Homilía del
Segundo Domingo del Tiempo de Cuaresma, Ciclo A
Moisés escribió la Torá para enseñar
a su pueblo la Historia de la Salvación desde la creación del mundo hasta la
entrada de Israel a la tierra prometida a los antepasados. Sin embargo fue a Abrán el destinatario del primer regalo
dado por Dios: Dios le habló; escuchó su voz. Por vez primera el oído y
el corazón humano pudo recoger las palabras salidas de Dios. Y nosotros todos
los días se nos regala este inmerecido don que es poder escuchar su Palabra,
meditar su Palabra, dejarnos instruir por su Palabra, y de este modo, de un
modo misterioso, al leerla, meditarla y aprendiendo de ella, el mismo Dios te acompaña, estamos bajo
su sombra protectora. Puede pasarnos que
estamos tan acostumbrados a hacer las cosas que pueda pasar desapercibida su
divina presencia.
Es cierto que cuando Dios habló a
Abrán, el mismo Abrán no sabía quién le estaba hablando, porque en aquel
entonces Abrán no conocía quien era Dios. Dios se le fue manifestando en su historia
personal y así es como Abrán le fue descubriendo. Y en medio de este contexto
de desconocimiento de Abrán respecto a quién era esa voz que la hablaba, Abrán
arriesga, Abrán hace una clara apuesta por fiarse de esa voz que viene del más
allá. El Señor le dice que deje su tierra, su casa, su parentela y que vaya
donde Él le vaya marcando. Es decir, Abrán no tenía ni idea de dónde iba a ir,
sólo sabía que todo lo que poseía, junto con sus seguridades, lo tenía que
dejar. Cualquiera de nosotros le hubiéramos dicho a Dios: «dame la dirección que la pongo en el GPS del coche o
la busco con Google Maps y me señala cuánta distancia hay y cuánto tiempo he de
invertir en recorrerla». Y nosotros actuaríamos así
porque queremos tener seguridades, y con
Dios las seguridades no nos vale. ¿Qué seguridad tienen una pareja de
recién casados en que su matrimonio sea fiel hasta que la muerte les separe?
¿Qué seguridad tiene un matrimonio en que sus hijos sean buenos cristianos
aunque ellos se esfuercen en educarlos en la fe y ofrecerles un modelo de vida
lo más coherente que se pueda? ¿Qué seguridad tiene un presbítero en no decaer
en su vitalidad ministerial cuando se encuentra ante la incomprensión y la
indiferencia de aquellos con los que comparte su vida? ¿Qué seguridad puede
tener un soltero o una soltera que aun teniendo su vida arreglada con un
trabajo todo se puede llegar a desplomar por un despido, por una enfermedad o
cualquier infortunio? Por esto mismo, muchos, pero muchos aún no han salido ni de Ur de los Caldeos. ¿Por qué
hay tantas parejas que viven unidas sin estar casados? ¿Por qué hay muchos
cristianos que aún no han descubierto su vocación y eso que ya están más que
creciditos en años y en conocimientos? ¿Por qué hay muchos presbíteros que desempeñan
su ministerio haciendo cosas sociales, culturales, sindicales, de animación
socio cultural pero no arriesgan por una clara evangelización por quedarse
solos ante un mensaje que es en sí mismo exigente? Mucha gente que aún no ha
salido de Ur de los Caldeos, ni siquiera se han puesto en la parrilla de salida
para empezar a andar porque no nos
terminamos de fiar de Dios.
¿Abrán acaso pensó en sus propios
intereses al obedecer aquel mandato divino de salir de su tierra? Estoy totalmente convencido que Saray las
habrá tenido y muy gordas (las discusiones) con su esposo, llamándole de
irresponsable y loco, para arriba. Sin embargo Abrán
hizo lo que le había mandado el Señor [Gn 12, 1-4a]. Pero a nosotros no
nos sale el hacer lo que nos manda el Señor; no
sale de nosotros ni el estar pendiente de Dios ni el estar pendientes de los
otros. Nos resistimos en tomar parte en los padecimientos por el
Evangelio, tal y como nos pide en la epístola de San Pablo a Timoteo [2 Tim 1,
8b-10]. Queremos pasar desapercibidos, vivir nuestra vida como queremos, montar
nuestro propio chiringuito y que nadie
nos cuestione lo que hacemos: Pero esto no es compatible con el
Evangelio.
Creo que el origen de la crisis es que el miedo se ha apoderado de nuestro
corazón. No queremos ser impopulares ante los ojos del mundo, queremos
pasar desapercibidos. Sin embargo los silencios, las incertidumbres o las
ambigüedades por nuestra parte, el no salir de Ur de los Caldeos, el no el
estar pendiente ni de Dios ni de los otros, traen
por nuestra parte el eclipse de la verdad humana y cristiana, y privamos
de la verdad de Cristo tanto a nosotros mismos como a los más pobres y desfavorecidos.
«Cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, mis
humildes hermanos, tampoco lo hicisteis conmigo»,
dice el Señor. Nuestro no salir de Ur de los Caldeos es una participación
personal en la complicidad y culpabilidad de que en la realidad no reine Dios. ¿Dónde
puede reinar Dios en una programación diocesana cuyo lema cuaresmal sea «La
Cuaresma: Camino de humanización»? Como las cosas de Dios son exigentes las
apartamos porque se prefiere estar acompañados por muchos a estar anunciándoles
la Vida Eterna y preocupándose de su propia salvación. Es decir, es un
aparentar que se está avanzando hacia la tierra prometida, hacia Caná de
Galilea, pero sin ni siquiera atravesar la parrilla de salida.
A
lo que el Evangelio nos recuerda que Dios Padre nos hace una exhortación: «Escuchadlo», [Mt 17, 1-9] que
escuchemos lo que nos dice su Hijo y Nuestro Señor Jesucristo, para que alimentando nuestro espíritu con su
Palabra contemplemos gozosos la gloria de su rostro.
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