Homilía del Domingo III del Tiempo Ordinario, ciclo
b
24
de enero de 2021
Los evangelios continúan narrando
las primeras llamadas de Jesús a sus discípulos. En esta ocasión son
Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Cada uno de nosotros tiene como en su D.N.I. de
cristiano el ser llamados por Dios, forma
parte de nuestra identidad cristiana.
Hay dos tipos de llamadas:
• Unas son las llamadas que
suponen cambiar el escenario de nuestra vida. Dios nos puede llamar a cambiar
nuestro escenario de vida, nos puede llamar a cambiar nuestro estado de vida. Como
de hecho pasó con los Apóstoles, dejaron todo y le siguieron. Dejaron las redes
que significa el medio de vida, dejaron a su padre Zebedeo y le siguieron. O
cuando la vocación de Eliseo cuando fue llamado por Elías; Eliseo sacrificó los
bueyes, quemó los aperos para empezar un nuevo escenario en su vida (1 Re 19,
19-21). La llamada de Dios, la llamada de su Hijo Jesucristo es tan fuerte que
nos puede llamar a un cambio de escenario en nuestra vida.
• También hay otras llamadas,
quizás las más frecuentes, que no se trata tanto de cambiar de escenario en la
vida, cuanto en descubrir en el escenario
en el que vivimos una nueva dimensión. O sea, vivir el escenario en el
que nos movemos, pero desde otra perspectiva, desde otros planteamientos
diferentes. De hecho, cualquier llamada de Dios nos supone entrar en otra
dimensión. De hecho, es muy significativo cuando Jesús llama a Simón le cambia
de nombre: ‘tú serás Pedro’ que quiere decir ‘piedra’. Dios llama cambiando en
nombre para darnos una misión determinada.
Lo que es común
a todos nosotros es que la llamada de Dios nos abre una nueva perspectiva y nos descubre que esos quehaceres que nos ocupan
(el llevar a los niños al cole, el hacer la colada, el barrer la casa, el
preparar las clases, el hacer la compra…) son
la antesala de la vida eterna y son el escenario donde se está jugando la
salvación. Son estos quehaceres
que tenemos entre manos. Eso que te parece rutinario, eso es el escenario donde
tiene lugar la salvación, la llegada del Reino de Dios y es la antesala de la
Vida Eterna.
Por eso cuando
dice el Evangelio que ‘te haré pescador de hombres’, tú que eres pescador de
peces vas a pasar a ser ‘pescador de hombres’. Y esto nos lo dice el Señor a
todos nosotros: a ti que eres padre y madre que tienes como cometido principal
de tu vida el entregarte a ellos y educarles, el Señor te va a descubrir que tu
paternidad y maternidad tiene una dimensión más profunda de la que tú te
supones: es dar a luz para la Vida Eterna. No solamente supone educar o criar a
unos hijos con salud y darles una cultura, sino que van a descubrir que en esa
paternidad o maternidad tú estás educando para la santidad y que no dejarás de
ser padre o madre hasta que acompañes a tu hijo hasta esa antesala de la Vida
Eterna.
Y tú que eres
un profesional que trabajas en tu despacho, en tu fábrica, en tu colegio, en tu
puesto de trabajo entenderás que tu quehacer no se reduce sólo a un aspecto
técnico a realizar bien un trabajo o a cumplir con él; sino que tu propio trabajo es un lugar de colaboración con Dios.
Descubrirás que por medio del trabajo Dios te ha hecho socio de su empresa; Dios te ha incorporado a su proyecto por medio
de tu trabajo. Descubrirás que trabajar es colaborar con Dios para la
transformación de este mundo y la instauración del Reino. Y descubrirás que tu
trabajo es muchas veces una ocasión de hacer apostolado. A veces nos
encontramos con personas en el trabajo, en la oficina o donde sea que vienen
donde uno a llorar sus penas a contar sus tareas. Es como si algunas personas
fueran el lugar donde algunos pueden encontrar desahogo y esto es una buena
señal porque será que están descubriendo algo de Dios en ti.
Dios te puede pedir que en el escenario en donde estás descubras una
vocación más profunda de la que suponías que tenías. Ser instrumento de Dios
para la transformación del mundo. Estar siempre en actitud de apostolado, de
acercar a los demás a Dios. Por eso todos somos llamados.
Hay un detalle
en el evangelio de hoy: Curiosamente los
cuatro llamados del evangelio de hoy son dos parejas de hermanos. En los
doce apóstoles hay dos parejas de hermanos. ¿Por qué es importante esto? Porque
uno de los apostolados es la familia, que es lo que cuesta más. A veces es más
difícil ser profeta con los de casa, porque tenemos una imagen, un cierto pudor
para dar testimonio de nuestra fe ante la propia familia. El Señor también
llamó con estos vínculos familiares. Lo nuestro es llevar a Cristo tanto dentro
de la familia como fuera de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario