Domingo XV del Tiempo Ordinario, ciclo C
10/07/2022
Hoy la Palabra nos regala la
parábola del buen samaritano [Lc 10, 25-37]. Y esta parábola está entroncada
con el mandamiento principal de la Ley y nos ayuda a cómo ejercitarlo.
Que un culto teólogo –un maestro de la Ley- pregunte a
un laico, a Jesús, por el camino de la vida eterna, era entonces tan
desacostumbrado como lo sería hoy. No sabemos las razones que tenía este hombre
en su corazón para hacer esta pregunta, si era una pregunta capciosa y con mala
intencionalidad o simplemente este
hombre se sintió cautivado y turbado en su conciencia por Jesús. Y
Jesús, de modo sorprendente, le muestra la acción como el camino de la vida. Todo el saber teológico no sirve de nada
si el amor a Dios y al “compañero” no determina la conducta de la vida.
Por ejemplo, yo sé si soy un buen vecino –sobre en
todo este tiempo que hemos vivido de pandemia-, si me he preocupado de cómo
estaban de salud, si me he prestado a ayudarles a la hora de hacerles la
compra, e incluso la comida por su debilidad, si he estado pendiente
llamándoles por teléfono o hablándoles detrás de la puerta de la entrada; si
les he dado un poco de conversación para que ellos pudieran sobrellevar su
angustia y soledad; si he rezado por ellos… hay una infinidad de ejemplos para darnos cuenta de cómo el amor a
Dios y al “compañero” determina la conducta de mi vida.
Porque “compañero” o “prójimo” no es
mi compatriota, no es mi amigo o conocido. Por ejemplo, los fariseos se
inclinaban por excluir del término “prójimo” a los no fariseos; los esenios
exigían que se debía de odiar “a todos los hijos de las tinieblas”; una
declaración rabínica enseñaba que a los herejes, delatores y renegados “se les
arroje a una fosa y no se les saque”, y una extendida máxima popular excluía
del mandamiento del amor al enemigo personal. Esta máxima popular decía:
“Vosotros habéis oído que Dios ha dicho: Debes amar a tu compatriota, solamente
a tu enemigo no tienes necesidad de amar”. Por lo tanto, a Jesús no se le pide
una definición del concepto “compañero” o “prójimo”, sino que debe de decir dónde se encuentra los
límites del deber del amor dentro de la comunidad del pueblo. ¿Hasta
dónde alcanza mi obligación? Este es el sentido de la pregunta.
Y Jesús da respuesta a esta pregunta
de hasta dónde alcanza los límites del deber del amor contándonos una historia
que enlaza con un hecho real. «Un hombre
bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo
desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto». Hay una larga
bajada solitaria de Jerusalén a Jericó –son 27 kilómetros-, muy famosa por los
asaltos de los ladrones. Además nos dice la parábola que “le molieron a palos”,
esto hace sospechar que la víctima intentó defenderse.
Las narraciones tripartitas, donde
entra en escena tres personajes, lo que esperan los oyentes es que después del
sacerdote y del levita apareciese un israelita laico. Por lo que para ellos es
inesperado y ofensivo que el tercero, que cumple el mandamiento del amor, sea un
samaritano. Las relaciones entre los judíos y los bastardos –así llamaban a los
samaritanos- estaban bastante exacerbadas. Recordemos que en torno al año 6 al
9 después de Jesucristo, los samaritanos habían profanado el local del Templo
durante una fiesta de Pascua, esparciendo huesos humanos. Entre ambas partes
dominaba un odio irreconciliable. Por eso Jesús elige intencionadamente
ejemplos extremos para que se den cuenta de lo ilimitado que ha de ser el
mandamiento del amor.
Probablemente sería un comerciante
samaritano que llevaba consigo las mercancías sobre un asno o sobre un mulo y
que él mismo estaba montado en un segundo animal. Dice que “echó aceite y vino
a sus heridas”, el aceite para calmar y el vino para desinfectar y que le
“vendó las heridas”. Difícilmente llevaría vendas consigo; desgarraría su
pañuelo de cabeza o su vestido interior de lienzo. Y le montó “en su propia
cabalgadura” y le llevó a una posada. Una posada de la que probablemente
tuviese amistad con el posadero y anuncia su pronto regreso.
Además, da al posadero “dos denarios”,
cuando el pan necesario para un día costaba un doceavo de denario. O sea que
tendría pan para 24 días. Ahora bien la pregunta clave: “¿Quién de los tres,
crees tú, fue el prójimo del asaltado?”. Mientras que el doctor de la Ley pregunta
por el objeto del amor -¿a quién tengo que tratar como compañero, como
prójimo?-, Jesús pregunta por el sujeto del amor -¿quién ha obrado como compañero, como prójimo?-. El doctor de la
Ley piensa a partir de sí, cuando pregunta: ¿dónde está el límite de mi deber? Jesús le dice: piensa a partir del que padece
necesidad, colócate en su situación, reflexiona: ¿quién espera ayuda de mí?
Entonces verás que no hay límites para el mandamiento del amor.