sábado, 19 de octubre de 2024

Homilía del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario, Ciclo B; Mc 10, 35-45

 

Homilía del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mc 10, 35-45                                                                                       20.10.2024

 

            Hoy el evangelio (Mc 10, 35-45) nos relata un episodio poco edificante que tienen como protagonistas a dos discípulos, los cuales eran hermanos entre sí. Pero primero es preciso colocarlo en el contexto: El tercer anuncio de la Pasión. Jesús está de camino hacia Jerusalén, va en ese camino para entregaros el regalo de su vida. Y en este viaje les ha mostrado de un modo muy claro a sus discípulos a dónde iban y lo que eso significaba para ellos el seguirle. Es más, el camino concluye en Jerusalén en el trono de la cruz.

 

         Jesús en este tercer anuncio de su pasión les dice clarísimamente que ‘al hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes de la ley y a los maestros de la ley’ y éstos ‘lo condenarán a muerte, y lo entregarán a los paganos, se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo mataran’. Si contamos las acciones que fueron hechas por los hombres contra Jesús nos salen seis: condenar a muerte, entregar, burlar, escupir, azotar y matar. Salen seis acciones y el número seis en la Biblia es el signo de lo incompleto, falta una acción, la cual los hombres no pueden completar la séptima acción. La séptima acción la realiza Dios: «Pero a los tres días el hijo del hombre resucitará» (cfr. Mc 10, 34).  El destino de las cosas no recae en las manos de los hombres, sino en las de Dios en la que reconocerá al hijo del hombre con el éxito y el verdadero ganador.

 

         Después de este tercer anuncio de su Pasión, Marcos introduce las reacciones de los discípulos. Los hijos del Zebedeo aún no habían entendido lo que Jesús les estaba contando sobre su destino. En el presente evangelio, en Marcos no es la madre quien interviene, como sucede con el evangelista Mateo (Mt 20, 20), sino ellos directamente.

 

Estos dos discípulos estaban sumergidos en el frenesí/arrebato del poder y del protagonismo. Se dirigen a Jesús de un modo poco educado, haciendo una pregunta casi escandalosa, que tiene cierto matiz irritante: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir». Es como si Jesús fuera su marioneta «queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir», es buscar a Jesús para que yo pueda conseguir mis objetivos, para que uno pueda alcanzar sus objetivos personales. Este modo de preguntar revela un posible engaño en la vida espiritual: Es como si la vida religiosa, el ir a la Eucaristía, el rezar fuera simplemente un instrumento o una herramienta para que el Señor se vea como obligado a ayudarme con mis intereses para que se haga la propia voluntad y no la voluntad que Dios tenga para uno.

 

Jesús les responde a estos dos hermanos: «¿Qué queréis que haga por vosotros?». Jesús usa el verbo latín ‘fare’  [“ Quid vultis, ut faciam vobis? ”] , en griego  ‘ποιέω’, ‘hacer, crear’, el cual es un verbo usado para la creación. Parafraseando a Jesús les diria: ‘¿qué nueva creación quieres para ti?’, ‘¿qué nueva creación necesitas?’. Jesús dando la vida, muriendo por nosotros, hace una nueva creación, recrea nuestra vida.

 

 ¿Cómo reacciona Jesús? No se enfada; él sabe lo que ellos tienen en mente. No les regaña. Jesús quiere que primero saquen hacia fuera, manifiesten externamente lo que tienen en su interior; que le manifiesten sus sueños, sus pretensiones. Es una invitación que nos hace Cristo a cada uno de nosotros: en el diálogo con Cristo, en la oración debemos presentarle nuestros sueños, nuestras pretensiones y sin miedo porque él no se escandaliza ni nos regaña. Jesús nos entiende porque nuestra propia naturaleza nos lleva a sintonizar con las pretensiones que nos insinúa Satanás. Tengamos en cuenta que cuando uno confiesa, manifiesta externamente su pecado, al hacer esto desarmamos a Satanás. Satanás quiere que tu pecado se mantenga oculto para no ser descubierto y seguirte esclavizando, más cuando uno manifiesta humildemente su culpa y su pecado al demonio le quedamos desarmado y se tiene que retirar porque ha perdido la guerra. Jesús quiere escuchar tus sueños, tus pretensiones, tus inclinaciones.

 

Jesús, con gran paciencia y gran pedagogía, nos lleva con calma a entender que aquellos que quieren dominar y someter a los hermanos (a los otros hombres y mujeres) no se comportan como hombres. El hombre es el que sirve a su prójimo. Es cierto que es una realidad que no es fácil de aceptar.

 

Y ellos, los hijos de Zebedeo lo que solicitan a Jesús es: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Es una imagen que nos remite a las cortes de los gobernantes del antiguo medio oriente, ocupando puestos muy notables. Este es el primer resultado que Jesús ha obtenido al sacar a relucir lo diabólico que está presente en sus discípulos: Son los sueños no sugeridos por Dios, sino por Satanás; pero si sigues el consejo de Satanás uno se deshumaniza y no te haces como persona.

 

Pero estos dos hermanos, los hijos del Zebedeo aún no lo entienden.  Es vergonzoso que no lo entiendan porque cuando fue escrito este evangelio de Marcos, en la segunda   parte del siglo primero, en los años 60 o como muy tarde en los años 70 del primer siglo, ya existen numerosas y dispersas comunidades cristianas a lo largo del Mediterráneo que se refieren y remiten a estos dos apóstoles como los grandes héroes de la fe; es más, fueron fundadores de estas iglesias, de esas comunidades cristianas. Ahora, presentar a estos dos apóstoles en este evangelio de este modo es muy humillante y escandaloso. Escandaloso que nuestros fundadores, aquellos a quienes apelamos y que han fundado nuestras comunidades cristianas estaban tan ciegos ante Jesús y que no entendieran nada sobre quién era Jesús. Han tenido preguntas tan vergonzosas y tan egocéntricas como esta que hoy le han hecho a Jesús solicitándoles un puesto a su derecha y a su izquierda. Este es el coraje del Evangelio: El Evangelio no tiene miedo de mostrar grandes líderes, a los grandes fundadores de comunidades cristianas y grandes apóstoles en su fragilidad, en su propio fracaso espiritual. Ellos piden estar en el trono, uno a la derecha y el otro a la izquierda. Quieren estar en un trono porque se imaginan a Jesús como un gran soberano, un gran rey. Estos dos hermanos se le imaginan en un gran trono de gloria. Realmente es terrible, después de dos o tres años que ellos han estado siguiendo a Jesús de Nazaret por las tierras de Palestina y ahora están desean ese poder excesivo, al lado del poder. Y estos son los que han fundado todas esas comunidades cristianas. Pero el evangelio de Marcos es de una finura y sutileza extraordinaria. Porque cuando Marcos habla de gloria, de trono, de sentarse el uno a la derecha y el otro a la izquierda, ¿qué es lo que le viene a la mente el lector que ya conoce todo lo escrito en este evangelio? El lector sabe toda la historia y le ha escuchado un sinfín de veces y conoce cuál es el fin del evangelio: el fin del evangelio de Marcos es el Gólgota, y por supuesto luego la resurrección. Pero la imagen final es la crucifixión entre dos ladrones (Mc 15, 27), y mostrará que la verdadera gloria es la cruz, el verdadero trono es la cruz. No existe otro trono del poder de Dios fuera de la cruz, y es en la cruz donde él nos lo da todo. El poder amar es la cruz.

 

El Señor nos ha hecho para que seamos grandes: el equívoco está en el modo de cómo entender la gloria, porque una cosa es la ‘gloria’ y otra cosa es la ‘vanagloria’. La gloria del mundo va unida o vinculada al sobresalir, poseer, dominar, el acumular dinero…

 

En la Biblia ‘la gloria’ implica la revelación de la grandeza, del esplendor, de la belleza de una persona. La gloria de Dios no está cuando vence a sus enemigos o cuando sus devotos se inclinaban ante él para servirle ofreciéndole sacrificios y holocaustos o cuando infundía terror a todos aquellos que se atrevían a transgredir sus órdenes o mandatos. Hay no está la gloria de Dios, porque está no es la belleza de Dios, esta es la fealdad.

 

¿Dónde está la gloria de Dios? La gloria de Dios está en la bendición. La gloria es la revelación de la belleza de Dios. En la segunda carta de san Pablo a los Corintios  en el capítulo 4 se nos dice: «Pues el mismo Dios, que dijo ‘brille la luz de entre las tinieblas, iluminó nuestros corazones para que brille el conocimiento de la gloria de Dios,  reflejada en el rostro de Cristo» (2 Cor 4, 6). Si quieres captar la auténtica y verdadera gloria, no la vana gloria que nos sugiere el maligno, debemos contemplar el rostro de Jesús. En hebreo ‘kabód’ (כָּבוֹד), gloria, significa peso, consistencia. Es una vida que no es arrastrada ni arrasada por el viento,  es una vida que no es efímera ni llena de vanidad. La vanidad y la poca consistencia degradan al hombre y a lo que se relaciona con el hombre. La gloria de Dios brilla en el rostro de Jesús porque es un rostro hermoso. Si buscamos la vana gloria se borra de nosotros esa belleza del rostro de Dios.

 

La petición que hicieron estos dos hermanos no dista ni se aleja mucho de lo que nosotros le pedimos a Dios, ya que lo que pretendemos es que Dios haga nuestra voluntad.

 

Jesús responde a estos dos hermanos con gran amor. Ellos creen, inducidos por el demonio, que la vana gloria es algo consistente, sólido y duradero. Ellos están equivocados porque buscan la ‘vanagloria’ que implica poder y someter a los demás. Sin embargo Jesús les propone la ‘gloria’ que es todo lo opuesto a lo que ellos le están pidiendo. La verdadera gloria está en el servir al hermano, es el ser el pequeño para servir al hermano.

 

Les dice que para recibir su gloria es necesario ‘beber de su cáliz’ y ‘recibir su bautismo’: Eran dos imágenes conocidos por ellos. El beber el cáliz con uno significa compartir su propio destino ya sea bueno o malo. Jesús utilizará esta imagen en el huerto de los Olivos, en la agonía de Getsemaní cuando dice al Padre ‘aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mc 14,36). Es cáliz representa el amor de Dios y lo máximo del amor es donar la vida.

 

La segunda imagen que es la del bautismo. Indica que Jesús quiere llegar hasta el final; indica el paso a través de las aguas de la muerte. Es sumergirse en las aguas bautismales para morir con el sufrimiento y mediante la entrega total por amor a los hermanos. Participar de la gloria de Dios significa a implica hacer suya la elección de vida de Cristo. La gloria del Maestro es la donación total de la vida.

 

Santiago y Juan están dispuestos a seguir a Jesús en este regalo de la vida. Ellos dijeron: «Podemos». Ellos decían que podían beber de ese cáliz y ser bautizados en ese bautismo. Pero ellos no estaban entendiendo porque estaban confundiendo ‘la gloria’ con ‘la vanagloria’. A lo que Jesús les responde que «el cáliz que yo voy a beber lo beberéis y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar». Es decir, Jesús respeta la lentitud en la comprensión que esos discípulos tienen de la imagen de Dios. Y el asunto de colocarse a la derecha y a la izquierda es algo que es dado por Dios, es un pasivo divino; es un regalo que el Padre a aquellos que más se asemejen al siervo de Yahvé.

 

Los otros discípulos que han asistido y han sido testigos de esta escena «se indignaron contra Santiago y Juan». Los otros diez apóstoles se indignaron contra Santiago y Juan. Ellos no se enojan porque aún no hayan entendido estos dos el auténtico mensaje de Jesús ya que ellos lo habían entendido perfectamente y se sentían molestos porque estos dos aún no se habían enterado de las cosas. El motivo del enojo o indignación es que los Doce están lejos del Maestro. Es más, aquí tenemos el primer cisma de la Iglesia: Diez contra dos, dos contra diez. Y como ocurre en todos los cismas aparecen siempre los mismos componentes: el orgullo, el deseo de aplastar humillando al otro.

¿Qué es lo que hace Jesús ante este cisma? Jesús los llama ante su presencia, los llama ante él. No porque estuvieran lejos físicamente, sino que es encuentran muy lejos de su propuesta de un mundo nuevo. Jesús empieza a examinar lo que hacen y cómo se comportan los líderes de este mundo. Esos discípulos quieren ser como esos líderes, grandes y poderosos. Les dice que los gobernantes dominan sobre ellos y los poderosos los oprimen. Jesús es un irónico, porque son personas que se presentan como servidores, que escuchan a los súbditos y que tendrán en cuenta el sentir y necesidades del pueblo pero en realidad oprimen, exprimen y se aprovechan del pueblo. Y Jesús les está diciendo que los Doce están buscando y actuando buscando ‘la vanagloria’.

 

Jesús les muestra a los Doce las muchas formas que ellos tienen de ejercitar el poder sobre los demás: Tienes a los líderes políticos, a los líderes religiosos, los rabinos, los escribas, los sacerdotes del Templo… Todos ejercer el poder del mismo modo: imponiéndose y sometiendo a todos para hacer su propia voluntad. ¿En cuales de estas autoridades uno se tiene que inspirar? En ninguna de ellas. Este tipo de autoridad es algo opuesto para un discípulo de Cristo.

 

¿Cuál es el modo de ser grande para ser honrado? Jesús quiere que seamos grandes y tengamos poder, desea que crezcamos y seamos fuertes y que aspiremos a la grandeza. Grande será el que se haga ‘siervo’ y si alguno quiere ser el primero que se haga ‘esclavo’ de todos. Jesús emplea dos términos muy importantes: ‘siervo’ y ‘esclavo’; ‘διακόνους’ y ‘δούλος’. El ‘diácono’ es el servidor que libremente se pone a disposición de los demás y porque ama a su hermano y lo socorre en su necesidad; ‘δούλος’, el ‘esclavo’ es quien está obligado a realizar trabajos forzados y además no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a su amo y debe de hacer lo que le ordena su amo. No es como el diácono que espontáneamente se ofrece, el esclavo es seriamente obligado. Jesús nos dice que ‘nos hagamos diáconos y que nos hagamos esclavos’. Y ¿quién es tu  amo o tu patrón? Es aquel que requiera tu servicio. Si quieres ser discípulo de Cristo aquel que te necesita es tu patrón. Si tú puedes ayudarles o socorrerle, tú eres su esclavo. Hacerse esclavo de todo, esto es muy complicado, sobre todo si el otro es una persona antipática, desagradable en el trato. Y como esclavo no puedes esperar ni desear que te agradezcan lo que uno haga por esa persona. Esta es la lógica nueva de la comunidad de los discípulos de Cristo. Y se presenta como alguien que ha apostado toda su vida en la propuesta de Jesús. Porque «el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino a servir y dar la propia vida en rescate por muchos». Cristo ha venido para mostrarnos el auténtico y verdadero rostro de Dios. Jesús nos habla de un Dios es servidor del bien del  hombre y que es la vida del hombre.

 

Jesús, el Hijo del hombre, ha dado su vida como rescate al hombre. La Palabra lo dice así: «(…) y dar su vida en rescate por muchos». El tema ‘del rescate’ es fundamental: Era lo que había que pagar para canjear a uno que se había convertido en esclavo, ya fuera un familiar, un hermano, un amigo, un vecino…Pero si no tenía dinero para poder proceder a rescatarlo de su esclavitud, tenía que ofrecer la propia vida para liberar a esa persona. ¿De qué esclavitud ha venido Jesús para liberar a la humanidad? Ha venido para liberarnos del terrible tirano que es Satanás que te conduce a que construyas la vida según sus grandezas; pero estas grandezas no son belleza, se trata de vanagloria, es una gloria fea. Para liberarnos de esta esclavitud que nos impide ser felices el propio Jesús ha donado su propia vida. Sólo viviendo como Cristo vivió seremos liberados de esta locura que son los mega-engaños de este mundo.


lunes, 14 de octubre de 2024

Homilía de para los votos temporales de una religiosa

 Homilía del día 15.10.2024

(Mt 11, 25-30)

Renovación de los votos temporales de una religiosa

 

         «Vale más un día en tus atrios que mil fuera de ellos, y prefiero el umbral de la casa de Dios a vivir con los malvados», es el versículo 11 del salmo 84. El salmista tenía experiencia de la necesidad de vivir ese encuentro con Yahvé y desea vivir bajo el calor de su mirada; una mirada que no juzga ni condena, sino que te ama con intensa ternura. De tal modo que cuando ha ido adquiriendo/consiguiendo lo que su corazón anhelaba se encuentra con un Dios que le protege, le cuida, le ama: «Porque el Señor Dios es sol y escudo, el Señor da la gracia y la gloria; y no niega sus bienes a los de conducta intachable» (Sal 84, 12). Dios es su sol, es decir, la fuente de vida, de vitalidad, de sentido, lo que hace que lo que es cotidiano pueda ser posible; y Dios es su escudo que hace que las flechas que el mismo demonio le lanza no le hieran y no le dañen.

 

         Pues el Evangelio de hoy nos ofrece un montón de pistas al respecto. ¿Qué cosas ha escondido el Padre Dios a los sabios y entendidos? ¿Desde cuándo Dios se dedica a esconder cosas a los hombres? Dios no esconde nada a nadie, Dios no se oculta, es más, toda la creación constantemente nos remite al Creador. Lo que sucede es que los hombres se ocultan ante la presencia de Dios porque consideran que su vida es más feliz y sencilla sin él. Y claro está, están equivocados.

 

         Los que preferimos ‘estar un día en sus atrios que mil fuera de ellos’, vamos siguiendo a Cristo muy de cerca, aunque todos nos tropecemos más de una vez y nuestros cuerpos se resientan con los golpes. Y al seguir a Cristo muy de cerca descubrimos algo que el mundo no sabe: ‘Que la muerte no me mata; que el miedo a la muerte, con Cristo desaparece’. Dicho con otras palabras: que el mal, que el daño que me pueda generar una persona o un colectivo de personas no me mata, porque el Señor como fiel guerrero está a mi lado en la batalla y me protege con su escudo haciendo que las flechas no lleguen a clavarse en mi carne. Que la enfermedad que uno tiene y que le hace llorar a causa del dolor, no me mata, porque al estar Cristo conmigo ese dolor se torna en purificación y en serenidad porque con Él he adquirido un sentido tan sobrenatural como real del que brota una bendición al Señor.

 

Santa Teresa de Jesús escribía a sus monjas en su obra ‘Camino de perfección’ les recordaba que “la vida es una mala noche en una mala posada” y que en este tratado de obediencia estaban urgidas a aferrarse al Señor, aunque no entendieran. Con Cristo a nuestro lado, nada ni nadie nos pueda matar ni hacer daño. ¿Qué el dinero me escasea y el hambre acecha ferozmente? ¿Qué la salud se resiente y la vitalidad desaparece? ¡Claro que nos dará miedo y claro que seremos tentados en medio de la prueba!, pero si estamos con Cristo ‘nadie nos separará del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús’, y nadie nos podrá robar la alegría que calienta nuestros corazones.

 

Sin embargo, la herida que nos ha dejado a todos el pecado original, la concupiscencia, nos hace dudar del amor de Dios; nos hace dudar si realmente el Señor sabe lo que es lo mejor para nosotros; e incluso podemos ir adoptando diariamente pequeñas acciones u omisiones que incluso nos hagan pensar que es mejor ‘un día en nuestra casa que mil días en los atrios del Señor’.

 

Tengamos muy presentes las palabras de San Pablo en su epístola a la comunidad de los corintios «el que cree que esté firme, tenga cuidado, no se caiga» (1 Cor 10, 12). No sea que nos suceda como la mujer de Lot que por mirar hacia atrás, hacia Sodoma y Gomorra, por dudar de la palabra de Dios y desobedecerla, se convirtió en una estatua de sal (Gn 19, 26). Recordemos el salmo 121 que reza así: «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 121, 2) y en el que viene inserta una alentadora promesa «el Señor te guarda a su sombra», «el Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma». Con Cristo es posible estar firme en medio de la prueba, porque ya lo dice la Escritura: «Dios es fiel, y él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla» (1 Cor 10, 13).

 

Todo cristiano que vive conforme a la vocación a la que ha sido llamado es tentado. Muchas veces no son tentaciones de gran calibre, o profundidad. Puede ser que se trate de ideas machaconas que se adentran en nuestro subconsciente o en la imaginación que nos hacen pensar y creer que uno hubiera sido más feliz si hubiese tomado otra decisión o si contasen para él para hacer otro determinado trabajo, o si tuviera más posesiones. ¿Y qué es lo que esto genera en el corazón del hombre? Genera que podamos añorar a aquellas cebollas de Egipto y pensemos que Dios ha hecho mal nuestra historia y que podíamos haber sido más felices si nos hubiésemos casado…. Todo esto es un engaño del demonio. Es preciso recordar, volver a pasar por el corazón las palabras salidas de los labios de Moisés, el gran amigo de Dios: «Él -Dios- es la Roca, sus obras son perfectas, sus caminos son justos, es un Dios fiel, sin maldad; es justo y recto» (Dt 32, 4).

         Estimada hermana Keylín-Lizbeth de la Niña María Figueredo Santanter (Sor Keylín) estás en España, no por casualidad, sino porque así lo ha querido el Señor. El Señor, tal y como nos señala el salmo 16 y te dice de un modo más concreto hoy a ti, Sor Keylín ‘te enseña el sendero de la vida, te saciarás de gozo en su presencia y de alegría perpetua a su derecha’.

 

         Hermana Keylín y hermanas todas, no olvidemos que cuando estemos cansados y agobiados acojamos el consejo cariñoso de Jesucristo: «Venid a mí todos lo que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». No queremos aquellas cebollas de Egipto, las cuales estarían hasta rancias y llenas de gusanos. Únicamente nuestro corazón desea una cosa: «Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por todos los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo» (Salmo 27, 4).

 

         Hermana, Dios que comenzó en ti esta obra buena, él mismo lo lleve a buen término (cfr. Fil 1, 6). 

sábado, 12 de octubre de 2024

Homilía del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, Ciclo B Mc 10, 17-30 EL JOVEN RICO

 


Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, ciclo B

Mc 10, 17-30 [13.10.2024]

 

         Son muchos los demonios de los que debemos de estar en guardia porque si les permitimos gestionar nuestras elecciones terminan por arruinarnos la vida. No me refiero al demonio del tipo de la película ‘El exorcista’. Me refiero a demonios muy concretos y que les conocemos muy bien: el orgullo, la envidia, la codicia por el poder, el impulso que te conduce al libertinaje moral. Si uno se complace en estos impulsos diabólicos te deshumanizan, de degradan como persona. Esos demonios lo que hacen es unir, atar tu corazón a los bienes de este mundo y te anima a acumular siempre más y más, de tal modo que pierdes la cabeza y cierras el corazón. Las necesidades del otro no te importan. Si tú haces lo que los demonios te indican te conviertes en un ser irreconocible como hombre. Acumular muchos bienes lleva consigo a la peor ventura: la deshumanización. Recordemos aquellas palabras de Jesús cuando hablaba de aquel agricultor afortunado (cfr. Lc 12, 16-20) que obtuvo ese año una cosecha maravillosa, de tal modo que tuvo que ampliar los graneros. Jesús no dice que ese hombre fuese malo; lo que sucede es que era loco, un insensato y no lo sabía porque estaba en este mundo y no sabía que en la aduana –en la muerte- todo se le iba a ser confiscado. Es importante recordar lo que dice la primera carta de san Pablo a Timoteo (1 Tm 6, 10): «La codicia por el dinero/el amor al dinero es la raíz de todos los males».

Y el evangelio de hoy –ese joven rico- es un ejemplo claro de esta patología. Es la alarma interior que te señala que te estás deshumanizando. No es una patología física o psicológica, por lo que no sirve de nada el curarla ni calmarla. Se trata de un dolor íntimo que viene de otra dimensión: de tu misma identidad como persona humana. Es que resulta que la persona, que tú, no estás programado por Dios para acumular bienes; tú estás programado para amar, para hacer que tu hermano sea feliz porque has puesto todos tus bienes a su disposición. Estamos programados por Dios para distribuir los bienes que Dios ha puesto en tus manos. Y Jesús da un nombre a esta enfermedad de acumulación. La llama ‘pleonexia’ (πλεονεξία), el deseo insaciable de querer siempre más. En el evangelio de hoy nos encontramos a un hombre, sin embargo el evangelista Mateo dice que era un joven (Mt 19, 20). Era un hombre bueno, pero contrajo esta enfermedad de acumular bienes para sí mismo y ni siquiera sabe que la tiene. Sólo experimenta los molestos síntomas. De hecho, por el modo de cómo se acerca a Jesús se da cuenta de que está profundamente afligido (pero no sabe la razón, su enfermedad), de una profunda insatisfacción, de una profunda inquietud interior.

Nos dice la Palabra que «se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él». Sólo los enfermos se comportan de este modo: correr hacia él para arrodillarse ante sus pies. San Marcos ya presentó a dos así en su evangelio: el primero es el leproso que se puso de rodillas delante de Jesús (Mc 1,40) que le dijo «si quieres, puedes limpiarme/purificarme»; el leproso no pedía ser sanado, sino ser purificado; es decir que su condición de impuro le hacía ser inaccesible ya que su rostro quedó totalmente desfigurado e irreconocible como hombre y por esta razón estaba aislado de todos. Lo que el leproso le pedía a Jesús era ‘devuélveme la forma humana ya que tú puedes hacerme reconocible como hombre a través de tu Palabra y así poder ser bienvenido/acogido/integrado en la comunidad’. Y luego está el endemoniado de Gerasa (Mc 5) que corre ante Jesús y se postró ante él. Ese endemoniado también vivía solo, aislado entre los sepulcros, lastimándose a sí mismo y a los demás, y todos se alejaban de él porque era peligroso y se comportaba de un modo inhumano porque estaba movido por un demonio. Pues este hombre rico corre y se postra a los pies de Jesús como el leproso y el endemoniado; y lo hace porque también él –ese hombre rico- también está enfermo.

¿Cuál es su enfermedad? Acumula bienes y por eso es una persona enferma. Y se da cuenta que la gente se acerca a él no porque le quiera, sino porque quiere recibir de él cosas, propiedades, dinero. Y él se ha aislado porque ha acumulado bienes para sí. Los bienes deben de ser compartidos con el hermano, ya que ese es el único modo de ser dueño de los bienes en vez de ser uno dueño de ellos. Si compartes los bienes estás viviendo realmente en una condición humana. Este hombre tenía dentro de sí a un demonio que le empujaba a acumular bienes. Este hombre, en su interior, siente que hay algo malo que le está pasando en su vida, pero él no es capaz de diagnosticarlo aunque sí percibe los síntomas: el aislamiento. Y para encontrar una solución a su dolor interior corre y se arroja a los pies de Jesús.

El hombre rico le dice: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Aunque la traducción más correcta es «Maestro insigne/distinguido». Esto supone que este hombre debe de haber recurrido a cualquier rabino con anterioridad para poder encontrar la respuesta a su inquietud interior, a lo que al final llegó a concluir que el único modo de poder encontrar su respuesta a su pena interior era acudiendo a un maestro insigne/distinguido.

Y le dice «¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?». Este hombre no quería la vida biológica, sino que buscaba el cómo heredar la vida eterna. A nivel biológico le va muy bien, no le falta de nada, pero se da cuenta que algo en su propia vida no está en sintonía con la vida eterna que él quiere recibir como herencia. No acude a Jesús para pedir cosas materiales –salud, bienestar, dinero, prestigio, poder, fama, éxito en su profesión…-  que son cosas que terminan pereciendo. Este hombre viene a buscar la única cosa que Jesús ha venido a entregarnos y que sólo Cristo puede darnos: La vida eterna. Y quiere saber cómo se ha de preparar, disponer para recibir este regalo, esta vida que no perece. Este hombre sabe que la vida eterna no es una recompensa por unos méritos, sino recibir una herencia. La vida eterna no es un premio o un salario por el propio trabajo, sino que es donado gratuitamente. Todo israelita sabe que la tierra es dada como herencia, que la Torá es dada como herencia a Israel. Recordemos la parábola de las ovejas y de las cabras: «Venid benditos de mi padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo», heredad, como regalo. Pero ¿cómo disponerme para poder acogerlo?

Jesús le contesta: «¿Por qué me llamas maestro insigne/distinguido?». Sólo hay un único maestro bueno/insigne/distinguido y ese es Dios. Ya que es Dios el único que te instruye con su Palabra que fue entregada en las Sagradas Escrituras y que estás llamado a ir asimilando estas instrucciones. Es Dios quien ha entregado la Torá y ha dado los mandamientos.

De tal modo que es el único momento en el que Jesús cita el Decálogo, aunque no en su totalidad. Jesús cita el Decálogo de un modo incompleto ya que omite los mandamientos que hacen relación con Dios y que hacen referencia a la espiritualidad específica del pueblo de Israel. Los mandamientos citados por Jesús también lo podrían tener los otros pueblos. Jesús lo hizo de un modo pedagógico ya que respecto a Dios tienes un solo Dios y no puedes hacerte otros dioses. Para Israel sólo existía un solo Dios y Jesús sorprendentemente no enumera los mandamientos concernientes a Dios. ¿Qué quiere decirnos Jesús? Si quieres que tu vida esté en sintonía con la vida del Eterno es preciso que tú guardes los deberes hacia el hombre. El único modo que tienes de mostrar tu amor a Dios es amar al hombre. San Juan, en su primera carta nos dice que una prueba de que amamos a Dios es que empatizamos con los demás, nos ponemos en sintonía con este amor que Dios nos tiene. Jesús le dice que sintonice toda su vida con todo el Decálogo.

El hombre rico le responde «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Destacar de esta respuesta el optimismo de este hombre sobre el juicio que pronuncia sobre su vida. Sin embargo recordemos lo que dice San Juan en su primera epístola que «si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (1 Jn 1,8). Sin embargo el optimismo de este hombre rico tiene un mensaje positivo: no te enojes contigo mismo, porque este enojo contra ti mismo porque no aceptas tu propia fragilidad es un signo del orgullo. Reconoce tu fragilidad y retoma tu vida con tranquilidad porque Dios te ama tal y como eres, pero no te ocultes tus propias fragilidades. Recordemos lo que dice san Juan en su primera epístola: «si la conciencia te condena, Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas» (1 Jn 3,20).  Y junto a este optimismo está también la decepción por la respuesta dada por Jesús: Este hombre que está sufriendo acude a un maestro insigne y este maestro insigne le repite cosas que él ya sabe y por eso se encuentra en su rostro una cierta decepción. Desde el punto de vista de la Torá el comportamiento de este hombre era irreprensible, pero le falta encontrar la plena sintonía con la vida del Eterno.

Y Jesús le proporcionará la terapia para sanar de su enfermedad. ¿Qué terapia es esta? En primer lugar «Jesús se le quedó mirando», fijó sus ojos en él. Ese ‘quedarse mirando’ nos remite a una mirada en la que Jesús comprendió las profundidades de este hombre y que estaba en las condiciones adecuadas para darle un empujón a su vida para que diera un salto de calidad. Es una mirada en la que Jesús establece con ese hombre una comunicación profunda. Jesús le dice «te falta una cosa», que traducido de un modo más correcto del texto griego es «¿qué cosa es lo que extrañas?», ‘¿qué te falta para unificar tu vida?’; ‘¿Qué es lo que curaría tu insatisfacción?’. Tienes muchos ídolos, tienes muchas criaturas que te dan satisfacciones, pero sin embargo no te dan el sentido ni te llenan por dentro de tu ser.

Y Jesús le dice que hay una cosa que quiere que ese hombre rico haga: «vende lo que tienes, dáselo a los pobres». Que es tanto como decirle que ‘deja que mi Palabra aleje a tu demonio que te hace absolutizar tu realidad; transforma tu vida en regalo para los demás, todo lo que eres y todo lo que tienes que sea para hacer feliz a los que están a tu alrededor y de este modo tu vida se pondrá en sintonía con la vida del Eterno’.

Jesús le habla de que «así tendrás un tesoro en el cielo». ¿Qué cosa es este tesoro en el cielo? Los rabinos hablaban con frecuencia de los cofres del tesoro que estaban en el cielo donde los hombres acumulaban las buenas obras que realizaban. De este modo los justos no tenían miedo porque habían acumulado todas sus buenas obras y méritos en ese cofre del tesoro que estaba en el cielo. El discípulo de Cristo no piensa en los méritos de uno mismo, es más, según uno va progresando en la vida espiritual se ha de dejar de pensar en uno mismo ya que uno debe de pensar sólo en el hermano. Jesús toma prestada la imagen de los rabinos para destacar que los bienes de este mundo son preciosos pero pasan, son efímeros. Y Jesús nos enseña a transformarlos en amor. El que desea ser discípulo de Cristo ha de estar dispuesto a entregar todo al hermano que pasa necesidad y hacerlo por amor.

¿Qué es lo que pasa con este hombre rico? Se quedó entristecido por estas palabras de Jesús y la razón es porque era porque tenía muchas posesiones. La historia se concluye de un modo amargo ya que ese hombre no aceptó la terapia sugerida por Jesús. El hombre optó por mantener su corazón atado a los bienes. Tenía miedo en arriesgar ya no sea se llegase a arrepentir ya que no se fiaba de la palabra de Jesús. De tal modo que se alejó tal y como había venido pero envuelto en tristeza. No había descubierto que su corazón había sido programado por Dios para amar, para distribuir los bienes que Dios ha puesto en nuestras manos.

Jesús contempla a este hombre que se aleja triste y luego se dirige a sus discípulos. Los discípulos han sido testigos de este episodio y Jesús contempla las miradas profundas de sus discípulos y les dice «¡qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!», sobre todo porque Dios acoge a todos aquellos que aceptan esta propuesta de Jesús que nos indica que hagamos uso de nuestras riquezas y bienes para transformarlas en amor hacia nuestros hermanos, en un regalo para los hermanos. Es fundamental acoger esa propuesta de Jesús sobre el uso de los bienes. Es clave aceptar esta lógica de Jesús para poder entrar en el reino de Dios. El apego a los bienes es el impedimento más grave para quienes quieren convertirse en discípulos. La riqueza posee una fuerza seductora de un ídolo porque cada vez que uno recurre a la riqueza y le pides una cosa, ella te lo da. La riqueza te seduce y te dice ‘no me entregues, no me des, guárdame para ti’; ‘Jesús te dice ‘dona tus bienes’, pero si la donas las pierdes’.

Los discípulos que escuchan a Jesús se quedan desconcertados por todas las palabras de Jesús. Ellos saben que es duro abandonar las comodidades y riquezas ya que es romper con el egoísmo y con el disfrute que genera placer y seguridad.

Y Jesús introduce una imagen que conocemos todos: «Más fácil le es a un camello entrar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios». ¿Qué nos quiere decir Jesús con esta imagen? El ojo de la aguja es una puerta que existía en el  tiempo de Jesús, cercana al Calvario en el que ahora está un convento de monjas ortodoxas; mencionada puerta con la forma del ojo de una aguja donde una persona puede pasar contorsionándose y con gran dificultad, pero algo totalmente imposible para un camello. El camello representa a todos aquellos que no transformen sus bienes en amor. Y les dice que «es imposible para los hombres, no para Dios».  Se requiere un acto de generosidad que sólo un milagro de Dios puede hacerlo.

Entonces interviene Pedro diciendo: «Nosotros lo hemos dejado todo por seguirte». Jesús enumera a una serie de cosas y de personas –casa, hermanos  y hermanas, madre, padre, hijos, tierras- de las que es preciso desprenderse para ser sus discípulos. En la cultura semítica, judía, la familia representa la tradición, lo que siempre se ha enseñado, lo que siempre se ha hecho y los valores que los antepasados han ido inculcando;  de tal modo que ser hombre significa vivir como nos han enseñado en la tradición. Ahora bien, ¿qué pasa cuando uno se encuentra a Cristo? Pues que ya no es la tradición el punto de referencia para las opciones y modo de proceder, ya que ahora el punto de referencia es Jesús y su Evangelio. Cuando dos personas se casan lo que sucede es que dejan al padre y a la madre de ambos porque pretenden iniciar/empezar con una nueva familia. Ellos no dejan de amar a sus padres, pero ya no son los padres el criterio para decidir, sino que el esposo y la esposa deciden libremente al margen de sus padres, tienen su propio modo de pensar, decidir, organizarse… Lo mismo sucede cuando uno se enamora y sigue a Cristo. La familia natural permanece y es amada, pero no pueden interferir en las opciones propuestas por Cristo y por su Evangelio.

Otra observación fundamental: Jesús no desea romper ningún matrimonio, ni separar el esposo de la esposa. El esposo no debe entrar solo en el reino de Dios, sino que debe de ir con su esposa porque unido se da un amor incondicional y definitivo.

Una tercera consideración: Jesús hace una promesa a aquellos que acogen el reino de Dios, ya que asegura que ya en este mundo obtendrán cien veces de todo lo que ellos han dejado, diciéndonos que experimentarás una alegría que jamás te podrá ofrecer el planteamiento egoísta de este mundo. Y termina diciendo una cosa muy significativa: que entre las personas y las cosas de la que Jesús promete cien veces más no aparece el padre. Si dejas al padre, el padre no es restituido. Esto es así porque en la comunidad cristiana no hay padres, sino que todos son hermanos. El único padre al que estamos llamados parecernos esa al Padre del cielo.