DOMINGO V
DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a
ISAÍAS 58, 7-10;
SALMO 111; SAN PABLO A LOS CORINTIOS 2, 1-5; SAN MATEO 5, 13- 16
Va siendo muy importante ir dando un nuevo sabor a este mundo y a
esta Iglesia. La Iglesia aunque esté en el mundo no debería confundirse con
el mundo, ya que de hacerlo no estaría siendo fiel a la voluntad de Jesucristo.
Nosotros los cristianos nos dejamos mover por la fuerza del Espíritu Santo y
obtenemos de su Sabiduría divina por medio de los numerosos encuentros con Él.
Realmente ¿qué espera de
la Iglesia la gente normal de la calle? ¿Cuál es el ‘gancho de captación’ para
que las personas se sumen al proyecto de Jesucristo? ¿Dónde reside ese
apasionamiento de abandonarlo todo para adentrarse de lleno en todo esto?.
Hay una especie de «eclipse del sentido de Dios» tanto en
la sociedad como dentro del seno de la Iglesia. No pensemos que por estar
dentro de la Iglesia estamos ya vacunados de esa progresiva secularización y
que seamos inmunes a sus consecuencias. Deberíamos de propiciar conversiones,
de generar esa sed de tener a Cristo cerca; de presentar a Cristo como
respuesta a las preguntas e inquietudes. Las conversiones se deben al contacto
personal con personas repletas de Cristo.
Sin embargo se están dando muy pocas conversiones en nuestras diócesis y la
valoración que tiene la gente respecto del clero es bastante baja. Los hay que
cuando ven a un Presbítero vestido de presbítero se le quedan mirando como un animal
en peligro de extinción, e incluso algunos con una mirada airada. ¿A qué se
deben esas escasas conversiones?¿nos estamos acostumbrando dentro de la Iglesia
a vivir con ese eclipse del sentido del Dios? ¿Estamos confundiendo el servicio
con el poder y el ministerio con el funcionariado? ¿Nuestras parroquias son
oasis para el encuentro con Jesucristo o son sequedales cambiando simplemente
de estética? ¿Por qué en algunas
parroquias se veta la entrada a comunidades o movimientos con marcada línea de
Nueva Evangelización? Y es más ¿cómo se
puede permitir que alguien pueda restringir a los laicos su derecho a practicar
su propia forma de vida espiritual y de promover y sostener la acción
apostólica –siempre que sea conforme a la doctrina de la Iglesia- y se pueda
quedar tan fresco y sin temor a ser corregido?
Es preciso hacer frente al desafío de encontrar los
medios adecuados para volver a proponer la perenne verdad del Evangelio. No
esperemos encontrar esa nueva fuerza en los hombres. Sólo busquemos a Dios y
pongamos en Él toda nuestra esperanza. Realicemos las cosas junto a Dios, codo
a codo y por Dios. No tengamos miedo de mostrarnos agrietados y con dudas ya
que aunque con dudas nos seguimos fiando de Él. Nos dice San Pablo: «Me presenté a vosotros débil y temblando de
miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino
en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en
la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios». No tengamos miedo
al conflicto ya que lo primero es Él y el Reino que Él viene a instaurar.
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