Homilía del Domingo II del Tiempo de Adviento, ciclo B
Isaías 40, 1-5. 9-11
Sal 84, 9ab 10. 11-12. 13-14
R/.
«Muéstranos,
Señor, tu misericordia y danos tu salvación»
Segunda
carta del apóstol san Pedro 3, 8-14
San Marcos 1, 1-8
En
el Evangelio de hoy hay un protagonista especial: Juan Bautista, al que se le
llama «el
precursor».
¿Qué significa y qué representa esta figura del precursor? Algo importante debe
de ser porque el comienzo del evangelio de San Marcos se inicia con una cita
que dice: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino». Esto de
preparar el camino es muy importante porque la indiferencia del hombre ante
Dios había sido combatida por la paciencia y por el celo de Yahvé que a lo
largo de siglos y siglos ha preparado el momento de la encarnación, el momento
de la llegada de Jesús. Y a pesar de eso, uno de los momentos más dramáticos de
la Escritura es cuando en el prólogo del evangelio de San Juan se dice «vino
a los suyos, y los suyos no le recibieron». Aunque
es cierto que hubo un resto de Israel que sí le recibió.
Pero hay que
preguntarse: ¿cómo es posible que, habiendo habido una preparación tan larga,
tan intensa, con tantos profetas anunciando y esperando la llegada de ese Mesías
fuera finalmente un pequeño resto de Israel el que esperase su llegada? Tal vez
la llave está en que confundimos entre «Desear» y «Esperar».
Porque una cosa es desear la salvación y otra cosa es esperarla. El que «desea»,
sueña con que llegue; pero el que «espera», prepara la llegada, discierne, desbroza
el camino, hace acopio de fuerzas para afrontar lo que está por llegar. Es muy
distinto desear y esperar.
Es más, en la
primera de las lecturas de hoy, el profeta Isaías señala diciendo: «En el desierto preparadle un
camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los
valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y
lo escabroso se iguale»; esto es «Preparar», no solo
desear.
Juan el
Bautista, esta figura ascética que vive en el desierto, y que se alimentaba de
saltamontes y de miel silvestre, este no sólo desea, sino que también espera. La
austeridad es signo de esperanza. El que se despoja de comodidades es
porque se está desprendiendo de un lastre en la esperanza de la llegada de algo
mejor.
A Jesús no sólo hay que desearle, hay que esperarle,
lo cual se traduce en una
actitud de conversión. Al igual que Dios le preparó una digna morada en la
Inmaculada Concepción, también nosotros estamos llamados a prepararle una digna
morada en un corazón con deseos sincero
de conversión para preparar su llegada.
Ahora bien, «este esperar» no se reduce sólo a una dimensión
ascética, penitencial, moral, de trabajar para preparar esa llegada; sino que
esa esperanza tiene una dimensión teologal. Es decir, esperar en la llegada de
Dios porque creemos en su bondad, que Dios no nos va a dejar solos, Dios es
vuelca con aquel que está desvalido. Dios es amor y el amor es comunicativo, y
el amor no soporta el silencio con los brazos cruzados viendo cómo la persona
amada sufre. Hay que tener fe en el amor de Dios para esperar su llegada.
La figura de
Juan el Bautismo es una llamada para que revisemos cómo estamos preparando la
Navidad. Porque hay que reconocer que el consumismo de nuestra sociedad nos ha
comido el adviento. El adviento popularmente ha dejado de existir. La Navidad
es pervertida hacia el consumismo y el adviento desaparece. Es un modo de
cuestionarnos de cómo yo y tú preparamos esa llegada del Señor. Que no vuelva a
ocurrir ese drama de que «vino a los suyos, y los suyos no le recibieron». Es que si no hay preparación esto puede
volver a ocurrir. ¿Nosotros estamos
realmente esperándole o únicamente deseándolo? ¿Tenemos hambre y sed de
Dios? ¿Realmente me adelanto a la aurora pidiendo auxilio al Señor? ¿Realmente
me escuece cuando me olvido de Él? ¿Soy consciente de las heridas generadas en
mi vida por haberme olvidado de Él?