar a mis hijos
en la fe; pero... ¿dónde puedo encontrar modelos para poder hacerlo?, porque el
mundo me ofrece lo que me ofrece y nosotros, aún queriendo no sabemos ni cómo
hacerlo ni cómo acertar.
Un matrimonio que ha
tenido una experiencia de Cristo no va a educar a sus hijos de cualquier modo o
al estilo del mundo; les transmitirán la fe y esa fe los hijos la verán
manifestada y patente en infinitud de detalles, gestos y actos de sus padres. ¿Cómo
puedo afirmar que «el Señor es mi pastor»
cuando lo que me mueve en mi día a día son mis intereses, mi gente y mis cosas?
¿Y Dios dónde le colocamos?; lo ponemos arrinconado en algún lugar donde esté y
no moleste.
Estamos en una sociedad
donde se dice que todas las opiniones son válidas e igualmente respetables, y
con estos criterios de plantearse las cuestiones lanzamos un torpedo ‘en toda la línea de flotación del barco’, y el
barco se hunde a marcha forzada. Las opiniones pueden ser acertadas o
desafortunadas; y lo que se respeta no son las opiniones sino a la persona que
dan sus opiniones.
La vida espiritual se
puede asemejar a un mando a distancia –de los que usamos para la televisión-.
Si la pila está en condiciones, con potencia, a poco que se apriete la tecla
del mando, aunque estés un poco distanciado enseguida cambias de canal, subes
de volumen o realizas cualquier otra operación. Como tengas poca carga en la
pila, tienes que estar dando más veces en la misma tecla para hacer lo que
deseas y además te tienes que acercar tanto al aparato de la televisión que
hasta casi ‘te le llegas a comer’. Y como no tengas carga en la pila -esté la
pila ya inservible-, por mucho que te empeñes en dar martillazos a la tecla ya
no te servirá para nada. Cuando vamos adquiriendo un trato de cercanía con
Jesucristo esa pila de la vida espiritual estará siendo cargada y en el modo de
actuar, pensar y sentir iremos captando la presencia misteriosa y trascendente
de Dios en nuestra vida. Muchas veces no veremos a Dios porque no le
encontramos donde nosotros queremos, sino que le tenemos que ir buscar donde él
nos indique. Porque querremos que nuestra voluntad sea la suya –y no viceversa-
y nos costará aceptar su voluntad –que siempre será mejor que la nuestra. Es
decir, que en el mejor de los supuestos nos va a costar y no poco. Cuando
empezamos a ser tibios y a dejar en segundo lugar al Señor, nos empezaremos a
desazonar porque el mundo, con sus tentáculos tan seductores, nos cautiva y
únicamente cuando nos equivocamos gravemente nos duele el haberle fallado. Y
cuando el trato con Cristo ya tiene unas telas de araña que decoran todo es
entonces cuando vivir sin Dios ha dejado de ser un problema, y esa persona
podrá decir cosas como: El placer es mi pastor, o el dinero es mi pastor o mi
ídolo es mi pastor. Y por cierto, ese tipo de ‘pastores’ no le van a conducir a
fuentes tranquilas ni a verdes praderas, sino que irá, por la vía rápida al
infierno con Satanás.