El Dios que se nos manifestó tan bellamente en Jesucristo es el Dios de Abraham, el Dios de los padres, Dios de vivos, Dios que bendice y regala, Dios que no se agota.
Por eso Dios no quiere que nos conformemos con menos, no quiere que nos achiquemos, no quiere que nos instalemos en lo ya conocido. Dios desea que nos superemos y que crezcamos.
Los textos de hoy son luminosos, nos hacen mirar hacia arriba, donde hay más luz; nos invita a salir, a crecer, a superarnos, a abrirnos a nuevos dones de Dios. Por eso, la virtud más destacada en este segundo domingo de Cuaresma es la esperanza. Hay que creer en Dios, sí, como Abraham y los Apóstoles, pero un Dios que nos hace mirar al futuro, un mañana que nos ha de trascender y transfigurar.
Ya es una buena noticia que Dios quiera acercarse al hombre y busque su amistad. Abraham, por mucho que lo idealicemos, no deja de ser un pastor en busca de mejores tierras y mejores pastos. Pero Dios hace con él una alianza, como dos amigos que unen su suerte en ayuda mutua. En adelante Dios se dirá el Dios de Abraham, y Abraham será el amigo de Dios, el protegido de Dios, el que cree en Dios. De ahí que no tendrá sólo una descendencia carnal, sino que será el padre de todos los creyentes.
Abraham suspiraba por un hijo y Dios le promete más: hijos incontables, como las estrellas. Abraham pensaba en una descendencia carnal, pero Dios es más; no sólo tendrá un hijo de Sara, sino que tendrá hijos del espíritu, los hijos de la fe.
Dios sacó a Abraham de su tierra para darle otra tierra mejor. Abraham se fía de Dios y le obedece. La promesa de Dios se cumple. Dios no habla solamente de una tierra fértil, en la que se encuentran ríos de leche y miel, de vino y de aceite. Eso es poca cosa. La Tierra Prometida no se encuentra en esta tierra. Hay que mirar otra vez más arriba. La Tierra Prometida es el Reino de Dios.
La fe es todo lo que pone Abraham en su alianza con Dios. La fe es lo único que Dios le exige. Pero esta fe era tan grande y se irán agrandando cada día. Resulta que Abraham cree en un Dios que no se conforma, que quiere siempre más, pero no para Él. Lo que Dios quiere es ver crecer a sus amigos, a sus hijos.
La fe de Abraham significa cerrar los ojos y entregar a Dios la propia historia para que sea Dios quien la dirija. Esto que acabo de decir en apariencia es sencillo, pero es de lo más complejo. Porque tenemos apartados, secciones, departamentos en nuestra vida en los que solamente entramos nosotros, como si nosotros fuésemos los auténticos dueños. Lo cual es un error evidente porque Cristo tiene que entrar de lleno en todos los rincones de nuestra vida para que nos dé esa luz potente que tanto necesitamos.
Un simple detalle: Cuando suelo ir como copiloto en un automóvil y marchamos hacia un lugar un poco distante, lo cierto es que no lo paso muy bien. Porque o bien corre mucho el conductor, o va demasiado lento, o gira bruscamente el volante, o pisa muy fuerte y repentinamente el freno o hace un cambio de marchas muy brusco… y no digamos nada cuando se ponen adelantar los camiones o toca el claxon en señal de protesta por una imprudencia… Yo lo paso francamente mal. Seguro que yo lo conduciré mucho peor que ese conductor, pero como soy yo creo que lo hago todo a la perfección. Claro, creo mal.
Les invito ha hacer un ejercicio de imaginación, imaginen que el coche representa la vida: Supongan que yo estoy sentado en el asiento de piloto del ‘coche de la vida’, y como copiloto de ese ‘coche de mi vida’ tengo a Jesucristo. Jesucristo es Alguien que dice las cosas claras: ‘Al pan, pan y al vino, vino’. Él me diría,… “¡Oye, no corras tanto, que vas como loco por ahí y casi no te paras a reflexionar lo que estás haciendo, que tienes que consultarme más las cosas en la oración!”. - Y no digamos nada cuando uno da un volantazo brusco y Jesucristo te dice: “¡Oye, que esa persona a la que acabas de contestar tan bruscamente y con tan poca delicadeza, a parte de hacerla daño, es que resulta que es mi hijo y tu hermano!”. O cuando se toca el claxon haciendo sacar el genio que uno tiene dentro, a lo que Jesucristo te dice: “¡Ese genio uno tiene que irlo domando!”.
En resumidas cuentas, cuando uno como acompañante en el viaje de la vida al Señor te vas dando cuenta que sus comentarios, sus insinuaciones las hace para que uno crezca con fortaleza en la fe. Cuando uno va creciendo en ese amistad íntima con el Señor siente mayor necesidad del Sacramento de la Reconciliación y de vivir en plena amistad con Él, o sea, vivir en Estado de Gracia.
La iniciativa siempre parte del Señor. La iniciativa partió de Jesús. Es Él quien invitó a Pedro, a Juan y a Santiago al monte Tabor. Escogió a tres de entre muchos. No porque fueran los mejores. El Señor le elige a usted y a mí para que subamos al monte Tabor para que entremos en un constante diálogo de amor con Aquel que sabemos que nos ama. Así sea.
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