Homilía del
Corpus Christi
Lc 9, 11b-17
Hoy
la liturgia nos ofrece uno de los textos más conocidos llamada la multiplicación
de los panes y de los peces. Todos, incluso los no creyentes, lo han oído
alguna vez en su vida.
¿Seis
multiplicaciones de los panes y de los peces?
Nos encontramos
con seis multiplicaciones de panes y de peces en el evangelio; Mateo y Marcos
lo cuentan dos veces (cfr. Mt 14, 13-21; Mt 15, 32-39; Mc 6, 30-44; Mc 8,1-10).
Además, hay que sumar Lc 9,10-17 y Jn 6,1-15. En total son seis veces. Esto es
así porque los evangelistas transmiten un mensaje muy importante. Uno puede
pensar que es una prueba evidente para demostrar que Jesús es Dios, del mimo
modo de cómo Dios dio el maná del Cielo a nuestros hermanos hebreos en su
campamento en el desierto (cfr. Ex 16, 1-36); además sólo Dios puede crear las
cosas a partir de la nada.
Lo
primero que nos quiere decir el evangelista es que el título de milagro no es
acertado. Si nos centrásemos en el milagro perdemos la perspectiva de lo que
nos quiere transmitir el evangelista. En el texto no aparece la palabra milagro
ni multiplicación. Se dice simplemente que Jesús tomó algunos panes y algunos
peces, los cuales se les entregaron, y que posteriormente los hizo que fueran
distribuidos. Y demostró que la comida no sólo era suficiente, sino que era
sobreabundante.
Problemas
de difícil solución.
Si
consideramos la historia como un hecho material surgen una serie de problemas
de muy difícil solución. Se trata de seis relatos que tratan de los mismos,
pero con diferentes detalles, lugares distintos y con números diversos tanto de
personas, como de panes y peces, como de sobras. No podemos comprenderlo como
si se tratara de una crónica de un hecho material; surgen detalles que nos
resultan inverosímiles. Por ejemplo, la seria dificultad de seguir las órdenes
de Jesús de dividir 5000 hombres en grupos de 50 personas -o sea 100 grupos de
50-; a todo esto, hay que sumar que «el día empezaba a declinar», o sea,
que lo hicieron con la obscuridad; y en esa obscuridad empezaron a distribuir
los panes y los peces con toda la confusión que esto genera.
con
el corazón puesto en las celestiales.
Si
en cambio lo miramos como parábola tiene mucho que decirnos porque requiere un
cambio radical en nuestro modo de comportarnos y de relacionarnos los unos con
los otros y una auténtica revolución en nuestro modo de cómo gestionamos los
bienes de los que precisamos para poder vivir. Jesús ha venido a revertir el
mundo antiguo en todo lo relacionado con nuestra relación con los bines de este
mundo. Su propuesta de un mundo nuevo comporta un cambio radical en el modo de
administrar los bienes.
«En aquel tiempo, Jesús hablaba a la gente del reino y
sanaba a los que tenían necesidad de curación. El día comenzaba a declinar.
Entonces, acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar
alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado». Él les contestó: «Dadles vosotros de comer».
El
evangelista Lucas ambienta la distribución de los panes y de los peces en los
entornos de la ciudad de Betsaida (cfr. Lc 9, 10). Una ciudad que había dado a
cinco apóstoles (Simón Pedro, Andrés, Felipe, Santiago el Mayor y Juan). Estaban
a unos 2,5 km de la costa norte del lago de Galilea.
Un
desierto que remite al Éxodo.
En el tiempo de
Jesús las orillas del lago de Galilea era una zona mucho más poblada, por eso
se dice que «vayan a las aldeas y cortijos de
alrededor». Menos realista es lo del «descampado» o desierto. Allí no hay un
descampado o desierto en aquella zona. La palabra empleada en este versículo 12
en griego es ἔρημος (éremos), es decir ‘desierto’. Pero allí no
hay desierto. ¿Qué nos quiere decir el evangelista? El
evangelista nos invita a leer la historia capturando el simbolismo bíblico de
la imagen del éxodo. Hablándonos del desierto nos está recordando el éxodo.
Jesús lo que se propone es salir de un mundo viejo,
antiguo; salir de este mundo antiguo que únicamente se gestiona por los
criterios meramente humanos; los criterios de la avaricia, del
egoísmo, del acaparar, para poder entrar en una tierra de la libertad donde
estos criterios mundanos se desmoronan dando paso a que los bienes sean
manejados según los criterios de Dios. Y es precisamente en la Eucaristía donde
nosotros damos nuestra adhesión a este nuevo mundo y a las propuestas de Jesús.
Dios
siempre da el ciento por uno.
Nos dice el
evangelista que «el día comenzaba a declinar».
Es la imagen de la conclusión de la jornada de Jesús. Su jornada consistía en
el anuncio del evangelio y como resultado venían las maravillas. Uno da su
consentimiento a la propuesta de vida que nos hace Jesucristo siempre suceden
acontecimientos extraordinarios. Dios siempre da el ciento por uno (cfr. Mc 10,
29-30; Mt 19, 29).
La
vida espiritual
¿no
tiene nada que ver con la vida material?
Y al final de esta
jornada Jesús da solución a un problema muy serio que tiene la humanidad: el
problema de la comida y el problema del alojamiento, una casa digna donde se
pueda convertir en hogar. Podemos pensar que este tipo de problemas materiales
no los aborda el evangelio porque muchos siguen pensando que la religión, la
vida espiritual no tiene nada que ver con estos problemas materiales. Y esto
era precisamente lo que también pensaban los propios discípulos. Ellos le dicen
a Jesús que toda esa gente que había estado escuchando su palabra ahora tenían
que irse, tenían que ser despedidos para que cada cual se fuera a su lugar
correspondiente para «que vayan a las aldeas
y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida». El
razonamiento de los discípulos refleja lo que todavía siguen pensando muchos
cristianos; cada cual va a la Iglesia a la Eucaristía, y después cada cual
organiza sus propias cosas concretas y materiales. A modo de ejemplo, muchos
sacerdotes van a las parroquias de los pueblos, recorriendo muchos kilómetros y
carreteras poco afortunadas, llega a la austera iglesia del pueblo, celebra la tercera,
cuarta o quinta Eucaristía dominical y cuando sale de la sacristía todos los
presentes han desaparecido dejando al sacerdote sin la posibilidad ni de ir al
servicio ni poder tomar un café caliente en los fríos días de invierno. Y si
uno comenta algo le responden: ‘Te pagamos para decir la Misa’.
Para estos como
para los discípulos sostienen que el Evangelio es una cosa y la vida concreta
es otra cosa. La catequesis nos enseña cómo ir al cielo y en el resto del
tiempo cada uno se lo tiene que resolver por sí mismo. La vida espiritual no
tiene nada que ver con la vida material; esto es lo que pensaban los discípulos
al decir a Jesús que toda esa multitud se fueran «a las aldeas y cortijos de alrededor», ya que
en el fondo eran molestos, estorbaban y que querían despedirles para que les
dejasen tranquilos, es lo mismo que piensan y sienten muchos obispos,
sacerdotes, diáconos, monjas y monjes, religiosos y laicos en la actualidad; el
otro es una molestia, un incordio, empero Jesús no piensa así.
El
pan es más que pan.
Cuando la Palabra
se refiere al pan no señala únicamente el pan material o a la comida que se
precisa para calmar al estómago; se está apuntando a todo lo que el hombre
tiene necesidad. La vida entera de la persona comporta los afectos, la amistad,
la estima, la comunicación, el sentimiento de pertenencia, donde uno se siente
seguro, aceptado y valorado; la salud, la casa, el hogar. Hay muchas
necesidades que precisan ser satisfechas para que una vida sea completamente
humana.
El Evangelio tiene
mucho que ver con la respuesta a todas y a cada una de estas necesidades. Para
los animales sabemos que cuando tiene el estómago lleno se queda tranquilo
porque está satisfecho, pero con el hombre esto no nos basta. El hombre
necesita ser saciado en el contexto del amor, de la acogida, de la aceptación
sincera con los hermanos.
En
la boca de los discípulos
encontramos
nuestra lógica.
La respuesta que
dan los discípulos es muy clara; que cada cual se apañe como pueda, que cada
cual ‘se saque las castañas del fuego’ o que ‘cada palo aguante su
vela’. Que toda esta gente molesta, ruidosa y que nos genera intranquilidad
porque no se mueven de aquí y no nos dejan en paz que se vayan todos a comprar
lo que necesiten. En la boca de los discípulos encontramos nuestra lógica; una
lógica equivocada, una lógica no evangélica; se trata de la lógica del
mercado.
El sistema de
intercambio es necesario porque uno tiene unas habilidades y unas adquisiciones
que el otro no tiene; y el otro tiene lo que uno precisa. Dios he hecho bien
las cosas; Dios nos ha hecho no autosuficientes. Tenemos bienes y estamos
obligados y llamados a intercambiar estos bienes. Estos intercambios se pueden
dar en una contribución comercial y además se dan siempre con la ley de la
oferta y la demanda. Si uno se da cuenta que las personas demandan más un
producto se sube el importe de ese producto y así uno puede obtener más dinero
aprovechándose de las necesidades de los demás. Recuerdo el precio exorbitado
que llegó a tener las mascarillas y el gel hidroalcohólico al inicio de la
pandemia de COVID-19 (2020); no digamos nada de los precios escandalosos de los
alquileres de viviendas que estrangulan la economía familiar sin el más mínimo
escrúpulo por parte de los arrendatarios ni del gobierno que debería de
proteger al ciudadano. Se puede poner tantos ejemplos que ni habría tinta
suficiente para escribirlos.
Se puede
incrementar el precio o se puede proceder en un intercambio de gratuidad, de
atención a las necesidades del hermano para ayudarle con lo que uno tiene a su
disposición.
¿Qué
respuesta da Jesús?
Jesús rechaza la
propuesta de los discípulos. Les dice: «Dadles
vosotros de comer». Los discípulos sostenían la postura que cada
cual se las arreglase como pudiera, que se fueran a buscarse la vida y que
fueran a comprar en los comercios de todo aquello que ellos tuvieran necesidad.
Valoremos y
extraigamos conclusiones de la propuesta de los discípulos: el que tiene
dinero puede comprar y el que no disponga de dinero se queda como está, con
hambre. Quien tenga buenas piernas llegará enseguida a la tienda y acaparará
con todo lo que pueda pillar, de tal modo que queden las estanterías de los
comercios como si hubiera pasado por allí ‘la plaga de la langosta’. Recuerdo
en el apagón masivo eléctrico en España del pasado 28 de abril de 2025 donde ansiosa
se agolpaba la gente para arramplar con todas las pilas y linternas posibles, y
los infernillos de gas desaparecían aumentando considerablemente de precio. Y
no digamos nada durante la pandemia del COVID-19 donde personas llevaban en los
carritos de los supermercados montañas de papel higiénico y un sin número de
yogures, latas de conserva, agua embotellada, como consecuencia de las compras
compulsivas privando a los demás de poder adquirir esos productos.
Los más enfermos,
los pobres o los más débiles no podrían acudir a comprar, y si llegaran no
podrían adquirir los bienes necesarios porque la codicia de algunos priva de
los bienes a los demás. Es normal que de este mundo viejo regido por esta
lógica del mercado surjan las guerras, la violencia, abusos, injusticias, donde
el rico se hace más rico y el pobre sufre las consecuencias de los avariciosos.
Esta es la lógica de este mundo y para poder mantener esta lógica hace uso de
la fuerza, de la violencia, de las amenazas, de las armas.
1.- Un modo nuevo de gestionar
los bienes.
Jesús les contesta
«dadles vosotros de comer». En
primer lugar, Jesús rechaza la lógica que separa la vida en dos sectores, el
espiritual y el material. El Evangelio exige un mundo completamente nuevo; un
nuevo modo de gestionar los bienes. La Palabra de Dios nos indica que los
bienes no son nuestros y que no pueden ser tratados con los criterios del
mercado; porque los bienes son sólo de Dios y nosotros únicamente somos
administradores. «Del Señor es la tierra y cuanto contiene» (cfr. Sal
24, 1). Ya nos lo dice San Pablo en su primera epístola a Timoteo: «pues
nada hemos traído al mundo y nada podremos llevarnos de él» (cfr. 1 Tm 6,
7). Todo se nos requisa en la aduana de la muerte; la codicia del dinero, el
deseo de acumular bienes es la raíz de todo el mal.
Los discípulos
entendieron que Jesús los quería llevar a este éxodo, en el desierto: de la
posesión y de la lógica del mercado a la lógica de compartir los bienes; al
intercambio de bienes no dictado por la codicia y el egoísmo, sino por el amor
y por la atención a la necesidad de los hermanos.
La
objeción de los discípulos.
Pero ellos
plantean una objeción, que es también la nuestra:
«Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos
peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente». Porque
eran unos cinco mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: «Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada
uno». Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos».
La objeción es que
la comida es poca y la multitud es inmensa, eran cinco mil hombres (cfr. Hch 4,
4), que representa a toda la comunidad de los cristianos de la segunda parte
del libro del evangelista Lucas. Si pensamos que las cosas no llegan para todos
es entonces cuando se inicia la competencia ya que se entiende que este mundo
es ‘un valle de lágrimas’ donde uno tiene que espabilar porque sino te dejan
morir desamparado; por lo tanto, es comprensible que todos intenten acaparar y
agarrar lo máximo posible para sí y que los demás se las arreglen como puedan. Es
la misma tentación que tuvieron los hebreos en el desierto con el maná ya que si
acaparaban de más durante la semana criaba gusanos y se apestaba (cfr. Ex 16,
19-20), y de hecho los avariciosos se llenaron durante la noche de gusanos y de
la peste del maná que habían cogido de más desobedeciendo a Yahvé y a Moisés.
Si se van a
comprar, sólo comprarán los que tengan dinero y los demás, los necesitados quedarán
a expensas de las limosnas de los otros. Jesús no acepta esta propuesta porque
no crea un mundo nuevo, sino que mantiene el mundo viejo, el de las leyes del
mercado y que aquellos que, por generosidad o por unos sentimientos positivos,
dan algo a los otros. Pero esto no es la dinámica del mundo nuevo que viene a traer
Jesús.
¿Qué
respuesta da Jesús?
2.-
El verdadero discípulo
es
el que está dispuesto a servir.
¿Qué es lo que
propone Jesús? Ordena a los discípulos que se acuesten, que se reclinen. El
texto griego emplea el verbo κατακλίνω (kataklíno), que se acuesten;
es decir, es la posición de la gente libre ante la mesa. Es la misma postura
que adoptaron los discípulos en el marco de la última Cena (cfr. Jn 13, 23). E
invita a los discípulos a considerar esos cinco mil necesitados como si fueran
ellos sus señores; el verdadero discípulo es el que está dispuesto a
servir.
Les dice que «haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno».
En el libro del Éxodo el número cincuenta indica un pueblo organizado (cfr. Ex
18, 21-26). Este modo de organizar los bienes ha de estar gestionados según los
criterios ordenados de forma que la comida sea suficiente y abundante para
todos.
Y cuando los bienes regalados por Dios son gestionados
por los criterios del Evangelio surge el milagro.
«Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y
alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se
los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos
y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos».
El evangelista Lucas
recoge los cinco gestos de Jesús los cuales contienen la nueva propuesta de gestión
de los bienes de este mundo. Estos gestos nos enseñan a realizar un milagro:
que los bienes que Dios nos ha regalado no sean sólo suficientes, sino que
incluso abundantes. Este milagro no lo realiza Dios, nos lo enseña para que
lo realicemos nosotros mismos.
Los
cinco gestos de Jesús.
1.-
Jesús toma los 5 panes y los 2 peces
El primero de los
cinco gestos es que Jesús tomó los cinco panes y los dos peces. Cinco más dos
son siete. El número siete indica la totalidad de los bienes que Dios nos
concede a toda la humanidad representada con el número de las cinco mil
personas. Todo lo que tenemos es gestionado, no por la lógica del mundo del
mercado, de la avaricia o del egoísmo, sino por la lógica de Dios.
Los
cinco gestos de Jesús.
2.-
Jesús alza la mirada al cielo
Es la invitación a
reconocer de dónde vienen todos los bienes que tenemos a nuestra disposición. No
son nuestros, son de Dios y nosotros sólo somos administradores. La mirada
alzada de Jesús significa reconocer que todo es de Dios (cfr. 1 Jn 4, 4-6;
1 Cor 3, 21b-23).
El sentirse propietario
o dueño es una mentira. El guardar los bienes para sí y acumularlos y agarrarlos
es robo (cfr. 1 Re 21 [la viña de Nabot]; cfr. Jos 7, 1-26 [El pecado
de Acán y la derrota en Hai]; cfr. Hch 5, 1-11 [relato de Ananías y
Safira]). Jesús eleva los ojos al cielo para que nosotros también alcemos
los ojos al cielo y así podamos lograr este milagro para que no solo se tenga
lo suficiente, sino en abundancia.
Si eliminamos nuestra
mirada al cielo y si reconocemos que nosotros somos los dueños y señores de
todo ¿quién me puede impedir seguir la lógica del mundo viejo que se sustenta en
el poder del más fuerte y del enriquecimiento del más rico?
3.- Jesús pronunció la
bendición
Bendecir,
εὐλογέω,
(euloguéo) significa reconocer de dónde viene la vida. De esta
mirada al cielo se obtiene la bendición. Todo lo que viene de Dios es para la
vida, genera vida (cfr. Sal 36, 9-10; Is 42, 5; Gn 2, 7). Entonces esta bendición significa el rechazo
del uso de las cosas de este mundo según los criterios mundanos; significa aliarse
con Dios porque de Dios sólo viene la vida. Y todos los bienes de este mundo no
pueden ser empleados sino es para potenciar, cuidar y proteger a la vida. No
pueden ser usados ni para las armas, ni para la violencia, ni para la destrucción.
4.- Jesús los partió
Jesús los fue
rompiendo, quebrando, dividiendo. El término griego es κατακλάω (katakláo).
Romper es sólo para compartirlos y entregarlos a los discípulos porque ellos
están llamados a construir este mundo donde se sigue la lógica del amor. Y el
resultado es que todos comieron a la vez hasta que quedaron satisfechos.
Y sobraron doce
cestas, es decir, la comida es sobreabundante. Si este prodigio no se produjera
sería como consecuencia de no tener fe en la propuesta que Jesús nos hace. Con
la lógica vieja no se puede resolver los problemas reales de las personas.
Los
cinco gestos de Jesús.
5.-
Recogieron lo sobrante
Sobreabundancia y
no desperdicio. Los bienes de Dios no pueden ser desperdiciados porque no es
nuestro, es de Dios. Se desprecia agua, electricidad, energía, alimentos, recursos
que podrían usarse para cosas mucho más importantes y urgentes.
La
Eucaristía
¿Qué tiene que ver
todo esto con la Eucaristía? En la última Cena el mismo Jesús sabe que ha llegado
al término de su vida y quiere dejar a sus discípulos el signo de su historia,
de su persona. Toma el pan y les dice: ‘esto es mi cuerpo. Esto soy yo’. Toda
la vida de Jesús ha sido hacerse pan. Jesús no guardó para sí ni un solo
instante, no se reservó absolutamente nada; todo lo donó por la vida de los
hombres. Luego dice a sus discípulos ‘tomad y comed todos de él’; es decir, es
tanto como decir, ‘tómame, come y asimílame, asimila mi historia de entrega amorosa’.
Jesús invitándonos
a comer ese pan, Jesús nos dice: ‘si asimilas mi propia historia de amor, este
mundo nuevo será construido’. Quien se acerca a la Eucaristía de un modo
auténtico y asimila la vida y el espíritu de Jesús de Nazaret se convierte en un
constructor de este mundo en el que la vida de los hombres es una vida de
hermanos, hijos del único Padre que responde con amor a las necesidades de la vida
de los hermanos.
El
milagro nos lo enseña para que
lo
realicemos nosotros mismos con Él.
El milagro se produce
cada vez que, en medio de este desierto nos adentramos en ese éxodo; un éxodo de
donde salimos de ese mundo antiguo con sus esquemas y planteamientos para
adentrarnos en los criterios gestionados por el Señor. Este milagro no lo realiza
Dios, nos lo enseña para que lo realicemos nosotros mismos.