DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo b
02/09/2018
Dios
nos ha hecho con dos oídos y una boca,
para que escuchemos más de lo que hablemos. Un oído que ha de estar atento a
los latidos del corazón de Cristo, inserto en su divina intimidad, que escuche
las palabras de Vida que manan de sus labios; y el otro oído atento a lo que
acontece en la sociedad, en el mundo, allá en donde nos movemos y encontramos.
Sólo así podremos hablar con discernimiento y con sabiduría.
Hay
un juego, una especie de gallinita ciega,
en la que unos concursantes compiten para llegar el primero a la meta. A estos
concursantes se tapan los ojos y deben seguir un trayecto previamente trazado
con tiza, pero todo él sembrado de obstáculos –una silla, una mesa, etc.-. Un
lazarillo le va guiando únicamente con su voz, pero también está la figura del
demonio que da instrucciones equivocadas o le lanza algo –ya sea agua, ya sean
bolas de papel… para impedir que escuche las indicaciones del lazarillo y así
se salga del camino trazado o simplemente se pegue un trompazo con los
numerosos obstáculos. Es el propio concursante el que tiene que afinar el oído y
fiarse plenamente de las indicaciones del lazarillo para conseguir llegar
triunfante a la meta.
De
esto van las lecturas de hoy. Van de cómo adquirir la sabiduría y la
inteligencia. Dice la Palabra en el libro del Deuteronomio: «Habló Moisés al pueblo
diciendo: –Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando
cumplir». Y sigue
diciéndonos: «Estos
mandatos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos».
Dios conoce todo lo
que hay en este mundo y de todo de lo que el hombre es capaz, tanto bueno como lo
malo. Y Dios desea que todos nos salvemos, por eso nos ha dado una serie de
mandamientos. Y todos nosotros somos
conscientes de cómo escuchando y obedeciendo a Dios nos hemos librado de
situaciones muy delicadas y extremadamente peligrosas. No mintiendo se aprende
a no ocultar cosas, a apostar por el diálogo sincero y fraterno y quitar del
medio todo tipo de desconfianza y de recelos. Se apuesta por el diálogo y el
entendimiento y se ejercita el perdón antes de que la situación se enquiste. No
abusando de la bebida se puede mantener un diálogo tranquilo y sereno en casa.
Uno puede encontrarse con normalidad sin el temor por parte de los demás de una
reacción desproporcionada por parte del que se encuentra borracho o demasiado
bebido o de unos comentarios fuera de lugar que lo que hacen es herir a los
demás o simplemente exponerse a situaciones peligrosas por el alcohol o drogas;
y no digamos nada de lo peligroso que resulta que se ponga a conducir. No tener
el dinero como un ídolo es como aquel que tiene justo delante de su ventana un
árbol enorme que le impide ver más allá de esas molestas hojas. Solo puede ver
ese árbol, ni los rayos salares pueden adentrarse en ese cuarto. Lo único que
importa es ganar dinero, echar en cara a los demás el dinero que gastan pasando
por alto lo que uno mismo gasta a lo tonto, no pensar ni tener en cuenta las
necesidades de los más pobres ya que los demás no importan ni interesan, mejor
dicho interesan siempre que uno pueda sacar de ellos un provecho. Y de estos
ejemplos un millar. Obedeciendo al Señor
nos protegemos.
El
Apóstol Santiago nos lo vuelve a recordar: «Aceptad
dócilmente la Palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros». Jesucristo nos pide que tengamos nuestro corazón cerca de Él y así nuestros labios podrán
hablar de una buena, constructiva y oportuna, haciendo el bien a todos aquellos
que nos oigan. Recordemos que Dios nos hizo con dos oídos y una única boca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario