Domingo de Pascua 2021
4 de Abril de 2021
La gran afirmación del Evangelio es que Cristo ha
resucitado, luego Él ha inaugurado la resurrección, Él ha vencido a la muerte.
Y Cristo ha sido el primero en pasar ese umbral de la muerte a la vida, y nosotros,
agarrados a Él, cogidos de su mano, como hermanos pequeños –porque Él es el
primogénito- , vamos cogidos de
su mano, a su lado, atravesaremos
ese umbral de la muerte a la vida. Tertuliano, en el siglo III, este
Padre de la Iglesia nos dice: «Somos
cristianos por creer en la resurrección de entre los muertos»;
Y San Juan Crisóstomo decía: «somos cristianos por esta fe»; «todo está perdido
y todo cae, si Cristo no ha resucitado»; «todo depende de la resurrección de
Cristo».
Uno no puede ser cristiano sino cree en la resurrección
de Jesucristo, podrás ser un admirador de Jesús de Nazaret pero no serás
cristiano. De hecho la resurrección es la clave de nuestra fe. Nuestros cuerpos mortales, algún día, volverán
a tener vida, esto es lo profesamos en el Credo cuando decimos ‘creo en
la resurrección de la carne’.
Hermanos, no somos inmortales, pero somos eternos. No somos inmortales
en el sentido de que participamos de la mortalidad, es cierto que nuestra alma
es inmortal, pero nuestro cuerpo es mortal. Y nuestro yo, que es cuerpo y alma
experimenta la mortalidad, nos tenemos que morir, no somos inmortales. Pero
somos eternos, somos para siempre,
porque nuestra alma pervive y además nuestro cuerpo resucitará, luego somos
eternos. no somos inmortales, pero somos
eternos. Dios nos ha pensado
desde siempre, es cierto que hemos empezado a existir en el tiempo y estamos
llamados a participar de la eternidad con Dios. Porque hemos nacido para la
eternidad. En el momento del fallecimiento se acontece una especie de un parto,
de un parto para la vida eterna. De hecho, solemos celebrar el día del Santo el
día en que él partió para la vida eterna, es lo que se llama ‘dia natalis’, el día para el que nació
para la vida eterna, el día de su parto para la vida eterna. Es verdad que la
palabra ‘parto’ tiene dos cosas: por una parte tiene algo de dramático, de
dolor pero ese dolor del parto se olvida por la alegría de la nueva vida. En el
momento de la muerte uno siente el desgarro, el dolor de la muerte pero inmediatamente también goza de esa
vida eterna que se abre más allá de la muerte.
Saber que mi vida tiene una proyección de eternidad, que Cristo
resucitado me acompaña en mi día a día, me sostiene con su gracia, me cura con
su perdón, me alimenta con su Cuerpo y Sangre, me ama a través de mis hermanos,
que estoy siendo mimado por Dios y que no me deja solo… hace que mi labor
diaria no sea un sinsentido o una mera repetición rutinaria, sino una oportunidad que uno aprovecha para
estar gozando de la presencia del Resucitado. Podremos pasar momentos de
dolor, algunos sufriendo cárcel o persecución, hambre o penurias, enfermedad o inseguridad
física o económica, pero el hecho de tener la certeza de saber que si estamos
unidos a Cristo y lo vivimos como enamorados de Cristo, estas penalidades serán
un trampolín hacia la Eternidad con Él. Y esto nadie ni nadie nos lo podrán
arrebatar.
Algunos pueden decir protestando que no le ven, que no
le sienten, pero eso no significa que Él no esté, porque Él siempre está.
Recordemos lo que le decían a Jesús cuando estaba clavado en la cruz los sumos
sacerdotes junto con los escribas y los ancianos: «Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama»
(Mt 27, 43). Dios estaba con Él, del mismo modo que siempre estará con
nosotros. Aquel que da la alegría está con nosotros para fortalecer nuestras
rodillas vacilantes e iluminar nuestra mente con la luz de la fe.
¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!