Homilía del Tercer Domingo de Pascua, ciclo C
04.05.2025 Jn 21, 1-14
En las dos anteriores manifestaciones del Resucitado (cfr. Jn 20, 1-9 y Jn 20, 19-31) han sido dentro del marco de la celebración eucarística en el Día del Señor, con las puertas cerradas y además fueron en la ciudad de Jerusalén. El evangelista Juan quería presentarnos la experiencia espiritual de las comunidades cristianas, donde los hermanos se reúnen para la fracción del pan, y en donde deben tomar conciencia de la presencia del Resucitado en medio de ellos.
¿El
cristiano sólo encuentra al Resucitado
En
el Día del Señor?
Inmediatamente
a los hermanos de esas comunidades les surge esta pregunta: ¿Sólo nos
encontramos con el Señor Resucitado en el Día del Señor? ¿Qué pasa entre semana
cuando estamos en plena actividad profesional, personal, familiar, etc.? Ante
esta pregunta el evangelista Juan responde contándonos una tercera reunión con
el Resucitado con los discípulos; además Juan lo hace en un contexto totalmente
diferente a los dos anteriores.
¿Dónde
se manifiesta ahora el Resucitado?
«En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos
junto al lago de Tiberíades». Ya no estamos en Jerusalén, la ciudad
santa, donde se practica la religión pura, donde se ofrecen los sacrificios en
el Templo.
Estamos en
Galilea, en la región donde la práctica religiosa no siempre es conforme a las
estrictas disposiciones de los rabinos. Además, no es domingo, no es el Día del
Señor, es un día laboral, un día de trabajo. Nos vamos a encontrar a un grupo
de discípulos en un mismo lugar, pero no en un lugar sagrado, sino en un
ambiente profano, en medio de sus faenas cotidianas, ocupados en su trabajo
como pescadores en el mar de Tiberíades.
Un
Lago que es un Mar:
influjo
de Herodes Antipas
El evangelista Juan
emplea el término griego θάλασσα (dsálassa), ‘mar’, no
emplea el término ‘lago’ como lo hacen en las traducciones modernas en español.
Emplea la palabra ‘mar’. Sabemos que es un simple lago, pero el evangelista lo
quiere convertir en un mar, ¿por qué? Porque le interesa, por el simbolismo
histórico que esto representa.
Juan recurre al
simbolismo y a la imagen bíblica para comunicar su mensaje. Lo llama ‘mar’
porque en toda la literatura del Antiguo Medio Oriente el mar es el símbolo del
mundo de la impureza, de lo demoniaco, de los inhumano, de todo lo contario a
la vida. Y Juan nos dice que los discípulos pencan en este mar. Hace una clara
referencia a la misión que Jesús confió a sus discípulos; echar las redes al
mar, ya que son pescadores de hombres (cfr. Mt 4, 19; Mc 1, 17), e
introducirles en la verdadera vida.
Lo llama ‘mar
de Tiberíades’ y no emplea el término tradicional de ‘lago de Genesaret’
(τὴν λίμνην Γεννησαρέτ) (cfr. Lc 5, 1). Juan se refiere a la ciudad semi pagana
que Herodes Antipas se hizo construir porque dejó la primera capital Séforis y
se estableció en un lugar hermoso del lago de Galilea; por supuesto que lo
dedicó a su amigo y protector Tiberio. De hecho, Herodes Antipas se fue a vivir
allí junto a Herodías unos años antes de que Jesús hubiera iniciado su vida
pública.
Tiberíades (cfr.
Jos 19, 35, antigua ciudad de Rakkat, heredad de la tribu de Neftalí) era
una ciudad impura porque estaba construida sobre un cementerio y los rabinos no
lo frecuentaban. En los evangelios no se recoge ninguna visita de Jesús a esta
ciudad. Era la ciudad de Herodes Antipas donde introdujo usos, costumbres y
modos de vivir paganos; introdujo una mentalidad idolátrica contraria a la
identidad espiritual de los hijos de Abrahán: Este es el simbolismo del mar de
Tiberíades.
Es aquí donde la
comunidad de los discípulos está llamada a trabajar. Es este mar del paganismo,
de esta sociedad secularizada e idolátrica, en la cual sólo importa el dinero,
el poder y la búsqueda del placer. Es en este mar donde los discípulos están
llamados a sacar a los hombres y traerlos a la verdadera vida para que se
conviertan en hombre verdaderos. Jesús ha enviado a sus discípulos a pescar en
este mar, el mar de esta vida pagana.
El
Resucitado se manifiesta en medio
de
sus actividades profesionales,
en
lo cotidiano.
«Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro,
Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y
otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos
contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y
aquella noche no cogieron nada».
Toda la historia en la que ahora nos vamos a
adentrar es una parábola de la actividad a la que está llamada a realizar la
Iglesia en el mundo: Pescar a los hombres. Para ello Juan emplea varias
imágenes.
La
primera imagen: La barca de Pedro.
La barca de Pedro
es siempre el símbolo de la Iglesia; y los discípulos subidos a esta barca
representa la comunidad cristiana. Si los contamos son 7. ¿Por qué no son 12?
Porque doce es el símbolo de Israel. En cambio, el número 7 o 70 indica el
número de todas las naciones de la tierra. Estos siete son el símbolo de la
comunidad cristiana que debe de estar abierta al mundo.
¿Quiénes
están en esa barca?
Vamos a ver por
quién están formada esta comunidad. Con cada uno de ellos tenemos una historia
personal. Representan las varias situaciones espirituales de los miembros de
la comunidad cristiana de todos los tiempos. En algunos de ellos
reconoceremos nuestra historia personal.
El primero es
Pedro:
Él es el discípulo que lucha por acoger la propuesta del hombre nuevo planteado
por Jesús. Sigue pensando que para ser una persona con éxito significa acumular
bienes, tener poder y seguir a Jesús. Pedro cree que eso le ayuda a tener éxito
en la vida. Es el discípulo que trata de seguir a Jesús, pero acomodándolo o
poniéndolo de acuerdo con sus propios proyectos, los cuales son el tener poder,
tener, aparecer. Es el discípulo de hoy que dice sí a Jesús, pero sigue
pensando como antes, que en los momentos de dificultad le cuesta sostener su
propia fe.
Luego está Tomás: Tomás llamado
nuestro ‘gemelo’. Es el que ama a Jesús y está también ligado a la comunidad,
pero por alguna razón llega a alejarse de la comunidad retornando a sus propios
pasos, a su vida anterior. Desea una prueba para creer, pero el Resucitado no
es mueve por el mundo de lo verificable por los sentidos, ya que sólo puede ser
visto por aquellos que se sienten involucrados en una relación de amor con él. Sólo
los que aman pueden experimentar la presencia del Resucitado.
El tercer
personaje es Natanael:
Es el israelita en el cual no hay mentira (Jn 1, 47). Natanael cuando encuentra
a Jesús le da su propia adhesión, le da su propio apoyo convencido y
entusiasta. Natanael es la imagen de la persona sincera, abierta a la verdad.
Él tiene sus propias ideas -«¿Puede salir algo bueno de Nazaret?» (cfr.
Jn 1, 46)- y las defienden obstinadamente y cuando alguna cosa del evangelio no
le cuadra o no le convence tiende a cerrar su corazón. Él tiene sus propias
convicciones, pero cuando escucha la verdad del evangelio, después de muchas
resistencias, terminan acogiéndolo reconociendo que responde a las necesidades
más profundas de su ser.
Los hijos de
Zebedeo, Santiago y Juan: Ellos representan el alma fanática de la comunidad.
Les recordamos de aquella ocasión en la que Juan se presenta a Jesús y le dice
‘hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos impedido
porque no es de los nuestros’ (cfr. Mc 9 ,38). Cuando estando en Samaría,
los samaritanos no querían dar hospitalidad a Jesús porque iba a Jerusalén,
entonces Santiago y Juan dicen ‘Señor, ¿quieres que digamos que caiga sobre
ellos el fuego del cielo como lo hizo Elías y que consuma a estos incrédulos?’
(cfr. Lc 9, 54-55; 2 Re 1, 9-12). Jesús se vuelve y los reprende severamente. Eran
conocidos como los "Hijos del Trueno" por su temperamento impetuoso
(Mc 3,17). Quieren imponer a todos sus propias convicciones; están siempre
dispuestos a crear polémicas, contiendas y ven enemigos por todas partes.
Luego hay dos que
no tienen nombre:
Son anónimos. Si nos reconocemos en ninguno de los caracteres que antes se han
ido exponiendo, quizás nos encontremos en algunos de estos dos discípulos
anónimos, con nuestras características buenas y menos buenas, con toda nuestra
fragilidad. También pueden representar a aquellos que son discípulos de Cristo
y aún no lo saben. Son aquellos que se dejan mover por el Espíritu, que hacen
en bien, trabajan con el mismo objetivo de ayudar a los demás y de hacer este
mundo más humano.
Es una comunidad
muy abierta los que están en esta barca, donde hay espacio para todos aquellos
que quieren trabajar para construir un mundo nuevo; hay un espacio para todos
los hombres de buena voluntad.
El
discípulo sin la luz de Cristo
Es
una bombilla fundida.
Este grupo se pone
a trabajar ‘de noche’. En la primera
parte de la noche está totalmente obscuro. Juan nos está diciendo con esta
imagen de la obscuridad, de la noche, que la actividad de los discípulos no
puede desarrollarse sin la luz de Cristo y sin su Evangelio. Si actuamos de
este modo no obtendremos ningún resultado. Cuando acaba la noche y despunta los
primeros rayos del día y amanece todo cambia.
Jesús
está de pie en la orilla.
«Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla;
pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían
sacarla, por la multitud de peces»
La noche termina,
la obscuridad en la que están envueltos los discípulos se disuelve porque llega
la luz. Jesús está de pie en la orilla, pero ellos no lo reconocen. Jesús no se
esconde, no se camufla; son sus propios ojos los que no saben reconocerlo. Jesús
está de pie en la orilla. Jesús no está en el mar, está en la orilla. Los
discípulos están en el mar empeñados en llevar la misión que les había sido
confiada. Jesús les está acompañando en una condición diferente a la de antes;
ahora está resucitado. No les ha dejado solos, pero ellos aún no se han acostumbrado
a verle en este nuevo estado resucitado, le echan de menos, echan de menos sus
palabras, sus gestos, su presencia tangible.
El
Resucitado con cariño
nos
reconforta en las decepciones.
El resucitado emplea
un apelativo cariñoso a estos discípulos que han estado trabajando toda la
noche y están cansados y decepcionados porque no han pescado nada. Les
llama «muchachos».
En griego se emplea el término παιδίον (paidíon), que significa ‘niños’.
Cuando el Señor nos percibe tristes y desanimados porque muy poca gente o nadie
quiere escuchar el mensaje de Jesús, cuando después de tanta preparación para
poder impartir unas catequesis nos encontramos con la escasa respuesta por
parte de la gente. Es entonces cuando nos dice ‘muchachos, niños’, le
sentimos cercano, cariñoso con nosotros, nos reconforta su presencia, nos anima
en medio de la decepción del rechazo; es como esa dosis de dulzura que
precisamos ante tanta incomprensión y amargura.
Es esa misma
experiencia que tuvieron los Doce salieron a hacer la Traditio Symboli,
donde fueron de dos en dos a anunciar el evangelio por las casas, por las
calles, por las plazas, etc., pero volvieron cansados, tristes, desanimados por
la escasa acogida, tal y como nos relata el evangelista Marcos (cfr. Mc 6,
30-31) al omitir la alegría y el gozo que sí recoge el evangelista Lucas (cfr.
Lc 10, 17-20). El relato que recoge el evangelista Marcos se percibe esta
ternura y dulzura que tiene Jesús al animar a sus discípulos y levantarles de
su pesimismo al decirles: «Venid vosotros solos a un lugar solitario para
descansar un poco». Esa invitación del Maestro a descansar está en la misma
sintonía de esa palabra cercana y entrañable de «muchachos»,
ya que ellos precisan desahogar sus almas en Cristo y limpiarse las heridas que
les han generado aquellos que se oponen a ese modelo de hombre nuevo que el
Maestro les ha traído.
Este modo de
dirigirnos con esa ternura la agradecemos y nos vemos reconfortados. Nos acompaña con
su presencia y con su palabra en nuestra labor.
La
indicación y consejo del Resucitado.
El Resucitado indica
a los discípulos cómo obtener resultados: «Echad la
red a la derecha de la barca». La parte derecha indica la parte buena,
el lado positivo. Ellos antes habían lanzado la red del lado equivocado, del lado
malo, negativo. Tienen que lanzar la red en la parte buena del hombre ya que
en esa parte buena del hombre reside el Espíritu de Dios; ya que el hombre
como criatura que es tiene la impronta de su Creador. Echar a la derecha también
significa buscar la bendición y el favor de Dios (cfr. Sal 110,1); así como
hacerlo con el poder de Dios con la confianza de quien lleva los hilos de la historia
es el Señor.
El Maestro quiere
que enganchemos las partes positivas de las personas, lo bueno que tienen
dentro las personas para sacarlos fuera de las aguas del mar. Y cuando escuchan
la palabra del Señor la pesca se hace fructífera, de tal manera que «no podían sacarla, por la multitud de peces». Indica
la multitud de los hombres salvados de las aguas del mar.
Son muchos los
hermanos que, gracias a la proclamación de la Palabra y del anuncio del Kerigma
(κήρυγμα), gracias a que los catequistas, presbíteros y obispos han obedecido a
Cristo lanzando esa red a la derecha -y han creído en la bondad de las personas,
así como en la necesidad que tenían de ser alimentadas del alimento celestial-,
esos hermanos que antes vivían como paganos y desorientados por el pecado,
ahora son personas nuevas, renacidas, resucitadas.
¿Quién
tiene esa mirada que le permite
Reconocer
al Resucitado?
Ahora aparece en
escena el discípulo amado del Señor. Este discípulo amado es el que tiene esa
mirada que le permite reconocer al Resucitado.
«Y aquel discípulo a quien Jesús
amaba le dice a Pedro: «Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se
echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban
de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces».
En el evangelio de
Juan aparece desde el principio un discípulo cuyo nombre no se indica. «Y aquel discípulo a quien Jesús amaba». Cuando Juan
el Bautista ve pasar a Jesús dice a sus discípulos «este es el Cordero de
Dios» (cfr. Jn 1, 36), éstos al oírle hablar así dos de sus discípulos
siguieron a Jesús. Uno de esos discípulos era Andrés, el hermano de Simón Pedro
(cfr. Jn 1, 40); en cambio el otro discípulo no tiene nombre.
Algunas
características del Discípulo Amado.
¿Quién es ese discípulo
‘sin nombre’? Si el evangelista Juan no nos lo quiere decir es porque se
debe de dejar así, en el anonimato. ¿Qué es lo que caracteriza a este discípulo
‘sin nombre’? Este discípulo amado es aquel que, tan pronto como Juan el
Bautista le presenta a Jesús, enseguida se da cuenta de que ha encontrado en Jesús
a una persona extraordinaria que puede decidir sobre su vida. Es entonces
cuando este discípulo no duda, lo sigue con determinación e inmediatamente y
le da su propia adhesión.
Este discípulo
durante la Última Cena cuando Pedro deseaba conocer quién iba a traicionar al
Maestro (cfr. Jn 13, 21-26), «el discípulo al que Jesús tanto quería» sabía
distinguir muy bien quien están de parte de Jesús y los que están en contra.
Y cuando las cosas
se ponen difíciles es el discípulo que entra al mismo tiempo que Jesús en el
patio interior de la casa del sumo sacerdote, mientras que los otros discípulos
le han abandonado (cfr. Jn 18, 15). Y luego es el discípulo que sigue al
Maestro camino al Calvario y le ve donar la propia vida por amor estando cosido
en el madero de la cruz (cfr. Jn 19, 26).
Es este discípulo
el que llega primero al sepulcro en la mañana de Pascua. Mira y ve que el
sepulcro está vacío y comienza a entender que algo impresionante ha sucedido
(cfr. Jn 20, 3-8) y empieza a creer que Jesús ha resucitado.
Este discípulo es
capaz de ver lo que es invisible a los ojos materiales. Reconoce la
presencia del Resucitado en la orilla del mar; los otros discípulos que están
con él no ven al Resucitado porque no tienen esa mirada pura para reconocerle.
¿Por
qué Juan no nos dice su nombre?
¿Quién es?
Dejémoslo sin nombre. Es el amado; representa al discípulo que está totalmente involucrado
en el amor por Cristo. Es la imagen del discípulo auténtico. La razón por la
que el evangelista Juan no pone nombre a este discípulo amado es porque
quiere que cada uno de nosotros nos reconozcamos en este discípulo. Estamos
llamados a ser ese discípulo.
Ceñirse
el Delantal
Simón Pedro
habiendo oído de boca del discípulo amado «es el
Señor», se ciñe su manto porque estaba desnudo y se echa al agua. Esto
suena muy raro ¿se pone la ropa para meterse en el agua? ¿no suele ser lo más
normal quitarse la ropa para meterse en el agua? Pedro llevaba la túnica estando
en la barca, no estaba pescando desnudo, sobre todo porque cuando se pesca de noche
uno se tiene que proteger del frío.
¿Qué significa
esta desnudez de Pedro y este ceñirse el vestido? Hay un verbo importante que se
está utilizando en este versículo: διαζώννυμι (diazónnumi). Este verbo griego
(διαζώννυμι) significa ‘revestirse, enfatiza la acción de atar o ceñir algo
alrededor del cuerpo’. Este verbo aparece únicamente cuatro veces en todo
el Nuevo Testamento; está ahora aquí, cuando Pedro se viste y se repite
cuando Jesús se vistió del delantal, símbolo del servicio, en el lavatorio
de los pies. (cfr. Jn 13, 4-5). También aparece en Lucas 12, 37 y en Hechos
21, 11.
El delantal que
Pedro no quería usar porque rechazó el gesto de Jesús para convertirse en
siervo y comenzar a lavar los pies de los demás hermanos; el descender hasta el
último eslabón porque el que sirve es grande y no ser servido. Jesús estaba
vestido con este uniforme del sirviente. Este uniforme era el que Pedro se negaba
a ponerse; sin embargo, ahora en cambio Pedro ha entendido que el Resucitado
tenía razón y por eso él también ahora se ciñe del manto tal y como lo hizo el Maestro.
Ahora Pedro se ciñe el hábito del siervo, el vestido del sirviente; Pedro se
pone el uniforme que caracteriza al verdadero cristiano.
Pablo habla varias
veces de esta vestimenta nueva que el discípulo siempre ha de tener puesta. En
la epístola a los Colosenses nos dice: «revestíos, pues, de sentimientos de compasión,
de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia» (cfr. Col 3, 12). El
amor es servicio.
En la epístola a
los Romanos nos lo dice así: «revestíos de Jesucristo, el Señor» (cfr.
Rom 13, 14). Quien te vea te ha de reconocer por este uniforme que es el del servidor.
Pedro en su
primera epístola nos escribe esto: «Revestíos todos de humildad en vuestras
mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los
humildes» (cfr. 1 Pe 5, 5).
El agua el inicio de una nueva vida.
Pedro después de
vestirse se sumerge en el agua. El agua es el inicio de una nueva vida para
Pedro. Con las aguas bautismales se comienza una nueva vida. Y detrás de Pedro vienen
los demás con la barca. Ahora que han escuchado la voz del Señor, su compromiso
y su trabajo ha logrado un gran resultado.
El
pan es Jesús.
«Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto
encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que
acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla
la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos,
no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el
Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue
la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de
entre los muertos».
No se dice que estos
siete vean a Jesús. Lo que ellos ven son las brasas con un pescado puesto
encima y pan. El pan es Jesús. En la Eucaristía el Resucitado continúa
ofreciéndose como pan. El Resucitado que continúa ofreciéndose se nos presenta
como pan de la Eucaristía. Jesús en la Eucaristía nos invita a asumir su vida
de amor, a unir nuestra vida a la suya, haciéndonos pan. El pan que ven ellos
es Jesús.
Ese
pez eres Tú.
Ellos también ven
el pez. El pez que ellos ven no es uno de los que han sacado ellos del mar. Ese
pez ya estaba ahí con Jesús. Jesús durante su vida también pescó; Jesús ha sacado
del mar a tanta gente, la cuales vivían deshumanizados, de pecado, muertas
espiritualmente. Fue Jesús quien sacó de las aguas de la muerte a Leví el
publicano, el cual estaba apegado por el ídolo del dinero; fue Jesús quien sacó
del mar a Zaqueo, el cual estaba totalmente inmerso en una vida pagana, ya que únicamente
pensaba en acumular dinero. Jesús sacó del mar a la adúltera; Jesús sacó del
agua del mar de la muerte a los que estaban poseídos por espíritus inmundos. Todas
estas personas fueron llevadas a la vida. Es que ellos se han convertido en
alimento de vida para los hermanos; es el pez que se convierte en alimento.
Zaqueo puso todas sus
riquezas a disposición de los pobres. Son los peces que Jesús ha traído a la
vida, a rescatado de la fosa de la muerte, que se convierten en alimento de
vida para los hermanos.
153
Peces Grandes:
El
fruto de la actividad apostólica.
Entonces dice
Jesús: «Traed de los peces que acabáis de
coger». Es entonces cuando Simón Pedro subió a la barca y saca
la red repleta de 153 peces grandes. Esos peces es el fruto de la actividad apostólica
de la comunidad cristiana; es la humanidad que ha de ser llevada a Cristo. Este
número indica la totalidad de la humanidad que es llevada a Cristo.
La
red no se rompe.
La red no se
rompe. El verbo griego empleado es σχίζω (sjízo) que significa ‘partir, dividir’,
‘el cisma’ en el interior de la comunidad. Esta comunidad no se desgarra a
pesar de la multitud enorme de hombres que han entrado en esta comunidad;
son los hombres rescatados de las olas del mar.
Desde el inicio de
la Iglesia se han dado fuertes incomprensiones y malentendidos; sin embargo, en
la Iglesia primitiva siempre se ha mantenido la unidad. La comunidad
cristiana está llamada a dar testimonio del amor que sabe mantenernos unidos en
la diversidad.
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