domingo, 15 de septiembre de 2024

Homilía del Domingo XXIV del Tiempo Ordinario, ciclo b Mc 8, 27-35

 


Domingo XXIV del Tiempo Ordinario, 15.09.2024

San Marcos 8, 27-35

 

         Recuerdan cómo el domingo pasado nos encontrábamos a Jesús en el territorio de la Decápolis, en ese territorio pagano curando/sanando a un sordomudo. Recordemos que el ambiente y el contexto era hostil y tenso para Jesús, ya que los fariseos, sacerdotes del Templo y saduceos estaban acechándole. Incluso Jesús llamó a los fariseos con el término ‘hipócritas’, con el sentido de aquellos actores que se ponían una máscara para interpretar en el teatro un personaje que no coincidía con el actor.

         Hoy conduce a sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo. Los condujo al extremo norte de la tierra de Israel desde Cafarnaúm. En total dos días de camino. Aquella zona de Israel es uno de los lugares más encantadores de la tierra de Israel. Allí está los pies del Monte Hermón, siempre nevado por el que fluyen las aguas de abundante frescura del río Jordán. Aquella llanura está regada por innumerables arroyos y por lo tanto el suelo es muy fértil; un verdadero paraíso. Región famosa por los grandes pastos y por la fecundidad de los rebaños.

¿Por qué Jesús llevó a sus discípulos a Cesarea de Filipo? ¿Acaso no podía haberlos preguntado o haber dicho sus discursos en Cafarnaúm? Jesús quiso hacerlo allí, en la capital del Reino de Filipo. Se llamaba así esta ciudad porque había sido fundada por Filipo, uno de los tres hijos de Herodes el Grande. La había construido como su capital y por supuesto, la había llamado Cesarea en honor del emperador de Roma. ¿Qué ven los discípulos a su alrededor? Los discípulos se quedaron encantados no solo por el paisaje, sino sobre todo los palacios y todos los placeres que el tetrarca Filipo podía permitirse en sus palacios. Los discípulos podían contemplar la majestuosidad de uno de esos palacios. Los discípulos saben que en ese palacio, encima del manantial y en medio de los árboles, vive Filipo, su mujer que es Salomé (la famosa bailarina que costó la cabeza de Juan el Bautista). Ciertamente Salomé era el alma de todas las fiestas, era la que las animaba. Es en el marco de esta vida tentadora donde Jesús dirige a sus discípulos esta pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Y le contestan que para unos es Juan el Bautista, para otros Elías o uno de los profetas. Dicho con otras palabras, o parafraseando las palabras del Maestro: ¿Qué es lo que la gente valora de mi persona? ¿Mi vida tiene cierto valor para ellos o soy un valor completamente insignificante frente a tanto lujo y majestuosidad? Recordemos que Filipo era un hombre envidiado por todos y admirado por algunos; y también los propios discípulos, en el fondo de sus corazones, encarnan el deseo de ser como Filipo. Y Jesús, al oír las contestaciones de lo que la gente piensa de él, le revela que para el pueblo Jesús encarnan los valores que movieron las vidas de Juan el Bautista, de Elías y de cada uno de los profetas. Ninguna persona del pueblo ha visto a Jesús parecido a los grandes personajes de su época. La gente puede envidiar la vida de Felipo; pero en Jesús la gente capta semejanzas con personas dignas de admiración, no por sus palacios o riquezas o extravagancias que puedan permitírselas, ni ven a Jesús con semejanzas con los sumos sacerdotes ante los cuales todo el mundo se inclinaba. No se parece a ninguno de estos personajes. La gente se había dado cuenta de cómo Jesús era una persona íntegra, honrada, fiel que no se dobla como las cañas por el viento de las conveniencias, sino que dice lo que piensa y vive de acuerdo con lo que él piensa, tal y como también hizo Elías.

Jesús, al igual que Juan el Bautista, Elías y cada uno de los otros profetas predicaron la fe en el Dios único y verdadero, rechazando todo tipo de idolatría. Filipo y los que eran como Filipo o le tenían envidia eran personas que se habían vuelto idólatras, se habían convertido en esclavo de los placeres y de la carne, perdiendo su libertad, ya que todas esas cosas ocupan la integridad de sus corazones. Los pensamientos deciden todas tus opciones, si adoras al dios del dinero que crees que te lo da todo, pero tienes que obedecerle, tienes que estar dispuesto a explotar, a mentir, incluso a matar, siendo esclavo del ídolo. Jesús rechazó totalmente a todos los ídolos y dice que las cosas son criaturas, dones de Dios, pero no podemos ser sus esclavos. Todos aquellos que se inclinaban ante Filipo eran objeto de muchas de sus beneficios y riquezas, ya que muchos anhelaban las alegrías de la lujuriosa vida palaciega.

La gente apreciaba y admiraba a Jesús por su rectitud, su valentía. Pero la pregunta es ¿vale la pena ser hombres como Jesús o es mejor ser como los devotos de Filipo que se inclinan ante él para obtener sus beneficios? Hay muchos que esperan de Jesús curaciones, un empleo seguro y bien remunerado, una familia sólida y bien avenida, la protección ante los infortunios…

Ante esto Jesús hace la segunda pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Todos sabemos lo que Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». La respuesta dada por Pedro es correcta. Pero no es esto lo que Jesús quiere saber. Lo que Jesús desea saber es qué tipo de Mesías están ellos esperando: ¿es el que está de acuerdo con los estándares de los hombres, el de la tradición, el hijo de David que habría gobernado sobre todos los reinos del mundo y que hubiera expulsado de los romanos de aquellas tierras? Ellos no entendieron su pregunta. Parafraseando a Jesús sería así: ¿Hasta qué punto estás implicado en mi propuesta de hombre? ¿cómo cuento en tú vida, en tus elecciones, en tus pensamientos? ¿cuánto te importa mi persona? Esta es realmente la pregunta que Jesús les hizo. Él quiere saber hasta qué punto sus discípulos se implican en su propuesta de hombre. Les está preguntando: ¿Vosotros queréis ser hombres como Herodes y Filipo o como yo? ¿Habéis comprendido que somos diferentes estilos de ser hombres? ¿Quién de ustedes está involucrado conmigo? ¿Deseas unir tu vida a la mía? ¿Estas dispuesto de apostar tu vida por Jesús de Nazaret?

Y ante estas preguntas uno puede decirle que… sí, deseo apostar por ti pero…a un cierto momento de la semana (a la Misa), participando en la liturgia dominical, hacer alguna obra de caridad o limosna… etc. Este tipo de respuesta no satisface a Jesús, ya que él quiere saber si quieres unir toda tu vida y vivirla como él la vivió: Pedro respondió con mucho entusiasmo, pero sin haber comprendido.

         Y como Jesús se dio cuenta de que los discípulos ni los apóstoles se habían enterado de nada dice la Palabra que «empezó a instruirlos». Pero ¿no llevaba más de un año y medio instruyéndolos? ¿cómo dice que empezó a instruirlos? Llama la atención que se emplee el verbo ‘comenzar o empezar’ a instruirlos, sobre todo porque estamos en medio de la vida pública de Jesús y ha enseñando ya muchas cosas tanto en público como en privado. Dice que empieza porque los discípulos no habían entendido nada, ni habían entendido a dónde quería llevarlos. O puede ser que ellos no quisieran entender lo que Jesús les estaba diciendo. Pero lo que está fuera de dudas es que Jesús no quería malos entendidos. Él no oculta su verdadera identidad, no se disfraza -como los fariseos-. Jesús quiere que los que se adhieran a él tengan las ideas claras de hacia dónde van y hacia dónde él los quiere llevar. Por eso les dice que su persona va a sufrir mucho, que será rechazado por las autoridades religiosas, por los que son ‘los buenos’ de la sociedad, y que le asesinarán. Jesús abiertamente dice a sus discípulos que él es, a los ojos del mundo, un perdedor, un fracasado. Mientras en la vida todo el mundo compite y se dan carreras frenéticas para ser el mejor y destacar, Él muere por amor al hermano. Jesús enseña a sus discípulos que ‘somos como hierba que por la mañana está preciosa y por la tarde se la siega’, ‘que las riquezas no salvan al hombre’, ‘que todo es vanidad’.

Jesús a los ojos del mundo es un fracasado que le matarán, pero ‘a los tres días resucitará’. La historia del hombre que nos propone Jesús no termina en la oscuridad de un sepulcro, porque el juicio de Dios trastoca los criterios y evaluar el éxito de una vida de una manera contraria a los juicios de los hombres.

Pedro al oír que le iban a maltratar e incluso a asesinar es cuando está conmocionado. Pedro había recibido un golpe terrible, lo cual nos revela que no había entendido nada de lo anterior o bien no quería entender, ya que Jesús ahora es demasiado claro. Pedro no puede aceptar esta perspectiva de la vida planteada por Jesús. Él no había abandonado la casa, el barco para seguir al Maestro, es cierto que él también está dispuesto para dar la vida, pero para ganar, no para perder. De hecho reacciona y reacciona porque ya sí lo ha entendido y no puede aceptar la propuesta de Jesús. Si nosotros no reaccionamos como Pedro oponiéndonos, es porque aún no hemos comprendido lo que Jesús nos está pidiendo.

Ante esto Pedro lo llevó a parte y comenzó a ‘increparlo’, ‘reprenderle’. El verbo ‘reprender’ es muy importante porque es el verbo usado por los evangelistas para contar las historias de los exorcismos de Jesús. Cuando Jesús tiene que expulsar a algún demonio, lo reprende a él y el diablo. En el presente caso cuando Pedro reprende a Jesús es porque Pedro está convencido que Satanás le había sugerido dichos planes de destrucción y muerte. Pedro sabe que la Biblia dice que ‘los hombres de bien son benditos y que el Señor les colma de bendiciones’. El Salmo 37 dice que ‘los malvados conspiran contra el justo, pero el Señor se ríe de los malvados y protege al justo’. Del mismo modo Pedro sabía que los salmos también decían que ‘el Señor no abandona a los justos y los impíos acaban mal’. Esta era la catequesis que había aprendido Pedro, sin embargo, ahora Jesús dice todo lo contrario. Ese era al malentendido de Pedro.

¿Y cual fue la respuesta de Jesús? Jesús empezó a reprender a Pedro, increpó a Pedro. Es decir, comenzó Jesús a hacerle a Pedro el exorcismo, ya que Pedro tiene a Satanás dentro porque razona con los criterios y normas de los hombres, no según las normas de Dios. Por eso le dice a Pedro ‘¡Ponte detrás de mí, Satanás!’, o sea, ponte detrás de mí, pero no lejos de mí.  Como solían decir en la antigüedad; ven detrás de mí, no te pares frente a mí para marcarme el camino. Ponte detrás de mí para que yo te muestre el camino, que es el camino de Dios. Si quieres ser un hombre auténtico según Dios, sígueme porque tu vida ha de estar en las manos de Dios y no en la de los hombres.

Cristo dice que ‘quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por Cristo y por el Evangelio la salvará’. A Jesús no le importan mucho los números, de si son muchos o pocos los que le seguían; lo que sí quería era que los que le siguiesen, realmente le siguiesen. Es una propuesta de amor que nos hace el Señor y el amor se propone, pero no se impone. Jesús sabía que había mucha gente que le admiraba, pero admirar a Jesús no significa todavía ser sus discípulos. Es más, ni siquiera es adhesión al Señor. Las exigencias en el seguimiento de Cristo no pueden ser mitigadas, no pueden ser negociadas; o son aceptadas o rechazadas, o pierdes tu vida por Cristo o no la pierdes por el Señor.

Y en ese morir por Cristo hay tres imperativos que el Señor nos lo deja bien en claro en este evangelio. El primero es ‘niégate a ti mismo’. Instintivamente nos replegamos en nosotros mismos y nos negamos a negarnos a nosotros mismos ya que todo lo que queremos hacer es para obtener nuestro máximo beneficio. A lo que Jesucristo nos dice que ‘olvídate de tí mismo en cada elección que hagas, ya no pienses en ti mismo, sino en la necesidad del otro: De este modo tu alegría será la alegría de Dios. El segundo imperativo es ‘toma tu cruz’. La cruz se refiere a la que el Señor te propone que abraces. Es la de aquel que por haber elegido el tener a Cristo como único Señor y siendo el Señor su delicia es maldecido por los demás. Es el ser insultado porque eligió el amor y no la complacencia; eligió dar la vida por los demás antes de quitar la vida a los demás. El discípulo de Cristo ha de saber y tener en cuenta, y Cristo es muy claro, que si uno toma la decisión de vida propuesto por Jesús de Nazaret no será una persona exitosa a los ojos del mundo, es más será un fracasado a los ojos del mundo.

Y el tercer imperativo o condición es ‘sígueme’, ‘que me siga’. Esto no quiere decir que le imitemos, sino orar y orar. Es como mantener el teléfono móvil encendido constantemente para hablar con Él, para que cualquier elección que tenga que realizar la haga contando con su presencia, preguntándole qué piensa. De tal modo que, si vivimos unidos a Él, Él nos resucitará. No quiere decir que resucitemos en el tercer día, sino que nuestra historia con Jesucristo es una historia triunfante, exitosa ya que estando con el Maestro los aparentemente fracasados y perdedores son los que llevarán una corona de gloria que no se marchita.

sábado, 7 de septiembre de 2024

Homilía del Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo B Mc 7, 31-37

 

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, ciclo B

08.09.2024 (Mc 7, 31-37)

             Jesús después de aquella discusión con los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén acerca de lo puro y lo impuro; y en este contexto Marcos nos cuenta que Jesús se levantó y partió hacia Tiro, por lo tanto había ido a tierra pagana. Los judíos se alejaban de la tierra pagana porque era impura. Es precisamente en la región de Tiro y Sidón donde encontró a una mujer pagana, sirio fenicia, la cual según los fariseos había que evitar porque era impura (Mc 7,24-30). Pero resulta que hay una sorpresa, la mujer pagana había demostrado una gran fe en Jesús y en su palabra: «Es cierto, Señor, pero también los perrillos, debajo de la mesa, comen las migajas de los niños». Y Jesús se admira de su fe. Cosa que Jesús, muchas veces hablando con sus discípulos les decía que ‘eran gente de poca fe’. Alaba la fe de esta pagana y constata la poca fe de sus discípulos. Una mujer pagana e impura era una mujer de gran fe.

            Es cierto que la sociedad pagana era movida por las creencias de los espíritus inmundos, pero los paganos no eran impuros. Y el texto evangélico de hoy empieza con el retorno de esta tierra pagana. Jesús sale de la región de Tiro y debe dirigirse hacia el mar de Galilea, por lo tanto debe descender hacia el sur, pero en lugar de eso va al norte, va a Sidón. Posteriormente retorna al sur porque tiene que irse a Cafarnaúm, ya que tiene allí su residencia. Es decir, nos encontramos a Jesús en pleno territorio de la Decápolis. La Decápolis era un grupo de diez ciudades que constituía la frontera oriental del Imperio Romano. Jesús quiere estar más tiempo en territorio pagano. Los paganos no son impuros, pueden hacer obras inmundas, pero son hijos de Dios.

¿Qué vino a hacer Jesús en la Decápolis? Va allí a llevar la Palabra de vida que sana a la sociedad y que la hace más humana. Y es allí donde se encuentra con un sordo mudo. Tengamos en cuenta que cuando los evangelistas cuentan la realización de un milagro no lo hacen únicamente para darnos una información. El objetivo principal es otro: Nos quieren hacer entender, a través del signo prodigioso, lo que ocurre cuando una persona se encuentra con Cristo y con su Evangelio: esa persona se transforma.

Ahora bien, ¿qué hombre se presenta a Jesús? ¿En qué condiciones se encuentra ese hombre? No es una persona sana; es un enfermo. En el evangelio nos damos cuenta que el hombre que Jesús siempre se encuentra está enfermo o en el cuerpo o en el espíritu. Un dato clave de esa enfermedad es la sordera. Éste es el primer detalle. El hombre que Jesús se encuentra es sordo. Esta es una imagen bíblica recurrente continuamente en el Antiguo Testamento cuando los profetas hablan de la condición del Pueblo de Israel. Es un pueblo que siempre termina mal parado: acabó exiliado y deportado a Babilonia porque estaban sordos a la palabra de los profetas y a la Palabra de Dios. Recordemos lo que dice el profeta Jeremías: «Escucha, pueblo, insensato y necio que tiene ojos y no ve, oídos y no oyen» (Jr 5, 21). Y por no escuchar terminan en medio de los paganos. Por no escuchar Palabra de Dios, dejas de vivir ‘de modo cristiano’ para pasar a actuar ‘de modo pagano’, con todas las consecuencias que esto acarrea consigo. Cuando una persona sorda no puede tener las indicaciones sobre cómo comportarse y, por lo tanto se adecua, se adapta a lo que ve hacer a todo el mundo. Es lo que pasó a los israelitas en Babilonia que vivieron en medio de los paganos y poco a poco se fueron separando de las tradiciones de sus mayores porque empezaron a guiarse por lo que veían hacer a la gente pagana: Y es que resulta que ésta es nuestra historia. Si nos volvemos sordos a la Palabra del Evangelio comenzamos a dejarnos guiar por lo que vemos hacer a nuestro alrededor. Y estamos dentro de una sociedad que no sigue los principios evangélicos porque no escuchan el Evangelio. Siguen los criterios de su propia intuición, los  cuales san Pablo los llama ‘las pulsiones/impulsos de la carne’ (Gal 5, 16). Si nosotros nos dejamos llevar por ‘los impulsos de la carne’ nos volveremos sordos y nos comportaremos ‘a modo pagano’ y nos involucraremos en la mundanidad y en la secularización. Si no escuchamos y nos volvemos sordos nos adaptaremos a las modas y al pensamiento dominante y luego pasa lo que pasa: manejamos el dinero como los demás; la sexualidad la entenderemos como los demás; la lealtad, la justicia, el respeto a la vida… terminaremos pensando como todos los demás. Si nos volvemos sordos perdemos el contacto con la única palabra que nos da las indicaciones correctas.

La sordera de este hombre representa la sordera de la humanidad. Además esta persona decía que «apenas podía hablar». Éste es el segundo detalle. Este hombre balbuceaba alguna cosa pero de un modo incomprensible. Este balbucear, este tartamudear representa a un pagano. Representa a la sociedad que intenta buscar una respuesta a los enigmas humanos, al sentido de la vida pero no encuentran el sentido de las cosas, pero sólo cuando el hombre encuentra a Cristo es cuando el hombre deba de tartamudear ya que empieza a decir cosas seguras, auténticas. Un matrimonio que está alejado de Cristo son dos personas que tartamudean, que no pueden vivir el auténtico sentido de la vida matrimonial, que están desorientados y abocados al naufragio; más cuando aparece Cristo en sus vidas ese matrimonio adquiere sentido y lejos de naufragar surca los mares con majestuosidad. Cristo tiene una propuesta del hombre, acepta sus consejos; de tal modo que cuando se ha de elegir entre el bien y el mal, entre la luz y la tiniebla, entre lo dulce o lo amargo no se puede tartamudear porque uno sabe qué cosa es lo mejor. El tartamudear significa que uno se ha vuelto sordo al Evangelio. Cuando nos enfrentamos a decisiones morales y tenemos abierto el oído al Evangelio sabemos que respuestas dar.

El tercer detalle es que este sordo no va solo, va acompañado: «le presentaron un sordo». Este sordo no va solo ante Jesús, sino que otros le acompañan. Cuando un ciego quiere encontrarse con Jesús debe de ser acompañado, pero este sordo podía haber ido solo ante la presencia de Jesús. El hecho de que este sordo haya ido acompañado ante Jesús no es un detalle secundario. Este tipo de enfermos han de ser acompañados ante Jesús, ya que de otro modo, por ellos solos no irían. Acuérdense de aquel paralítico que es traído entre cuatro personas ante la presencia de Jesús o el ciego de Betsaida que le acompañan ante la presencia de Jesús. ¿Qué significa este detalle del acompañar a este sordo? Es la imagen de alguien que está muy lejos de Cristo y además no es consciente realmente de lo mal que él se encuentra, que lo que vive no es vida. Recordemos en todas aquellas personas que viven en un modo pagano, ellos no se dan cuenta de lo bajo que han caído y de lo mucho que se han degradado. Pero el que tiene los oídos abiertos al Evangelio, el que ama al hermano sinceramente quiere acompañarlo ante Cristo, porque sólo si encuentra a Cristo y a su evangelio él sanará. El hecho de que este enfermo esté acompañado significa que esta persona ama a su hermano y desea que sea feliz: son aquellos ángeles que Dios encarga para que cuide de cada hombre. Nosotros estamos llamados a ser esos ángeles que acompañan a aquellos hombres que están sordos porque no han escuchado la Palabra de Dios.

El cuarto detalle es que le piden a Jesús que «le imponga la mano». Son estos ángeles quienes se lo piden a Jesús porque el sordo no tiene ni idea del porqué está ahí ni el porqué le han llevado ante Jesús. Estos ángeles están llamados a orar constantemente cuando hacen este servicio al hermano. ¿Por qué tienen que orar? Tienen que orar porque la oración es lo que nos mantiene en contacto con el Señor. Rezando uno ve a ese hermano tal y como lo ve el mismo Jesús. Si uno no reza empieza a ver a ese hermano desde el prisma humano y empiezas a enfadarte, incluso a enojarte con él porque no hace lo que se le dice, porque se arrepiente, porque desea hacer lo que hacía en la vida antigua, ‘añora las cebollas de Egipto’, o incluso te ofende diciéndote que ‘déjame en paz’. Si uno no reza uno actuará mal y arruinarás todo. Cuando uno se da cuenta que el hermano está sordo al no escuchar el evangelio, la primera cosa que debe de hacer antes de ayudarlos es rezar por ellos. Rezando estaremos sintonizando nuestras elecciones con las del Señor.

Jesús realiza una serie de gestos curativos que pueden parecer un tanto extraño, pero tienen un significado y un mensaje.  El primer gesto es que Jesús aparta a este enfermo de la gente, lejos de la multitud. ¿Por qué le separó de la multitud? Este hombre nació y creció en un ambiente pagano y sólo puede vivir y pensar como un pagano. Es sordo y nunca había oído nada más, nunca había oído otra propuesta de vida diferente. Ésta es la condición que tienen tantas personas que llevan una vida tan diferente a la propuesta del Evangelio y que se han dejado arrastrar por los pensamientos dominantes y no han escuchado otras propuestas de vida. Jesús saca a esta persona lejos del modo de razonar y de vivir al modo pagano. El mensaje es claro: si quieres que tu vida sea curada por el Evangelio debes de alejarte de la multitud y del modo de razonar de todos. Es preciso alejarse de las banalidades de Internet, del cotilleo de la prensa del corazón… es preciso alejarse de aquellas realidades que conciben como justo y como bueno lo que es en sí mismo el mal, lo malo, lo dañino. Si no te alejas de este modo de pensar, si no marcas distancias no podrás dar alas a la otra vida planteada por Cristo.

El segundo gesto es que coloca sus dedos en los oídos. El tocar a un enfermo era algo común en aquel tiempo; era el modo de comunicar el poder curativo al enfermo. En la Biblia se habla del ‘dedo de Dios’. Por ejemplo cuando los magos del faraón ante los prodigios que estaban siendo testigos exclaman ‘paremos porque aquí está el dedo de Dios’. Es el signo de la presencia del poder del Señor que interviene.

El tercer gesto es que con la saliva le tocó la lengua. Hay que entender que en aquel tiempo la saliva era entendida como el concentrado del aliento, la materialización de la respiración. Tocando con su saliva la lengua, Jesús pretendía comunicar su espíritu y su aliento al enfermo. De tal manera que la lengua tocada por Cristo ya no habla un lenguaje como antes, ahora habla otro nuevo idioma. Recordemos cuando en Pentecostés, cuando desciende el Espíritu todo el mundo habla un lenguaje nuevo; ya no hablan inspirados por los espíritus inmundos que dictan palabras ofensivas, del demonio de la arrogancia, de la mentira, del orgullo y te hacen decir cosas que no están en sintonía con el Evangelio. Quien está tocado por el espíritu de Cristo habla como hablan los hijos de Dios.

El cuarto gesto es que Jesús levanta su mirada al cielo. Este gesto es totalmente nuevo. Mirando al cielo Jesús reconoce que toda la fuerza vital procede de Dios. Luego Jesús suspiró. En ese suspiro captamos cómo Jesús entiende el sufrimiento humano. Luego pronuncia una palabra aramea: Effetá, ‘ábrete’. Es tanto como decir ¿quieres abrir tu corazón ante mi palabra? Es una palabra que te cura. Abre tu alma a la belleza del rostro de Dios que es bueno y sólo bueno y ama de un modo incondicional. Es un ábrete para descubrir lo que te está aconteciendo en la vida, el realizar la lectura creyente de todo lo ocurrido. Es una llamada a percibir la presencia de lo divino en medio de lo cotidiano.

El resultado es que a este sordo se le abrió el oído y se le soltó la traba de la lengua. Si escuchas y abres el oído al Evangelio entonces hablarás de un modo correcto y no te engañarán ante tantas tentaciones y planteamientos mundanos aparentemente buenos y seductores.

Jesús manda que no digan nada porque no quiere ser considerado como un sanador y se olviden de la auténtica señal que él quiere darnos que es traer un mensaje nuevo en medio de esta sociedad pagana. Y la gente decía admirada que ‘todo lo hace bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos’. Esto nos remite al libro del Génesis donde se nos dice que Dios hizo todo bueno. Con esta expresión de la gente está indicando cómo en Jesús comienza lo nuevo, comienza una nueva creación; cómo en Cristo todas  las cosas son nuevas. Ahora nace un mundo nuevo, una nueva realidad.