Homilía del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Mc 10, 35-45 20.10.2024
Hoy el evangelio (Mc
10, 35-45) nos relata un episodio poco edificante que tienen como protagonistas
a dos discípulos, los cuales eran hermanos entre sí. Pero primero es preciso
colocarlo en el contexto: El tercer anuncio de la Pasión. Jesús está de camino
hacia Jerusalén, va en ese camino para entregaros el regalo de su vida. Y en
este viaje les ha mostrado de un modo muy claro a sus discípulos a dónde iban y
lo que eso significaba para ellos el seguirle. Es más, el camino concluye en
Jerusalén en el trono de la cruz.
Jesús
en este tercer anuncio de su pasión les dice clarísimamente que ‘al hijo del
hombre será entregado a los sumos sacerdotes de la ley y a los maestros de la
ley’ y éstos ‘lo condenarán a muerte, y lo entregarán a los paganos, se
burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo mataran’. Si contamos las
acciones que fueron hechas por los hombres contra Jesús nos salen seis:
condenar a muerte, entregar, burlar, escupir, azotar y matar. Salen seis
acciones y el número seis en la Biblia es el signo de lo incompleto, falta una
acción, la cual los hombres no pueden completar la séptima acción. La séptima
acción la realiza Dios: «Pero a los tres
días el hijo del hombre resucitará» (cfr. Mc 10, 34). El destino de las cosas no recae en las manos
de los hombres, sino en las de Dios en la que reconocerá al hijo del hombre con
el éxito y el verdadero ganador.
Después
de este tercer anuncio de su Pasión, Marcos introduce las reacciones de los
discípulos. Los hijos del Zebedeo aún no habían entendido lo que Jesús les
estaba contando sobre su destino. En el presente evangelio, en Marcos no es la
madre quien interviene, como sucede con el evangelista Mateo (Mt 20, 20), sino
ellos directamente.
Estos dos
discípulos estaban sumergidos en el frenesí/arrebato del poder y del
protagonismo. Se dirigen a Jesús de un modo poco educado, haciendo una pregunta
casi escandalosa, que tiene cierto matiz irritante: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir». Es como
si Jesús fuera su marioneta «queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir»,
es buscar a Jesús para que yo pueda conseguir mis objetivos, para que uno pueda
alcanzar sus objetivos personales. Este modo de preguntar revela un posible engaño
en la vida espiritual: Es como si la vida religiosa, el ir a la Eucaristía, el
rezar fuera simplemente un instrumento o una herramienta para que el Señor se
vea como obligado a ayudarme con mis intereses para que se haga la propia
voluntad y no la voluntad que Dios tenga para uno.
Jesús les responde
a estos dos hermanos: «¿Qué queréis que
haga por vosotros?». Jesús usa el verbo latín ‘fare’ [“ Quid vultis, ut faciam vobis? ”] , en
griego ‘ποιέω’, ‘hacer, crear’, el cual es un
verbo usado para la creación. Parafraseando a Jesús les diria: ‘¿qué nueva creación
quieres para ti?’, ‘¿qué nueva creación necesitas?’. Jesús dando la vida,
muriendo por nosotros, hace una nueva creación, recrea nuestra vida.
¿Cómo reacciona Jesús? No se enfada; él sabe
lo que ellos tienen en mente. No les regaña. Jesús quiere que primero saquen
hacia fuera, manifiesten externamente lo que tienen en su interior; que le
manifiesten sus sueños, sus pretensiones. Es una invitación que nos hace Cristo
a cada uno de nosotros: en el diálogo con Cristo, en la oración debemos
presentarle nuestros sueños, nuestras pretensiones y sin miedo porque él no se
escandaliza ni nos regaña. Jesús nos entiende porque nuestra propia naturaleza
nos lleva a sintonizar con las pretensiones que nos insinúa Satanás. Tengamos
en cuenta que cuando uno confiesa, manifiesta externamente su pecado, al hacer
esto desarmamos a Satanás. Satanás quiere que tu pecado se mantenga oculto para
no ser descubierto y seguirte esclavizando, más cuando uno manifiesta
humildemente su culpa y su pecado al demonio le quedamos desarmado y se tiene
que retirar porque ha perdido la guerra. Jesús quiere escuchar tus sueños, tus
pretensiones, tus inclinaciones.
Jesús, con gran
paciencia y gran pedagogía, nos lleva con calma a entender que aquellos que
quieren dominar y someter a los hermanos (a los otros hombres y mujeres) no se
comportan como hombres. El hombre es el que sirve a su prójimo. Es cierto que
es una realidad que no es fácil de aceptar.
Y ellos, los hijos
de Zebedeo lo que solicitan a Jesús es: «Concédenos
sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Es una
imagen que nos remite a las cortes de los gobernantes del antiguo medio oriente,
ocupando puestos muy notables. Este es el primer resultado que Jesús ha
obtenido al sacar a relucir lo diabólico que está presente en sus discípulos:
Son los sueños no sugeridos por Dios, sino por Satanás; pero si sigues el consejo
de Satanás uno se deshumaniza y no te haces como persona.
Pero estos dos
hermanos, los hijos del Zebedeo aún no lo entienden. Es vergonzoso que no lo entiendan porque
cuando fue escrito este evangelio de Marcos, en la segunda parte del siglo primero, en los años 60 o
como muy tarde en los años 70 del primer siglo, ya existen numerosas y
dispersas comunidades cristianas a lo largo del Mediterráneo que se refieren y
remiten a estos dos apóstoles como los grandes héroes de la fe; es más, fueron
fundadores de estas iglesias, de esas comunidades cristianas. Ahora, presentar
a estos dos apóstoles en este evangelio de este modo es muy humillante y
escandaloso. Escandaloso que nuestros fundadores, aquellos a quienes apelamos y
que han fundado nuestras comunidades cristianas estaban tan ciegos ante Jesús y
que no entendieran nada sobre quién era Jesús. Han tenido preguntas tan
vergonzosas y tan egocéntricas como esta que hoy le han hecho a Jesús
solicitándoles un puesto a su derecha y a su izquierda. Este es el coraje del
Evangelio: El Evangelio no tiene miedo de mostrar grandes líderes, a los
grandes fundadores de comunidades cristianas y grandes apóstoles en su
fragilidad, en su propio fracaso espiritual. Ellos piden estar en el trono, uno
a la derecha y el otro a la izquierda. Quieren estar en un trono porque se
imaginan a Jesús como un gran soberano, un gran rey. Estos dos hermanos se le
imaginan en un gran trono de gloria. Realmente es terrible, después de dos o
tres años que ellos han estado siguiendo a Jesús de Nazaret por las tierras de
Palestina y ahora están desean ese poder excesivo, al lado del poder. Y estos
son los que han fundado todas esas comunidades cristianas. Pero el evangelio de
Marcos es de una finura y sutileza extraordinaria. Porque cuando Marcos habla
de gloria, de trono, de sentarse el uno a la derecha y el otro a la izquierda,
¿qué es lo que le viene a la mente el lector que ya conoce todo lo escrito en
este evangelio? El lector sabe toda la historia y le ha escuchado un sinfín de
veces y conoce cuál es el fin del evangelio: el fin del evangelio de Marcos es
el Gólgota, y por supuesto luego la resurrección. Pero la imagen final es la
crucifixión entre dos ladrones (Mc 15, 27), y mostrará que la verdadera gloria
es la cruz, el verdadero trono es la cruz. No existe otro trono del poder de
Dios fuera de la cruz, y es en la cruz donde él nos lo da todo. El poder amar
es la cruz.
El Señor nos ha
hecho para que seamos grandes: el equívoco está en el modo de cómo entender la
gloria, porque una cosa es la ‘gloria’ y otra cosa es la ‘vanagloria’. La
gloria del mundo va unida o vinculada al sobresalir, poseer, dominar, el
acumular dinero…
En la Biblia ‘la
gloria’ implica la revelación de la grandeza, del esplendor, de la belleza de
una persona. La gloria de Dios no está cuando vence a sus enemigos o cuando sus
devotos se inclinaban ante él para servirle ofreciéndole sacrificios y
holocaustos o cuando infundía terror a todos aquellos que se atrevían a
transgredir sus órdenes o mandatos. Hay no está la gloria de Dios, porque está
no es la belleza de Dios, esta es la fealdad.
¿Dónde está la
gloria de Dios? La gloria de Dios está en la bendición. La gloria es la
revelación de la belleza de Dios. En la segunda carta de san Pablo a los
Corintios en el capítulo 4 se nos dice: «Pues el mismo Dios, que dijo ‘brille la luz
de entre las tinieblas, iluminó nuestros corazones para que brille el
conocimiento de la gloria de Dios,
reflejada en el rostro de Cristo» (2 Cor 4, 6). Si quieres captar la
auténtica y verdadera gloria, no la vana gloria que nos sugiere el maligno, debemos
contemplar el rostro de Jesús. En hebreo ‘kabód’ (כָּבוֹד), gloria, significa peso, consistencia. Es
una vida que no es arrastrada ni arrasada por el viento, es una vida que no es efímera ni llena de
vanidad. La vanidad y la poca consistencia degradan al hombre y a lo que se
relaciona con el hombre. La gloria de Dios brilla en el rostro de Jesús porque
es un rostro hermoso. Si buscamos la vana gloria se borra de nosotros esa
belleza del rostro de Dios.
La petición que
hicieron estos dos hermanos no dista ni se aleja mucho de lo que nosotros le
pedimos a Dios, ya que lo que pretendemos es que Dios haga nuestra voluntad.
Jesús responde a
estos dos hermanos con gran amor. Ellos creen, inducidos por el demonio, que la
vana gloria es algo consistente, sólido y duradero. Ellos están equivocados
porque buscan la ‘vanagloria’ que implica poder y someter a los demás. Sin
embargo Jesús les propone la ‘gloria’ que es todo lo opuesto a lo que ellos le
están pidiendo. La verdadera gloria está en el servir al hermano, es el ser el
pequeño para servir al hermano.
Les dice que para
recibir su gloria es necesario ‘beber de su cáliz’ y ‘recibir su bautismo’:
Eran dos imágenes conocidos por ellos. El beber el cáliz con uno significa compartir
su propio destino ya sea bueno o malo. Jesús utilizará esta imagen en el huerto
de los Olivos, en la agonía de Getsemaní cuando dice al Padre ‘aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que
yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mc 14,36). Es cáliz representa el amor
de Dios y lo máximo del amor es donar la vida.
La segunda imagen
que es la del bautismo. Indica que Jesús quiere llegar hasta el final; indica
el paso a través de las aguas de la muerte. Es sumergirse en las aguas
bautismales para morir con el sufrimiento y mediante la entrega total por amor
a los hermanos. Participar de la gloria de Dios significa a implica hacer suya
la elección de vida de Cristo. La gloria del Maestro es la donación total de la
vida.
Santiago y Juan
están dispuestos a seguir a Jesús en este regalo de la vida. Ellos dijeron:
«Podemos». Ellos decían que podían beber de ese cáliz y ser bautizados en ese
bautismo. Pero ellos no estaban entendiendo porque estaban confundiendo ‘la
gloria’ con ‘la vanagloria’. A lo que Jesús les responde que «el cáliz que yo voy a beber lo beberéis y
seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar». Es decir,
Jesús respeta la lentitud en la comprensión que esos discípulos tienen de la
imagen de Dios. Y el asunto de colocarse a la derecha y a la izquierda es algo
que es dado por Dios, es un pasivo divino; es un regalo que el Padre a aquellos
que más se asemejen al siervo de Yahvé.
Los otros
discípulos que han asistido y han sido testigos de esta escena «se indignaron contra Santiago y Juan». Los
otros diez apóstoles se indignaron contra Santiago y Juan. Ellos no se enojan
porque aún no hayan entendido estos dos el auténtico mensaje de Jesús ya que
ellos lo habían entendido perfectamente y se sentían molestos porque estos dos
aún no se habían enterado de las cosas. El motivo del enojo o indignación es
que los Doce están lejos del Maestro. Es más, aquí tenemos el primer cisma de
la Iglesia: Diez contra dos, dos contra diez. Y como ocurre en todos los cismas
aparecen siempre los mismos componentes: el orgullo, el deseo de aplastar
humillando al otro.
¿Qué es lo que
hace Jesús ante este cisma? Jesús los llama ante su presencia, los llama ante
él. No porque estuvieran lejos físicamente, sino que es encuentran muy lejos de
su propuesta de un mundo nuevo. Jesús empieza a examinar lo que hacen y cómo se
comportan los líderes de este mundo. Esos discípulos quieren ser como esos
líderes, grandes y poderosos. Les dice que los gobernantes dominan sobre ellos
y los poderosos los oprimen. Jesús es un irónico, porque son personas que se
presentan como servidores, que escuchan a los súbditos y que tendrán en cuenta
el sentir y necesidades del pueblo pero en realidad oprimen, exprimen y se
aprovechan del pueblo. Y Jesús les está diciendo que los Doce están buscando y
actuando buscando ‘la vanagloria’.
Jesús les muestra
a los Doce las muchas formas que ellos tienen de ejercitar el poder sobre los
demás: Tienes a los líderes políticos, a los líderes religiosos, los rabinos,
los escribas, los sacerdotes del Templo… Todos ejercer el poder del mismo modo:
imponiéndose y sometiendo a todos para hacer su propia voluntad. ¿En cuales de
estas autoridades uno se tiene que inspirar? En ninguna de ellas. Este tipo de
autoridad es algo opuesto para un discípulo de Cristo.
¿Cuál es el modo
de ser grande para ser honrado? Jesús quiere que seamos grandes y tengamos
poder, desea que crezcamos y seamos fuertes y que aspiremos a la grandeza. Grande
será el que se haga ‘siervo’ y si alguno quiere ser el primero que se haga
‘esclavo’ de todos. Jesús emplea dos términos muy importantes: ‘siervo’ y
‘esclavo’; ‘διακόνους’ y ‘δούλος’. El ‘diácono’ es el servidor que
libremente se pone a disposición de los demás y porque ama a su hermano y lo
socorre en su necesidad; ‘δούλος’, el ‘esclavo’ es quien está obligado a
realizar trabajos forzados y además no se pertenece a sí mismo, sino que
pertenece a su amo y debe de hacer lo que le ordena su amo. No es como el
diácono que espontáneamente se ofrece, el esclavo es seriamente obligado. Jesús
nos dice que ‘nos hagamos diáconos y que nos hagamos esclavos’. Y ¿quién es
tu amo o tu patrón? Es aquel que
requiera tu servicio. Si quieres ser discípulo de Cristo aquel que te necesita
es tu patrón. Si tú puedes ayudarles o socorrerle, tú eres su esclavo. Hacerse
esclavo de todo, esto es muy complicado, sobre todo si el otro es una persona
antipática, desagradable en el trato. Y como esclavo no puedes esperar ni
desear que te agradezcan lo que uno haga por esa persona. Esta es la lógica
nueva de la comunidad de los discípulos de Cristo. Y se presenta como alguien
que ha apostado toda su vida en la propuesta de Jesús. Porque «el Hijo del hombre no ha venido para ser
servido, sino a servir y dar la propia vida en rescate por muchos». Cristo
ha venido para mostrarnos el auténtico y verdadero rostro de Dios. Jesús nos
habla de un Dios es servidor del bien del
hombre y que es la vida del hombre.
Jesús, el Hijo del
hombre, ha dado su vida como rescate al hombre. La Palabra lo dice así: «(…) y dar su vida en rescate por muchos».
El tema ‘del rescate’ es fundamental: Era lo que había que pagar para canjear a
uno que se había convertido en esclavo, ya fuera un familiar, un hermano, un
amigo, un vecino…Pero si no tenía dinero para poder proceder a rescatarlo de su
esclavitud, tenía que ofrecer la propia vida para liberar a esa persona. ¿De
qué esclavitud ha venido Jesús para liberar a la humanidad? Ha venido para
liberarnos del terrible tirano que es Satanás que te conduce a que construyas
la vida según sus grandezas; pero estas grandezas no son belleza, se trata de
vanagloria, es una gloria fea. Para liberarnos de esta esclavitud que nos
impide ser felices el propio Jesús ha donado su propia vida. Sólo viviendo como
Cristo vivió seremos liberados de esta locura que son los mega-engaños de este
mundo.