Ante el Viernes Santo...
San Agustín te dice: ‘El que te creó sin ti, no te salvará sin ti’. El que te creó sin ti, no te salvará sin ti. ¿Qué quiere decir eso?. Quiere decir que para venir a este mundo Dios no nos ha pedido permiso, ha sido una decisión libre suya. Pero para ir al Cielo, para ir a la Vida Eterna, Dios sí nos pedirá permiso: Eso tendrá lugar con tú colaboración, sin ella no puede ser. ¿Qué es lo que enfatiza?, ¿qué es lo que subraya esta frase de San Agustín?. Quiere decir que la salvación requiere nuestra conversión. Uno no puede ir al Cielo, uno no puede salvarse sin convertirse, sin responder personalmente a la llamada de Dios. ¿Y esto por qué?. Esto es porque ir al Cielo no es como si Dios metiese a uno en un cuarto especial, como si hubiera dos cuartos, uno es el del cielo y el otro fuera el del infierno. Como si estuviésemos pidiendo a Dios que nos metiese en ese cuarto, en esa habitación del cielo, como si fuese estar en un sitio. Pero es que resulta que el Cielo no es estar en un sitio, no es estar en un cuarto especial. El Cielo es un estado de amistad con Dios. Y la amistad no se te puede imponer, tienes que ser tú libremente el que la acojas. No se puede ser amigo a la fuerza. Es que tú libremente tienes que aceptar una amistad. Por tanto, tú al Cielo no puedes ir si libremente tu no cooperar a ello. Por eso dice San Agustín: ‘El que te creó sin ti no te salvará sin ti’. Ir al Cielo supone tu colaboración. Dios necesita tu cooperación en tu salvación. La salvación no es llevarte a un cuarto; es tener amistad con Dios y uno no puede ser amigo a la fuerza, uno no puede amar a la fuerza, tiene libremente que hacerlo. Por eso la conversión es necesaria para la salvación, sin ella es imposible compartir la intimidad de Dios en el Cielo. Dios respeta nuestra libertad, el que nos ha creado libres respeta nuestra libertad y espera nuestra conversión. Sin esa conversión no podemos recibir ese don de la salvación. Si tú no te dejas perdonar, Dios no te puede perdonar. Si tú no te dejas amar tú no puedes ser amigo a la fuerza.
Por eso es importantísimo que todos reconozcamos que necesitamos conversión, es importantísimo que todos sepamos que somos pecadores. Porque lo peor que nos puede ocurrir es que tengamos la ceguera de considerarnos justos y de considerar que yo no necesito conversión. Eso sería una desgracia. Pero atención, que esa desgracia no está tan lejos de nosotros, ya que estamos en una cultura en la que muchas veces se escucha eso de ‘que yo ni mato ni robo’, ‘que yo soy una persona justa’, ‘que yo soy un hombre de bien’. Yo cuando escucho estas frases son verdaderamente deprimentes. Es muy triste el que nos consideremos justos con esa ligereza. Esto tiene tantas reminiscencias esa forma de pensar con aquel pasaje del Evangelio de Lucas 18 en el que había un fariseo y había un publicano. ¿Se acuerdan de este texto?. Y el fariseo estaba en el Templo en la primera fila diciendo: ‘te doy gracias Señor porque soy un hombre justo, porque yo tal, porque yo cual, …’. – Y en la última fila estaba el publicano que no se atrevía ni alzar los ojos al Cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ‘perdón Señor, ten compasión de mí que soy un pecador’. Y dice el Evangelio que aquel hombre que estaba en la última fila salió del Templo justificado y el que estaba en las primeras filas diciendo que yo soy bueno, que yo soy justo salió de allí sin ser perdonado por Dios. Es que resulta que lo primero es reconocerse pecador.
El mundo no se divide, como se creía en el Antiguo Testamento que establecía esa frontera entre puros e impuros, entre buenos y malos. El mundo no se divide entre puros e impuros, entre justos y pecadores. El mundo se divide entre pecadores que se creen justos y pecadores que se creen pecadores, que se reconocen pecadores. Y esto es básico. El mundo es mentira que se divida entre buenos y malos. Eso es un simplismo, ya que aquí todos somos malos, aquí todos somos pecadores. El mundo se divide en malos que se creen buenos y malos que nos queremos reconocer pecadores y pedimos perdón. Que aquí todos somos pecadores. Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, y tranquilos que no nos va a caer ninguna. Tranquilos que no nos van a caer ninguna.
Esa escena en la que Jesús muere en la Cruz con dos ladrones, el uno a su izquierda y el otro a su derecha, es una imagen gráfica. En esos dos ladrones está representada toda la humanidad. Usando la imagen bíblica del ladrón, aquí todos somos ladrones. Ahora bien, hay ladrones que además de ser ladrones, encima todavía, se endurecen y se rebotan y todavía parece que buscan alivio en machacar al otro cuando están sufriendo lo que ellos mismos han provocado. Sus pecados han provocado su desgracia y en vez de ser humildes, pues todavía a rebotarnos contra Dios, contra los inocentes y a pagarla con la gente que tenemos a nuestro alrededor. Y terminar pagándola con los vecinos, con los familiares, hasta con Dios. Y esto es lo que hacía el mal ladrón. El mal ladrón se rebotaba y le insultaba a Jesucristo. Y es que resulta que a este le están crucificando por ser un ladrón, pero él además de ser un ladrón lo que hacía era organizar el follón. Sin embargo el otro ladrón le dice al otro: ‘Mira tú, que tú y yo tenemos lo que nos merecemos, tú y yo sufrimos lo que hemos merecido. Pero en cambio éste, este ¿que mal ha hecho?. Lo sorprendente es que sufra éste, porque éste no ha hecho ningún mal, éste es santo y tu y yo somos pecadores’. Este es el razonamiento del buen ladrón.
Este pasaje es un pasaje paradigmático porque ahí está representada toda la humanidad. Los que se creen buenos y los que se saben pecadores. Y por eso el buen ladrón le dice al Señor: ‘Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino’.
En resumen, el abc, es reconocerse pecador, reconocerse necesitado de la misericordia, reconocerse mendigo de la gracia.
En el momento en que vemos la herida del pecado, también vemos la medicina. Es decir: vemos las dos cosas. Si Dios da la luz para ver el pecado, al mismo tiempo da también la gracia para recibir la misericordia. Una cosa va ligada a la otra. Aprovechemos todos los medios que nos ofrece la Iglesia, entre ellos la oración, la lectura frecuente de la Palabra de Dios, la Eucaristía, el sacramento del Perdón, la lectura para formarnos… todo eso para un único objetivo: Cuidar nuestra relación personal con el Señor. Así sea.