Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, ciclo a
15/11/2020
[Mt
25, 14-30]
Acaba de ser proclamado el
evangelio de los talentos, y quizá la primera afirmación que se podría hacer es
que en el designio de Dios no hay pobres.
Les hay quien tiene cinco talentos, quienes tienen dos y quienes tienen un
talento. Pero en el designio de Dios cada uno hemos tenido los suficientes
talentos para ser felices y para aportar desde nuestros talentos al bien común
de la sociedad. Para que nadie se sienta inferior a nadie, porque Dios hace las
cosas bien hechas; ya que cada
uno es como es y es único e irrepetible a los ojos de Dios.
Pero es verdad, como decía la
Madre Teresa de Calcuta que ‘la más
terrible pobreza es la soledad y el no ser amado’. Por eso la pobreza se
genera no porque uno tenga cinco talentos y el otro uno, sino que la pobreza
nace por nuestra soledad, por habernos desligado de ese proyecto por el que
Dios no nos ha querido autosuficientes de cada uno, sino que en ese proyecto de Dios nos ha
querido interdependientes. En el designio de Dios los talentos se comparten y se ponen los unos al servicio de
los otros, no se entierran, se producen al servicio de los demás.
En el designio de Dios no
existían los pobres; sin embargo, en el designio de Dios sí que existe la fragilidad. Unos son
más frágiles que otros, pobres no, frágiles sí en el designio de Dios. Y la salud de una sociedad se puede
medir perfectamente por cuáles son sus reacciones, cuáles son sus
comportamientos ante la fragilidad. Es importante caer en la cuenta de
cómo es el comportamiento de la sociedad ante la fragilidad y cómo es mi
reacción ante la fragilidad que me rodea.
Ya hace algo de tiempo, tal vez
alguno de vosotros lo escuchasteis en algún medio de comunicación, un hombre
con el síndrome de Down estadounidense
llamado Frank Sephens compareció ante una de las mesas de trabajo del Congreso
de los Estados Unidos donde dio su testimonio. Fueron siete minutos de oro en
el que él dio testimonio desde su fragilidad como personas con síndrome de Down
ante el mundo. Porque en muchos lugares del mundo han dejado de existir, así
como hay muchos que conciben que hay que acabar con la pobreza del mundo
haciendo que los pobres no nazcan, pues desde esta situación de fragilidad
hablaba este joven, sabiendo que cada vez tenía menos compañeros con síndrome
de Down en este mundo. Y en este testimonio dijo una palabra importantísima. Él
dijo: «Somos como el canario en la mina de carbón». Antiguamente se bajaba a las minas
con un canario para poder detectar cuando había un escape de gas peligroso
inflamable era bajar a la mina un canario metido en una jaula. De manera que
cuando ese canario se comenzaba a marearse o se caía había que salir corriendo
porque se estaba fraguando una explosión. Y ese canario era indicativo de lo
que iba a ocurrir ahí. Pues este joven, ante el congreso de los Estados Unidos
dijo esto: «Somos el
canario en la mina de carbón». Es decir, si la fragilidad no es cuidada, si la
fragilidad no es valorada, no es estimada, si la fragilidad cae, salgamos todos
corriendo que los valores de esta sociedad están en una situación de colapso
total.
En la manera en que cuidamos de
la fragilidad es un autorretrato, nos
autorretratamos en el modo de posicionarnos ante la fragilidad. Y no
solamente de la fragilidad tenemos un autorretrato, sino que también de la fragilidad nos enriquecemos.
Necesitamos todos tener amistad con los pobres, porque los pobres nos
evangelizan. Hay una cosa muy ilustrativa: en el Evangelio, en las dos
versiones que hay de las bienaventuranzas -san Mateo y San Lucas-, en una se
dice «bienaventurados
los pobres de espíritu» y en otra se
dice «bienaventurados
los pobres». ¿En qué
quedamos? ¿en los pobres de espíritu o en los pobres?, en las dos cosas, porque
una se ilumina a la otra. Un cristiano está llamado a ser ‘un pobre de
espíritu’, es decir a tener a Dios como tesoro en su vida. Un pobre de espíritu, un pobre de
Yahvé, un cristiano es aquel que tiene a Dios como tesoro. Pero
necesitamos tener amistad con los pobres para que te enseñen a rezar el Padre
Nuestro. Es cierto que el Padre Nuestro lo hemos aprendido de pequeños, pero es
para que cuando reces ‘dame el pan de cada día’, lo hagas con la plena
conciencia de que Dios es tu tesoro, de que Dios es tu sustento y de que dependes totalmente de Él.
Que no dependes de tus falsas seguridades; no dependes de tu cuenta corriente.
Un pobre es alguien que te enseñe a rezar el Padre Nuestro, porque pobre de
espíritu no se puede ser sin aprender de los pobres. No podemos apoyarnos
falsamente en nuestras seguridades, no podemos auto-engañarnos por esa falsa
seguridad del que se suele desprender del sentirnos seguros por tener una
nómina, una pensión, unas tierras, unos pisos o una nutrida cuenta de ahorros.
Dejémonos enseñar de cómo Dios
es nuestro sustento último en el que se cimienta nuestra felicidad. La parábola de los talentos nos está recordando
que hemos sido llamados no sólo a no hacer el mal, sino hacer el bien. El Señor nos ha redimido para que no
enterremos los talentos, para que hagamos el bien, para que no hagamos
pecados de omisión; sino que hagamos todo el bien que podamos hacer en esta
vida.