LECTURA DEL LIBRO DE LA SABIDURÍA 1,13-15; 2, 23-25
SALMO 29LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 8, 7-9.13-15
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 5, 21-43
En la primera lectura, en el libro de la Sabiduría se nos subraya que Dios ha creado todo con bondad y para ser destinado a la vida. Pero por desgracia el pecado entró en escena y esparció su mortífero veneno por toda la creación. Y el pecado crea facilidad para el pecado.
Y de esto todos tenemos experiencia:
el cometer un pecado y uno haya tenido una respuesta inmediata de
arrepentimiento y ese arrepentimiento tiene un propósito de enmienda,
reconociéndole como un pecado puntual donde se ha dado una respuesta firme por
parte del penitente. Eso es una cosa, pero otra cosa distinta es que un pecado
haya creado una repetición, y no ha habido una respuesta tiempo, y eso poco a
poco ha ido creando un vicio, una facilidad, una proclividad del pecado. Como
ven son dos situaciones muy distintas. El
pecado crea una facilidad para el pecado.
El hombre dentro del santuario de su
conciencia tiene una serie de fronteras morales. Uno se dice, 'yo no quiero caer en ese error', 'yo no
quiero pasar nunca esa frontera'. ¿Y qué es lo que ocurre?, pues que cuando
alguien rompe una frontera moral que uno se había establecido, proponiéndose 'yo esto jamás lo haré nunca', 'no caeré
nunca',... pero puede terminar cayendo. Ante esto uno tiene dos
posibilidades: Una es el arrepentimiento
pronto y profundo y la otra reacción
es la de la auto-decepción, diciéndose 'yo jamás quería haber caído en
esto, pero he terminado por caer', y puede ser que esa persona, en vez de tener
una reacción humilde, la termine liando auto-justificándose.
En esa decepción que tiene busca una auto-justificación como una manera de
'sacar pecho y salir hacia delante' y termina
cayendo en una repetición de ese pecado, siendo ya un vicio adquirido. O sea, que ese veneno del pecado
entra de lleno en toda la corriente sanguínea de nuestro cuerpo. Uno se dice, 'yo jamás cometeré este error' y uno al
poco rato termina por seguir reiterándolo. Esto supone que muchas fronteras
morales que nosotros nos habíamos señalado terminen hechas añicos y esto conlleva una voluntad debilitada muy
proclive a caer en pecado una y otra vez. Si al pecado no se le responde
con un arrepentimiento pronto y humilde, si uno se queda caído, en esa
auto-decepción es mucho más fácil que se reiteren los pecados. Uno dice, 'vaya
mala pata', 'bueno ya que uno ha caído es lo mismo ya', 'bueno, ya que uno está
sucio ya, hasta que uno vaya a la lavadora', 'y como he pecado ya tengo barra
libre para seguir pecando'. Esto es otra reacción que resulta nefasta, pero que
solemos tenerla y que no deja de ser un síntoma de que no nos duele el hecho de
haber pecado. Porque cuando yo he ofendido a un amigo no es lo mismo haberle
ofendido una que cinco veces. Pero a veces hay un incorrecto dolor de los
pecados que no deja de ser un orgullo herido, y al ser un orgullo herido crea
proclividad para seguir pecando.
Todo esto hace que el pecado cree facilidad para el pecado. Con el
pecado pasa como cuando cae el agua por las laderas de los montes que se van
creando arroyos, de tal manera que el agua ha ido dejando un surco por donde
fluya el agua. Del tal forma que es más fácil que la próxima vez que llueva por
ese surco sigua pasando por ahí el agua. Pues esto también ocurre en nosotros y
con nuestro pecado. El pecado oscurece la conciencia, debilita la voluntad y
acaba corrompiendo la valoración del bien y del mal. Cuando uno se queda caído,
con el tiempo a uno le parece todo esto como normal. Cuando uno lleva mucho
tiempo en el fango, pues uno termina creyendo que estar en el fango es lo
normal. Porque atención, uno termina valorando la realidad desde lo que está
viviendo y si uno está en el fango pues todo lo verá bien, correcto porque ha
pasado muchas fronteras que no deberían de haber sido atravesadas. De este modo
se llega incluso a oscurecer la mente,
o sea, a entender como bueno lo que es malo, es cuando hay que reconocer que el
pecado se ha apoderado de nosotros mucho más.
Uno cae en los vicios, en primer
lugar por debilidad de la voluntad, y al final de tanto estar en el fango se te
terminan de oscurecer los criterios, se termina obscureciendo tu razón, tu
mente, y uno termina llamando bien al mal.
Pero para salir del vicio hay que hacer el
proceso contrario hay que apostar por los criterios para fortalecer a la
voluntad. Solamente a la luz de la Palabra de Dios somos capaces de
juzgar lo malo como malo para que yo no lo justifique en mi conciencia y así
con la fuerza de la fe poder fortalecer la voluntad.
Y para fortalecer la voluntad es
preciso solicitar socorro a Jesucristo y rogarle con insistencia, tal y como
hizo el Jairo, el jefe de la sinagoga. En este caso el Señor se acercó a la
niña rescatándola de la fosa de la muerte. Nosotros somos rescatados por Cristo
cuando acudimos al sacramento del perdón y así pueda revivir nuestra alma en el
estado de gracia.