lunes, 24 de abril de 2023

Homilía del Tercer Domingo del Tiempo Pascual, Ciclo A

 


Homilía del Tercer Domingo del Tiempo Pascual, Ciclo A

 

                El evangelista San Lucas [Lc 24, 13-35] nos ofrece uno de los textos más bellos de su evangelio. El autor de este texto es Lucas, un médico de Antioquía de Siria que se había convertido a Cristo diez años después de la Pascua y que fue a establecerse en Filipo, una ciudad importante y rica de Macedonia. Y allí, en Filipo surgió una comunidad cristiana muy viva, al cual Pablo les tenía gran aprecio; de tal modo que San Pablo no reprocha nada a la comunidad de los Filipenses, mientras que a veces fue muy duro con los corintios. De tal modo que Pablo aceptaba sólo la ayuda de la comunidad de los filipenses. No aceptaba de ninguna otra porque temía que le pudieran reprochar cualquier cosa. Allí en Filipo había una apasionante biblioteca, de la cual disfrutó Lucas, el cual era un apasionado lector de los libros clásicos.

            ¿Cuál era la situación de la comunidad cristiana de Filipo? Estamos en los años 80-90 d.C. y para las comunidades cristianas era un momento de crisis. Era el tiempo de Domiciano, el cual el autor del Apocalipsis le llama ‘la bestia’. Y los cristianos eran marginados, discriminados y la gente se reían y burlaban de los cristianos diciéndoles que todos aquellos que ellos conocían y que habían muerto no habían regresado a la vida. Es un momento difícil y muchos cristianos abandonan la comunidad para regresar a sus vidas paganas. No sólo era un momento de crisis externa -por la política impuesta por Domiciano y por la hostilidad de los paganos-, sino que también era una crisis de fe interna de los cristianos.

            Sólo han pasado 60 años de la Pascua, estamos en la tercera generación de cristianos y el primitivo fervor ha ido desvaneciéndose. Es un momento de cansancio y empiezan a surgir las dudas: ¿Será cierto que Jesús ha resucitado? Y los discípulos que habían conocido a Jesús de Nazaret, los que lo vieron, lo oyeron, lo siguieron, que comieron con él eran personas fiables, con testimonios creíbles, gente leal, y ellos no tenían ningún interés en decir mentiras. Por lo tanto, sería normal seguir creyendo en aquellos testimonios de aquellas personas. Pero esto no les basta, porque la fe es un enamorarse. No basta creer lo que me han transmitido, aunque sea de personas muy leales y fieles, sino que deben experimentar una atracción por Jesús de Nazaret y de esta atracción surge el unirte a Él, el vincular tu vida a la suya. Los otros evangelistas habían conocido, de un modo u otro a Jesús de Nazaret, pero Lucas no lo había conocido. Lucas sólo había oído hablar de Jesús, exactamente como nosotros. Lucas escuchando el testimonio que recibió de Jesús se enamoró de Él, tal y como a nosotros nos ha sucedido o nos debería de suceder.

            El encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús hay que leerlo como una parábola del camino espiritual que Lucas hizo. Nos habla de dos discípulos de la comunidad, los cuales habían estado convencidos en la causa del Evangelio. Uno de ellos se llama Cleofás. Era un nombre muy común. Era la abreviatura de Cleopatra, pero en masculino, que significa ‘padre ilustre’. Pero Lucas no nos dice el nombre del otro discípulo. No tiene nombre porque es la invitación que Lucas nos hace para que nos identifiquemos cada uno de nosotros con ese discípulo sin nombre. Lucas está hablando de tu historia, en la cual estás tentado de abandonar la comunidad por esa crisis que te puede ir arrastrando. Y si quieres abrir los ojos y descubrir al resucitado basta que tú camines al lado de Cleofás para descubrirle.

            Estos dos discípulos han abandonado la comunidad porque están atravesando un momento de crisis, de decepción ya que todas sus expectativas se han difuminado. Y ellos piensan que es el momento de guardar todos aquellos sueños y regresar a la vida anterior. Esto era lo que pasaba en la comunidad de Filipo y del Asia Menor, se registraban muchos abandonos.

            Nos cuenta el evangelista que iban hacia el pueblo de Emaús. Es una localización bastante incierta, porque Lucas habla de una distancia de 60 estadios, unos 11 kilómetros de Jerusalén, pero la Emaús del tiempo de Jesús se ubicaba a 32 kilómetros de Jerusalén.

            Estos dos discípulos, en medio de esa profunda crisis, creían que caminaban solos, pero no era así. Hay alguien que les está acompañando, pero ellos no se dan cuenta.

            Dicen que estos dos discípulos ‘conversaban y discutían’. Pero entre ellos no discutían ni estaban discrepando de nada, porque ellos estaban de acuerdo entre ellos y, de hecho, iban caminando juntos. Ellos se sentían como aquel enamorado, cuya historia de amor había llegado a su fin. Y es como si estuvieran revisando aquella historia de amor. Y los dos sufren. Ellos estaban enamorados de Jesús y buscan las razones del fracaso: tal vez Jesús fuera muy radical, tal vez Jesús tenia que haber sido más prudente y menos provocador… Cada uno desahoga su amargura echando la culpa al otro.

            Y el resucitado se acerca a ellos en este camino. Y sus ojos no le reconocen, pero el resucitado siempre ha estado a su lado, lo que pasa es que ellos no se han percatado de ello. El resucitado siempre está a nuestro lado. No se trata de un milagro de aparecer y desaparecer, de estar presente y luego ausente. Él siempre está presente ya que camina con su Iglesia.

            Estos dos discípulos estaban sufriendo porque creían que esa historia de amor del Maestro había finalizado. Nosotros iríamos tras ellos dándoles argumentos para decirles que están equivocados. Jesús no actúa así. Estos dos necesitan en primer lugar desahogar su dolor para conocer la razón de su amargura. De hecho, Jesús los anima a hablar, a desahogarse. Jesús quiere escuchar de sus labios las ‘flechas que se lanzan el uno al otro’ para desahogarse. Ellos se paran y Cleofás le responde de un modo poco cortés y muy rudo. Ellos han estado cerca del Maestro, pero les falta la fe en la resurrección, porque sin la resurrección todo lo hecho acaba en la muerte y en el sin sentido.

Ellos estaban en una serie de errores: seguían esperando el Mesías triunfador que liberara a Israel. Ellos seguían atacados en sus convicciones tradicionales. Ellos solo querían al Mesías glorioso y poderoso, por eso vieron todos sus proyectos e ilusiones derrotadas. Los designios de Dios son diferentes a los designios humanos.

El segundo error es el no creer a las mujeres, las cuales habían descubierto que el mundo anterior del poder, había caducado y que había ocurrido algo extraordinario. Ellas se habían dado cuenta de la riqueza de la novedad en la vida cristiana, ya todo era nuevo, nuevas formas de hablar de Dios para encauzar la vida de la fe. Pero ellos, estos dos, seguían esperando al Mesías glorioso y el resto de las cosas no les interesaba.

Ante esto, Jesús progresivamente abre la mente y el corazón a estos dos discípulos de Emaús. Jesús ya les había dado la oportunidad de desahogar sus corazones, y ellos lo habían aprovechado. Ahora Jesús le va a poner frente a sus errores que han realizado. Y Jesús emplea dos palabras duras porque las necesitan para que ellos se espabilen. Les dice que son personas sin cabeza y duros de corazón para creer todo lo que habían anunciado los profetas. Jesús les está diciendo el por qué ellos están en el error. Están en el error porque habían olvidado las Escrituras. Al olvidar las Escrituras no habían entendido la vida de Jesús. Estos dos discípulos, en vez de refrescar y sumergirse en las Escrituras, se habían dedicado a enfrascarse y cultivar sus propios sueños y expectativas, los cuales no eran precisamente de los que hablaba la Escritura. De hecho, Jesús les ayuda a entender y por eso «empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él todas las Escrituras». Es decir, le hizo hermenéutica de la Palabra. Todos los hechos que le sucedieron a Jesús de Nazaret a los ojos humanos son del todo injustos, absurdos. Pero si estos hechos los leemos a la luz de la Palabra de Dios cambia totalmente el significado. La Escritura nos muestra cómo este gran crimen cometido por los hombres se convierte en la obra maestra del amor de Dios.

Los dos discípulos de Emaús estaban en esta situación porque no se habían dejado iluminar por la Escritura. Tantos momentos de nuestra vida, ya sean alegres o regados con las lágrimas del dolor, sin la iluminación de la Palabra de Dios nos puede conducir al abatimiento o a la desesperación, tal y como les pasó a los dos de Emaús.

Pero para entender la Escritura es necesario que alguno la explique como lo hizo Jesús con los discípulos de Emaús. Jesús lo explica, no con la frialdad de una lección, sino con palabras conmovedoras.

Y es ahora cuando los dos discípulos se les abre los ojos y ven al resucitado. ¿Cómo llegaron los dos discípulos a abrir los ojos y darse cuenta que el resucitado había estado siempre su lado? [cfr. v. 31] Ellos antes no habían sido capaces de reconocerlo. Lucas está haciendo una catequesis tanto a los cristianos de su comunidad como a nosotros. Lucas y todos nosotros no hemos conocido a Jesús de Nazaret. No lo hemos visto, no lo hemos tocado como lo habían hecho los apóstoles, pero tal y como ellos dos han podido reconocer al resucitado nosotros también podemos reconocerlo.

Y dice la Palabra que le reconocieron en la fracción del pan. La fracción del pan era la expresión técnica usada en la comunidad primitiva para referirse a la Eucaristía. Era por la tarde cuando hacían la fracción del pan. Dice la Palabra que «es tarde y está anocheciendo» [cfr. v. 29] cuando sentado Jesús a la mesa con estos dos discípulos «tomó el pan, lo bendijo y se lo dio». Está describiendo las comunidades en tiempo de Lucas. Era por la tarde cuando las comunidades cristianas se reunían en el Día del Señor. Era por la noche, al término de una fatigosa semana de labor, donde la comunidad se reunía para la fracción del pan. La celebración se iniciaba con la escucha de la Palabra de Dios y la explicación de la Escritura y con la homilía, tal y como lo hizo aquel misterioso caminante que acompañaba a estos dos de Emaús. Y se hace esa explicación para que, del mismo modo que les ocurrió a los de Emaús, también arda nuestro corazón mientras nos hablan de las Escritura durante el camino de esta semana concluida. Lucas nos dice que sólo se pueden abrir los ojos si primero se ha abierto el corazón. Es necesario que primero se caliente nuestro corazón [cfr. v. 32].

El resucitado se sentó con ellos a la mesa, «tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando», y es entonces cuando se les abrió los ojos y le reconocieron. Le reconocieron en la fracción del pan, porque el resucitado nos está hablando de sí mismo. Cómo Él nos presenta toda su vida de amor. En la Última Cena llegó un momento en que tomó el pan y dijo a sus discípulos, después de partirlo, «este es mi cuerpo», ‘este soy yo’. Quiso decir, ‘¿quieres saber quién soy yo y lo que ha sido toda mi vida?’. Yo soy pan, toda mi vida ha sido dada como se da el pan. Jesús no se ahorró una fracción de su tiempo, de sus energías o de sus capacidades. Todo fue donado por amor. Y es tanto como si Jesús nos dijera ‘aquí, en este pan está presentada toda mi historia, toda mi vida y yo te invito a tomad y comed todos de él’. Tomar y comer de ese pan significa que, si quieres una unión esponsal con mi vida, si quieres unir tu vida a la mía, asimila ese pan y lo que conlleva en si mismo. Es entonces cuando descubriremos que la vida donada no es destruida por la muerte y que una vida donada no se pierde. Claro, pero para poder entender esto uno previamente ha de estar iluminado por la Escritura, porque de otro modo uno puede pensar que todo esto es una simple ilusión.

Luego nos cuenta la Escritura que se hizo invisible a sus ojos: «pero Jesús desapareció de su lado» [cfr. v. 31]. Pero la traducción no es correcta, no desapareció. Jesús siempre permanece con los discípulos, pero no se ve, se hace invisible, pero sí está presente. Lucas nos cuenta que en la Eucaristía podemos reconocerlo. Cuando uno abre los ojos tiene la necesidad de manifestar a los hermanos la experiencia de la que uno ha podido disfrutar. De hecho, estos dos discípulos de Emaús «se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén» para decirles a los hermanos que han visto al resucitado.


sábado, 15 de abril de 2023

Homilía del Segundo Domingo del Tiempo Pascual, ciclo a

 


Homilía del Segundo Domingo del Tiempo Pascual, Ciclo A

 

            El evangelista San Juan nos cuenta lo que sucedió el día de Pascua por la tarde [Jn 20, 19-31]. Los discípulos estaban en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Habla de los discípulos, pero no de los apóstoles. Esto lo plantea el evangelista san Juan para indicar a todos aquellos que, a pesar de la fragilidad, de la adversidad, de la perplejidad han dado su adhesión al Maestro. El evangelista san Juan quiere que en estos discípulos temerosos y cerrados en casa nos reconozcamos hoy a cada uno de nosotros con todos nuestros miedos.

            Pero ¿quiénes eran los que querían asustar a esta pequeña comunidad? Para el evangelista san Juan los judíos no eran los israelitas ni los habitantes de Judea. Nos indican a todos aquellos que, en cualquier momento de la historia, en cualquier tiempo y lugar se oponen a Jesús y a su evangelio: Ellos representan a los que prefieren las tinieblas a la luz, prefieren la mentira a la verdad, el odio al amor.

            Esta comunidad pequeña tiene miedo porque se tiene que confrontar, tiene que hacer frente a un mundo que es hostil. Debe de proponer una sociedad alternativa y fraterna en medio de un imperio que se sostiene con la esclavitud. Y en este contexto debe de anunciar el amor incondicional de un Dios que es padre de todos en un mundo que es pagano y repleto de ídolos. Debe de denunciar el uso de la espada en un mundo donde prevalece la ley del más fuerte. Esta pequeña comunidad debe de proponer una sociedad alternativa y tiene miedo.

            Esta pequeña comunidad encerrada en el cenáculo es la imagen de la Iglesia que teme la confrontación con el mundo, en el cual la gente vive de un modo muy diferente a ellos. Y cuando la Iglesia tiene miedo, ¿qué es lo que hace? Precisamente hace lo que hizo esta pequeña comunidad, encerrarse en casa por miedo: se aísla, se repliega sobre sí misma. Y el miedo es un pésimo consejero porque se vuelven agresivos, intolerantes y fanáticos. Cuando uno se encierra no se dialoga, no se propone las propias convicciones, ni las propias creencias, sino que se intentan imponer y hacerlas cumplir. La Iglesia cuando se ha cerrado en sí misma ha generado grandes problemas: como contra la teoría de la evolución, contra la teoría de Galileo, contra las teorías de la ciencia, ha tenido miedo de la democracia, de la libertad de conciencia, del papel de la mujer en la iglesia, de la libertad religiosa. Incluso ha tenido miedo del propio estudio bíblico, de los descubrimientos arqueológicos y del estudio de las lenguas orientales. Cuando la iglesia se ha replegado sobre si misma por el miedo se ha hecho a sí misma mucho daño. Y se necesitó un concilio para barrer estos miedos. Los miedos se pueden justificar, pero se han de vencer en una sociedad que cada vez está menos dispuesta a aceptar el mensaje del Evangelio.

Esta pequeña comunidad está paralizada por el miedo ante la sociedad y Jesús está en medio de ellos, y les dice «Paz a vosotros». El evento que cambia todo es el encuentro con el resucitado. El apretón de fuerza que experimentan los discípulos es que no están solos, ya que Cristo está con ellos. Y Él está en medio con su comunidad. El evangelista san Juan no está constando en sí una aparición de Jesús, el cual era invisible y se convierte en visible. El evangelista san Juan no habla de apariciones de Jesús. El evangelista nos dice que está en medio de la comunidad, nos habla de un modo nuevo de estar presente Jesús en medio de sus discípulos. Cuando Jesús estaba limitado por los límites espacio- temporales, los límites de la propia condición humana, cuando él estaba en Jerusalén no podía estar con su Madre en Nazaret. Hoy el resucitado no tiene ya estos límites. Él siempre está en medio de su comunidad; Él siempre está con sus discípulos en cualquier lugar del mundo y en todas las partes.

Jesús muestra sus manos y el costado para decirles que es Él mismo: que el crucificado es el resucitado; es la misma persona. La mano indica la acción, las obras que hace. Con las manos uno puede acariciar o pegarte, dar la vida o quitarla. De tal manera que cuando vayamos a la casa del Padre las obras que hayamos hecho o lo que hayamos omitido hablarán de cómo hemos sido fieles o infieles al Maestro. Recordemos aquellas palabras de Jesús: «Bienaventurados vosotros, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero y me hospedasteis; estuve desnudo y me vestisteis». Jesús vino a este mundo para enseñarnos las manos de Dios y hacernos ver las manos del Hijo de Dios; y este modo de proceder ha de ser la de todos aquellos que somos los hijos de Dios. En el Antiguo Testamento Dios hace obras maravillosas a favor del hombre. Pero también se nos habla de las manos de Dios cuando golpean, como por ejemplo en el libro del Éxodo cuando Dios extiende las manos sobre Egipto y vinieron las plagas. El capítulo 15 del libro del Éxodo, cuando se entona aquello de ‘precipitó en el mar, caballo y caballero’, se nos dice «tu diestra, Señor, tritura al enemigo» [v. 6]. Y también en el libro de los Macabeos, el séptimo de los hermanos, antes de morir le dice al verdugo que no escapará de las manos de Dios. Ya en el Nuevo Testamento, en la carta a los Hebreos se dice que da miedo caer en las manos del Dios vivo [cfr. Hb 10,31]: «Es terrible caer en manos del Dios vivo». El autor habla de aquellos que han hecho acciones de muerte y así los condena de un modo dramático, usando el lenguaje de los rabinos, un lenguaje que usaban con un claro tinte atemorizador. En las manos de Jesús vemos la revelación definitiva de las manos de Dios: da la vista al ciego, acaricia a los leprosos a los que nadie les tocaba, da de comer a los hambrientos, parte su pan con los discípulos, da la mano al paralitico y vuelve a moverse… Son manos que siempre están al servicio de la vida. Jesús mostrando sus manos a los discípulos les está mostrando su propuesta de vida a cada uno de nosotros. Son manos que están heridas, que tienen el agujero de los clavos, por todos aquellos que apuestan por la violencia, por el tomar en vez del dar. Los que no quisieron el mundo nuevo del amor fueron los que clavan las manos porque se oponen a la propuesta del Maestro.

Jesús después de mostrar las manos nos muestra el costado. Del costado del cual salió sangre y agua. La sangre y el agua indica la vida en la Biblia. Del costado sale la fuerza y el espíritu para mover nuestras manos por amor.

Y de la propuesta de Jesús surge la alegría: «Se llenaron de alegría al ver al Señor». Cuando uno acoge esta propuesta de Jesucristo surge la alegría porque todos nosotros estamos ‘programados’ para vivir como Él vivió: sólo así estamos en armonía con nuestra propia identidad. La tristeza viene en cambio de pensar que el regalo de la vida es un fracaso. La alegría surge al descubrir que el amor que hagamos con nuestras manos jamás será borrado.

Ante esto, Jesús entrega una misión a los discípulos. Estando Jesús con ellos los discípulos se sintieron seguros. El resucitado les envía al mundo. Ante esto ¿cuáles son las razones que podemos tener para ser reacios a responder a la misión que él nos encomienda? La gente sólo piensa en sí y en su propio provecho. Si en el mundo reinase la paz y la fraternidad el Señor no te habría enviado. El Señor nos envía a este mundo necesitado del Evangelio y nosotros también debemos amarlo. Nos asusta el poder del mal porque el demonio dirige los poderes mundanos. Ante esto ¿cómo nos asiste el Señor?: «Sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”». Sopló sobre ellos: el verbo griego ‘ενεφυσησεν’, significa que sopló sobre ellos el Espíritu Santo y les pasa su misma vida divina. Es un acto de creación, y esto ocurre dos veces, una de ellas cuando crea al hombre y sopló sobre él el aliento divino y la segunda vez lo narra el profeta Ezequiel cuando se trata de esos huesos secos en aquel valle que cuando reciben el soplo divino del Espíritu tornan a la vida. El soplo del Espíritu en los discípulos es un acto creativo. Crea a hijos de Dios animados con la misma vida del Hijo de Dios. De este modo, junto a nuestra fuerza material contamos con una fuerza divina, frente a la cual ninguna fuerza del mal lo podrá sofocar.

Cuando dice el Señor que «a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos», ha sido interpretado por el concilio de Trento como el momento en que Cristo instituyó el sacramento de la reconciliación. Tengamos en cuenta que el Resucitado no se dirige a los apóstoles, se dirige a todos los discípulos. Es una clara invitación a que cada uno abandone el pecado y perdone el pecado ocasionado por el otro. Y esto es una consecuencia directa de ser libre, de no ser esclavos del pecado, para ser introducido en el camino de la vida. Si consigues abandonar al pecado, habrás recuperado a tu hermano. Pero si a causa de tu vida poco evangélica sigues viviendo en tu condición de pecador, la responsabilidad será tuya.

Nos cuenta la Palabra que Tomás no estaba con ellos: «Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús». Nos cuenta el evangelista san Marcos [Mc 16, 9-15], al final de su evangelio que a los Once «les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón». El evangelista San Lucas [Lc 24, 35-48] les dice a los Once que «¿por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón?» e incluso el evangelista Mateo nos dice que cuando Jesús se les apareció a los Once en el monte de Galilea algunos todavía dudaban [cfr. Mt 28, 16-17]. O sea que no fue sólo el pobre Tomás el que dudó, sino que dudaron todos.

Sin embargo, el evangelista San Juan parece que quiere concentrar todas las dudas en una única persona, en Tomás. El evangelista San Juan escribe su evangelio en torno al año 95 d.C. y Tomás ya está muerto. Y San Juan quiere responder a los interrogantes y objeciones que vivían los cristianos de su comunidad. Son cristianos de la tercera generación, entonces ninguno de ellos había conocido a la persona física de Jesús de Nazaret y además ellos estaban viviendo en una situación difícil y compleja. Entonces ¿cuáles son las razones por las que puede convencer de que el Señor ha resucitado? El evangelista San Juan les quiere responder tanto a ellos como a nosotros que nos ha tocado vivir en esta época de la historia. Elige a Tomás como el símbolo de la dificultad que todo discípulo encuentra que Jesús, que ha dado su vida por amor, está vivo. El evangelista insiste en llamar a Tomas ‘el Mellizo’, el mellizo ¿de quién? Es el mellizo de cada uno de nosotros que nos invita a reconocer que nuestras dudas fueron también las suyas y se nos invita a recorrer el camino de la fe para llegar a creer que el crucificado está resucitado, llegando a proclamar «¡Señor mío y Dios mío!». Tomás no estaba con ellos cuando vino Jesús. La pregunta es ¿por qué Tomás no estaba con ellos? ¿por qué en ese momento Tomás no estaba en la comunidad? ¿por qué Tomás se alejó de la comunidad? Tomás representa a este hermano, a ese bautizado que deja, que abandona a la comunidad. Tomás no es el Mellizo del que abandona a la comunidad y luego va maldiciéndola o aborreciéndola o repudiándola porque se siente superior y desprecia a los otros hermanos. Tomás tampoco es el mellizo de aquel que abraza a otra religión y abandona a la comunidad cristiana. Tomás tampoco es el mellizo de aquel que abandona la comunidad cristiana y se va por su cuenta a andar por las calles del mundo.

Tomás ha mantenido el vínculo con los Once, con aquellos que ha mantenido una vocación y ha compartido una elección y ha seguido al Maestro durante estos ocho días, de tal modo que Tomás, después de estos ocho días, él está de nuevo de vuelta con la comunidad. Si por alguna razón se alejó, él regresó a la comunidad. Tomás es el ‘Mellizo’ de cualquier hermano que se amargó por algo que pasó y se aleja de la comunidad. Se aleja momentáneamente.  Tal vez porque no entiende lo que sucede o ciertas decisiones que él no comparte y le han podido molestar. Tomás es el ‘Mellizo’ de aquellos que han creído en el mundo nuevo y entregaron su alma por ese sueño del Maestro. Pero tal vez se alejaron por un mal entendido, por una decisión no compartida, por un encendido enfado con alguien, por alguna amargura, por alguna desilusión. Alguien se aleja por causa de los escándalos de los propios discípulos. Escándalos que tienen consecuencias devastadoras. Con la persona de Tomás se descubren los límites que existen en la comunidad: los malos entendidos, las discusiones, las decisiones desafortunadas, los escándalos cometidos, la estructura eclesial rígida, el afán de algunos pastores de escalar puestos eclesiales, el interés de enriquecerse por parte de algunos… Pero, ahora bien, se salen momentáneamente de la comunidad pero sufriendo, sino sufren no son ‘mellizos’ de Tomás, no se parecen a Tomás. Sufren porque creyeron en la causa de Jesús de Nazaret.

¿Qué hacen los otros Diez cuando encuentran a Tomás? Ellos le dijeron: «Hemos visto al Señor». Pero el significado del verbo en sí no es ese, sino ‘que no dejaban de hablar de ello entre ellos’. Tomás es el Mellizo de todos aquellos que les gustaría tener pruebas tangibles y visibles del resucitado. Es mellizo de aquel que aún no ha visto al Señor y está llamado a la fe por medio del testimonio que le dan los hermanos. Tú puedes encontrarte con Dios en la oración personal y en el silencio de la meditación, pero sólo puedes encontrar al resucitado en medio de la comunidad reunida en el día del Señor. Este es el mensaje del evangelista San Juan: si quieres encontrarte con el resucitado has de tener la experiencia de Tomás, quedarte en la comunidad, volver a la comunidad que se reúne en el día del Señor.

Y a continuación nos cuenta la experiencia pascual de Tomás. Ocho días después es cuando otra vez la comunidad estaba congregada para la fracción del pan, ocho días después de la pascua del resucitado. El Señor se hace presente, nos entrega su paz y se dirige hacia Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado (donde la lanza me atravesó)». El evento del calvario es un acontecimiento trágico que nos gustaría olvidarlo, arrinconar ese recuerdo trágico. Sin embargo, el resucitado quiere que siempre tengamos presente este momento de los clavos atravesándole las manos y la lanza clavada en su costado para recordarnos que ahí ha mostrado Dios todo su amor. El Resucitado quiere que tengamos presente sus manos y su costado porque Él quiere que nosotros mostremos al mundo, a través de nuestra vida y de nuestra palabra, esta propuesta de vida donada por amor.

¿Dónde podemos ver y tocar al Resucitado? En la Eucaristía. Si comprendiéramos el significado de la Eucaristía veríamos en ese pan a Jesús con toda su historia y el significado de vida donada por amor. Por eso es fundamental ver esas manos y ese costado atravesado para acoger en nosotros esta propuesta de vida donada por amor.

A lo que Tomás le responde: «¡Señor mío y Dios mío!». Al inicio del evangelio de san Juan nos dice que nadie ha visto a Dios, «a Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer» [Jn 1, 18]; es decir, en el rostro de Jesús de Nazaret está la belleza del rostro de Dios. Tomás es el primero que ha reconocido en el rostro de Jesús de Nazaret la revelación encarnada del rostro de Dios. Ninguno antes de Tomás había proclamado que ‘Jesús es Dios’.

Recordemos que estamos en los años donde Roma era un imperio y gobernaba como emperador Domiciano, el cual había llenado el imperio con su estatua y que construyó templos en su honor y exige ser adorado como un dios. He hecho, estableció que toda circular emitida a su nombre debía comenzar con estas palabras: «Domiciano nuestro Señor y nuestro Dios ordena que…». ¿Qué dice el evangelista Juan a los cristianos de su comunidad con la respuesta que da Tomás a Jesús? San Juan quiere decirnos que el verdadero discípulo no reconoce a cualquier hombre como Dios. Reconoce como único Dios el que mostró la belleza del rostro de Dios, es decir, Jesús de Nazaret.

La respuesta que le da el Señor a Tomas es una bienaventuranza: «Bienaventurados los que crean sin haber visto». Creer no significa unirse a un paquete de verdades, sino que es elegir dar tu vida por Cristo. Ver esas manos y ese costado atravesado significa amar como Él me ha amado.

Y con estas palabras San Juan concluye su evangelio: «Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de sus discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre». Escuchando estas palabras de san Juan nos explica el propósito de su escrito: desea presentar algunos de los signos de amor que el Señor ha tenido con nosotros, sobre todo el regalo de la vida eterna, para que seamos conscientes de cuánto nos ha amado Jesús de Nazaret y para que a través de esta palabra nos ayude a creer.

Les deseo a todos una feliz pascua de resurrección del Señor.


sábado, 8 de abril de 2023

Homilía del Domingo de Pascua, ciclo a

 


Homilía del Domingo de Pascua, Ciclo A

 

            Felices Pascuas. El pasaje evangélico se inicia con una indicación temporal: al amanecer del primer día de la semana [Mt 28, 1-10] . Hoy sabemos que era el domingo día 9 de abril del año 30. Los cristianos a ese día le han llamado el octavo día. De hecho, los antiguos baptisterios eran octagonales. Este número, el ocho, se ha convertido en sagrado para los cristianos porque indicaba la Pascua. Las pilas bautismales eran octogonales porque los que iban a ser bautizados eran conscientes de que iban a entrar en un día que no iba a finalizar jamás, a una vida que no muere.

            En la mañana de Pascua hay dos mujeres que se mueven cuando todavía reina la oscuridad de la noche: son María de Mágdala, y luego la otra María que será la que cita el evangelista Mateo en el momento de la sepultura de Jesús, era la madre de Santiago y José. ¿Qué van a hacer estas dos Marías al sepulcro? Es el cariño hacia el Maestro el que las impulsa a visitar el lugar de la sepultura. Era la costumbre que durante tres días el ir a visitar a la tumba. Pero el verbo que usa un verbo griego que significa ‘van a contemplar’, ‘para reflexionar’, no es simplemente una mirada de paso. Van a pensar, va a vivir el luto, van a hablar, a desahogarse. El evangelista quiere darnos a entender cómo estas dos mujeres se están desahogando y llorando porque han creído que el dinero, la mentira y los intereses mundanos han podido enterrar a un hombre justo; y creen que en el mundo nuevo, donde ellas habían puesto su esperanza, ha fallado. Ellas van a la tumba para contemplar la victoria de la muerte. Estas dos Marías representan a todas las personas que todavía no han recibido la luz de la Pascua. Ellas van a contemplar el destino del hombre que concluye en una tumba.   

            Ahora contemplamos cuando estas dos mujeres llegan al sepulcro. Mateo dice, de modo diferente. Los otros evangelistas dicen que cuando llegaron al sepulcro ya se habían encontrado retirada la piedra de la boca del sepulcro; en cambio el evangelista Mateo nos dice que las dos mujeres han asistido a un nuevo espectáculo excelente. No estamos ante un informe periodístico ni policial de lo acontecido allí. Mateo quiere presentar lo que aconteció en la Pascua, la mayor intervención de Dios en la historia cuando la muerte estaba definitivamente derrotada. Y para presentar esta verdad -de la muerte totalmente derrotada- el evangelista utiliza el lenguaje y las imágenes que todos conocen, porque son imágenes bíblicas.

            La primera de estas imágenes bíblicas (para expresar lo acontecido en la Pascua) fue el terremoto: Nos dice que hubo un gran temblor, un gran terremoto [v. 2].  El terremoto es la expresión de la fuerza de la naturaleza. El terremoto, es una imagen de la Biblia, para indicar la intervención de Dios: Por ejemplo, cuando Dios baja del Monte Sinaí para hablar con Moisés, el libro del Éxodo nos dice que todo el monte, toda la montaña tembló [Ex 19]. Es precisamente desde lo más profundo de la tierra de donde procede ese terremoto porque Jesús bajó a los infiernos y abrió las puertas del cielo a aquellos que viviendo como justos estaban retenidos por la muerte. Ese terremoto nos remite también a otro terremoto, esta vez recogido en el libro de los Hechos de los Apóstoles cuando estando Pablo y Silas en la cárcel [Hch. 16, 26], mientras oraban entonando himnos a Dios se produjo un gran terremoto que sacudió los cimientos de la cárcel y se abrieron todas las puertas y a todos los presos se les soltaron las cadenas. Éste terremoto del que nos habla hoy el evangelista es como si se tratara de los dolores de parto de una mujer a punto de dar a luz una vida que no tendrá jamás un final. Es la vida que Dios Padre entrega a todos aquellos que acepten y hayan aceptado su vida manifestada en Cristo Jesús.

            La segunda imagen bíblica es el ángel del Señor. Esta imagen aparece mucho en la Biblia, pero no indica el ángel como nosotros nos lo imaginamos. Esta expresión indica al Señor mismo y nos indica lo que el mismo Señor hizo en el día de la Pascua. Por ejemplo, cuando en el episodio de la zarza ardiente con Moisés la Palabra dice «y allí se le apareció un ángel del Señor» [Ex 3, 2] nos está diciendo que es Señor mismo el que está ahí aparecido. ¿Y qué cosa hace el Señor? Desciende del cielo, rueda la piedra y abre la boca del sepulcro y en ese momento es cuando se representa el momento en el que Jesús sale del sepulcro. Pero esta imagen de imaginarnos a Jesús saliendo del sepulcro es un influjo del evangelio apócrifo de san Pedro, por el que nos imaginamos a un Jesús fuerte con la imagen de la cruz triunfante en su mano, tal y como lo han recogido la iconografía cristiana. Sin embargo, Jesús no había retornado a esta vida cuando estaba ya rodada la piedra. Jesús mismo resucitó en el momento en que, en la cruz, dando ese fuerte grito entregó su espíritu. Jesús resucitó en ese mismo momento, en el momento del último respiro. En ese mismo momento Jesús entró en el mundo de los muertos -lo que proclamamos cuando decimos que descendió a los infiernos-, y liberó a todos introduciéndolos en la casa de su Padre.

            Los hombres habían puesto una piedra en la boca del sepulcro para dejar bien claro el signo definitivo de la victoria de la muerte. Además, esa piedra estaba sellada para dejar claro que esa piedra no iba a ser movida. Sin embargo, el ángel se sienta victorioso en la piedra, el triunfador sobre la muerte. La piedra había sido sellada y estaban colocados un piquete de soldados [Mt 27, 65-66] para asegurarse dejaron allí a una guardia de soldados romanos custodiando el sepulcro. Dios rompió esos sellos y romper esos sellos era desafiar al César de Roma. El ángel desafía el poder de este mundo, de los gobernantes de este mundo que querían mantener a Jesús por siempre prisionero de la muerte. Sin embargo, el signo de la muerte ha sido roto, porque Dios ha dado a los hombres la misma vida que ha entregado a su Hijo.

            Este ángel tenía un aspecto como un rayo y su vestido blanco como la nieve. Estas son dos imágenes bíblicas. El aspecto como un rayo es un atributo divino, representa la máxima potencia en el poder y el poder blanco indica la plenitud de la luz que ilumina la oscuridad del sepulcro.

            La Palabra de hoy se nos habla de unos guardias que estaban custodiando el sepulcro de Jesús. ¿A quién representan estos guardias? Representan a todos aquellos que, por interés, por servilismo o por ignorancia se alinea al servicio del mundo viejo, que quieren perpetuar el mundo antiguo que es el de los gobernantes que someten: son todos aquellos que representan al mundo de la muerte. Estos guardias han sido testigos del terremoto y están totalmente aterrorizados -se pusieron a temblar-. El ángel no les habla a ellos, porque todos aquellos que están al servicio de la muerte están destinados al fracaso, y de hecho retrocederán, «se quedaron como muertos».

            El ángel habla a las mujeres y les dicen que ellas no tienen que temer: «Vosotras no temáis». Los guardias temen porque ven fracasar todos sus proyectos. El ángel da la interpretación de la tumba vacía: «No está aquí, ha resucitado». Las tumbas están vacías porque están los restos, pero ahí no están las personas. Y para demostrar que la persona de Jesús no está ahí el ángel les prepara para el encuentro con el resucitado: «Va delante de vosotros a Galilea, allí lo veréis». ¿Qué era la Galilea? La Galilea era la tierra donde los judíos y los gentiles vivían juntos. No eran judíos de pura raza. Esta Galilea representa nuestro mundo en el cual nosotros estamos con personas que buscan a Dios y con personas que no les interesa las cosas de Dios; con las personas a las que amamos y con las personas a las que no soportamos. Allí es donde va Jesús guiando a sus discípulos, tal y como hoy nos sigue guiando en nuestra particular Galilea, con nuestro anuncio de fe para decir a todos que Él está vivo.

            Las mujeres abandonan rápidamente el sepulcro ya que no tiene sentido contemplar una tumba vacía y corren a anunciar a los discípulos la experiencia que han tenido. Ellas nos han conocido al resucitado, pero están preparadas para encontrarse con él porque recordaron lo que había dicho él. Jesús dijo que después de resucitar iría delante de ellos a Galilea [Cfr. Mc. 14, 28]. Y mientras ellas van a decir a los discípulos que ha resucitado, Jesús sale a su encuentro y les dice a estas dos mujeres que no teman. Les dice que no teman porque no hay que tener miedo a la oscuridad de la tumba porque ya toda ella está iluminada.

            Dice que las mujeres «se acercaron, le agarraron, le aprietan sus pies y lo adoraron». Jesús, en la pascua nos dice: «Mirad mis manos y mis pies, soy yo en persona». Las manos son el símbolo de lo que él hizo y los pies es el símbolo del camino que él ha hecho y hace con nosotros. Recordad que cuando llamó a sus discípulos les dijo «venid tras de mí, seguid mis pasos». Es esencial conocer dónde nos conduce el camino de Jesús. Es un camino que no es detenido en el Calvario; esos pies han ido mucho más lejos y estamos llamados a contemplar el destino de esos pies. No hay que tener miedo de la muerte porque Cristo ha atravesado el valle oscuro de la muerte que nos asusta.

            Y es muy bello como acaba el texto: «Id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán». Id a decir a mis hermanos. Unos hermanos que le han renegado, le han dejado solo, le han traicionado. Y tal y como dice la carta a los hebreos [Heb 2, 11] no se avergüenza de llamarnos hermanos porque Él nos ama tal y como somos.