Homilía del Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario, Ciclo
C
Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del
Universo
Estimados radioyentes, voluntarios
de Radio María y querida Comunidad de Madres Carmelitas Descalzas de Palencia, pido
al Señor que me de fuerzas y espíritu para partir esta Palabra que hemos
proclamado en esta Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
El Señor se acerca a ti, se pone en
frente tuyo, te mira a los ojos y te pregunta: «¿quieres
que yo sea tu Rey?». ¿Qué le vas a
contestar? ¿Le vas a decir que “sí” por puro compromiso y poder salir de este
modo de este apuro? ¿Le vas a contestar con las palabras de la Virgen María, «sí, aquí está la esclava del Señor»? o simplemente le dirás «de eso ya hablaremos otro día». Ante esta pregunta del Señor, ¿tú cómo te
posicionas?
El Demonio te va a decir: «tú estás muy bien como estás y no necesitas que nadie
te diga lo que tienes que hacer». Lo curioso de todo esto es que el Demonio al decirte esto te engaña,
porque uno, sin darse cuenta, tan pronto como se aleja de Dios se acerca al
Maligno. Y el Demonio se lo trabaja porque te envuelve la realidad, te la
decora, te la maquilla de tal manera que resulta apetitoso y atrayente lo que
él te presenta; más cuando caes en el pecado quitando el papel de envoltura y
lo desmaquillas eso que antes era apetitoso y atrayente está plagada de orugas,
gusanos, moscas y con un pútrido olor. Sin embargo nosotros somos Hijos de Dios
y en el sacramento de la confirmación fuimos constituidos soldados de Cristo
contra el mal. Somos propiedad de Dios, y esto lejos de coartarnos o limitarnos
la libertad nos hace vivir con mayor plenitud.
En la Primera de las Lecturas tomada
del segundo libro de Samuel [2 Sam 5, 1-3], nos encontramos a todas las tribus
de Israel que se presentan ante David para hacerle una petición; le querían
como rey, y es más, ungieron a David como rey de Israel. Ellos sabían lo que
querían: Querían tener a un rey que fuera el caudillo de Israel. Es más, el
pueblo se daba cuenta de cómo ellos cuando estaban con Dios eran fuertes, eran
socorridos por Dios dándoles las fuerzas para la victoria.
Nosotros le decimos que «sí queremos que Jesucristo sea nuestro Rey» sin embargo nuestras acciones muchas veces no van en
sintonía con nuestro deseo. Es que resulta que nuestro
rey gobierna desde una cruz y nosotros, que somos sus servidores no nos
espera una cosa mejor. El Hijo del hombre sufre ultrajes, es insultado,
escupido, azotado, despreciado y crucificado. Es más, hoy en la lectura del
Evangelio le encontramos clavado en la cruz y ahí estaban los soldados
burlándose de Jesús, ofreciéndole vinagre y tentándolo para que bajase de la
cruz [Lc 23, 35-43]
…
y si el Señor ha pasado por esto, nosotros
nos podemos ir preparando.
Una de las dificultades para aceptar a Jesucristo como
nuestro rey «es que seguimos pensando como
los hombres y no como Dios». Y al razonar como hombre manifestamos nuestra
precariedad porque sí que nos resistimos al mal que nos hagan ya que tendemos a
devolver un tortazo con mayor fuerza a aquel que nos ha atizado antes. Porque
no sale de nosotros bendecir al que nos maldice, ni sale de nosotros el rezar
por los que nos persiguen y calumnian. Es decir, que “ni quiera estamos verdes
como las lechugas”, y esto es así porque estamos dominados por las pasiones.
Hace poco una mujer muy mayor me pregunta: «pero hijo,
a mi edad ¿qué pasiones puedo ya tener yo?», a lo que
la respondo: «cuando lo descubra le va a dar un sofoco». Nuestras pasiones
tienen a eclipsar la fuerza del Reino de Dios, pero Dios es más fuerte que nosotros y no se escandaliza de
nuestro pecado.
Nosotros cada vez que nos dejamos influenciar por
Satanás, el cual habla en la sociedad y nos bombardean por todos los frentes,…
cada vez que nos dejamos influenciar por Satanás estamos traicionando a
Jesucristo porque seguimos dominados por nuestras pasiones y no por el Espíritu
Santo. La pregunta clave es: «Tú ¿por quién te dejas influir?». Las apariencias del
mundo nos engañan, pero es en la Iglesia donde Jesucristo nos sigue capacitando
para «compartir la herencia del pueblo santo en la luz» [Col 1, 12-20]. Es en la Iglesia donde vamos adquiriendo esa
mirada de fe que nos permite ver la presencia del Señor en la
enfermedad, en los hermanos, en ese jefe que se pasa de creativo a la hora de
hacerme la vida imposible, de ese vecino que da más guerra que una jauría de
mastines o de ese esposo o esposa que parece tienen como hobby amargarme todo
lo amargable.
Si Jesucristo
es mi Rey y Señor, no tengamos miedo, porque Él tiene el poder de hacer nuevas
todas las cosas. Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad. Tenemos a
Cristo con nosotros ¿qué más podemos pedir?
24 de noviembre de 2019
Roberto García Villumbrales