sábado, 23 de enero de 2021

Homilía del Domingo III del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Homilía del Domingo III del Tiempo Ordinario, ciclo b

24 de enero de 2021

            Los evangelios continúan narrando las primeras llamadas de Jesús a sus discípulos. En esta ocasión son Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Cada uno de nosotros tiene como en su D.N.I. de cristiano el ser llamados por Dios, forma parte de nuestra identidad cristiana.

            Hay dos tipos de llamadas:

Unas son las llamadas que suponen cambiar el escenario de nuestra vida. Dios nos puede llamar a cambiar nuestro escenario de vida, nos puede llamar a cambiar nuestro estado de vida. Como de hecho pasó con los Apóstoles, dejaron todo y le siguieron. Dejaron las redes que significa el medio de vida, dejaron a su padre Zebedeo y le siguieron. O cuando la vocación de Eliseo cuando fue llamado por Elías; Eliseo sacrificó los bueyes, quemó los aperos para empezar un nuevo escenario en su vida (1 Re 19, 19-21). La llamada de Dios, la llamada de su Hijo Jesucristo es tan fuerte que nos puede llamar a un cambio de escenario en nuestra vida.

También hay otras llamadas, quizás las más frecuentes, que no se trata tanto de cambiar de escenario en la vida, cuanto en descubrir en el escenario en el que vivimos una nueva dimensión. O sea, vivir el escenario en el que nos movemos, pero desde otra perspectiva, desde otros planteamientos diferentes. De hecho, cualquier llamada de Dios nos supone entrar en otra dimensión. De hecho, es muy significativo cuando Jesús llama a Simón le cambia de nombre: ‘tú serás Pedro’ que quiere decir ‘piedra’. Dios llama cambiando en nombre para darnos una misión determinada.

Lo que es común a todos nosotros es que la llamada de Dios nos abre una nueva perspectiva y nos descubre que esos quehaceres que nos ocupan (el llevar a los niños al cole, el hacer la colada, el barrer la casa, el preparar las clases, el hacer la compra…) son la antesala de la vida eterna y son el escenario donde se está jugando la salvación.  Son estos quehaceres que tenemos entre manos. Eso que te parece rutinario, eso es el escenario donde tiene lugar la salvación, la llegada del Reino de Dios y es la antesala de la Vida Eterna.

Por eso cuando dice el Evangelio que ‘te haré pescador de hombres’, tú que eres pescador de peces vas a pasar a ser ‘pescador de hombres’. Y esto nos lo dice el Señor a todos nosotros: a ti que eres padre y madre que tienes como cometido principal de tu vida el entregarte a ellos y educarles, el Señor te va a descubrir que tu paternidad y maternidad tiene una dimensión más profunda de la que tú te supones: es dar a luz para la Vida Eterna. No solamente supone educar o criar a unos hijos con salud y darles una cultura, sino que van a descubrir que en esa paternidad o maternidad tú estás educando para la santidad y que no dejarás de ser padre o madre hasta que acompañes a tu hijo hasta esa antesala de la Vida Eterna.

Y tú que eres un profesional que trabajas en tu despacho, en tu fábrica, en tu colegio, en tu puesto de trabajo entenderás que tu quehacer no se reduce sólo a un aspecto técnico a realizar bien un trabajo o a cumplir con él; sino que tu propio trabajo es un lugar de colaboración con Dios. Descubrirás que por medio del trabajo Dios te ha hecho socio de su empresa; Dios te ha incorporado a su proyecto por medio de tu trabajo. Descubrirás que trabajar es colaborar con Dios para la transformación de este mundo y la instauración del Reino. Y descubrirás que tu trabajo es muchas veces una ocasión de hacer apostolado. A veces nos encontramos con personas en el trabajo, en la oficina o donde sea que vienen donde uno a llorar sus penas a contar sus tareas. Es como si algunas personas fueran el lugar donde algunos pueden encontrar desahogo y esto es una buena señal porque será que están descubriendo algo de Dios en ti.

Dios te puede pedir que en el escenario en donde estás descubras una vocación más profunda de la que suponías que tenías. Ser instrumento de Dios para la transformación del mundo. Estar siempre en actitud de apostolado, de acercar a los demás a Dios. Por eso todos somos llamados.

Hay un detalle en el evangelio de hoy: Curiosamente los cuatro llamados del evangelio de hoy son dos parejas de hermanos. En los doce apóstoles hay dos parejas de hermanos. ¿Por qué es importante esto? Porque uno de los apostolados es la familia, que es lo que cuesta más. A veces es más difícil ser profeta con los de casa, porque tenemos una imagen, un cierto pudor para dar testimonio de nuestra fe ante la propia familia. El Señor también llamó con estos vínculos familiares. Lo nuestro es llevar a Cristo tanto dentro de la familia como fuera de ella.


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