EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS AÑO 2010
La palabra CORAZÓN despierta en nosotros, antes que nada, la idea del órgano vital que palpita en nuestro pecho y del que sabemos, aunque quizás vagamente, que está íntimamente conectado no sólo con nuestra vida física, sino también con nuestra vida moral y emocional. Pensemos, por ejemplo, en expresiones como "abrir nuestro corazón", "entregar el corazón", etc.
Cuando nosotros hablamos del Sagrado Corazón de Jesús no nos estamos refiriendo a la anatomía de éste órgano muscular fundamental del aparato circulatorio; nos estamos refiriendo a la persona de Jesucristo, y en concreto nos referimos a ese manantial de amor inagotable que Jesucristo nos da a cada uno de nosotros. El Corazón de Cristo es, antes que nada, el emblema del amor, el lema, el estandarte o bandera que está bien izada en lo alto para que todos caigamos en la cuenta del amor que Jesucristo nos tiene a cada uno.
El Director de una Orquesta, al igual que los músicos profesionales especializados en un instrumento determinado han ido adquiriendo un oído muy fino; una especial sensibilidad hacia la música que, incluso, la sienten con tal pasión que cualquier equívoco que se produzca a la hora de interpretar la partitura musical les genera malestar, desagrado. Es como si en un lienzo limpísimo y espléndido alguien dejase caer un borrón de tinta negra. Pues bien, nosotros los cristianos, los que nos estamos esforzando en cultivar una especial amistad con Jesucristo, deseamos acoger el amor que Él mismo nos da. Acoger ese amor, de tal manera que, cualquier falta de respuesta por nuestra parte, a ese amor, nos debería de doler profundamente.
Y ahora doy un paso más, subo un peldaño más: todos vosotros sois seminaristas y estáis llamados, de un modo muy particular, a ir adquiriendo esa capacidad de recogimiento interior así como del deseo de estar con Aquel que sabemos que nos ama: es decir, alimentándonos de la oración personal ante el Sagrario. Todos los días, todos las horas, todos los minutos y segundos de nuestra existencia pertenecen al Señor, por lo tanto cualquier acto de oración que se haga tanto personalmente como en comunidad es un acto de amor y de reconocimiento al Señor Jesús. Todo el trabajo que realicemos debe de ser una ofrenda que agrade al Señor.
Sin embargo no hay cosa más amarga que el amor no correspondido. Y nosotros, muchas veces, no correspondemos al amor de Jesucristo. Damos más prioridad a estar todo el tiempo de recreo viendo la televisión o dando un paseo antes que estar con el Señor en