Homilía del
Domingo XXXI Tiempo Ordinario, Ciclo B
Mc 12, 28b-34
En el evangelio del
domingo de la semana pasada se proclamó el texto evangélico de la curación del
ciego Bartimeo, el ciego de Jericó, el cual después de recuperar la vista
comenzó su nueva vida siguiendo a Jesús.
Nos encontramos en la
semana anterior a la Pascua y la ciudad santa y la explanada del Templo de
Jerusalén está repleta de peregrinos. De entre esta multitud algunos conocen a
Jesús, otros han oído hablar de él pero lo respetan porque sabe que ha curado a
muchos enfermos. De tal modo que Jesús es amado por el pueblo. Pero está
latente un serio conflicto con la institución religiosa, los escribas, los
rabinos, los fariseos ya que todos estos le consideran un seductor del pueblo,
un herético que está enseñando doctrinas contrarias a la tradición. De tal modo
que ellos ya habían decidido eliminar a Jesús. El evangelista Marcos nos cuenta
cómo transcurrió su última semana en la ciudad santa. Jesús está con los Doce
en el Templo y tan pronto como transcurre la noche se va a Betania, de tal modo
que a la mañana siguiente retorna al Templo e hizo un gesto muy molesto y
potente: Arremetió contra los vendedores y compradores, volcó las mesas de los
cambistas, y los echó a todos fuera del Templo y les llama seriamente la
atención al decirles que ‘mi casa es una casa de oración y vosotros lo habéis
convertido en una cueva de ladrones’. Realmente es un gesto un tanto
desconcertante el de Jesús, pero es el modo de manifestar su profunda
indignación por la mezcla que allí de daba de la práctica religiosa, del
interés religioso, del dinero y de lo económico, lo cual claramente Dios no
soporta. Pero no sólo por todo esto,
sino también que el gesto de Jesús tenía un significado mucho más fuerte: Es la
condena de la relación comercial con Dios. Los guías espirituales habían
enseñado que para obtener gracias y favores de Dios –la fecundidad de los
campos, la fertilidad de los animales, la buena salud, la protección contra los
infortunios/desgracias…- tenían que ofrecerle algo, ya fueran holocaustos,
sacrificios. Y los sacerdotes desempeñaban la función de ser los mediadores. Es
decir, que todas las ofrendas las tenían que pasar a través de los sacerdotes,
el pueblo no podía hacerlo directamente. Sin embargo Jesús enseñaba que no hay
que ofrecer nada a Dios porque el Padre del Cielo concede gratuitamente todos
los dones y para todos, incluso a la gente malvada. Los sacerdotes del Templo
se dieron cuenta que si Dios es amor gratuito e incondicional su propia
profesión sacerdotal ya no tenía razón para seguir existiendo porque el culto del Templo estaba destinado a
desaparecer.
Es cierto que la
relación comercial con Dios es algo que sigue estando presente en nosotros, ya
no le ofrecemos holocaustos o sacrificios de animales, pero podemos seguir
pensando que para poder obtener sus beneficios es necesario ofrecerle nuestros
buenos deseos, nuestras oraciones para obtener, como si de un trueque se
tratase, nuestros deseos. Pero el Dios de Jesús de Nazaret es un Dios que se
dona a sí mismo y es un amor incondicional. Nosotros podemos hacer las buenas
obras porque siguiendo la luz que él nos dona nos volvemos más bellos, más
santos, más humanos y menos animales. Nos vamos asemejando más a Jesús. Dios no
quiere una relación comercial con nosotros, sólo tenemos que agradecérselo. Este
suceso acontecido en el Templo es el desencadenante serio del conflicto con la
autoridad religiosa.
Es más, después de
esta escena el evangelista Marcos continúa presentando siete disputas en las
que Jesús está involucrado. Los sacerdotes, los escribas, fariseos y ancianos
le formulan preguntas capciosas porque le quieren acusar. Recordemos aquella
pregunta si sobre si era lícito pagar el tributo al César. A ellos sólo les
mueve el odio contra Jesús.
El evangelio de hoy
va enmarcado en este contexto polémico; se trata del quinto de las siete
disputas. Pero en este caso es una disputa un tanto diferente a las demás.
Un maestro de la ley,
un rabino que ha asistido a las cuatro disputas anteriores y se ha quedado
admirado por la sabiduría de Jesús a la hora de responderlas. Pero este rabino,
a diferencia de sus colegas no cultiva el odio hacia Jesús, sino que es sincero
y busca sólo la verdad. Desea conocer la opinión de Jesús respecto a una
cuestión que era muy debatida entre los propios rabinos: ¿Cuál es el
mandamiento primero de todos? Recordemos que la Torá contaba con 613
mandamientos. Se trataba de decidir cuál era el mandamiento del que iba a
derivarse todos los demás. No era una cuestión ociosa. Tenemos un primer
mandamiento del cual dependen todos los demás, de tal modo que todas las
decisiones que tomásemos en nuestra vida iban a estar sometido a ese primer
mandamiento. Si tu primer mandamiento es tienes que trabajar, deberás
comprometerte, levantarte muy temprano para trabajar, y si fuera necesario
tienes que hacer trampa, robar, explotar al más débil…
¿Cuál es el primer
mandamiento del que dependen todas las decisiones que tomes durante toda tu
vida? Durante la época de Jesús sector muy importante de rabinos defendían que
el primer mandamiento era el no tener más dioses, sólo Dios, sólo ‘Adonai’, el
Señor. De este modo este al ser el primer mandamiento el resto eran
derivaciones. Otros rabinos sostenían que el primer mandamiento era ‘ama a tu
prójimo como a ti mismo’ ya que este era el gran principio de la Torá.
El rabino se esperaba
que Jesús seleccionase como el primero de los mandamientos uno de los dados a
Moisés. Sin embargo le dijo que el precepto del que depende todos los demás
preceptos está en la profesión de fe que todos los judíos recitan –incluso hoy-
dos veces al día. Está tomado en el capítulo 6 del libro del Deuteronomio (Dt.
6, 4) y que comienza con «Escucha, Israel» «Shemá Israel (del hebreo, שְׁמַע יִשְׂרָאֵל,
'Escucha, Israel'). Por cinco veces es repetido en el libro
del Deuteronomio, escucha a tu único Señor, no escuches a otros dioses, no
prestes atención a los ídolos.
Pero escuchar no es nada fácil. Es fácil
el oír, el sentir, ya que nuestro aparato auditivo se activa automáticamente
ante un sonido o cuando alguno habla. Pero escuchar es otra cosa, significa
involucrarse emotivamente con los que están ahí y con los que te hablan. Seguro
que es una experiencia que hayas tenido. Hemos visto cómo los judíos en oración
que se cubren los ojos con la mano o con un velo. Lo hacen cuando recitan el ‘shemá Israel’, la profesión de fe. ¿Cómo
es que cierran los ojos? Porque el israelita no es alguien que ve a su Dios,
sino aquel que escucha a su Dios y se tapa los ojos para no distraerse; para
poderse concentrar en lo que el Señor le dice. Sino cierras los ojos estarás
distraído por modelos de vida que circulan a tu alrededor; si no se crea un
silencio interior, sino silencias interiormente tus ideas y creencias no podrás
tener las condiciones para poder aceptar la entrada de Señor que te habla y te
terminarás cerrando a su palabra. Escuchar significa permitir a alguien que
venga a entrar en nuestra vida con sus palabras, con sus sugerencias para
convertirnos en lo que escuchamos. Nos convertimos en lo que nos propusimos
dejar entrar en nuestro corazón, en nuestra mente. A ‘Adonai’ a ha de ser el
único Señor al que tu escuches, no escucharás a otros dioses. Si tu escuchas al
dios equivocado, a un ídolo, si le permites entrar dentro de ti, el ídolo de
arruina. Si escuchas al dinero, si le dejas entrar en tu mente y en tu corazón
sus propuestas te arruinan.
Jesús indica cómo debemos involucrarnos en
esta escucha: «Amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser».
Amar al Señor con todo el corazón es amarlo con la sede del sentimiento, pero
también el corazón es el centro del cual se generan y comienzan todas las
opciones y todas las decisiones. El amor del que se habla aquí indica la
participación en la vida total con Dios. Lo mismo que pasa con el esposo y la
esposa. La esposa entrega toda su vida y ella misma a su esposo, porque sabe
que sólo por él será amada y sólo él puede hacerla feliz. Amar a Dios con todo
el corazón significa mantenerse siempre en plena armonía/sintonía con los
pensamientos divinos, con su diseño divino. Este amor ha de ser total, todo el
corazón, porque el Dios de Israel no es como los dioses paganos que no se ponen
celosos. Uno podría adorar a Júpiter y también a Saturno y también a Mercurio
–el patrono de los ladrones-, pero no eran celosos el uno del otro. El Dios de
Israel no soporta los otros amantes. De tal modo que si tú tributas culto al
dinero –por ejemplo- no podrás ser feliz.
Además hemos de amar a Dios ‘como todo el
alma’, es decir con toda la persona, con toda la vida; cada momento de tu vida
ha de ser orientada por la luz que viene de Dios, no de los ídolos. Toda tu
vida ha de estar orientada según la realización del diseño planteado por Dios.
Amar a Dios ‘con todas las fuerzas’, es
decir, amar a Dios con todos tus dones, con todos los regalos que tienes en tus
manos. Estas llamado a poner todos tus dones y regalos –dados previamente por
Dios- a disposición de los hermanos para ser así lo más fiel posible a su
diseño de amor.
Hace una clara alusión a la fe del pueblo
de Israel cuando dice ‘lo amaras con toda tu mente’. Si la adhesión a Dios es
auténtica, sólida, inquebrantable, por lo que no se puede fundar o cimentar en
emociones fugaces que lo hagan depender de cualquier devoción; debe de
involucrarse la mente, la razón, el intelecto; debe de ser el resultado de una
elección consciente, bien pensada. Cuando las cosas son razonables es cuando
uno puede hacer las elecciones y me encomiendo al Señor. La fe auténtica no
tiene nada en común con la credulidad, con las supersticiones, con ciertas
prácticas devocionales. Nuestra fe ha de ser razonable, no racional.
Cuando el Señor complementa este
mandamiento con el segundo: «y al prójimo como a uno mismo» es hacer una
apuesta por el amor, por la vida. Amar significa tomar posición a favor de la
vida. ¿Yo estoy a favor de la vida o ser causa de muerte? Cuando Jesús dice que
uno ame al otro como a uno mismo hay que recordar que Jesús no está hablando a
un discípulo, está hablando a un hebreo (el rabino). El rabino conoce muy bien
la medida máxima del amor que está recogido en el Antiguo Testamento, en el
capítulo 19 del Levítico donde queda escrito «no tomarás venganza, ni guardarás
rencor a los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,
18). El hombre no es el límite del amor,
ya que Jesús dirá «amaos los unos a los otros como yo os he amado». Del
mismo modo de cómo nos ha amado Jesús nosotros hemos de estar prontos para amar
del mismo modo, incluso al enemigo, a aquel que te está haciendo el mal: amar
hasta a aquel que está dispuesto a quitarte la vida.
¿Qué relación hay entre los dos
mandamientos? El amor al hombre. San Pablo en la carta a los romanos nos dice
que todos los preceptos, no cometerás adulterio, no matar, no robar… todos los
mandamientos se resumen en una palabra: ama a tu prójimo como a ti mismo y así
cumples toda la ley. Cuando escribe a los gálatas les dice que toda la ley se
cumple en su plenitud en un solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo.
No se pueden separar estos dos mandamientos porque sólo es manifestación de un
único amor que involucra a Dios y a todos sus hijos. Es el mismo amor de Dios
que atravesándonos a cada uno llega a todos. Dios es el único fundamento del
amor al prójimo porque amamos con su amor. Si eliminamos a Dios es muy difícil
encontrar un fundamento sólido para amar incondicionalmente al hermano, sobre
todo si ese hermano te quiere mal y te hace daño. Si eliminamos a Dios es muy
difícil plantear un fundamento del amor.
El rabino da la razón a Jesús por sus palabras. Recordemos el camino espiritual de este rabino, ya que podría tratarse de nuestra historia. El primer paso que hace, a diferencia de sus colegas rabinos, es que no tiene prejuicios contra Jesús. Se acerca a Jesús porque busca la verdad y por lo tanto tiene un corazón puro. Si alguien cultiva ideas preconcebidas contra el evangelio no podrá ni siquiera lograr este primer paso y quedará lejos del Reino de Dios. El segundo paso es que ha comenzado a comprender la verdad no se contenta y siempre desea saber más y por eso acude a Jesús. Este rabino entiende que las palabras de Jesús son verdaderas, son ciertas. El tercer paso, después de que Jesús le ha dicho el primer mandamiento le da la razón, lo que significa que él ha interiorizado la respuesta de Jesús. Y el último paso que da el rabino es que ha roto con la concepción difusa en Israel de era relación con Dios con los ritos y sacrificios; ha descubierto que se entra en armonía con el Señor cuando se ama. Hasta tal punto que Jesús le dice ‘no estás lejos del reino de Dios’. Si nos acercamos al reino de Dios es preciso dar la bienvenida a esa propuesta de Cristo para crear una nueva sociedad basada en el amor de Dios manifestado en nuestros hermanos.
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