sábado, 21 de junio de 2025

Homilía del Corpus Christi Lc 9, 11b-17

Homilía del Corpus Christi

Lc 9, 11b-17

 

         Hoy la liturgia nos ofrece uno de los textos más conocidos llamada la multiplicación de los panes y de los peces. Todos, incluso los no creyentes, lo han oído alguna vez en su vida.

 


¿Seis multiplicaciones de los panes y de los peces?

Nos encontramos con seis multiplicaciones de panes y de peces en el evangelio; Mateo y Marcos lo cuentan dos veces (cfr. Mt 14, 13-21; Mt 15, 32-39; Mc 6, 30-44; Mc 8,1-10). Además, hay que sumar Lc 9,10-17 y Jn 6,1-15. En total son seis veces. Esto es así porque los evangelistas transmiten un mensaje muy importante. Uno puede pensar que es una prueba evidente para demostrar que Jesús es Dios, del mimo modo de cómo Dios dio el maná del Cielo a nuestros hermanos hebreos en su campamento en el desierto (cfr. Ex 16, 1-36); además sólo Dios puede crear las cosas a partir de la nada.

         Lo primero que nos quiere decir el evangelista es que el título de milagro no es acertado. Si nos centrásemos en el milagro perdemos la perspectiva de lo que nos quiere transmitir el evangelista. En el texto no aparece la palabra milagro ni multiplicación. Se dice simplemente que Jesús tomó algunos panes y algunos peces, los cuales se les entregaron, y que posteriormente los hizo que fueran distribuidos. Y demostró que la comida no sólo era suficiente, sino que era sobreabundante.

 

Problemas de difícil solución.

         Si consideramos la historia como un hecho material surgen una serie de problemas de muy difícil solución. Se trata de seis relatos que tratan de los mismos, pero con diferentes detalles, lugares distintos y con números diversos tanto de personas, como de panes y peces, como de sobras. No podemos comprenderlo como si se tratara de una crónica de un hecho material; surgen detalles que nos resultan inverosímiles. Por ejemplo, la seria dificultad de seguir las órdenes de Jesús de dividir 5000 hombres en grupos de 50 personas -o sea 100 grupos de 50-; a todo esto, hay que sumar que «el día empezaba a declinar», o sea, que lo hicieron con la obscuridad; y en esa obscuridad empezaron a distribuir los panes y los peces con toda la confusión que esto genera.

                                                                     Valorar sabiamente las cosas terrenas

con el corazón puesto en las celestiales.

         Si en cambio lo miramos como parábola tiene mucho que decirnos porque requiere un cambio radical en nuestro modo de comportarnos y de relacionarnos los unos con los otros y una auténtica revolución en nuestro modo de cómo gestionamos los bienes de los que precisamos para poder vivir. Jesús ha venido a revertir el mundo antiguo en todo lo relacionado con nuestra relación con los bines de este mundo. Su propuesta de un mundo nuevo comporta un cambio radical en el modo de administrar los bienes.

 

         «En aquel tiempo, Jesús hablaba a la gente del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación. El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado». Él les contestó: «Dadles vosotros de comer».

         El evangelista Lucas ambienta la distribución de los panes y de los peces en los entornos de la ciudad de Betsaida (cfr. Lc 9, 10). Una ciudad que había dado a cinco apóstoles (Simón Pedro, Andrés, Felipe, Santiago el Mayor y Juan). Estaban a unos 2,5 km de la costa norte del lago de Galilea.

 

Un desierto que remite al Éxodo.

En el tiempo de Jesús las orillas del lago de Galilea era una zona mucho más poblada, por eso se dice que «vayan a las aldeas y cortijos de alrededor». Menos realista es lo del «descampado» o desierto. Allí no hay un descampado o desierto en aquella zona. La palabra empleada en este versículo 12 en griego es ἔρημος (éremos), es decir ‘desierto’. Pero allí no hay desierto. ¿Qué nos quiere decir el evangelista? El evangelista nos invita a leer la historia capturando el simbolismo bíblico de la imagen del éxodo. Hablándonos del desierto nos está recordando el éxodo.

Jesús lo que se propone es salir de un mundo viejo, antiguo; salir de este mundo antiguo que únicamente se gestiona por los criterios meramente humanos; los criterios de la avaricia, del egoísmo, del acaparar, para poder entrar en una tierra de la libertad donde estos criterios mundanos se desmoronan dando paso a que los bienes sean manejados según los criterios de Dios. Y es precisamente en la Eucaristía donde nosotros damos nuestra adhesión a este nuevo mundo y a las propuestas de Jesús.

 

Dios siempre da el ciento por uno.

Nos dice el evangelista que «el día comenzaba a declinar». Es la imagen de la conclusión de la jornada de Jesús. Su jornada consistía en el anuncio del evangelio y como resultado venían las maravillas. Uno da su consentimiento a la propuesta de vida que nos hace Jesucristo siempre suceden acontecimientos extraordinarios. Dios siempre da el ciento por uno (cfr. Mc 10, 29-30; Mt 19, 29).

 

La vida espiritual

¿no tiene nada que ver con la vida material?

Y al final de esta jornada Jesús da solución a un problema muy serio que tiene la humanidad: el problema de la comida y el problema del alojamiento, una casa digna donde se pueda convertir en hogar. Podemos pensar que este tipo de problemas materiales no los aborda el evangelio porque muchos siguen pensando que la religión, la vida espiritual no tiene nada que ver con estos problemas materiales. Y esto era precisamente lo que también pensaban los propios discípulos. Ellos le dicen a Jesús que toda esa gente que había estado escuchando su palabra ahora tenían que irse, tenían que ser despedidos para que cada cual se fuera a su lugar correspondiente para «que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida». El razonamiento de los discípulos refleja lo que todavía siguen pensando muchos cristianos; cada cual va a la Iglesia a la Eucaristía, y después cada cual organiza sus propias cosas concretas y materiales. A modo de ejemplo, muchos sacerdotes van a las parroquias de los pueblos, recorriendo muchos kilómetros y carreteras poco afortunadas, llega a la austera iglesia del pueblo, celebra la tercera, cuarta o quinta Eucaristía dominical y cuando sale de la sacristía todos los presentes han desaparecido dejando al sacerdote sin la posibilidad ni de ir al servicio ni poder tomar un café caliente en los fríos días de invierno. Y si uno comenta algo le responden: ‘Te pagamos para decir la Misa’.

Para estos como para los discípulos sostienen que el Evangelio es una cosa y la vida concreta es otra cosa. La catequesis nos enseña cómo ir al cielo y en el resto del tiempo cada uno se lo tiene que resolver por sí mismo. La vida espiritual no tiene nada que ver con la vida material; esto es lo que pensaban los discípulos al decir a Jesús que toda esa multitud se fueran «a las aldeas y cortijos de alrededor», ya que en el fondo eran molestos, estorbaban y que querían despedirles para que les dejasen tranquilos, es lo mismo que piensan y sienten muchos obispos, sacerdotes, diáconos, monjas y monjes, religiosos y laicos en la actualidad; el otro es una molestia, un incordio, empero Jesús no piensa así.

 

El pan es más que pan.

Cuando la Palabra se refiere al pan no señala únicamente el pan material o a la comida que se precisa para calmar al estómago; se está apuntando a todo lo que el hombre tiene necesidad. La vida entera de la persona comporta los afectos, la amistad, la estima, la comunicación, el sentimiento de pertenencia, donde uno se siente seguro, aceptado y valorado; la salud, la casa, el hogar. Hay muchas necesidades que precisan ser satisfechas para que una vida sea completamente humana.

El Evangelio tiene mucho que ver con la respuesta a todas y a cada una de estas necesidades. Para los animales sabemos que cuando tiene el estómago lleno se queda tranquilo porque está satisfecho, pero con el hombre esto no nos basta. El hombre necesita ser saciado en el contexto del amor, de la acogida, de la aceptación sincera con los hermanos.

 

En la boca de los discípulos

encontramos nuestra lógica.

La respuesta que dan los discípulos es muy clara; que cada cual se apañe como pueda, que cada cual ‘se saque las castañas del fuego’ o que ‘cada palo aguante su vela’. Que toda esta gente molesta, ruidosa y que nos genera intranquilidad porque no se mueven de aquí y no nos dejan en paz que se vayan todos a comprar lo que necesiten. En la boca de los discípulos encontramos nuestra lógica; una lógica equivocada, una lógica no evangélica; se trata de la lógica del mercado.

El sistema de intercambio es necesario porque uno tiene unas habilidades y unas adquisiciones que el otro no tiene; y el otro tiene lo que uno precisa. Dios he hecho bien las cosas; Dios nos ha hecho no autosuficientes. Tenemos bienes y estamos obligados y llamados a intercambiar estos bienes. Estos intercambios se pueden dar en una contribución comercial y además se dan siempre con la ley de la oferta y la demanda. Si uno se da cuenta que las personas demandan más un producto se sube el importe de ese producto y así uno puede obtener más dinero aprovechándose de las necesidades de los demás. Recuerdo el precio exorbitado que llegó a tener las mascarillas y el gel hidroalcohólico al inicio de la pandemia de COVID-19 (2020); no digamos nada de los precios escandalosos de los alquileres de viviendas que estrangulan la economía familiar sin el más mínimo escrúpulo por parte de los arrendatarios ni del gobierno que debería de proteger al ciudadano. Se puede poner tantos ejemplos que ni habría tinta suficiente para escribirlos.

Se puede incrementar el precio o se puede proceder en un intercambio de gratuidad, de atención a las necesidades del hermano para ayudarle con lo que uno tiene a su disposición.

 

¿Qué respuesta da Jesús?

Jesús rechaza la propuesta de los discípulos. Les dice: «Dadles vosotros de comer». Los discípulos sostenían la postura que cada cual se las arreglase como pudiera, que se fueran a buscarse la vida y que fueran a comprar en los comercios de todo aquello que ellos tuvieran necesidad.

Valoremos y extraigamos conclusiones de la propuesta de los discípulos: el que tiene dinero puede comprar y el que no disponga de dinero se queda como está, con hambre. Quien tenga buenas piernas llegará enseguida a la tienda y acaparará con todo lo que pueda pillar, de tal modo que queden las estanterías de los comercios como si hubiera pasado por allí ‘la plaga de la langosta’. Recuerdo en el apagón masivo eléctrico en España del pasado 28 de abril de 2025 donde ansiosa se agolpaba la gente para arramplar con todas las pilas y linternas posibles, y los infernillos de gas desaparecían aumentando considerablemente de precio. Y no digamos nada durante la pandemia del COVID-19 donde personas llevaban en los carritos de los supermercados montañas de papel higiénico y un sin número de yogures, latas de conserva, agua embotellada, como consecuencia de las compras compulsivas privando a los demás de poder adquirir esos productos.



Los más enfermos, los pobres o los más débiles no podrían acudir a comprar, y si llegaran no podrían adquirir los bienes necesarios porque la codicia de algunos priva de los bienes a los demás. Es normal que de este mundo viejo regido por esta lógica del mercado surjan las guerras, la violencia, abusos, injusticias, donde el rico se hace más rico y el pobre sufre las consecuencias de los avariciosos. Esta es la lógica de este mundo y para poder mantener esta lógica hace uso de la fuerza, de la violencia, de las amenazas, de las armas.

 

¿Qué respuesta da Jesús?

1.- Un modo nuevo de gestionar los bienes.

Jesús les contesta «dadles vosotros de comer». En primer lugar, Jesús rechaza la lógica que separa la vida en dos sectores, el espiritual y el material. El Evangelio exige un mundo completamente nuevo; un nuevo modo de gestionar los bienes. La Palabra de Dios nos indica que los bienes no son nuestros y que no pueden ser tratados con los criterios del mercado; porque los bienes son sólo de Dios y nosotros únicamente somos administradores. «Del Señor es la tierra y cuanto contiene» (cfr. Sal 24, 1). Ya nos lo dice San Pablo en su primera epístola a Timoteo: «pues nada hemos traído al mundo y nada podremos llevarnos de él» (cfr. 1 Tm 6, 7). Todo se nos requisa en la aduana de la muerte; la codicia del dinero, el deseo de acumular bienes es la raíz de todo el mal.

Los discípulos entendieron que Jesús los quería llevar a este éxodo, en el desierto: de la posesión y de la lógica del mercado a la lógica de compartir los bienes; al intercambio de bienes no dictado por la codicia y el egoísmo, sino por el amor y por la atención a la necesidad de los hermanos.

 

La objeción de los discípulos.

Pero ellos plantean una objeción, que es también la nuestra:

«Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente». Porque eran unos cinco mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: «Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno». Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos».

La objeción es que la comida es poca y la multitud es inmensa, eran cinco mil hombres (cfr. Hch 4, 4), que representa a toda la comunidad de los cristianos de la segunda parte del libro del evangelista Lucas. Si pensamos que las cosas no llegan para todos es entonces cuando se inicia la competencia ya que se entiende que este mundo es ‘un valle de lágrimas’ donde uno tiene que espabilar porque sino te dejan morir desamparado; por lo tanto, es comprensible que todos intenten acaparar y agarrar lo máximo posible para sí y que los demás se las arreglen como puedan. Es la misma tentación que tuvieron los hebreos en el desierto con el maná ya que si acaparaban de más durante la semana criaba gusanos y se apestaba (cfr. Ex 16, 19-20), y de hecho los avariciosos se llenaron durante la noche de gusanos y de la peste del maná que habían cogido de más desobedeciendo a Yahvé y a Moisés.

Si se van a comprar, sólo comprarán los que tengan dinero y los demás, los necesitados quedarán a expensas de las limosnas de los otros. Jesús no acepta esta propuesta porque no crea un mundo nuevo, sino que mantiene el mundo viejo, el de las leyes del mercado y que aquellos que, por generosidad o por unos sentimientos positivos, dan algo a los otros. Pero esto no es la dinámica del mundo nuevo que viene a traer Jesús.

 

¿Qué respuesta da Jesús?

2.- El verdadero discípulo

es el que está dispuesto a servir.

¿Qué es lo que propone Jesús? Ordena a los discípulos que se acuesten, que se reclinen. El texto griego emplea el verbo κατακλίνω (kataklíno), que se acuesten; es decir, es la posición de la gente libre ante la mesa. Es la misma postura que adoptaron los discípulos en el marco de la última Cena (cfr. Jn 13, 23). E invita a los discípulos a considerar esos cinco mil necesitados como si fueran ellos sus señores; el verdadero discípulo es el que está dispuesto a servir.

Les dice que «haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno». En el libro del Éxodo el número cincuenta indica un pueblo organizado (cfr. Ex 18, 21-26). Este modo de organizar los bienes ha de estar gestionados según los criterios ordenados de forma que la comida sea suficiente y abundante para todos.

 

Los cinco gestos de Jesús.

Y cuando los bienes regalados por Dios son gestionados por los criterios del Evangelio surge el milagro.

«Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos».

El evangelista Lucas recoge los cinco gestos de Jesús los cuales contienen la nueva propuesta de gestión de los bienes de este mundo. Estos gestos nos enseñan a realizar un milagro: que los bienes que Dios nos ha regalado no sean sólo suficientes, sino que incluso abundantes. Este milagro no lo realiza Dios, nos lo enseña para que lo realicemos nosotros mismos.

 

Los cinco gestos de Jesús.

1.- Jesús toma los 5 panes y los 2 peces

El primero de los cinco gestos es que Jesús tomó los cinco panes y los dos peces. Cinco más dos son siete. El número siete indica la totalidad de los bienes que Dios nos concede a toda la humanidad representada con el número de las cinco mil personas. Todo lo que tenemos es gestionado, no por la lógica del mundo del mercado, de la avaricia o del egoísmo, sino por la lógica de Dios.

 

Los cinco gestos de Jesús.

2.- Jesús alza la mirada al cielo

Es la invitación a reconocer de dónde vienen todos los bienes que tenemos a nuestra disposición. No son nuestros, son de Dios y nosotros sólo somos administradores. La mirada alzada de Jesús significa reconocer que todo es de Dios (cfr. 1 Jn 4, 4-6; 1 Cor 3, 21b-23).

El sentirse propietario o dueño es una mentira. El guardar los bienes para sí y acumularlos y agarrarlos es robo (cfr. 1 Re 21 [la viña de Nabot]; cfr. Jos 7, 1-26 [El pecado de Acán y la derrota en Hai]; cfr. Hch 5, 1-11 [relato de Ananías y Safira]). Jesús eleva los ojos al cielo para que nosotros también alcemos los ojos al cielo y así podamos lograr este milagro para que no solo se tenga lo suficiente, sino en abundancia.

Si eliminamos nuestra mirada al cielo y si reconocemos que nosotros somos los dueños y señores de todo ¿quién me puede impedir seguir la lógica del mundo viejo que se sustenta en el poder del más fuerte y del enriquecimiento del más rico?

 

Los cinco gestos de Jesús.

3.- Jesús pronunció la bendición

Bendecir, εὐλογέω, (euloguéo) significa reconocer de dónde viene la vida. De esta mirada al cielo se obtiene la bendición. Todo lo que viene de Dios es para la vida, genera vida (cfr. Sal 36, 9-10; Is 42, 5; Gn 2, 7).  Entonces esta bendición significa el rechazo del uso de las cosas de este mundo según los criterios mundanos; significa aliarse con Dios porque de Dios sólo viene la vida. Y todos los bienes de este mundo no pueden ser empleados sino es para potenciar, cuidar y proteger a la vida. No pueden ser usados ni para las armas, ni para la violencia, ni para la destrucción.

 

Los cinco gestos de Jesús.

4.- Jesús los partió

Jesús los fue rompiendo, quebrando, dividiendo. El término griego es κατακλάω (katakláo). Romper es sólo para compartirlos y entregarlos a los discípulos porque ellos están llamados a construir este mundo donde se sigue la lógica del amor. Y el resultado es que todos comieron a la vez hasta que quedaron satisfechos.

Y sobraron doce cestas, es decir, la comida es sobreabundante. Si este prodigio no se produjera sería como consecuencia de no tener fe en la propuesta que Jesús nos hace. Con la lógica vieja no se puede resolver los problemas reales de las personas.

Los cinco gestos de Jesús.

5.- Recogieron lo sobrante

Sobreabundancia y no desperdicio. Los bienes de Dios no pueden ser desperdiciados porque no es nuestro, es de Dios. Se desprecia agua, electricidad, energía, alimentos, recursos que podrían usarse para cosas mucho más importantes y urgentes.

 

La Eucaristía

¿Qué tiene que ver todo esto con la Eucaristía? En la última Cena el mismo Jesús sabe que ha llegado al término de su vida y quiere dejar a sus discípulos el signo de su historia, de su persona. Toma el pan y les dice: ‘esto es mi cuerpo. Esto soy yo’. Toda la vida de Jesús ha sido hacerse pan. Jesús no guardó para sí ni un solo instante, no se reservó absolutamente nada; todo lo donó por la vida de los hombres. Luego dice a sus discípulos ‘tomad y comed todos de él’; es decir, es tanto como decir, ‘tómame, come y asimílame, asimila mi historia de entrega amorosa’.

Jesús invitándonos a comer ese pan, Jesús nos dice: ‘si asimilas mi propia historia de amor, este mundo nuevo será construido’. Quien se acerca a la Eucaristía de un modo auténtico y asimila la vida y el espíritu de Jesús de Nazaret se convierte en un constructor de este mundo en el que la vida de los hombres es una vida de hermanos, hijos del único Padre que responde con amor a las necesidades de la vida de los hermanos.

 

El milagro nos lo enseña para que

lo realicemos nosotros mismos con Él.

El milagro se produce cada vez que, en medio de este desierto nos adentramos en ese éxodo; un éxodo de donde salimos de ese mundo antiguo con sus esquemas y planteamientos para adentrarnos en los criterios gestionados por el Señor. Este milagro no lo realiza Dios, nos lo enseña para que lo realicemos nosotros mismos.


sábado, 14 de junio de 2025

Homilía de la Santísima Trinidad Jn 16, 12-15

Homilía de la Santísima Trinidad

Jn 16, 12-15

 

         Hoy es la solemnidad de la Santísima Trinidad. Pensar en Dios puede ser para la vida de algunas personas un ejercicio irrelevante porque sus problemas son otros, el trabajo, la familia, la escuela, las relaciones sociales, los hijos, etc. Por eso mucha gente se pregunta el por qué perder el tiempo interesándose o preguntándose por Dios. Para muchos Dios no es necesario y para otros su existencia es irrelevante.


No es lo mismo creer que no creer.

         Sin embargo, no es lo mismo creer que no creer. El hecho de creer en Dios es algo que cambia mucho en la vida personal y social. Una cosa es que yo me sienta arrojado a la fría inmensidad del universo siendo privado de un destino y de un sentido de la vida, como dicen los nihilistas; y otra cosa es saber que nosotros hemos sido creados por amor y que somos queridos por Dios, el cual me ama y que quiere involucrarme en una relación de amor con él. El saberme amado y querido por Dios cambia bastante el modo de cómo me veo a mí mismo y a los demás. El amor de Dios y el conocer cómo él ama a todos, hace que cambie el modo de cómo uno se relaciona con los demás, con la creación y con el Creador.

         Si concibo a Dios como un ser que me ama empezaré a contemplar a todas las criaturas de un modo nuevo, como un regalo. Lo protegeré y evitaré hacer el mal.

Todo es concebido como un regalo de Dios. Pensemos en el valor económico de un anillo de oro. Pero si se trata del anillo matrimonial que una viuda conserva como recuerdo de los cincuenta años de amor con su esposo y le planteamos a esta viuda que nos lo cambie por otro que valga cien veces más, con toda seguridad no lo querrá, porque sólo ese anillo contiene en sí ese mensaje de amor. Las cosas en la naturaleza no cambian, ya sean las montañas, los valles, los ríos, los mares, las llanuras y son lo mismo para los creyentes y para los no creyentes. Pero aquellos que lo ven como un regalo percibe en las criaturas el amor de un Padre y luego uno expresa su asombro y su gratitud. No es lo mismo creer que no creer. Todo cambia si hay un Dios que es amor. Un Dios que ilumina los misterios del sufrimiento y de la alegría, de la esperanza y de la desesperación, y sobre todo el misterio de la muerte.

 
                                                                   Sólo con Dios se consigue

que el paso por este mundo tenga sentido.

En los planes de Dios tiene diseñado que cada uno de nosotros entremos y estemos involucrados en esta comunidad de comunión de vida en su vida: Este es nuestro destino de alegría infinita. Así nos lo dice San Pablo en el himno con el que se inicia su epístola a los efesios: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues, por estar unidos a Cristo, nos ha colmado de toda clase de bendiciones espirituales en los cielos. Dios nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para que vivamos ante él santamente y sin defecto alguno, en el amor. Nos ha elegido de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo» (cfr. Ef 1, 3-6). Este himno era cantado en el primer siglo por los cristianos de Asia Menor. Sólo con Dios se consigue que el paso por este mundo tenga sentido.

El evangelio de hoy está tomado del largo discurso que Jesús pronunció durante la última cena.

  «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir».

 

No es por falta de tiempo…

Para poder disfrutar la riqueza de este texto se precisa examinarlo palabra por palabra. Dice Jesús a sus discípulos reunidos en el Cenáculo: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora».

No ha sido por falta de tiempo, como si tratase de una lección de clase que no se imparte porque el tiempo ni los horarios lo permiten. Se trata de una verdad que para los discípulos será demasiado pesado y no lo soportarían. ¿De qué cosa se trata? Jesús no puede explicarles ahora el significado de la trágica conclusión de su historia en este mundo. En los ojos de sus discípulos, al igual que en los ojos de todos aparecerá como una derrota, como una gran decepción; será condenado como un malhechor en la cruz. Este es un argumento y un tema demasiado pesado para afrontar y los discípulos no tienen ninguna fuerza para afrontarlo. Aún no están preparados para entender que la vida donada, que la vida entregada por amor, incluso por los enemigos, es la única vida verdadera.

 

El Espíritu como el supremo pedagogo.

Jesús explicará a los discípulos el verdadero significado de lo que está por pasar. ¿Quién les iluminará? ¿Quién se lo explicará? Jesús responde que será el Espíritu. No será Jesús quien les explique el sentido de su pasión y de su muerte, sobre todo porque en esos momentos los discípulos quedarían totalmente conmocionados, en shock y consternados. Será el Espíritu quien les introducirá en esta verdad tan difícil de entender y tan arduo de aceptar. El Espíritu convencerá a los discípulos que estas son las decisiones correctas, que su propuesta de vida es la ganadora, aunque ante los ojos de los hombres aparezca como derrotado.

 

El Espíritu provoca el enamoramiento con Cristo.

El Espíritu no sólo hará esto; no se puede únicamente a limitarse a que los discípulos comprendan sobre en qué parte estaba la verdad o sobre quién tenía razón si uno u otro. Esto no será suficiente. Si el Espíritu se limitase únicamente a esto sólo crearía admiradores de Jesús. Es que resulta que el Espíritu debe dar el impulso decisivo para dar la adhesión convencida a Jesús de Nazaret. Esto es lo que sucede entre los enamorados. Una muchacha puede admirar a un joven, puede llegar a pensar que se trata de una persona extraordinaria, excepcional, pero hasta que ella no opta y decide ser su novia, y posteriormente su comprometida, simplemente se queda al nivel de la admiración.

Nosotros podemos saber todo de Jesús, pero si al final no se llega a responderle con un ‘sí’ a su propuesta de vida seguiremos siendo sólo unos simples admiradores y no llegaremos a decidir para unir la propia vida con la de Jesucristo.

¿Qué es lo que hace el Espíritu? El Espíritu provocará el enamoramiento con Cristo.

 

El Espíritu nos muestra el sentido

más allá de las meras apariencias.

«Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye».

El Espíritu hará resonar en cada momento en los corazones de sus discípulos la palabra del Maestro. Y sigue añadiendo que «y os comunicará lo que está por venir». El Espíritu no hará profecías, no es un mago ni un adivino que lanza predicciones basadas en hechos futuros. El Espíritu Santo mostrará el futuro en el sentido de hacernos entender cómo terminan las cosas más allá de las apariencias.

El Espíritu Santo nos hace entender que no debemos envidiar el éxito de los malvados y aprovechados porque es un éxito ilusorio. El Espíritu te convencerá para que no sigas el camino de los malvados, porque andan por caminos de muerte (cfr. Sal 1, 4; Mt 7, 24-27; Lc 12, 16-21). Acumular riqueza y poder no conduce a la vida. El Espíritu les revelará cómo terminan y demostrará lo miserables que son, la poca cosa que son (cfr. Lc 18, 9-14; Lc 12, 25), son estrellas frágiles y decadentes.

 

Jesús tiene toda la razón cuando nos invita a reflexionar sobre los beneficios de este mundo cuando nos dice «de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina la propia vida» (cfr. Mt 16, 26). El Espíritu nos hará aceptar y entender las decisiones justas, nos indicará que cosas merecen la pena vivir y perdurarán y qué cosas no merecen la pena y serán eliminadas sin dejar rastro.

 

¿Cómo lleva a cabo el Espíritu su misión?

«Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».

¿De qué gloria nos está hablando? Glorificar significa aplaudir, exaltar, engrandecer, colmar de honores; todos buscamos la gloria porque deseamos ser reconocidos y valorados. La necesidad de sentirse estimado, valorado y necesario. Esto tiene un aspecto positivo porque nos impulsa a comprometernos a llevar a cabo una misión a favor de los demás; otra cosa es la motivación que cada cual tenga en el fuero interno.  También buscamos la aprobación por lo que hacemos y cuando no nos sentimos considerados y estimados nos sentimos como apartados, excluidos, como fantasmas.

Pero la pregunta clave que uno se tiene que responder es…

 

¿De quién queremos recibir la gloria?

¿De quién queremos recibir la gloria, la aprobación? ¿Qué tipo de miradas deseo atraer? ¿Soy tan infantil como para hacer valer mi persona por la cantidad de ‘like’ de aprobación o de agrado recibidos o por las veces que se comparte lo que uno ha publicado? ¿Qué miradas deseo yo atraer? ¿Las miradas de Dios o las miradas de los hombres?

Si buscas la gloria de los hombres ya sabes lo que tienes que hacer. Uno ha de hacer lo que esos hombres aprecian, lo que valoran, lo que estiman, decir lo que ellos esperan escuchar. Esto en la Iglesia es peligroso y se podría diagnosticar como ‘bazofia de las termitas sinodales’ que van secularizando las parroquias y las celebraciones litúrgicas y lo van llenando de estiércol ideológico, privando de lo santo al pueblo cristiano y pervirtiendo los gustos espirituales del pueblo fiel. Si uno hace las cosas para que le aprecien y para buscar el aplauso, está buscando la mirada de los hombres. Si uno desea la admiración de los hombres uno tiene que adaptarse a su escala de valores; una escala de valores donde en lo más alto están las personas ricas, el que tiene más influencia en los órganos de gobierno civiles, el que acumula los bienes, el que domina, con el que disfruta de la vida. Ésta es la gloria que Jesús ha rechazado. Esta es la gloria propuesta por Satanás desde el inicio de su vida pública (cfr. Mt 4, 1-11) en las tentaciones que sufrió en el desierto durante esos cuarenta días y con sus cuarenta noches, paradigma de toda la existencia de cada uno de los creyentes.

Jesús, en una acalorada discusión dice que no le interesa la gloria, no busca la gloria de los hombres: «En cuanto a mí, no recibo el testimonio de un hombre (…) No recibo la gloria de los hombres» (cfr. Jn 5, 34-47).

La gloria de Dios no es la gloria de los hombres; la gloria de los hombres es vanagloria, porque la verdadera gloria viene de Dios.

 

La gloria tiene consistencia.

Gloria en hebreo se dice "kabod" (כָּבוֹד), que originalmente significa lo que tiene peso, que tiene consistencia. El grano tiene peso, la paja no lo tiene. De hecho, cuando sopla el viento la paja es llevada por los aires, pero el grano permanece. La gloria de los hombres es como la paja que arrebata el viento; porque la gloria del hombre es inconsistente, es apariencia, es una ridícula comedia.

Jesús reveló con su persona toda la gloria del Padre, toda la belleza de su rostro. Y esta gloria lo hizo brillar en el máximo de su esplendor en el Calvario; perdona a los que le están matando y les disculpa porque no saben lo que realmente están haciendo. La gloria de Dios es el amor, es la máxima manifestación del amor y del don de la vida.

 

¿Cómo nos manifestará el Espíritu la gloria de Jesús?

¿Y quién nos seguirá manifestando esta gloria? Será el Espíritu. El Espíritu manifestará la gloria que ha brillado en el rostro de Jesús a través de nosotros, a través de los discípulos. La comunidad de los discípulos existe no para transmitir una nueva doctrina, sino para hacer presente a la persona de Jesús. Y esta comunidad que está siendo animada por el mismo Espíritu que movió a Jesús a amar hasta dar la vida, esta comunidad es capaz de volver a presentar ante el mundo el mismo amor que brilló en Jesús de Nazaret.

Si la comunidad se deja mover por el Espíritu de Cristo, a través de ellos Jesús manifestará su gloria.

 

 

«Y tomará de lo mío y os lo anunciará». ¿Cómo nos anunciará el Espíritu lo que Jesús nos ha dicho? El Espíritu nos volverá a anunciar el anuncio ya pronunciado, pero no lo hará a nuestros oídos, lo anunciará al corazón. Nos convencerá que sólo la verdad y nos impulsará a encarnarla en nuestra vida. Para eso hay que escuchar la voz del Espíritu, y para ello es necesario el silencio. No se trata de un silencio como ausencia de ruidos, sino un silencio que incluso podemos tener en el metro. Es decir, es el silencio por el que uno se tapa los oídos a aquellos discursos que nos aturden; esos discursos de engañosa doctrina que se difunde por los medios de comunicación social y en algunos ambones o púlpitos o en algunas programaciones pastorales.

Recordemos las palabras de san Pablo a los efesios cuando le dice que «así ya no seremos como niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce al error. Antes bien, movidos por un amor sincero, creceremos en todo hacia Cristo, que es la cabeza, de quien todo el cuerpo recibe trabazón y cohesión por la colaboración de los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro, para el conocimiento y edificación en el amor» (cfr. Ef 4, 14-16). Es necesario tener silencio de tantas distracciones demoniacas. Sólo si sabemos aislarnos de conversaciones fútiles, insulsas y frívolas y si cerramos nuestros oídos a las propuestas efímeras del mundo, el Espíritu podrá hacer resonar su voz y nos permitirá hacer presente a Jesús a través de manifestaciones de amor por medio del Espíritu a través de nosotros.

sábado, 7 de junio de 2025

Homilía del Domingo de Pentecostés, Jn 20, 19-23

Homilía del Domingo de Pentecostés

Juan 20, 19-23

08.06.2025

          Nos encontramos con la misma cita evangélica que la liturgia nos regaló en el segundo domingo de pascua del presente ciclo. 

La ley cede al paso

del aliento divino.

Jesús ha inaugurado una nueva forma de relacionarnos los hombres con Dios, en el marco de la Nueva Alianza. El evangelista Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles presenta el episodio de Pentecostés (cfr. Hch 2, 1-11). Pentecostés era el día en la comunidad judía festejaba el don de la Ley. El Pentecostés Judío (Shavuot, שבועות) o fiesta de las semanas, se convirtió en la conmemoración de la entrega de la Torá (la Ley) por parte de Dios a Moisés en el Monte Sinaí, 50 días (7 semanas) después de la salida de Egipto (Pésaj, פֶּסַח). Este evento selló la alianza entre Dios y el pueblo de Israel, convirtiéndolos en una nación bajo su ley. Celebran la fiesta del don de la Torá. Y es en esta misma fiesta judía cuando en la comunidad de los discípulos de Jesús desciende el don del Espíritu Santo. 


Un fuego interior que despierta el amor.

Con Jesús no hay una ley externa al hombre que uno tenga que observar, sino que estamos llamados a dar la bienvenida a una dinámica, a una fuerza interna que libera energía de amor; se trata del don del Espíritu. 

El génesis de una nueva creación.

Juan narra el episodio de pentecostés centrándose en el pequeño grupo de discípulos cuando Jesús les entrega su espíritu. Lo hace de un modo muy distinto a Lucas; Lucas lo encuadra este acontecimiento del Espíritu Santo dentro del pentecostés judío: Los discípulos de Jesús estaban reunidos en Jerusalén celebrando la fiesta judía de Shavuot. Esto es crucial porque significa que había una gran multitud de judíos devotos de diversas naciones presentes en la ciudad, como era costumbre para esta festividad de peregrinación. Sin embargo, Juan lo coloca en otro momento.

 

«Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».

         El evangelista Juan narra este episodio de pentecostés en el mismo día de la resurrección por la tarde.

El Evangelio de Juan está entrelazado con la teología de las ricas tradiciones proféticas del Antiguo Testamento.  La relación entre la exhalación del aliento [Ruaj (רוּחַ) - Pneuma (πνεῦμα)] por parte de Jesús y el legado de los profetas, particularmente el de Elías y Eliseo (cfr. 2 Re 2, 9) al solicitar Eliseo «dos tercios de tu espíritu (del de Elías)» para ser reconocido como el principal heredero espiritual de Elías (cfr. Za 13, 8). También es relevante las consecuencias que acarreó este hecho para Eliseo, ya que Eliseo comienza a realizar milagros similares (y en ocasiones, incluso mayores en número) a los de Elías, confirmando que el "espíritu" de Elías había reposado sobre él (cfr.2 Re 2,15). Recordemos el texto del evangelio de San Juan, cuando el Maestro nos dice «en verdad, en verdad os digo que el que crea en mí hará también las obras que yo hago, y hará mayores aún» (cfr. Jn 14, 12). Juan entronca su teología con toda la riqueza de la espiritualidad judía; es profunda y revela la continuidad y el cumplimiento de la obra divina. 


¡Abrid las puertas a Cristo!

Ellos estaban «con las puertas cerradas por miedo a los judíos» no porque Jesús fuera peligroso; lo que sí era peligroso era su doctrina. Recordemos que el Sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y sobre su doctrina (cfr. Jn 18, 19).

 

         «Y en esto entró Jesús, se puso en medio»; esto de ponerse en medio es importante para que lo tenga recogido el evangelista. Cuando Jesús resucitado se manifiesta se pone en medio. Jesús no se pone delante para que sólo las personas más próximas le puedan ver, ni tampoco se pone por encima de nadie. Jesús se pone en medio; esto significa que todos lo que están a su alrededor tienen la misma e idéntica relación con él.

 

         Y les dice «paz a vosotros». Jesús no dice ‘la paz sea con vosotros’, sino que lo entrega como un don. El término ‘paz’ en hebraico es Shalom (שָׁלוֹם) nos indica todo lo que contribuye a la felicidad de los hombres. Después Jesús muestra el motivo de este regalo: les muestra sus manos y el costado; es decir les muestra los signos de la pasión. Se muestra como el pastor repleto de belleza que protegió con sus manos y con su costado a sus discípulos, defendiéndolos: «así si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos» nos dijo en el momento de su prendimiento (cfr. Jn 18, 9). 

Ellos tenían miedo a los judíos, pero recordemos que no se refiere al pueblo judío, sino a la autoridad, los líderes religiosos, y pasan del temor a la alegría: «Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor». Los miedos solo pueden desaparecer cuando estos discípulos toman conciencia de que ellos no están solos ya que el resucitado está en medio de ellos.

Reflejos del Padre en un mundo sediento.

Jesús repite por segunda vez: «Paz a vosotros». Pero este segundo don de la paz está otorgado para compartirlo. Y el Padre le ha enviado para manifestar visiblemente su amor. ¿Cómo es el amor de Dios? Es un amor generoso que se pone al servicio de los demás tal y como quedó reflejado en el episodio del lavatorio de los pies (cfr. Jn 13, 1-15).

 

«Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». La tarea de la comunidad cristiana no es proponer o, aún peor, proponer doctrinas o movernos entre las propuestas ambiguas para contentar a todos dañando el depósito de la fe que se nos ha encargado custodiar; el cometido entregado por Jesús a la comunidad cristiana es comunicar su amor. Como el Padre ha enviado a su Hijo para manifestar y demostrar su amor, así la comunidad deber ser el testigo visible de un amor generoso que se pone al servicio. 

Un nuevo amanecer para la humanidad.

«Y, dicho esto, sopló sobre ellos». El evangelista emplea el verbo ‘soplar’, en griego ἐμφυσάω (émfusáo). Lo toma del libro del Génesis como principio de la vida (cfr. Gn 2, 7), en el episodio de la creación cuando Dios sopló el aliento de vida en el hombre para que fuera un ser viviente. También tenemos el texto del libro del profeta Ezequiel conocido como el valle de los huesos secos (cfr. Ez 37, 4-6) donde se nos muestra una visión poderosa de restauración y resurrección; de una nueva creación. Es una recreación de la humanidad. 

La sin medida del Espíritu.

         Dice el Señor: «Recibid el Espíritu Santo». Dios da el espíritu sin medida (cfr. Jn 3, 34); el don del Espíritu depende de la persona que lo recibe. Si uno confía totalmente en Dios, el Espíritu es derramado en uno sin medida; si uno tiene sus reservas, el Espíritu no puede ser entregado con generosidad (cfr. Lc 6, 38). El Espíritu es Santo no sólo por su calidad, sino también por su actividad porque es capaz de santificar a los hombres que le acogen y separa a los hombres de la esfera del mal.

 

Disolver las sombras del pasado.

         «A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados». El término ‘pecado’ usado por el evangelista no señala la culpa de la persona; indica el pasado injusto del individuo. El verbo griego usado, el verbo ἀφίημι (afíemi), que significa ‘dejar, abandonar, despedir’. ¿Qué cosa ha de hace el discípulo? El discípulo debe acercarse a aquellos que son esclavos del pecado y asegurarse de que abandonen esta condición pecadora; que abandonen las sendas del pecado para que se adentren en el camino de la vida. En la Iglesia cabemos todos, pero no cabe todo; de ahí que abandonen la condición pecadora, de ahí la urgente conversión.

Si uno tiene pecado y has conseguido que abandone ese pecado habrás recuperado al hermano. Pero si a causa de la condición poco evangélica de tu vida mantienes a tu hermano en su condición de pecado, la responsabilidad será tuya. No cabe ambigüedades en el mensaje ni medias tintas. 

Sin sombras y hacia la plenitud.

«A quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Jesús no está otorgando un poder para algunos, sino una responsabilidad a toda la comunidad cristiana. La comunidad cristiana ha de ser como la luz que se expande como un rayo con la acción de su amor. Aquellos que viven en el reino o en ámbito del pecado, de la injusticia puedan ver esta luz para que, acercándose a la comunidad, tengan el pasado que tengan, puedan reemprende su vida a la luz de Cristo y así quedar cancelado y eliminado su pecado. Pero si la luz de la comunidad cristiana se torna en obscuridad no se podrá ofrecer ninguna salida del pecado. No es un mandato para juzgar a las personas, sino para ofrecer a cada persona una propuesta de plenitud de vida. 


La Nueva Alianza:

Templo vivo del Espíritu.

Israel, a través del don de la alianza en el Sinaí (el Pentecostés Judío, Shavuot, שבועות) se convierte en propiedad de Dios. El día del don de la Torá, del encuentro entre Dios y el pueblo en el Sinaí, en la tradición judía, es el día de bodas entre Dios, el Esposo, e Israel, la esposa. Ahora, en el Nuevo Israel, en la Iglesia esa Ley no es externa, sino interna; es el Espíritu de Dios que se graba en el corazón del hombre y lo inunda como su templo. Para los cristianos ese fuego del Espíritu y esa luz son interiores; es en el corazón de los cristianos donde brilla la luz que resplandece, que brilla en el rostro de Cristo (cfr. 2 Cor 4, 6).