sábado, 10 de mayo de 2025

Homilía del Domingo IV de Pascua, Ciclo C El buen pastor o el Pastor hermoso

 

Homilía del Domingo IV de Pascua, Ciclo C

Jn 10, 27-30‘El buen pastor’, ‘el pastor hermoso’ (ὁ ποιμὴν ὁ καλός)

 

         En el cuarto domingo de Pascua se nos regala un texto evangélico donde Jesús se nos presenta como el pastor hermoso (ὁ ποιμὴν ὁ καλός). No dice ‘yo soy el buen pastor’, sino que dice ‘yo soy el buen pastor hermoso’.

 

El pastor hermoso, no únicamente el pastor bueno.

No habla aquí de bondad, sino de belleza. Si buscamos la belleza no puedes evitar enamorarte del Señor; si quieres convertirte en una persona hermosa, síguele. El Señor nos invita a no seguir a los pastores feos, porque te puedes quedar encantado a admirado por ellos y uno se puede dejar seducir por los pastores feos (cfr. Ez 34, 1-10) que se apacientan a sí mismos; que no fortalecen a la oveja débil; que no curan a la enferma; que no hacen volver a la descarriada ni buscan a la perdida; que gobiernan con dureza y crueldad; que provocan con su negligencia y mal liderazgo la dispersión de las ovejas. Estos pastores son los pastores feos, que generan fealdad, lo aborrecible. Y si tú les sigues te vuelves como ellos.

 

El contexto del texto evangélico.

Festividad de Janucá

Jesús está en el Templo de Jerusalén y está paseando bajo el pórtico de Salomón. En Jerusalén se está celebrando la fiesta de la dedicación del Templo; la fiesta de La Festividad de Janucá (también conocida como Hanucá o la Fiesta de las Luces) חנוכה.

En el siglo II a.C. el Templo fue profanado por los seleúcidas. Los seléucidas eran los reyes que habían heredado toda la parte oriental del inmenso imperio de Alejandro Magno, los cuales habían gobernado Siria y Palestina. Habían intentado introducir el paganismo en Jerusalén e impedir la práctica de la Torá.El rey Antíoco IV Epífanes intentó imponer la cultura helenística y prohibió las prácticas religiosas judías. Pero sus propósitos fracasaron porque el pueblo se rebeló (duró tres años la lucha) y en el año 165 a.C. los seleúcidas fueron expulsados por la revuelta de los hermanos Macabeos. Se procedió a purificar el Templo y volverlo a consagrar al Señor el Templo que había estado profanado. Debido a esto se volvió a encender la lámpara sagrada durante ocho días. Esta es la razón por la que, ya desde los tiempos de Jesús hasta el día de hoy, durante ocho días durante la fiesta de Janucá, en toda la ciudad brilla con las luces del candelabro de nueve brazos (Januquiá (חנוכייה) o también se le conoce como Menorá de Janucá); es una fiesta de la luz. Esta fiesta es como si fuera nuestra Navidad, coincidiendo en las fechas de invierno.

En este contexto los dirigentes se dirigen a Jesús que está paseando por el Templo y le preguntan cosas como estas: «¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente» (cfr. Jn 10, 24). La pregunta es ladina y maliciosa porque esta pregunta se hizo en el momento en el que se estaba celebrando la liberación de Israel de las manos de los paganos, del rey Antíoco IV Epífanes. Y los dirigentes de Israel querían la liberación de Israel de la potencia romana; ellos esperaban la venida del hijo de David para liberarlos, tal y como pasó con los Macabeos en el pasado. Ellos esperaban el león de la tribu de Judá, del que habló Jacob, el Mesías que tenía que tomar el poder y establecer el dominio de Israel sobre el dominio de todos los pueblos de la tierra. Éste es el contexto del texto y Jesús paseando por el pórtico de Salomón. Sin embargo, éste no es el reino de Dios que Jesús ha venido a construir, por lo que no responde a sus expectativas del Mesías davídico. Por lo que Jesús, a todos aquellos que esperan a este tipo de Mesías guerrero les dice: ‘No sois de mi rebaño; no tienes nada que ver conmigo’ (cfr. Jn 10, 26).

 

La lógica de los pastores feos.

Los pastores anteriores a Jesús, los pastores feos, eran ladrones, bandidos, mercenarios, lobos. Son los pastores feos que no han entendido ni aceptado la lógica nueva que Jesús quiere introducir en el mundo; sobre todo porque siguen pensando con los criterios del mundo viejo. En el mundo viejo se gobierna a base de fuerza y de aplastar al otro; debemos de competir, de luchar, de degollarnos entre nosotros, de calumniarnos para eliminar al enemigo; ésta es la lógica que crea el mundo de los lobos.

 

No ser lobos, sino corderos.

Y Jesús ha venido a poner fin a la lógica del mundo viejo y dar inicio a una humanidad nueva compuesta no por lobos, sino por corderos, es decir de gente que ama.

El pastor da la belleza sin límite; el cordero es el que es capaz de amar incluso a aquellos que le quitan la vida. Este cordero, dice el libro del Apocalipsis en el capítulo siete (cfr. Ap 7, 9-12),que se encuentra en el centro del diseño de Dios. Cuando Dios creó el mundo, pensó en el cordero, cuyo rostro irradia toda la belleza de Dios, que es amor y sólo amor. Ser cordero y no lobo significa aceptar su propuesta de un hombre nuevo y hacerse cordero con Jesús. Y este Cordero, que es Jesús, nos conducirá a las fuentes de agua viva (cfr. Sal 23, 2; Jn 4, 10).

Los que sigan a los pastores feos son empujados hacia las profundidades de la muerte.

 

¿Qué les sucede a los siguen al pastor hermoso?

«En aquel tiempo, dijo Jesús:«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen».

La relación que se da entre el pastor hermoso y los corderos que le siguen es presentada por Jesús con tres verbos: ‘escuchan mi voz’, ‘las conozco’ y ‘me siguen’.

 

El primer verbo: ‘Escuchan mi voz’.

‘Escuchar es un verbo muy importante en la tradición religiosa de Israel. Este verbo está recogido en el Antiguo Testamento unas 1159 veces y en el Nuevo Testamento 445 veces. ‘Escucha Israel’, ‘Shemá Israel’(שְׁמַעיִשְׂרָאֵל (Sh'máYis-ra-él): Escucha, Israel). Es el modo adecuado por el que el Señor desea que el hombre viva y que sea feliz. El Señor nos dice ‘escúchame, préstame tu oído’. El Señor no nos impone nada, sólo quiere ser escuchado y que nos adhiramos a su palabra.

A diferencia de los dioses paganos, el Dios de Israel no se muestra a su pueblo haciéndose ver, mostrándonos su rostro. El Dios de Israel sólo pronuncia su voz y desea que nosotros lo escuchemos. Dios dirige a su pueblo con su voz. En el capítulo cuatro del Deuteronomio, en el Sinaí dice Moisés al pueblo, ‘has oído sus palabras, no vista ninguna imagen; sólo una voz’ (cfr. Dt 4, 12). El pueblo de Israel es el pueblo que escucha la voz del Señor; escuchar es poner en práctica su palabra.

El piadoso israelita, cuando dos veces al día recita la más sagrada de las oraciones el ‘Shemá Israel’ lo hacen tapándose los ojos. ¿Por qué se tapan los ojos? Porque no tienen que ser distraídos por lo que vean. Toda la atención del israelita piadoso se pone a escuchar la voz del Señor. Y Jesús ha crecido en esta tradición religiosa, fue educado en la espiritualidad de la escucha. Por eso se presenta la escucha como la primera característica de los corderos.

Esta voz de Dios no se escucha sólo cuando habla, ni cuando hace discursos o cuenta parábolas. El cordero habla con su vida. Escucharlo significa mantener la mirada siempre fija en Cristo, para ser como él, corderos en un mundo de lobos.

 

El Segundo verbo: ‘Las Conozco’.

Yo las conozco’. No se trata de un conocimiento únicamente de tipo intelectual. En la Biblia verbo conocer, en hebreo יָדַע yadá, es empleado para indicar la comunión de vida; es la implicación amorosa del esposo y de la esposa que comparten toda la vida; tienen los mismos objetivos; cultivan los mismos sueños y llevan adelante los mismos proyectos. El gesto máximo conyugal, el encuentro esponsal en la Biblia es llamado ‘conocimiento’ (cfr. Gn 4, 1). Es un conocimiento que lleva consigo la donación de uno mismo al otro, es comunicación. El verbo hebreo יָדַע yadá nunca es empleado para la sexualidad animal en la Biblia, porque aquí no hay conocimiento sino únicamente instinto. Las relaciones sexuales son únicamente humanas sólo cuando es comunicación de amor, descubrimiento, conocimiento recíproco.

Jesús, al emplear este verbo, recurre a la imagen esponsal para definir la plena comunión de vida que se instaura entre él y el cordero y los que le dan a él su propia adhesión convirtiéndose en corderos como él. Es la plena sintonía de pensamientos y de emociones que se establecen entre los enamorados.

 

El Tercer verbo: ‘Me Siguen’.

Seguirlo significa actuar, sentir, pensar y amar como corderos; eligiendo ser corderos como Jesús. Seguirle significa el ir siempre a donde haya alguien que tenga necesidad. El que lo sigue está dispuesto a poner toda su vida al servicio de la evangelización y del hermano. Si uno no dona su vida por amor no eres un cordero y no perteneces al rebaño del pastor hermoso.

 


La promesa para los que pertenecen a su rebaño.

«Y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano».

Nos encontramos también con tres verbos;

 

La Primera promesa

La primera es ‘donar’; «Y yo les doy la vida eterna». Hay un regalo que nos da el pastor, les dona la vida eterna. Hay un término en griego para designar la vida ζωή (zoḗ) para referirse a la vida en su sentido biológico, que es la que viene de la tierra y regresa a la tierra, que corresponde a plantas y animales. Y añadir a esa palabra ζωή (zoḗ) que es el adjetivo αἰώνιος (aiónios) ‘eterno’, que indica que es la vida del Eterno, la vida que no viene de la tierra, sino que viene del cielo; viene de Dios que dona su propia vida y que se va descubriendo en la medida en que uno se adentra en la dinámica de la vida espiritual en medio de una comunidad y que ha entrado en su diseño de amor. Dios desde la creación del mundo ya había proyectado involucrarnos eternamente en una relación de amor con él.

Este regalo no es un premio que se nos entrega al final de la vida biológica, se nos dona hoy. Por medio de la vida biológica se nos comunica, por puro amor, la vida del Eterno, porque la vida del Eterno es amor y solo amor.

 

La Segunda promesa

El segundo verbo es «no perecerán para siempre». Los corderos de Jesús lo son para la eternidad. El amante no puede abandonar a la persona amada. Recordemos la plegaria del salmista en el salmo 16. Él es viejo y es consciente de que su vida está concluyendo, es un enamorado de Dios y ha vivido toda su vida como una relación de amor con Dios; y sabe una cosa, que el enamorado no puede estar sin el amado; de tal manera que dice a Dios que él no puede estar sin él: «Por eso se me alegra al corazón, sienten regocijo mis entrañas, todo mi cuerpo descansa tranquilo: pues no me abandonarás al Seol, no dejarás a tu amigo ver la fosa. Me enseñarás el sendero de la vida, me hartarás de gozo en tu presencia, de dicha perpetua a tu derecha» (Sal 16, 9-11). Es en este contexto donde el salmista dice «no dejarás a tu amigo ver la fosa», aunque el término hebreo no es amigo, sino enamorado חֲ֝סִידְךָ֗ (ḥăsīḏəḵā), al enamorado no puede dejarlo en el sepulcro. Era un razonamiento que no partía de la inmortalidad del alma, sino de una relación de amor con Dios.

Hay una historia que perece, que será borrada, no dejará rastro; es la historia de todos aquellos que no han vivido como corderos sino como lobos, competiendo por la grandeza de este mundo. Y Jesús nos dice: «¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?» (cfr. Mt 16,26; Mc 8, 36-38; Lc 9, 25). Sólo el que es cordero y como cordero edifica su vida en el amor, pertenece a la historia de Dios y permanecerá para siempre.

Jesús nos dice que no tengamos miedo de donar nuestra vida (cfr. Mt 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24), porque ni una pizca de vuestro amor se perderá.

 

La Tercera promesa

La tercera promesa es «y nadie las arrebatará de mi mano». La vida terrena siempre estará sujeta a peligros de ladrones y maleantes. Esto puede hacer que perdamos el contacto con la voz del pastor. Y puede haber momentos en los que nosotros le perdamos de vista, pero él no nos pierde ni un momento de vista. Nadie nos puede separar de su mano (cfr. Rom 8, 38-39). Esta es la belleza y la certeza de nuestro destino último; ser bienvenidos para siempre con los brazos abiertos de Dios. Puede haber miserias morales, defectos, pecados, decisiones desafortunadas en nuestra vida, pero nunca serán más fuertes que el amor de Cristo. Recordemos lo que nos dice San Juan en su primera epístola: «En esto sabremos que somos de la verdad, y tendremos nuestra conciencia tranquila ante él, y aunque nuestra conciencia nos condene, pues Dios, que lo sabe todo, está por encima de nuestra conciencia» (cfr. 1 Jn 3, 19-20). Si hemos concedido nuestra adhesión al Pastor estamos seguros.

 

Jesús nos revela la voluntad del Padre

sobre cada uno de nosotros.

«Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

La voluntad del Padre está recogida en la primera carta a Timoteo es que todos los hombres se salven (cfr. 1 Tm 2, 4). Los israelitas eran bastante reacios a llamar a Dios con el apelativo de ‘padre’. Ellos sostenían que ya tenían a un padre: Abrahán. Pero para Jesús, sin embargo, Dios es el padre. Y cuando dice que ‘el Padre y yo somos uno’ indica la profunda comunión íntima de vida que pasa entre él y el Padre; es cierto que nosotros únicamente podemos tartamudear sobre este asunto, ya que adentrarse en la vida íntima de la Trinidad es un misterio profundo de amor. Lo que Jesús nos quiere decir es que Dios nos ha amado tanto que desea que nosotros, los corderos, participemos de su misma vida en la comunión de amor de las tres personas divinas.

San Juan, en su primera epístola nos dice: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Por eso el mundo no nos conoce, porque no le reconoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (cfr. 1 Jn 3, 2).


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