Ante el Jueves Santo...
En nuestro país tenemos la suerte de poder tener una seguridad social y un sistema de medicina apropiado, aunque siempre mejorable. En nuestras facultades de medicina se afanan los universitarios para aprender el funcionamiento de nuestros órganos y de los diferentes sistemas de nuestro organismo para dar solución a las diferentes enfermedades y mejorar la calidad de salud de la gente a la que serán enviados. Por ello y para ello, nosotros, como contribuyentes colaboramos para que el sistema universitario y educativo funcione lo mejor posible.
Los que tenemos la suerte de ser cristianos, de haber renacido por medio de las aguas bautismales, a parte de cuidar nuestra salud corporal también tenemos que cuidar nuestra salud espiritual; o sea, nuestra vida espiritual. Enseguida acudimos al médico cuando sentimos un dolor en el estómago, o nos cuesta respirar o cuando sentimos cualquier tipo de dolencia. Y esto es así porque valoramos nuestra salud y tenemos experiencia de la gran pérdida que supone el no tenerla y lo mal que lo pasamos cuando estamos enfermos y nuestro cuerpo no responde correctamente.
Pero, sin embargo y por desgracia, no solemos dar tanta importancia a la salud espiritual. Como en la salud espiritual no podemos ponernos el termómetro de mercurio para conocer cual si tenemos más de 37 grados centígrados… y como no tenemos analgésicos ni antibióticos y no nos duele nada… pues parece que todo marcha con normalidad. Pero muchas veces resulta que damos poca importancia a lo que debería ser lo más importante. ¿Saben ustedes cuál es lo más importante para nuestras vidas?: LA AMISTAD CON JESUCRISTO.
Estoy totalmente seguro que ustedes cuidan mucho el tema de la limpieza en sus casas, el asunto de las compras de los alimentos y medicinas, el asunto de cumplir correctamente para con sus vecinos, el ser buenos ciudadanos, y en ello invierten tiempo y esfuerzo. Y esto es digno de alabar. Sin embargo ustedes… ¿cuánto tiempo al día dedican a la oración?, ¿cuántas veces a lo largo de esta semana o de la semana pasada han abierto el libro de la Biblia para leerlo con serenidad?, ¿cuántas veces han rezado ustedes el santo Rosario?, ¿cuántas veces a lo largo de este mes han acudido al sacramento de la reconciliación o del perdón?, ¿cuántas veces han faltado a la Eucaristía dominical?, ¿cuántas veces el mal genio y el temperamento desbocado han dañado a la gente cercana que ha tenido junto a usted?. Les comento todo esto para que caigan en la cuenta que es PRECISO CRECER EN NUESTRA VIDA ESPIRITUAL, no podemos ser como agua estancada, pútrida e insalubre. Que esto de la fe y de la oración no se trata de cuestiones de los niños de primera comunión. Que esto de la fe, que esto de la amistad con el Señor nos toca de lleno a nosotros, es algo que nos afecta totalmente a nosotros.
Y Cristo nos lo dice con toda la claridad del mundo. ¿Por qué creen ustedes que Jesucristo instituyó el sacramento del Orden Sacerdotal y de la Eucaristía?. Los creó como unos medios importantísimos y fundamentales para que cuidásemos, con gran esmero, nuestra salud espiritual, nuestra vida espiritual, nuestra relación de amistad con Él, nuestro estar en Estado de Gracia.
Cuando uno está enfermo en su vida interior, en su vida espiritual no le vale ni termómetros, ni medicinas… porque estos medios no lo van a detectar. ¿Cómo sabe uno que anda “más verdes que las lechugas” en su trato de amistad con el Señor?. La respuesta es demasiado evidente: Cuando uno vive como si Dios no existiese. Cuando uno no reza, cuando uno no se confiesa, cuando uno no participa en la Eucaristía, cuando uno no se interesa por su formación cristiana… cuando uno no pone en práctica los medios que nos plantea, que nos ofrece nuestro Dios y Señor.
Cristo va a morir crucificado por nosotros, y lo hace porque nosotros le importamos muchísimo. Es más, aunque solamente existiera usted en toda la tierra a lo largo de todo el tiempo, por usted, solamente por usted, hubiese venido Cristo y hubiera derramado su sangre en el madero de la cruz. Nosotros le importamos muchísimo a Dios. Pero nosotros… ¿acaso vivimos como si Él no existiese?.
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