Homilía
del Domingo XXV del Tiempo Ordinario, Ciclo C
21.09.2025
Lc
16, 1-13
Ser espiritual no
es pasar horas rezando o meditando. Es vivir movidos por algo más grande que
uno mismo, por un impulso de amor que nos hace pensar en los demás. Lo
contrario es centrarse solo en uno mismo, lo que Pablo llama σάρκινος (carnal).
El
éxito está en compartir
Jesús nos dice
algo sorprendente: el éxito no está en acumular, sino en compartir y construir
relaciones. Usa la palabra μακάριος (feliz, bendecido), como un “has
acertado en la vida”.
Y dice
parafraseando a Jesús: “Bienaventurados los pobres, los que terminan la vida
sin acumular nada, porque por amor entregaron todo”. Y advierte: “¡Ay de
ustedes, ricos, que no compartieron nada! Lo que el mundo llama éxito, para mí
no lo es” (cfr. Lc 6, 20.24).
Jesús también nos
alerta sobre la πλεονεξία (codicia de acumular siempre más). Las cosas se
pierden: el dinero se gasta, los objetos se rompen. Pero las relaciones y lo
que damos a otros permanece.
Entonces nos
preguntamos: ¿qué hago con lo que tengo? ¿Construyo relaciones, ayudo a otros,
dejo algo que importe, o solo acumulo para mí? Al final, lo que define nuestra
vida no es cuánto tenemos, sino lo que hacemos con ello.
Está
pensada para quienes deciden seguir a Jesús
«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre
rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy
oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no
podrás seguir administrando”».
La parábola que
acabamos de escuchar no es un mensaje para todo el mundo; está pensada para
quienes deciden seguir a Jesús. Él sabe que no todos van a entender ni a
aceptar su manera de ver la vida y el dinero. La mayoría seguirá viviendo como
siempre: comprando, vendiendo, preocupándose por tener más y más, buscando
seguridad en lo que pueden acumular.
Pero a los
discípulos les propone otra forma de vivir. Les dice, en otras palabras: “No
se trata de cuánto tienes, sino de cómo lo usas, de qué estás dispuesto a dar
por amor a los demás”. Y si aceptan ese camino, habrán encontrado algo que
vale mucho más que cualquier éxito material: habrán acertado en la vida.
Es como cuando uno
se da cuenta de que lo que realmente llena no es tener el último teléfono o el
coche más grande, sino dedicar tiempo a las personas que ama, ayudar cuando
alguien lo necesita, compartir lo que tiene, pensar primero en el otro antes
que en uno mismo. Eso es lo que de verdad hace grande una vida.
Y esa es la
fortuna del discípulo: descubrir en Jesús una manera de vivir que cambia la
escala de valores y transforma todo lo demás.
El
latifundista y el administrador
En la parábola aparecen dos personajes centrales: un gran propietario de
tierras (latifundista) y su administrador. En tiempos de Jesús, la tierra en
Palestina estaba en gran parte concentrada en manos de unos pocos. Los
campesinos pobres solían trabajar como arrendatarios o jornaleros, mientras los
beneficios se iban a quienes poseían las grandes propiedades.
En Israel había varias zonas fértiles muy codiciadas: la llanura de Sharon,
a lo largo del Mediterráneo; la llanura de Esdrelón —también conocida como
valle de Jezreel—, en el norte, que conecta Galilea con Samaria; y la región de
Netofa, cerca de Nazaret. Estas tierras raramente estaban en manos de los
campesinos locales. Solían pertenecer a grandes terratenientes que, muchas
veces, ni siquiera vivían allí, sino en las grandes ciudades del Imperio, como
Alejandría, Éfeso o Antioquía.
La gestión de esas propiedades quedaba entonces en manos de
administradores, que eran los encargados de hacer producir las tierras y de
cobrar las rentas. Por eso, para entender bien esta parábola, necesitamos tener
presente esa relación particular entre el dueño ausente y su administrador.
Gente sin escrúpulos
El administrador tenía un trato con el patrón. Debía entregarle una
cantidad fija de producto. Todo lo que sacara de más a los campesinos era para
él, como su comisión.
Ya podemos imaginar lo que pasaba. Este sistema se prestaba para trampas y
abusos. Había espacio para inflar cuentas, cobrar de más, manipular cifras… Los
mismos historiadores de la época, como Flavio Josefo, hablan de estas
prácticas.
En pocas palabras, muchos administradores eran vistos como personas sin
escrúpulos. Lo único que les importaba era ganar más, aunque eso significara
exprimir todavía más a los campesinos.
Si lo pensamos, no está tan lejos de lo que pasa hoy. Es como cuando un
intermediario compra barato al productor y luego vende carísimo al consumidor,
quedándose con la mayor ganancia. Al final, el que trabaja la tierra gana poco,
y el que mueve los papeles es el que se enriquece.
El patrón o latifundista de la parábola
Todo lo que existe es de Dios
El verdadero patrón en esta parábola es Dios (יהוה). Esa es la primera
verdad que no podemos perder de vista. Todo lo que existe viene de Él.
El problema comienza cuando creemos que las cosas son “nuestras”: mi casa,
mi tierra, mi dinero. Cuando pensamos así, sentimos que tenemos derecho a
manejarlas como queramos; acumular, enriquecernos, comprar y vender sin pensar
en nadie más.
Pero si recordamos que todo es de Dios, la mirada cambia. Lo que
tenemos no es propiedad privada absoluta, sino algo que se nos confía para
compartir y poner al servicio. Como dicen los salmos: «De Yahvé es la tierra
y cuanto la llena, el orbe y todos cuantos lo habitan»; «Tuyo es el
cielo, tuya la tierra, fundaste el orbe y cuanto contiene; creaste el norte y
el mediodía, el Tabor y el Hermón te aclaman» (cfr. Sal 24, 1; Sal 89, 12;
Is 66, 1-2).
Es como cuando alguien te presta su coche. Puedes usarlo, disfrutarlo,
incluso sentirlo como tuyo por un momento. Pero sabes bien que no es tuyo, que
tienes que cuidarlo y devolverlo. Con lo que Dios nos da pasa lo mismo; somos
administradores, no dueños.
El patrón es Dios. Esa es la primera verdad, y si la olvidamos, ahí
empiezan todos los problemas.
Todo nos ha sido confiado
En el libro del Éxodo vemos a Moisés frente al faraón, cuando la plaga de
granizo azotaba Egipto. Moisés le dice: «Cuando salga de la ciudad extenderé
mis manos hacia Yahvé, cesarán los truenos y no caerá más granizo, para que
sepas que la tierra entera es de Yahvé» (cfr. Ex 9, 29). Era un modo de
recordarle al faraón algo muy simple; no eres tú el dueño de la tierra. La
tierra no es tuya. La tierra es del Señor (יהוה).
Y más adelante, en el mismo libro, Dios dice a su pueblo: «(…) seréis mi
propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra;
seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (cfr. Ex 19,
5-6). Esa es la verdad que el discípulo tiene que asimilar, que nada nos
pertenece de manera absoluta. Todo nos ha sido confiado, y de ahí nace la
manera correcta de administrar lo que tenemos.
San Pablo dice a miembros orgullosos de la comunidad en la primera carta a
los Corintios: «¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has
recibido, ¿a qué vanagloriarte, como si no lo hubieras recibido?» (cfr. 1
Cor 4, 7). Es decir, todo lo que somos y tenemos es un regalo, no un mérito
personal para presumir. Recordemos también cómo en la primera carta a Timoteo,
Pablo insiste: «Porque nosotros no hemos traído nada al mundo y nada podemos
llevarnos de él» (cfr. 1 Tm 6, 7).
Todo está preparado por el Padre para que sus hijos vivan con dignidad,
para que nadie falte a lo necesario. Por eso san Pablo aconseja algo muy sabio:
«Mientras tengamos comida y vestido, estemos contentos con eso. Los que
quieren enriquecerse caen en la tentación, en el lazo y en muchas codicias
insensatas y perniciosas que hunden a los hombres en la ruina y en la
perdición. Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos,
por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos
sufrimientos» (cfr. 1 Tm 6, 8-10). Y esto lo vemos muy claro en nuestra
vida de hoy. Nos pasa cuando sentimos que nunca tenemos suficiente. Esa carrera
por tener más solo genera estrés, deudas y envidias. En cambio, cuando
aprendemos a agradecer lo que tenemos y a usarlo bien, descubrimos una paz y
una libertad que ningún objeto puede darnos.
El administrador
No puede gestionar esos bienes según sus criterios
El segundo personaje de la parábola es el administrador. Él es quien debe
comprender que no puede manejar los bienes según sus propios criterios, sino
que debe tener en cuenta cuál es el destino de esos bienes según la voluntad
del patrón. Y tarde o temprano tendrá que rendir cuentas.
Nosotros también somos así, peregrinos, extranjeros, viajeros en esta
tierra; no estamos aquí para quedarnos y acaparar. Tenemos una meta, y todo lo
que pisamos hoy ya pertenece a otro mañana.
La Biblia nos da pistas sobre cómo administrar bien lo que se nos ha
confiado. En la primera carta de San Pedro se nos habla del hombre como
administrador y se nos dice que «cada cual ponga al servicio de los demás
los dones que haya recibido, como buenos administradores de las diversas
gracias de Dios» (cfr. 1 Pe 4, 10). Del mismo modo, San Pablo a la
comunidad de Corinto se presenta no como dueño, sino como administrador de los
tesoros de Dios: «Que la gente nos tenga por servidores de Cristo, y
administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige de los
administradores es que sean fieles» (cfr. 1 Cor 4, 1-2).
Esta es la conciencia que debemos asumir. No somos dueños, somos
administradores. Todo lo que tenemos, talento, tiempo, bienes, se nos ha
confiado para ponerlo al servicio de los demás.
Es como cuando alguien te presta su casa para unas vacaciones. Puedes
disfrutarla, arreglarla y cuidarla, pero sabes que no es tuya y que algún día
deberá volver a su dueño. De la misma manera, nuestra vida, nuestro tiempo y
nuestros recursos no nos pertenecen completamente. Se nos han confiado para que
los usemos bien, con generosidad y responsabilidad.
El administrador debe rendir cuentas
¿Qué ocurre ahora en la parábola? El administrador es llamado por el patrón
porque debe rendir cuentas. Y lo que Jesús quiere que entendamos es que en
cierto momento la administración termina, y para hacerla terminar, se menciona
un fraude que el administrador cometió.
«“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti?». «Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no
podrás seguir administrando”».
No puedes administrar más.
Los engaños, las trampas y las falsificaciones eran cosas comunes en aquel
tiempo. En la parábola, los hechos son evidentes y las acusaciones no se pueden
refutar, por eso el administrador es expulsado.
Todo es prestado
Pero lo importante no es la razón exacta de su expulsión. Jesús nos
deja un mensaje claro: debemos prestar atención porque, aunque somos
administradores, en algún momento seremos llamados a rendir cuentas y nuestra
administración termina. Lo que antes podíamos manejar, dejar de lado o acumular
ya no nos pertenece. Entramos en una nueva condición, en una vida nueva,
y no podemos seguir contando con los bienes que antes parecían nuestros.
Jesús nos recuerda que todo es prestado, que nuestra tarea es cuidar y
administrar, no apropiarnos. La verdadera vida empieza cuando comprendemos que
lo que tenemos no nos pertenece y que nuestra responsabilidad es usarlo bien
mientras estamos aquí.
Centrarse en lo que importa
Pensemos en el futuro, en la vida que nos espera después. Esto es lo único
que Jesús quiere que tengamos presente. Si no comprendemos que nuestra
administración termina, caeremos en la tentación de confiar nuestra vida al
acúmulo de bienes. Saber que todo es prestado nos ayuda a vivir con
responsabilidad y generosidad, sin aferrarnos a lo que pasa y queda atrás, y
nos permite concentrarnos en lo que realmente importa: dar lo mejor de nosotros
mientras estamos aquí.
Los nuevos planes del administrador
«El administrador se puso a decir para
sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no
tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que,
cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”».
Veamos lo que piensa hacer el administrador de la parábola. Escuchamos el
soliloquio de este administrador que ha entendido: “No puedo administrar
más, debo pensar en mi futuro, en mi nueva vida, ¿qué haré?”. Esta es la
pregunta que cada cristiano debe hacerse si ha tomado conciencia de la
transitoriedad de la vida, es decir, que la administración en cierto momento
se te quita.
El administrador se pone a pensar en todas las posibilidades. Primero se le
ocurre cavar, pero lo descarta enseguida. Conoce bien el cansancio de
sus trabajadores, los ha visto esforzarse hasta el límite, y se da cuenta de
que ni él ni ellos podrían sostener ese esfuerzo. Se dice a sí mismo que todo
sería inútil.
Después se le ocurre pedir ayuda, mendigar de alguna manera, pero no
puede. Siempre ha cuidado su dignidad, y sabe que la gente lo respeta. No puede
ponerse en esa situación. Sigue buscando una salida, dándole vueltas a cada
opción.
También piensa en la comisión que todavía podría cobrar. El patrón no lo
sabe, y aunque ahora las cosechas vuelven a ser completamente suyas, él podría
quedarse con algo de lo que le corresponde. Se dice que podría aprovecharlo.
Pero el dinero tiene sus riesgos: puede perder valor o ser robado. El
aceite y el trigo tampoco son completamente seguros. El trigo se puede
almacenar, pero si no lo vende pronto, la humedad podría arruinarlo, o quizá
nadie lo compre. En definitiva, todos esos bienes tienen sus problemas y no
ofrecen garantías.
Su chispa de ingenio
Apostar por hacerse amigos
«ἔγνων τί ποιήσω, ἵνα ὅταν μετασταθῶ ἐκ τῆς οἰκονομίας δέξωνταί με εἰς
τοὺς οἴκους ἑαυτῶν»; «He comprendido/de repente he comprendido lo que
voy a hacer, para que, cuando sea removido de la administración, me reciban en
sus casas».
Ἐγνων es un verbo muy
interesante. Es el aoristo del verbo γιγνώσκω, que indica una acción
puntual completada: “de repente comprendí” o “tomé una decisión”.
Se encendió en su mente la luz que le hizo entender qué hacer. Es el golpe de
ingenio que cada uno de nosotros debe tener al pensar cómo gestionar estos
bienes pensando en el futuro.
¿Cuál es la chispa de ingenio? Apostar por los amigos. El trigo puede
echarse a perder, el dinero puede ser robado, pero los amigos no. Este fue su
golpe de ingenio: apostar por hacerse amigos.
«Fue llamando uno a uno a los deudores de
su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?”. Este respondió: “Cien
barriles de aceite”. Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y
escribe cincuenta”. Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él contestó:
“Cien fanegas de trigo”. Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe ochenta”».
Pero hay otra parte, la que le correspondía a él, su comisión. Los
agricultores deben entregársela, y aquí es donde se ve su decisión. Decide
renunciar a lo que le corresponde para ganarse amigos. Ha comprendido que
en la vida que le espera esos bienes materiales ya no tendrán valor, pero que
lo que sí contará serán las relaciones que ha construido, la confianza y la
amistad de los demás.
Podemos imaginarlo como alguien que organiza un evento en su comunidad o en
su asociación y tiene derecho a recibir una compensación por su trabajo. Podría
quedarse con ese dinero, pero decide repartirlo entre los voluntarios que lo
ayudaron, asegurándose de que todos se sientan valorados y respetados. Esa
decisión fortalece la amistad y la confianza entre todos, y deja un recuerdo
que vale mucho más que cualquier ganancia económica. Pero… hay una intención
oculta.
Imagínenos que estamos en el
despacho del ex - administrador
El primero que se presenta es un agricultor de olivos. Según los cálculos,
debía cultivar unos 150 olivos. El administrador le pregunta:
—¿Cuánto debes a mi patrón?
El agricultor responde: 100 barriles de aceite, unos 3.000 litros.
El administrador le dice:
—Siéntate
inmediatamente. Te daré una noticia que, si no estás sentado, podrías
desmayarte. Rompe el recibo y escribe uno nuevo: no 100, sino 50.
Después llega el segundo agricultor, que debía entregar al patrón 100
medidas de trigo, unos 55 quintales. El administrador le indica que escriba 80;
de manera que 20% se queda para él, y ahora el patrón recibe menos, pero el
agricultor conserva parte de lo suyo.
En ambos casos, el administrador pierde parte de su comisión, pero gana
algo más valioso: se hace amigo de quienes dependen de él. Toma la decisión
correcta, muestra inteligencia y sabiduría. Ha comprendido que la vida futura
no depende de acumular bienes, sino de las relaciones y de la confianza que
construye mientras todavía tiene la oportunidad de actuar.
El juicio de Jesús sobre esta decisión del
administrador
«Y el amo felicitó al administrador
injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este
mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz».
El Señor elogió, alabó (ἐπῄνεσεν) a ese administrador de la injusticia.
¿Quién es este Señor? No es el patrón, es el Señor Jesús quien elogió la
elección hecha por el administrador: astuta, sabia, dice Jesús. No apostó por
la riqueza, sino por hacerse amigos. ¿A quién alabó Jesús? Jesús alabó al
administrador de la injusticia. El texto griego dice: οἰκονόμον τῆς ἀδικίας,
que traducido es ‘administrador de la injusticia/de lo
injusto/del mal’. No es, como dice algunas traducciones, el administrador
infiel.
¿De qué injusticia habla Jesús?
Riqueza repleta de injusticia
Es el juicio severo que Jesús da sobre la riqueza. Cuando administramos
bienes de este mundo, hay injusticia en ellos. Más adelante escucharemos
a Jesús decir: «ganaos amigos con el dinero
de iniquidad»,
«Ἑαυτοῖς ποιήσατε φίλους ἐκ τοῦ μαμωνᾶ τῆς ἀδικίας», que traducido
significa; «Haceos amigos para vosotros mismos (es decir, procurad vínculos,
ganad amistades) a partir del mamón de la injusticia, (donde mamón
(μαμωνᾶς) significa “riquezas” o “dinero”)». En un castellano más natural y
comprensible podría sonar así: «Gánense amigos utilizando las riquezas injustas».
Es una riqueza llena de injusticia.
Un simple litro de leche…
Si lo pensamos, hasta lo más simple que compramos tiene algo de injusticia
detrás. Un litro de leche que pagamos en el supermercado deja al ganadero
apenas unos céntimos. El resto se queda en la cadena de distribución y venta. O
sea, incluso en un gesto tan cotidiano como comprar leche estamos moviendo un
dinero que no siempre refleja justicia. Y no se trata de asustarse ni de
sentirse culpable, es simplemente un hecho. La clave está en qué hacemos
nosotros con esos bienes, cómo les damos un sentido distinto.
Eso fue lo que entendió el administrador de la parábola. No fue un truco
barato, fue sabiduría. No le robó nada a su patrón, simplemente renunció a su
parte para ganarse algo que vale mucho más: personas, vínculos, amigos.
Descubrió que el dinero se acaba, pero las relaciones permanecen. Y Jesús, con
una sonrisa irónica, aplaude esa jugada.
Un comentario de Jesús que hace recapacitar.
Luego añade un comentario que parece casi un chiste serio. Dice que los
hijos de este mundo —la gente que solo piensa en negocios y dinero— suelen ser
más hábiles que los hijos de la luz. Y tiene razón: cuando se trata de ganar
dinero, ponen todo su ingenio y esfuerzo, no paran hasta lograrlo. En cambio,
los que creemos en otra forma de vivir a veces dudamos, nos falta decisión, no
siempre ponemos la misma energía en lo que realmente cuenta. Es como si Jesús
nos dijera: “Es curioso… ellos se desviven por lo que se acaba, y ustedes no
siempre se la juegan igual por lo que dura para siempre”.
Y ahí es donde la parábola deja de ser historia y se convierte en una
pregunta directa para nosotros hoy.
Cuatro sugerencias de Jesús
«Y yo os digo:
ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os
reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo poco, también en lo
mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues,
si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera?
Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo
puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o
bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios
y al dinero».
1.- Los
bienes cuando se comparten
se convierte
en gesto de amor
Jesús nos deja cuatro sugerencias que podemos aplicar hoy. La primera es la
clave de toda la parábola. Dice: «ganaos
amigos con el dinero de iniquidad»; háganse amigos con la
riqueza injusta. No porque el dinero sea malo en sí, sino porque se vuelve
injusto cuando lo tratamos como si fuera nuestro para acumularlo sin fin. La
invitación es usar lo que tenemos para acercarnos a otros, para construir
vínculos y confianza. Los bienes, cuando circulan y se comparten, generan vida;
cuando se guardan solo para nosotros, se pudren en egoísmo.
Cuatro sugerencias de Jesús
2 y 3.- No te aferres a las riquezas
ya que compartirlas nos abre
a la verdadera riqueza
La segunda y tercera sugerencia están muy relacionadas. Jesús nos hace ver
dos realidades distintas: lo que tenemos en este mundo y lo que realmente vale
para el futuro. Lo de aquí es frágil, no dura y puede ser peligroso si lo
ponemos por encima de todo. Lo que viene después, en cambio, es lo que
realmente importa. Lucas llama a las riquezas de este mundo “cosas de poco
valor”, no porque no sirvan, sino porque, comparadas con lo eterno, pesan
muy poco. San Ambrosio lo decía con claridad: No podemos llamar riqueza a lo
que no podemos llevarnos con nosotros; lo que dejamos aquí nunca nos pertenece
del todo, siempre fue de otros. Por eso Jesús insiste: Aferrarnos a lo que pasa
nos convierte en ladrones; compartirlo, en cambio, nos abre a la verdadera
riqueza que dura.
Cuatro sugerencias de Jesús
4.- Dios nos pide compartir
el dinero, acumular
La cuarta sugerencia es directa y contundente: No se puede servir a dos
señores. O se ama a uno y se rechaza al otro, no hay equilibrio posible. No
podemos servir a Dios y al dinero al mismo tiempo, porque uno nos pide
compartir y el otro acumular. El dinero puede ser útil, incluso bueno, pero
solo como siervo. Si se convierte en dios, manda y nos lleva por caminos
contrarios a la vida y al amor. Dios, en cambio, nos pide compartir, distribuir
y crear amistad.
Al final, todo se resume en esto. El dinero pasa, las cosas pasan, pero lo
que queda son las personas y el amor que supimos crear con lo que tuvimos en
las manos. El dinero mal usado te domina y serás su siervo; pero si lo
compartes y lo pones al servicio de los demás, tú serás el señor del dinero.
Jesús no nos pide renunciar a los bienes, sino usarlos con inteligencia y
sabiduría, para que en lugar de separarnos nos acerquen unos a otros. La gran
pregunta queda abierta: ¿a quién dejamos que guíe nuestra vida? Si es el
dinero, siempre querrá más y nunca será suficiente. Si es Dios, lo que
tengamos, poco o mucho, puede convertirse en ocasión de vida, de amistad y de
futuro.