sábado, 2 de noviembre de 2024

Homilía del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, Ciclo b Mc 12, 28b-34

 

Homilía del Domingo XXXI Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mc 12, 28b-34   

            En el evangelio del domingo de la semana pasada se proclamó el texto evangélico de la curación del ciego Bartimeo, el ciego de Jericó, el cual después de recuperar la vista comenzó su nueva vida siguiendo a Jesús.

            Nos encontramos en la semana anterior a la Pascua y la ciudad santa y la explanada del Templo de Jerusalén está repleta de peregrinos. De entre esta multitud algunos conocen a Jesús, otros han oído hablar de él pero lo respetan porque sabe que ha curado a muchos enfermos. De tal modo que Jesús es amado por el pueblo. Pero está latente un serio conflicto con la institución religiosa, los escribas, los rabinos, los fariseos ya que todos estos le consideran un seductor del pueblo, un herético que está enseñando doctrinas contrarias a la tradición. De tal modo que ellos ya habían decidido eliminar a Jesús. El evangelista Marcos nos cuenta cómo transcurrió su última semana en la ciudad santa. Jesús está con los Doce en el Templo y tan pronto como transcurre la noche se va a Betania, de tal modo que a la mañana siguiente retorna al Templo e hizo un gesto muy molesto y potente: Arremetió contra los vendedores y compradores, volcó las mesas de los cambistas, y los echó a todos fuera del Templo y les llama seriamente la atención al decirles que ‘mi casa es una casa de oración y vosotros lo habéis convertido en una cueva de ladrones’. Realmente es un gesto un tanto desconcertante el de Jesús, pero es el modo de manifestar su profunda indignación por la mezcla que allí de daba de la práctica religiosa, del interés religioso, del dinero y de lo económico, lo cual claramente Dios no soporta.  Pero no sólo por todo esto, sino también que el gesto de Jesús tenía un significado mucho más fuerte: Es la condena de la relación comercial con Dios. Los guías espirituales habían enseñado que para obtener gracias y favores de Dios –la fecundidad de los campos, la fertilidad de los animales, la buena salud, la protección contra los infortunios/desgracias…- tenían que ofrecerle algo, ya fueran holocaustos, sacrificios. Y los sacerdotes desempeñaban la función de ser los mediadores. Es decir, que todas las ofrendas las tenían que pasar a través de los sacerdotes, el pueblo no podía hacerlo directamente. Sin embargo Jesús enseñaba que no hay que ofrecer nada a Dios porque el Padre del Cielo concede gratuitamente todos los dones y para todos, incluso a la gente malvada. Los sacerdotes del Templo se dieron cuenta que si Dios es amor gratuito e incondicional su propia profesión sacerdotal ya no tenía razón para seguir existiendo  porque el culto del Templo estaba destinado a desaparecer.

            Es cierto que la relación comercial con Dios es algo que sigue estando presente en nosotros, ya no le ofrecemos holocaustos o sacrificios de animales, pero podemos seguir pensando que para poder obtener sus beneficios es necesario ofrecerle nuestros buenos deseos, nuestras oraciones para obtener, como si de un trueque se tratase, nuestros deseos. Pero el Dios de Jesús de Nazaret es un Dios que se dona a sí mismo y es un amor incondicional. Nosotros podemos hacer las buenas obras porque siguiendo la luz que él nos dona nos volvemos más bellos, más santos, más humanos y menos animales. Nos vamos asemejando más a Jesús. Dios no quiere una relación comercial con nosotros, sólo tenemos que agradecérselo. Este suceso acontecido en el Templo es el desencadenante serio del conflicto con la autoridad religiosa.

            Es más, después de esta escena el evangelista Marcos continúa presentando siete disputas en las que Jesús está involucrado. Los sacerdotes, los escribas, fariseos y ancianos le formulan preguntas capciosas porque le quieren acusar. Recordemos aquella pregunta si sobre si era lícito pagar el tributo al César. A ellos sólo les mueve el odio contra Jesús.

            El evangelio de hoy va enmarcado en este contexto polémico; se trata del quinto de las siete disputas. Pero en este caso es una disputa un tanto diferente a las demás.

            Un maestro de la ley, un rabino que ha asistido a las cuatro disputas anteriores y se ha quedado admirado por la sabiduría de Jesús a la hora de responderlas. Pero este rabino, a diferencia de sus colegas no cultiva el odio hacia Jesús, sino que es sincero y busca sólo la verdad. Desea conocer la opinión de Jesús respecto a una cuestión que era muy debatida entre los propios rabinos: ¿Cuál es el mandamiento primero de todos? Recordemos que la Torá contaba con 613 mandamientos. Se trataba de decidir cuál era el mandamiento del que iba a derivarse todos los demás. No era una cuestión ociosa. Tenemos un primer mandamiento del cual dependen todos los demás, de tal modo que todas las decisiones que tomásemos en nuestra vida iban a estar sometido a ese primer mandamiento. Si tu primer mandamiento es tienes que trabajar, deberás comprometerte, levantarte muy temprano para trabajar, y si fuera necesario tienes que hacer trampa, robar, explotar al más débil…

            ¿Cuál es el primer mandamiento del que dependen todas las decisiones que tomes durante toda tu vida? Durante la época de Jesús sector muy importante de rabinos defendían que el primer mandamiento era el no tener más dioses, sólo Dios, sólo ‘Adonai’, el Señor. De este modo este al ser el primer mandamiento el resto eran derivaciones. Otros rabinos sostenían que el primer mandamiento era ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ ya que este era el gran principio de la Torá.

            El rabino se esperaba que Jesús seleccionase como el primero de los mandamientos uno de los dados a Moisés. Sin embargo le dijo que el precepto del que depende todos los demás preceptos está en la profesión de fe que todos los judíos recitan –incluso hoy- dos veces al día. Está tomado en el capítulo 6 del libro del Deuteronomio (Dt. 6, 4) y que comienza con «Escucha, Israel» «Shemá Israel (del hebreo, שְׁמַע יִשְׂרָאֵל, 'EscuchaIsrael'). Por cinco veces es repetido en el libro del Deuteronomio, escucha a tu único Señor, no escuches a otros dioses, no prestes atención a los ídolos.

Pero escuchar no es nada fácil. Es fácil el oír, el sentir, ya que nuestro aparato auditivo se activa automáticamente ante un sonido o cuando alguno habla. Pero escuchar es otra cosa, significa involucrarse emotivamente con los que están ahí y con los que te hablan. Seguro que es una experiencia que hayas tenido. Hemos visto cómo los judíos en oración que se cubren los ojos con la mano o con un velo. Lo hacen cuando recitan el ‘shemá Israel’, la profesión de fe. ¿Cómo es que cierran los ojos? Porque el israelita no es alguien que ve a su Dios, sino aquel que escucha a su Dios y se tapa los ojos para no distraerse; para poderse concentrar en lo que el Señor le dice. Sino cierras los ojos estarás distraído por modelos de vida que circulan a tu alrededor; si no se crea un silencio interior, sino silencias interiormente tus ideas y creencias no podrás tener las condiciones para poder aceptar la entrada de Señor que te habla y te terminarás cerrando a su palabra. Escuchar significa permitir a alguien que venga a entrar en nuestra vida con sus palabras, con sus sugerencias para convertirnos en lo que escuchamos. Nos convertimos en lo que nos propusimos dejar entrar en nuestro corazón, en nuestra mente. A ‘Adonai’ a ha de ser el único Señor al que tu escuches, no escucharás a otros dioses. Si tu escuchas al dios equivocado, a un ídolo, si le permites entrar dentro de ti, el ídolo de arruina. Si escuchas al dinero, si le dejas entrar en tu mente y en tu corazón sus propuestas te arruinan.

Jesús indica cómo debemos involucrarnos en esta escucha: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser». Amar al Señor con todo el corazón es amarlo con la sede del sentimiento, pero también el corazón es el centro del cual se generan y comienzan todas las opciones y todas las decisiones. El amor del que se habla aquí indica la participación en la vida total con Dios. Lo mismo que pasa con el esposo y la esposa. La esposa entrega toda su vida y ella misma a su esposo, porque sabe que sólo por él será amada y sólo él puede hacerla feliz. Amar a Dios con todo el corazón significa mantenerse siempre en plena armonía/sintonía con los pensamientos divinos, con su diseño divino. Este amor ha de ser total, todo el corazón, porque el Dios de Israel no es como los dioses paganos que no se ponen celosos. Uno podría adorar a Júpiter y también a Saturno y también a Mercurio –el patrono de los ladrones-, pero no eran celosos el uno del otro. El Dios de Israel no soporta los otros amantes. De tal modo que si tú tributas culto al dinero –por ejemplo- no podrás ser feliz.

Además hemos de amar a Dios ‘como todo el alma’, es decir con toda la persona, con toda la vida; cada momento de tu vida ha de ser orientada por la luz que viene de Dios, no de los ídolos. Toda tu vida ha de estar orientada según la realización del diseño planteado por Dios.

Amar a Dios ‘con todas las fuerzas’, es decir, amar a Dios con todos tus dones, con todos los regalos que tienes en tus manos. Estas llamado a poner todos tus dones y regalos –dados previamente por Dios- a disposición de los hermanos para ser así lo más fiel posible a su diseño de amor.

Hace una clara alusión a la fe del pueblo de Israel cuando dice ‘lo amaras con toda tu mente’. Si la adhesión a Dios es auténtica, sólida, inquebrantable, por lo que no se puede fundar o cimentar en emociones fugaces que lo hagan depender de cualquier devoción; debe de involucrarse la mente, la razón, el intelecto; debe de ser el resultado de una elección consciente, bien pensada. Cuando las cosas son razonables es cuando uno puede hacer las elecciones y me encomiendo al Señor. La fe auténtica no tiene nada en común con la credulidad, con las supersticiones, con ciertas prácticas devocionales. Nuestra fe ha de ser razonable, no racional.

Cuando el Señor complementa este mandamiento con el segundo: «y al prójimo como a uno mismo» es hacer una apuesta por el amor, por la vida. Amar significa tomar posición a favor de la vida. ¿Yo estoy a favor de la vida o ser causa de muerte? Cuando Jesús dice que uno ame al otro como a uno mismo hay que recordar que Jesús no está hablando a un discípulo, está hablando a un hebreo (el rabino). El rabino conoce muy bien la medida máxima del amor que está recogido en el Antiguo Testamento, en el capítulo 19 del Levítico donde queda escrito «no tomarás venganza, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19, 18). El hombre no es el límite del amor,  ya que Jesús dirá «amaos los unos a los otros como yo os he amado». Del mismo modo de cómo nos ha amado Jesús nosotros hemos de estar prontos para amar del mismo modo, incluso al enemigo, a aquel que te está haciendo el mal: amar hasta a aquel que está dispuesto a quitarte la vida.

¿Qué relación hay entre los dos mandamientos? El amor al hombre. San Pablo en la carta a los romanos nos dice que todos los preceptos, no cometerás adulterio, no matar, no robar… todos los mandamientos se resumen en una palabra: ama a tu prójimo como a ti mismo y así cumples toda la ley. Cuando escribe a los gálatas les dice que toda la ley se cumple en su plenitud en un solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo. No se pueden separar estos dos mandamientos porque sólo es manifestación de un único amor que involucra a Dios y a todos sus hijos. Es el mismo amor de Dios que atravesándonos a cada uno llega a todos. Dios es el único fundamento del amor al prójimo porque amamos con su amor. Si eliminamos a Dios es muy difícil encontrar un fundamento sólido para amar incondicionalmente al hermano, sobre todo si ese hermano te quiere mal y te hace daño. Si eliminamos a Dios es muy difícil plantear un fundamento del amor.

El rabino da la razón a Jesús por sus palabras. Recordemos el camino espiritual de este rabino, ya que podría tratarse de nuestra historia. El primer paso que hace, a diferencia de sus colegas rabinos, es que no tiene prejuicios contra Jesús. Se acerca a Jesús porque busca la verdad y por lo tanto tiene un corazón puro. Si alguien cultiva ideas preconcebidas contra el evangelio no podrá ni siquiera lograr este primer paso y quedará lejos del Reino de Dios. El segundo paso es que ha comenzado a comprender la verdad no se contenta y siempre desea saber más y por eso acude a Jesús. Este rabino entiende que las palabras de Jesús son verdaderas, son ciertas. El tercer paso, después de que Jesús le ha dicho el primer mandamiento le da la razón, lo que significa que él ha interiorizado la respuesta de Jesús. Y el último paso que da el rabino es que ha roto con la concepción difusa en Israel de era relación con Dios con los ritos y sacrificios; ha descubierto que se entra en armonía con el Señor cuando se ama. Hasta tal punto que Jesús le dice ‘no estás lejos del reino de Dios’. Si nos acercamos al reino de Dios es preciso dar la bienvenida a esa propuesta de Cristo para crear una nueva sociedad basada en el amor de Dios manifestado en nuestros hermanos.

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